Shuyaiya, la zona cero de Gaza

Resumen Latinoamericano/Eugenio García Gascón, desde Gaza/Público – Decenas de miles de refugiados han regresado hoy por unas horas a los pueblos cercanos a la frontera de Israel para examinar la enorme destrucción que ha causado el bombardeo sistemático de los últimos días. Un alto el fuego humanitario de 12 horas comenzó a las 8 de la mañana, permitiendo el rescate de decenas de cadáveres de entre las ruinas, especialmente en las localidades de Beit Hanún y Shuyaiya.

Quienes acuden a Shuyaiya apenas pueden reconocer sus calles, sus plazas, sus mezquitas, sus comercios y sus casas, en el caso de que todavía sigan de pie. Un triciclo carga con varias personas que han conseguido recuperar varias colchonetas y una gallina blanca que ha sobrevivido a las bombas. Las colchonetas son los bienes más preciados en Gaza ya que muchos refugiados están durmiendo en el suelo desde hace días.

Wael al Helu, de 43 años, está sentado delante de su pequeña tienda donde vendía kabab, que milagrosamente solo ha sufrido desperfectos limitados en medio de la catástrofe generalizada. La carne que guardaba en el frigorífico se ha echado a perder por falta de electricidad, pero ha salvado varias cajas de cebollas que ha apilado junto a la puerta esperando que alguien venga a recogerlas. Su casa, que estaba a menos de un centenar de metros a la derecha, en la acera de enfrente, es un montón de cascotes.

Helu señala hacia la izquierda, donde hasta hace unos días estuvo la casa de su primo. Ahora se ve un gran montón de escombros, y dice: “Era una familia de once personas y todas siguen enterradas ahí desde hace seis días. Los israelíes no nos han permitido rescatar los cadáveres, y esto ha ocurrido por todas partes”.

“Son nuestras casas, es nuestra tierra, son nuestras familias, y viendo lo que ha pasado, viendo cómo han arrasado Shuyaiya, estamos todavía más a favor de la resistencia. No nos importa lo que hayamos perdido, no nos importa esta desolación; todos estamos al lado de la resistencia”, confirma mirando a su alrededor.

Tan pronto como pueda llevarse las cebollas, cerrara la tienda y marchará a Tel Helwa, donde se ha refugiado con su familia, 65 personas en total, que viven en un apartamento de tres habitaciones que pertenece a un pariente.

Otros desplazados no han tenido tanta suerte. Es el caso de la familia Nayyar, que residía en Juzaa. Su casa fue bombardeada apenas unos minutos antes de que entrara en vigor el alto el fuego esta mañana por aviones F-16. Allí, en Jan Yunis, se habían refugiado. Creyeron con ingenuidad que Jan Yunis era más segura que Juzaa. Pensaron equivocadamente que en Gaza hay unos lugares más seguros que otros. Los 20 miembros de la familia Nayyar han muerto.

En la céntrica calle Nazzar de Shuyaiya huele intermitentemente a cadáveres en descomposición. Muchos de quienes se ven obligados a pasar por ella se tapan la nariz para no respirar las miasmas que emanan de entre los cascotes. Otros respiran el aire vicioso sin ningún filtro. Las excavadoras han apartado hacia las aceras los escombros para permitir que circulen los coches. Un grupo de hombres a pie ha improvisado un cortejo detrás del cadáver de un niño que llevan envuelto en una manta hacia el cementerio.

En la familia directa de Mona Habib no ha habido muertos ni heridos. “Escapamos al principio, el domingo de madrugada, fuimos de los primeros en salir. Y hace un rato hemos visto que Israel ha destruido nuestra casa completamente. Solo hemos salvado esto”, dice señalando una pequeña bolsa de plástico negro con algunas prendas de ropa. A su lado está su hija, Jitam, de 17 años, que llora desconsoladamente y no quiere hablar con los periodistas. “No podemos volver, no tenemos casa”, dice Mona, madre de seis hijos. “No sabemos lo que vamos a hacer. Seguramente alquilaremos una casa, no podemos hacer otra cosa. En la guardería de Gaza donde estamos ahora no nos permitirán continuar durante mucho tiempo. En septiembre volverán los niños y nos echarán”.

Rafat, sobrino de Mona, dice: “Sabíamos que habían destruido muchas casas pero no nos esperábamos algo así. No nos imaginábamos esto. Es como si hubiera habido un terremoto”. Y mientras  habla se escucha el ruido próximo de una metralleta. Son las once menos diez de la mañana. Los tanques israelíes están unos pocos metros más adelante, en la misma calle Nazzar, y hay zonas a las que la gente no se acerca por precaución.

El panorama en la calle Baltayi recuerda las viejas fotografías de Dresde al término de la Segunda Guerra Mundial. Es el horizonte de la desolación más extrema. Solo en esta zona hay decenas de edificios reducidas a escombros, unas ruinas se suceden a otras en una extensión equivalente a varios campos de fútbol.

Fuera de esta zona cero, una de las muchas que hay en Shuyaiya, un hombre que ha ido a ver lo que queda de su casa, nos guía al interior. Ninguna pared está completa y los escombros lo llenan todo. Unas escaleras muy dañadas conducen a la planta superior, donde hay una bomba que no ha explotado. “No os acerquéis; es peligroso”, advierte.

“En nuestra familia no ha habido heridos”, dice Rami Sukar, un hombre de 34 años con cuatro hijos que está sentado en la puerta de un edificio de dos plantas que no ha sufrido demasiados desperfectos. “Acabamos de venir de la escuela de Gaza donde vivimos desde la madrugada del domingo. Nuestra casa de cuatro plantas son ahora ruinas”, dice señalando los escombros vecinos.

Sukar está convencido de que toda esta desolación es consecuencia de la venganza del ejército israelí por la muerte de siete soldados que viajaban en un blindado que estalló cuando fue alcanzado por un misil anticarro que le dispararon los milicianos. “Como no pudieron matar a los milicianos, mataron a civiles”, dice mientras se escucha el ronroneo de los drones israelíes que sobrevuelan permanentemente Shuyaiya.

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