Puerto Rico. Elecciones 2020: bipartidismo, polo progresista y capitalismo colonial

Por Federico Cintrón Fiallo. Resumen Latinoamericano, 26 de octubre de 2020.

El artículo de Carlos Pabón Ortega, publicado el 9 de octubre de 2020 en este espacio: “Lo que está en juego: elecciones 2020 y la posibilidad del cambio”, ofrece la oportunidad de debatir sobre la pertinencia de las elecciones y de la participación del Movimiento Victoria Ciudadana (MVC) en la contienda electoral. Contrario a las opiniones apasionadas (y muchas veces sin argumentos) que leemos en las redes digitales, la exposición del autor tiene el valor de presentar argumentos para participar en las elecciones y respaldar al Movimiento Victoria Ciudadana (MVC).

Desde el título del artículo surgen dos preguntas, ¿qué está en juego en las elecciones de 2020? Y, ¿cuál cambio? ¿Qué cambio demanda la condición social, económica y política del Puerto Rico de 2020?

Con mucho interés hemos buscado las contestaciones del autor a las preguntas anteriores. Sin embargo, lo encontrado es una apología al MVC, una crítica al PIP, y un discurso que, asumiendo la posición que el autor critica, va dirigido a los “convencidos”, los “concientizados”. Es un discurso enmarcado en la política eterna de la izquierda en Puerto Rico y el mundo sobre las tácticas de lucha. Debate, que en la particularidad puertorriqueña incluye la disyuntiva de si el discurso independentista debe estar sujeto solo en los aspectos nacionales y culturales o si, por lo contrario, debe estar entrelazado y partir de las luchas sociales y de clase.

Bipartidismo, elecciones 2020 y el análisis coyuntural

El tema central del artículo, y su mayor controversia, es definir cuál es el problema mayor de Puerto Rico en estas elecciones 2020. Para el autor, “el problema mayor” es “el régimen de partidos imperantes”, que según plantea tiene como su “manifestación más visible” el bipartidismo, y que está organizado bajo la lógica del estatus político que cada uno defiende.

Definir el problema mayor como el régimen partidista es circunscribirse a la política, a lo subjetivo, enmarcado en la ideología política imperante que proclama la organización partidista y la democracia representativa como las máximas expresiones de democracia y participación ciudadana. Plantear, que el problema mayor se da en el bipartidismo como premisa de análisis, es circunscribir la lucha social, cultural y económica a dos cosas: partidocracia y democracia representativa. El problema con esta lógica es que no se cuestiona la democracia representativa, tampoco se cuestiona el carácter de los partidos en términos de representación de intereses de clase, ¡perdón a los que han abandonado los análisis de clase!, y en relación con dónde reside y quién ostenta el poder. El fallo es no cuestionar el sistema machista, racista, homofóbico, capitalista y colonial; despreciar el valor de las luchas en la calle y la organización de base; subestimar el verano del 19 como un hecho puntual, o como él lo llama: “catarsis democrática” sin perspectiva de táctica de lucha; es no reconocer el fracaso de la socialdemocracia como agente de cambio anticapitalista. Lógica que lleva a plantear que la solución es la sustitución de uno de los dos partidos por otro, es decir, venir a ser parte del bipartidismo porque eso no es cambiable.

La política imperante, y los medios de comunicación como parte de la hegemonía ideológica que ella representa, incluyendo a analistas independentistas, han planteado que “este régimen organiza la lógica política en Puerto Rico en torno al paradigma del estatus y define los partidos sobre la base de la opción de estatus que cada uno defiende”. Han creado la falacia de que el contenido programático e ideológico que diferencia a los partidos del país es sólo la posición que asumen sobre el estatus colonial. En realidad, ese “régimen” partidista define los partidos sobre la base de quién será el mejor administrador de los fondos federales. Solo hay que escuchar los debates y anuncios publicitarios de todos los candidatos, sin excepción, “yo seré el o la mejor para administrar la colonia”, “he aquí las reformas que propongo”.

Esta aseveración de las diferencias sobre el estatus oculta el carácter representativo de lo político, económico y social de los partidos políticos. En realidad, enfatizar la diferencia en el estatus es ocultar las similitudes entre ellos. El PNP y el PPD no se distinguen por uno ser estadista y el otro estadolibrista, se distinguen por su similitud: a cuáles intereses económicos capitalistas responden, a cuáles empresas representan, a quiénes van a favorecer con contratos gubernamentales, a cuáles cabilderos sirven. Los une la ideología neoliberal capitalista, el promover la dependencia de los fondos federales, el discurso de endiosamiento de lo norteamericano: ciudadanía, estar dentro del mercado norteamericano, su moneda, su democracia, sus universidades, tener su “protección” jurídica, judicial y policiaca, lo otro es pintura y capote. ¿Acaso no se han distribuido entre sí todas las medidas neoliberales que se han establecido en Puerto Rico? Y en estas elecciones, por no hablar de anteriores, el PIP, mediante Juan Dalmau, se une a proclamarse la mejor opción para administrar la colonia, dejando en un segundo plano el estatus político. Las “ideologías” del estatus solo les sirve para mover a su corazón del rollo, a los votantes por herencia, al intento de amainar las olas críticas de votos mixtos y las candidaturas independientes.

¿Son las elecciones de 2020 coyunturales? ¿Hay una singularidad que haga pensar que mediante estas elecciones se pueden lograr cambios sustantivos y no subjetivos de gobernanza política? Que en el mejor de los casos sería, desde el gobierno, impulsar reformas que aliviarían el sistema neoliberal pero mantendría el capitalismo colonial. El carácter de las elecciones en Puerto Rico no define poder, ni siquiera en el ámbito subjetivo, como es el ideológico. Más aun, las conquistas obreras, comunitarias, ambientales, feministas, por la diversidad humana, y contra el racismo, la homofobia y la xenofobia más importantes de las últimas décadas se han dado con gobiernos del bipartidismo, pero por la movilización y presión social. Algunas revertidas por el voto popular que ha llevado a esos partidos políticos a gobernar. Revertidas porque las instituciones del sistema capitalista colonial han quedado intactas: legislatura, judicatura, relación colonial. Instituciones que no se alteran por gobiernos de “buen@s administrador@s”.

Algunos de los problemas que agudizan la crisis colonial son: los intentos de privatización de las playas, de la AEE, y las tierras agrícolas; el anunciado nuevo contrato a AES y el otorgado a LUMA; el pago de la deuda corrupta sin auditoría; la venta de tierras a empresas extranjeras en detrimento de los viequenses; la imposición de la Ley Promesa; los currículos machistas, sexistas y homófobos; el empleo precario y la anulación de conquistas laborales, por mencionar algunos. La intención de bregar con estos problemas mediante la elección de “buen@s administrador@s” ha sido repetir nuestra historia política: llegada las elecciones emergen las divisiones y desmovilizaciones en los movimientos sociales, la canasta electoral se llena mientras la canasta de las luchas de calle disminuye; en cambio, las denuncias y reclamos alrededor de superficialidades sobre las candidaturas crece en detrimento de las sustantivas. Lograr reformas y políticas que atiendan las demandas y reclamos de los movimientos sociales, y evitar que se reviertan, requiere de la misma movilización, o mayor, de las que fueron necesarias para sus conquistas. La historia de Europa y Latinoamérica lo ha demostrado con los fracasos de los gobiernos progresistas y socialdemócratas para detener, desde los gobiernos, el contraataque neoliberal, pero también sucede igual en Puerto Rico. ¿Acaso no es el contraataque neoliberal a las conquistas obreras, ambientales, al sistema de salud y a la educación pública lo que estamos viviendo?

Los deseos no constituyen argumentos   

Podríamos estar de acuerdo con el planteamiento de que existe una “vocación de minoría de cierta tradición progresista de hablarle solo a los convencidos y concientizados”, pero esta generalización tiene los siguientes problemas. Primero, que es una generalización que no pone nombre y apellido para saber si en realidad se está de acuerdo con la interpretación que el autor ofrece a cuáles campañas y grupos políticos. Dentro de esa generalización podríamos incluir tanto su artículo como este. Ninguno de los dos le estamos hablando a los no convencidos, somos parte de la discusión eterna dentro de la izquierda sobre las tácticas de lucha. Como argumento basado en la frase anterior, Carlos Pabón Ortega hace predicción, el deseo se presenta como si fuera realidad ya consumada. El deseo sin pruebas se presenta como argumento en apología del MVC al plantear que este: “ha podido entablar una comunicación efectiva con amplios sectores ciudadanos”. Y me pregunto: ¿cuáles sectores? ¿Cuál efectividad? ¿Ya se conoce el resultado de las elecciones? Dice que “diversas capas sociales”, “por su parte, han comenzado a reconocer a MVC como una posible alternativa al PNP-PPD”, y cabe cuestionar: ¿dónde están las estadísticas? ¿O es que esas capas sociales son dentro de la izquierda independentista y socialista, los estudiantes universitarios y los movimientos sociales de “convencidos y concientizados”? Y añade: “una alternativa progresista ha logrado trascender el perímetro de la izquierda y ha tendido puentes y recibido receptividad con amplios sectores populares”, otro deseo más que está por verse, pero usado como argumento.

Estado, poder, y la administración de la colonia

En su apartado “La campaña contra Lúgaro y el MVC”, en el cual combate, con mucho acierto, las críticas de derecha e izquierda a Alexandra Lúgaro, concluye con otras preguntas que me parecen pertinentes. La primera de ellas, “¿Por qué se lanzan (refiriéndose a sectores progresistas) contra este movimiento en lugar de combatir con la misma fuerza a los partidos que representan el régimen partidista que sostiene el statu quo?”, él la contesta en parte y, estando de acuerdo, añadiría otras razones. Las otras tres son preguntas argumentativas, quiero decir, que establecen las premisas para que se contesten dentro de la lógica del autor: “¿Dónde queda el análisis político de la coyuntura electoral? ¿De lo que está en juego para el país? ¿De las estrategias políticas para romper el cerco del bipartidismo o el régimen imperante de partido?”. Según estas preguntas, el análisis político se centra en la “coyuntura electoral”, que ya nos definió como el régimen electoral bipartidista que, obviamente, nos debe llevar a concluir que la estrategia política debe ser construir el otro partido político, MVC, que sustituiría al PPD para venir a ser la otra parte de un nuevo binomio. Y como se puede ver en todo el artículo, jamás se plantea la posibilidad de romper con el bipartidismo, las estructuras tradicionales partidistas, ni la falsa democracia representativa, mas bien plantea aceptarlas e integrarse a ellas conformando un polo “progresista”.

Para que no quede duda a quienes debaten atendiendo solamente al uso de ciertas palabras o frases tradicionales en nuestra política nacional, planteamos que estamos de acuerdo con la mayoría de sus señalamientos críticos al PIP, así como con su descripción y rechazo de la campaña personalista, sexista y misógina contra Alexandra Lúgaro. Y al destaque que, en términos contrarios pero con la misma base, se hace sobre Juan Dalmau y los candidatos masculinos. Sin embargo, ese tipo de ataque contra Alexandra Lúgaro no es el único. También se le critica posiciones políticas, capacidad de administración, conductas empresariales y ciertas alianzas del pasado y del presente. Yo no voy a entrar a discutirlas. Esas críticas deben constituir preocupación para los que consideren participar en las elecciones o los que estén de acuerdo con los planteamientos de Carlos. Pero me parece que si el autor quería hacer un análisis que presentara al MVC y su candidata como algo que hace diferencia en estas elecciones, no debió quedarse en la crítica a los que les atacan sobre las bases ya discutidas. El análisis debió incluir el rebatir las otras críticas y señalamientos que sí tienen que ver con si son o no alternativa a los partidos del binomio, y no conformarse con defender el programa. Los programas son solo discursos de campaña. Si la decisión se fuera a tomar por el contenido de los programas sería muy difícil distinguir las del MVC de las del PIP. Ninguna persona progresista descartaría ninguno de ellos en comparación con los del binomio capitalista colonial PNP-PPD. Considerar la votación sobre bases personales, que no sería otra cosa que considerar quién nos brinda más confianza ni siquiera está en consideración.

Tanto en el MVC como en el PIP conocemos compañeros y compañeras que respetamos, los consideramos honestos y no nos cabe la menor duda que tratarían de hacer lo mejor que esté a su alcance, independiente de las diferencias políticas e ideológicas que podamos tener. No nos parece necesario para el análisis de estas elecciones, ni para decidir si ir a votar o no, adentrarnos en sus programas. Aunque sería interesante hacerlo después de las elecciones, al margen de las pasiones partidistas que se provocan en los períodos electorales, incluyendo el programa del PIP y de todos los movimientos sociales en lucha. Tal vez podríamos llegar a un programa de lucha común para los sectores “progresistas”. Lo que eso quiera decir. Quizás los programas no neoliberales, progresistas, que no regresen al capitalismo sin medidas neoliberales, puedan contestar cómo hacerlo desde el colonialismo. Tal vez un programa con perspectiva de triunfo que plantee otro Puerto Rico que supere el machismo, el sexismo, el racismo, la homofobia, la xenofobia y la explotación capitalista; que se plantee cómo eliminar las leyes de cabotaje y logre la eliminación de las normas de comercio interestatal. Que nos desvincule de los tratados de libre comercio estadounidense, del control de la FCC, y establezca relaciones internacionales comerciales y políticas propias, por nombrar algunos aspectos de nuestra vida colonial.

Sobre los señalamientos críticos al PIP, solo baste señalar que no menciona, primero, la ausencia de vocación de triunfo, su objetivo es quedar inscrito y conseguir dos legisladores. Segundo, y lo más importante en relación con el planteamiento central del artículo de Pabón Ortega, y que deja fuera de su lógica electoral, es que la mayor votación obtenida por el PIP en 1972 no se debió al “apoyo” a luchas populares y el unir en su discurso “la tríada de independencia, democracia y socialismo bajo el lema de “Arriba los de abajo”, sino su trabajo fuera del proceso electoral. Lo que logró una mayor votación, en comparación con años anteriores, fue en gran medida el significado que tuvo la movilización y el trabajo de base antes del período electoral. Trabajo que desde entonces no ha vuelto a hacer el PIP, que solo se escucha significativamente durante el año electoral y cuya organización “de base” se limita a reinscribirse.

El otro argumento contra el PIP es que “tampoco es una alternativa real para alcanzar el gobierno, puesto que al ser un partido cuyo objetivo central es la independencia, carece del apoyo popular para ser opción de mayoría”. Este argumento, significativo en el surgimiento del PPD, es sumamente peligroso. Primero, porque parte de una visión electoralista en la que se destaca la importancia de los procesos en las urnas como máxima manifestación democrática del pueblo, y concibe la gobernanza como la toma del poder, basada en el bipartidismo: presentar programas que a nivel ideológico hegemónico el pueblo quiere escuchar. Segundo, si la mayoría apoya la estadidad o el estadolibrismo, lo que tenemos que hacer es sacar de nuestro programa el estatus político, dejarlo como un deseo personal y no partidista, lo que queremos es administrar la colonia, es decir, la prédica muñocista. Tercero, define al partido progresista como aquel cuya función es ganar el gobierno y desde arriba implantar los cambios. Política ya experimentada por los partidos comunistas tradicionales y los socialdemócratas. Cuarto, descarta la función educativa de creación de ideología contrahegemónica, subestima la lucha ideológica, lo que nos lleva al quinto planteamiento; no concibe la formación de poder popular, de la lucha contra el estado desde abajo, el poder del pueblo concientizado, organizado y movilizado alrededor de sus reclamos más urgentes, pero con una visión sistémica. Y elude la lucha por la transformación del estado. El problema del PIP no es tener un discurso independentista, es que practica la misma visión electoralista y socialdemócrata que se manifiesta en el artículo de Pabón Ortega.

El autor rescata el discurso del voto útil, tradicional del PPD, para aplicarlo a favor del MVC y en contra del PIP. Aquí le podríamos preguntar a Carlos lo mismo que él pregunta a los progresistas que atacan a Lúgaro y al MVC: ¿Por qué se lanza contra el PIP en lugar de combatir con la misma fuerza a los partidos que representan el régimen partidista que sostiene el statu quo? Al voto útil lo valora como estrategia fundamental para el logro de su definición de lo que está en juego en estas elecciones: “la posibilidad real de que por primera vez en más de 50 años se pueda romper o quebrar significativamente el bipartidismo y el régimen de partidos imperante”. Un voto útil sólo para romper el bipartidismo, pero no profundiza en “la discusión fundamental”, y que según él hace falta en torno a “cómo alterar la correlación de fuerzas favorable al statu quo neoliberal”. Discusión que va más allá de la participación electoral y que no procedería sin que se incluyan los métodos de organización, educación y movilización de los movimientos que representan los intereses de los sujetos sociales que luchan contra el capitalismo-colonial. Esa es precisamente la “discusión fundamental” que no puede circunscribirse a un voto útil para romper el bipartidismo, que no puede enmarcarse solo en el contexto electoral. De acuerdo con el artículo de Carlos, esta discusión comienza reconociendo al MVC como esa fuerza política que puede propiciar el cambio. Nuestro planteamiento es que la lucha tiene que darse fuera de esas estructuras de corte bipartidistas y del estado capitalistas, arrancándole poder al estado y creando contrahegemonía.

Conclusión

De lo que se trata en este debate es, de si las características de estas elecciones, y de las condiciones políticas y socioeconómicas de Puerto Rico, ameritan identificar como el problema fundamental el régimen electoral bipartita; de si ese elemento político, que podríamos incluir en un análisis más profundo, debe definir las estrategias de lucha. Hemos contestado que no, que los esfuerzos de los independentistas, los socialistas, los progresistas –del nivel de conciencia que sea–, los movimientos sociales y sectoriales que luchan contra el desastre machista-racista-capitalista-colonial deben fortalecer sus luchas, constituir redes entre sí y trabajar por ampliar sus bases. La preocupación debe dirigirse hacia lo siguiente: a) ver la lucha contra el sistema atada al alcance de las instituciones estatales de gobernanza para que, desde ellas, se produzcan condiciones contrahegemónicas. b) ver la lucha, primero, como una en contra del estado; y segundo, que la intención sea formar un movimiento contrahegemónico fuerte, enraizado en las bases y sus reclamos; tercero, constituir poder, un poder que surja desde los propios sujetos, cobrando consciencia de sí mismos y su valor. Que se desvanezca la ilusión de dependencia hacia líderes mesiánicos ni partidos tradicionales. De esta manera se podrá convertir la “catarsis” del verano de 2019 en una táctica de lucha que logre participación real y adquiera poder popular.

*Fuente: 80grados

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