Donbass. Camino a Ugledar

Por Dmitry Steshin. Resumen Latinoamericano, 24 de agosto de 2022.

Vuelvo a maravillarme con el volumen, tamaño y área de los territorios liberados de Donbass. El trayecto desde Donetsk a la zona de batalla lleva casi hora y media si empezamos a contar desde el puesto de control de Elenovka, destruido por la artillería. Campos sin fin pasan junto al asfalto y, como intentando no llamar la atención, se ven las colas de los lanzacohetes múltiples Smerch, coches quemados o destruidos y algún blindado tan golpeado que está irreconocible. Se hacía de noche rápidamente y los agricultores volvían de los campos casi a oscuras ocupando un carril y medio.

En el cuartel general de Vostok me ofrecieron una plaza en el suelo de la casa donde nuestro reconocimiento aéreo -mis viejos amigos del frente Jazar, Tosha y Zhenya– se alojan temporalmente. Una unidad completa de reconocimiento aéreo apareció en Vostok muchos años antes del inicio de la operación especial. El comando fue previsor y adivinó hacia dónde se dirigía el desarrollo del arte militar. Y lo que es más decisivo, fueron capaces de encontrar y atraer a personas con capacidad técnica obsesionadas con los pequeños artefactos aéreos. Los drones de serie no funcionaban, el reconocimiento aéreo necesitaba mayor capacidad en las baterías, la capacidad de recibir y transmitir, etc. Incluso se hicieron con una impresora 3D para imprimir las partes necesarias. De nivel.

Tosha me saludó con la mano desde el porche y se apresuró a ayudarme. Primero cubrimos mi coche con una tienda de camuflaje y después colocamos una red: el coche estaba cubierto como un árbol, convertido en un objeto sin forma, daba igual desde donde se viera. Una medida de seguridad estándar. En el pueblo había llegadas (así es como se llama a la artillería en Donbass) en intervalos de una o dos horas. De forma caótica en cuanto a la zona. Antes, con los objetivos identificados, todos habían aprendido a ser más listos.

Desde ahí comencé a oler un aroma familiar. Jazar estaba soldando algo de tamaño microscópico. Me mostró con orgullo sus capacidades: una antena con control remoto. Tenía dos objeticos: ahora el operador podrá trabajar a cubierto u ocultar la antena a un lado mientras el cable, que es largo, lo permita. Y si algo llega en dirección a la señal de radio, el reconocimiento aéreo tendrá más posibilidades de sobrevivir.

Se hacía de noche. Tosha nos explicó con emoción la batalla de tecnología que claramente era visible para todos: “Le ha pasado algo raro al dron hoy. El punto de “salida”, como estaba previsto, se movió 500 metros hacia el campo, hacia el lado. Estaba volando y, de repente, el dron empieza a fallar, la conexión se interrumpe y me doy cuenta de que el motor se ha apagado. Está cayendo, pero no muy lejos, sigue rotando y justo sobre el suelo vemos que ha caído la parte que cortaba el control con nosotros. Lo pongo en control manual y en cuanto llega al punto de “salida” y ¡Boom! Tres minas. Normalmente pasan cinco minutos e inmediatamente atacan”.

En ese momento, explotó una bomba en algún lugar al borde del pueblo. Temblé pensando que había sido en nuestra casa. Casi todas las ventanas están rotas y hay un feo agujero de un proyectil en el techo de mi habitación. Se puede ver cómo entró y la dirección hasta que lo detuvo la pared de ladrillo. Parecía que estábamos sentados en la calle, aunque cubiertos por una improvisada pared de bloques de cemento, una protección más psicológica que real que solo ayuda contra la metralla y la onda expansiva. Otro proyectil pasó sobre nosotros con un zumbido. Me sentí aliviado: “No es nuestro, en los nuestros no se escucha el zumbido”.

En ese momento, detrás de los negros bosques, empezaron a rugir nuestros Grads, lanzando una carga completa. Se produjo una serie de explosiones. Pasaron unos minutos y solo volvió un solitario rugido de cañón ucraniano como respuesta. Y después, el silencio.

Pregunté a los chicos qué sabían de las innovaciones técnicas, qué es de la producción de drones. ¿Ha aparecido algo interesante? Jazar me habló del interceptor Volk, que puede lanzar dos o tres redes y atrapar un dron enemigo. Según sus inventores. Jazar, un hombre inteligente, duda: “Me pregunto si quienes lo desarrollaron no lo hicieron en paz en vez de en guerra. ¿Realmente han intentado atrapar drones en el aire? ¿Lo han conseguido? Nosotros no. No se puede jugar con lo que hay sino desarrollar drones de ataque. Escribe, que sepan que hay quienes los están volando en el frente”.

Para medianoche, el cielo había desaparecido y la temperatura había decaído notablemente. El otoño se aproxima inexorablemente. Los chicos que están en los bosques comentan que ha empezado a pasar frío por la noche.

Por la mañana, con la rotación, salí al frente con ellos. “Esto es más duro que Mariupol”, me habían transmitido con unanimidad los soldados y comandantes de Vostok. Todavía no lo comprendía. No entendía cómo se puede comparar el caos de Azovstal, el barrio de edificios de pisos residenciales Vostochny de Mariupol y estos paisajes pastorales: campos ya amarillentos, bonitas plantaciones de bosque siempre a punto para esconder a un soldado agotado del calor y de estar a la vista del enemigo. Lo primero que me enseñaron fue la aproximación las posiciones avanzadas. En la ciudad o en la fábrica, avanzaba un metro, giraba, saltaba al sótano y ya estabas en casa. Aquí, ir al frente equivale a una batalla. Y no es fácil salir de una posición del frente.

Los soldados me explicaron cómo, con un calor de treinta grados, tardaron horas en sacar a los camaradas heridos, que murieron en la evacuación y hubo que arrastrar los cuerpos ya hinchados por el calor. Cómo durante los ataques se habían encontrado con algo terrible, los puntos fortificados construidos exactamente según la teoría soviética. En la Gran Guerra Patria, inteligentes comandantes silenciaban esos apoyos con artillería y se paseaban tranquilos a la espera de que los alemanes los abandonaran por su cuenta para no acabar rodeados. Aquí también luchan contra los alemanes, por primera vez escuché ese nuevo nombre que se ha dado al enemigo. Si se piensa bien, hay muchos significados escondidos en ese nombre.

Avanzamos durante mucho tiempo. Primero en camiones, luego en blindado, que nos llevó casi hasta el frente. Quedaba por andar unos pocos kilómetros. Me encontraba en el grupo comandado por Rossiya, un hombre canoso vestido con un viejo uniforme de camuflaje anterior a los más modernos. Rossiya es un ejemplo del tipo de Donbass, en el que se mezcla por igual la inteligencia y la dureza industrial del trabajador que se dedica a una producción dura y compleja.

Avanzamos por la parte baja de una colina que nos protegía del enemigo. Pero eso no quiere decir nada, la zona suele quedar cubierta del fuego de ametralladoras, lanzagranadas y mortero. Rossiya alargó nuestra cadena para que hubiera al menos diez o quince metros entre nosotros, una garantía de que no todos caerán con un único proyectil. Llegamos a un agradable bosque y Rossiya ordenó: “Dron. Rápido, todos bajo los árboles”.

Durante un minuto, todos escucharon atentamente el cielo. Me puse los cascos y encendí el modo reconocimiento, que permite escuchar un zumbido a cientos de metros. Escuchamos por turnos. Se escuchaban ruidos en el aire: así es como suenan los drones ucranianos que lanzan proyectiles sobre nuestras posiciones. Pero los drones también pueden dirigir la artillería de 60mm que hay en la zona. El enemigo usa morteros polacos LMP-2017. Sus proyectiles son ligeros, de dos kilos, su rango es de un kilómetro y son considerados “silenciosos”. “Estos proyectiles son una basura”, me explicó Rossiya. “Se rompe aquí mismo, en las copas de los árboles. La mayor parte de los heridos son en el cuello y en la espalda”.

Buqué una aclaración: “¿Estás seguro de que son polacos? ¿O estadounidenses?”. Interrumpió uno de los soldados: “Comandante, no es bueno que acumulemos tanta gente aquí”. Un comandante inteligente siempre escucha los buenos consejos de sus subordinados. Rossiya ordenó que nos separáramos en una cadena y avanzáramos. Estuve a punto de pisar una mina que estaba justo ahí, a un lado del camino. Detrás había otro artefacto explosivo con una granada y una cinta de pescar colgando de otra rama. De repente, el bosque dejó de parecer acogedor. Nos encontrábamos en un agujero de tierra dando la cara al enemigo. Vi cómo las ametralladoras alemanas cortaban las copas de los árboles y zumbaban las balas un poco más arriba. El operador intentaba aplastarnos, pero no podía bajar el cañón lo suficientemente bajo como para agarrarnos. Cuando disparas pierdes el miedo, pero no se podía disparar allí. Rossiya me advirtió y lo comprendí.

En esos segundos, un grupo que volvía de las posiciones atravesó una parte abierta. Los primeros chicos pasaron sin problema, pero entonces los alemanes despertaron. No sabía cómo podríamos sacar de ese campo a un hombre herido, pero callé y me guardé esas dudas para mí mismo. Rossiya se respaldaba tranquilamente contra una pared natural, sacó una lámina y supo perfectamente desde dónde disparaba el enemigo: 200-300 metros. El comandante contactó con los hombres encargados del mortero y dio las coordenadas. Rossiya me mostró el mapa: “Mira, lo sacamos de Azov, de los mapas capturados que ellos tenían de la OTAN. Mira, no hay marcas pero sí los puntos importantes del terreno, ríos, carreteras, bosques”.

La tarjeta parecía un una tarta laminada en una caja enorme. Rossiya continuó: “Hemos dividido las plantaciones del bosque en cuadrados de unos 90 metros y hemos dado nombre a cada uno. Dices Pinocho, cuadro cinco. Y ya está”.

“¿Habláis en abierto en la radio?”

Rossiya se encogió de hombros. “No, hay quien inventa códigos: He ido a pasear al perro. Y diez minutos después: el perro ha llegado bien”.

Todos a nuestro alrededor sonreían e intentaban no pensar en los chicos tumbados en el suelo ahora mismo, especialmente teniendo en cuenta que un lanzagranadas se había unido a la ametralladora y de vez en cuanto actuaba un francotirador. Su posición es más cómoda, podría alcanzarnos. Apreté más fuerte la pared y me escondí un poco más.

Finalmente, empezó a actuar el mortero, que disparó tres proyectiles. Se encendió la radio y escuché: “Abortar”. La mina no había salido del cañón. Rossiya habitualmente usa cobertura de morteros, pero unos pocos proyectiles resultaron ser suficientes y los alemanes se callaron. Los soldados empezaron a llegar hasta nosotros, sin respiración y sudando. Pero no bebieron, no pidieron agua, eran conscientes de que quedaba mucho. Reconocí la sonrisa de Bereza, el comandante del grupo de asalto con el que había ocupado el edificio número 35 en Azovstal. No recordaba si lo hace, así que le pregunté si fuma. Con la ingenuidad de un soldado, contestó: “No hay cigarrillos”. Le di un paquete entero de cigarrillos rusos, que son muy apreciados por aquí. Le dije que era un regalo. Nuestro pequeño agujero empezó a temblar de risa. Era la risa de quienes acaban de escapar de la muerte. Posiblemente sea la risa más graciosa.

Alguien hizo un comentario: “Bueno, vaya mañana, primero artillería pesada, un cubo de tierra en la cara, luego lanzagranadas”. Todos volvieron a reír. Un hombre más mayor, con bigote y una cara especialmente amable hizo un chiste de trinchera: “Ugledar, Ugledar, anduvo durante mucho tiempo y luego cayó”. Vino del pueblo de Ugledar, se fue al frente en 2014 y en este tiempo sus “buenos vecinos” han desmantelado su casa ladrillo a ladrillo: “No queda nada. Si pudiera llegar a mi pueblo, formaría inmediatamente un equipo de construcción con los vecinos. Hasta que llegue a Kiev, tendrán que dejar todo como estaba”. No había malicia en sus palabras.

El último soldado corrió hasta nuestro escondite, era el legendario Lis. Lanzó su mochila y respiró hondo. Todos saben que Lis es un bromista y un hombre alegre y todos esperaban su actuación: “Cómo he corrido, cómo he corrido. Y cómo he caído y he muerto, como de película, al estilo Marvel, pero no había suficiente música”. El soldado se hundió despacio en el agujero, obligado por una bala enemiga. Me tumbé y me protegí con la mochila mientras el tuerto (el francotirador) nos atacaba de nuevo.

Todos dejaron de reír. Rossiya nos miró con una mirada tendenciosa: “¿Qué hacéis todos sentados ahí?. Salid rápido, vienen dos grupos más de camino”. Salimos. El equipo de reconocimiento nos colocó en el blindado, nos mostró cómo seguir y nos explicó que teníamos que ir muy, muy rápido. Caerse de un blindado es hospital garantizado. El conductor bromeó al colocar las mochilas de tal manera que no molestaran: “420 rublos ida y vuelta, con descuento para quien tenga miedo”.

Los soldados gritaron: “jefe, a Donetsk, por favor”. “¡Yo a Slavyansk”. Todos empezaron a nombrar su ciudades y pueblos. Muchos de ellos, por desgracia, aún están muy lejos del frente. Y llevará mucho tiempo caminar, caer y levantarse hasta llegar a ellos. Pero, por ahora, nuestra caja de hierro estaba llena de una felicidad temporal. Todos estaban vivos, no había heridos. Ahora habría mucha agua, comida, cigarrillos y una buena siesta. Puede que sea posible llamar a la familia, a aquellos que están esperando y rezando.

Fuente de la traducción: Slavyangrad

Fuente original: Komsomolskaya Pravda

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