Golfo Pérsico: sin piedad para Siria

Guadi Calvo/Resumen Latinoamericano, 18 de septiembre de 2015 – Tras el portazo de la Unión Europea (EU) y distintos partidos y coaliciones políticas, que incluyen a los de su propia alianza, a las propuestas de Ángela Merkel para paliar mínimamente la crisis migratoria, el mundo ha quedado expectante ante las multitudes que seguirán agolpándose frente a la valla que Hungría ha perpetrado en la frontera con Serbia.

Pocos países además de los latinoamericanos, han ofrecido albergo a los desplazados, pero claro, las distancias y las posibilidades fácticas de concretarlas aleja la solución.

Más allá de los 350 mil refugiados que han ingresado a Europa en estas últimas semanas, en los campos de refugiados sirios de Turquía (1.900.000), Líbano (1.100.000), Jordania y Egipto (ambos países contabiliza un total aproximado de 1.500.000), suman la friolera de casi 4.500.000, cifra absolutamente provisoría ya que en el interior de Siria hay otros 7.600.000 desplazados buscando la manera de dejar su país.

Como siempre, los burócratas de Naciones Unidas resultan impecables al momento de describir el fenómeno, como si solo fueran un testigo casual. Según el Alto Comisario para los refugiados, el portugués Antonio Guterres, esto representa “la mayor población de refugiados de un solo conflicto en una generación”.

De no detenerse la guerra defensiva del Ejercito Árabe Sirio leal al presidente Bashar al-Assad, contra las bandas wahaabitas de al-Nusra (al-Qaeda) y Daesh o Estado Islámico (EI), y los bombardeos de la coalición encabezada por Estados Unidos que con absoluta precisión nunca aciertan los objetivos establecidos en París hace poco más de un año, la crisis de los refugiados se desbocará de forma desconocida. Quizás en poco más de un año y a este ritmo, 5, 6 o 7 millones de personas pueden estar transitando sin rumbo por un mundo devastado económicamente que quizás no se haya visto nunca en una situación semejante. Al pueblo sirio solo le queda elegir entre morir a manos de los salafistas o escapar a donde y como sea.

A pesar del rotundo fracaso de la propuesta alemana, los desplazados no solo sirios, sino también afganos, iraquíes, eritreos, somalíes y nigerianos, entre otras muchas colectividades, lo seguirán intentando.

Mientras se escriben estas líneas, en Horgos, el último pueblo serbio antes de cruzar a Hungría en las cercanías del ya emblemático pueblo de Röske, la policía húngara, que tiene orden de no dejarlos pasar, y grupos de refugiados que intentan seguir camino hacia Austria, están sosteniendo una batalla de piedras y botellas contra bombas de gases lacrimógenos, cañones de agua y chorros de gas pimienta.

Como intentando descongestionar la situación, Croacia anunció que permitirá el paso para su territorio, rumbo a Eslovenia, que aparentemente también abrirá sus caminos para permitir llegar a la frontera austriaca para continuar camino a Alemania.

Los migrantes todavía no saben, o no quieren saber, del fracaso de Merkel, por lo que quedarán atrapados en una telaraña de fronteras, documentos y restricciones que al parecer nadie los podrá librar. Los refugiados tampoco pueden permanecer demasiado tiempo en ese limbo, más allá de burocracias, cuotas de recepción y demás artilugios político. El invierno en esas regiones llegará pronto y un camino desolado o un campo yermo, además de estar mal vestidos y peor alimentados, no son las mejores condiciones para esperarlo.

Cuanto más semanas pasan, cuántos más miles de refugiados intentan llegar a Europa, más oprobioso y sugerente es el silencio de las monarquías sunitas del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo (CCEAG), conformado por Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos.

Silencio en el Golfo

Siempre distantes a la hora de las necesidades de los pueblos árabes, tal como han dejado librada a su suerte a Palestina, han ignorado el martirio de Irak, y colaboraron a la hora de los ataques a Libia y Siria, las monarquías sunitas del Golfo Pérsico ignoran el sufrimiento de millones de sus hermanos.

No hay que ser un experto para comprender las razones de ese forzado desinterés: las monarquías del Golfo se excusan con el argumento de haber entregado millones de dólares a Naciones Unidas para ayudar a los refugiados. Los Emiratos Árabes Unidos dicen haber entregado cerca de 530 millones de dólares para asistencia y el resto redondea más a menos cifras similares.

Así todo, esas cifras no se acercan a los miles de millones de dólares que aportaron para promover las guerras contra Siria y Libia desde comienzos de 2011, por lo que la responsabilidad de las monarquías en esta crisis es absoluta. Los refugiados lo saben y tienen muchas razones para ni intentar acercarse, ya que son estas mismas naciones las que han financiado a sus verdugos, junto a los Estados Unidos, Israel y la Comunidad Europea.

A mediados de 2013, el Emir de Qatar, Hamad ben Jalifa Al Thani, abdicó a favor de su hijo Tamim ben Hamad al Jalifa de 33 años, obligado a partir de la crisis financiera a que había arrastrado al emirato. El emir Hamad fue uno de los mayores aportantes en la alianza anti Siria.

Se mencionó en 2013 que los aportes de Qatar a la “revolución” siria llegaba a los 3.500 millones de dólares, con lo que se abastecieron desde armas -contrabandeadas de la guerra en Libia- hasta insumos bélicos de última generación, trasportada desde Croacia y distribuida en Siria por la inteligencia turca.

Doha, la capital de Qatar, también habría pagado a oficiales pakistaníes para que adiestrasen a los terroristas ya instalados en territorio sirio.

Otro de los grandes animadores tanto de la hoguera siria como el holocausto libio es el Reino Saudita, que cuenta con una larga trayectoria a la hora de financiar terrorismo fronteras afuera, como a la Contra nicaragüense, los talibanes afganos y bandas neofascistas italianas que realizaron diferentes atentados contra el Partido Comunista Italiano, entre los que habría que anotar el de la Estación de Bolonia que dejó 85 muertos y 200 heridos en agosto de 1980.

El ex embajador saudita en Estados Unidos, Bandar bin Sultan bin Abdul Aziz Al Saud, que también fue jefe de la inteligencia de su país, estuvo encargado de reclutar los mercenarios que fueron a combatir a Libia y más tarde pasaron a Siria.

El verdadero temor de las monarquías en recibir refugiados sirios se basa en que podrían politizar a sus súbditos a quiénes tiene sojuzgados como en el siglo XII.

Particularmente Arabia Saudita, que a pesar de ser el mayor productor de crudo del mundo y sus dividendos son incalculables, no ha podido desarrollar unas fuerzas armadas sólidas y efectivas, por eso paga mercenarios cada vez que los necesita. En su actual guerra contra Yemen solo se ha limitado a bombardear con F-16 estadounidenses que se cree son operados por pilotos israelíes. Cuando la estrategia de la guerra yemení corría la posibilidad de colocar tropas en tierra, el nuevo rey Salman bin Abdulaziz solicitó combatientes al gobierno afgano, ya que las tropas sauditas no estaban entrenadas para correr ese riesgo.

Los Saud son tan inmensamente ricos como débiles y torpes para generar otro poder que no sea el financiero. En el reino, de los 29 millones de habitantes un tercio (11.300.000 exactamente) son extranjeros, en su mayoría hindúes, paquistaníes, bangladeshíes, egipcios y filipinos, empleados fundamentalmente en la construcción y servicios. Sometidos a un régimen medieval de explotación, sin posibilidades de sindicalizarse y amenazados constantemente con la deportación que significaría el hambre para sus familias que viven de sus giros mensuales. Solo en lo que va del año se han deportado 380 mil de estos trabajadores, cifra sensiblemente menor a los 575.000 del 2012. Países como Egipto, Yemen, India, Pakistán, Sri Lanka, Indonesia o Filipinas cuentan entre sus fuentes más importantes de ingreso las remesas de sus connacionales radicados en el reino saudita.

Los Saud saben que una revuelta popular podría hacer caer la dinastía mucho antes que sus aliados Estados Unidos e Israel, fundamentalmente, pudieran intervenir y la llegada de un número importante de sirios políticamente activos podría provocar remesones significativos. Los Saud saben que han construido un país a la medida de sus superfluas necesidades. Más allá de la riqueza que exhibe la casa reinante, que cuenta con unos 15.000 integrantes que ocupan todos los cargos relevantes dentro del Estado, al igual que en la empresa privada y que han asombrado al mundo con su despilfarro, los índices de su desarrollo humano según la ONU son similares al de El Salvador, la tasa de mortalidad infantil se corresponde a la de un país africano, el 50% de los jóvenes está desocupado, el 53% de la población es analfabeta. Es obvio que no existe ni Constitución, ni Parlamento, ni elecciones a ningún nivel, además de estar prohibida toda actividad política y sindical. Está en plena vigencia la pena de muerte por medio de lapidación o decapitación para una amplia gama de delitos como la homosexualidad, el asesinato, la apostasía, la conspiración contra el gobierno, el hurto, el tráfico de drogas. La tortura y la violación son los métodos habituales de investigaciones policiales. Los crímenes de menor rango pueden ser castigados con la amputación algún miembro o azotados en plazas públicas. Los juicios son secretos y los condenados a muerte solo conocen su fin algunas horas antes de la ejecución.

Según informes de Amnistía Internacional en el reino saudita se producen más de dos ejecuciones por semana.

Nadie educado en una sociedad avanzada como era la Siria de los al-Assad podría adaptarse a cualquier de estos países del Golfo, que con algunas diferencias se manejan más o menos igual: con respecto a la distribución de la riqueza, las libertades políticas y el acceso a la educación.

Hay que tener en cuenta también que Riad y Damasco han sido rivales no solo en el campo político sino también religioso. Hafez al-Assad, el padre de Bashar, fue un líder carismático de corte nacionalista como Mohamed Gadaffi, Gamal Abdel Nasser o el propio Yasser Arafat, de tendencias laicistas, que han respetado la libertad religiosa de sus pueblos, tanto sean sunitas, chiitas o alauitas -una versión del chiismo numerosa en Siria-, incluso para cristianos y judíos.

En cambio, los monarcas del Golfo rigen sus pueblos con preceptos medievales, conformando sociedades arcaicas, sin atisbos de democráticos, cerradas culturalmente y con dependencia de los Estados Unidos desde lo político a lo militar.

El reino saudita es básicamente una teocracia de orden wahaabita, una secta sunita ultra conservadora que impone como única ley la sharia o ley islámica; este particular vínculo entre la religión y el estado, es una de las bases del poder de los Saud, ya que sus ulemas (clero) legislan a conveniencia y necesidad del gobierno. Además, el salafismo, como también se conoce al wahabismo, es el sustento filosófico del extremismo de Daesh y al-Qaeda.

Durante los meses de la Primavera Árabe, las monarquías no solo intensificaron sus sistemas represivos, sino que aumentó exponencialmente la compra de material bélico, lo que permitió fundamentalmente a Alemania y los Estados Unidos realizar grandes negocios.

Al tiempo que intensificaba las detenciones arbitrarias de sujetos considerados peligrosos para el régimen, fundamentalmente de la comunidad chiíta, el entonces rey Abdullah dejó caer cataratas de dólares sobre la población en forma de créditos blandos, no tuvo reparos en destinar 31.000 millones de dólares en planes sociales, y más tarde liberaría otros 96.000 millones y se anunció la creación de empleos.

El Rey Abdullah, dispuesto a no perder nada en esos difíciles días, también decidió abortar el único conato revolucionario en una de las monarquías de la Península Arábiga: el archipiélago de Bahrein.

El rey Hamad al-Khalifa, quien gobierna Bahrein desde 1999, apenas supo de la presencia de manifestantes en la calles de la capital, Manama, en su mayoría chiítas -a pesar de representar el 70% de la población, el poder lo ejercen los sunitas-, pidió ayuda a Riad, que no se demoró en invadir el país con 1.000 mil efectivos de la guardia nacional saudita y unos 500 de los Emiratos Árabes Unidos, restableciendo el orden apenas con menos de una docena de muertos.

Riad no sólo pudo mantener a su socio en el poder, sino y fundamentalmente evitar que el “mal ejemplo” se expanda.

El archipiélago de Bahrein no es un mero productor de petróleo, en sus islas tiene asiento nada menos que la quinta flota naval de Estados Unidos y frente a esas costas transita el 33% del petróleo mundial. Un estado demasiado sensible para que los chiítas asalten el poder y puedan comenzar un juego de alianzas con Irán y establecer una cabecera de playa en el corazón de los grandes productores de petróleo del mundo. Solo Arabia Saudita produce para Estados Unidos el 12 % de su consumo anual, por lo que es imposible para Washington tolerara movimientos insurreccionales en la región, y tiene a Arabia Saudita como su mejor gendarme.

Por eso mismo, en ninguna de las ricas monarquías petroleras del Golfo ningún refugiado sirio tendrá cabida; todas tienen mucho que cuidar y que perder, por eso en este juego solo siguen perdiendo los sirios.

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