Nuestro nombre

Resumen Latinoamericano/Marco Teruggi, desde Caracas – Crecí de junio. Desde la tarde en que me invitaron al puente, su vigilia, el cielo posado sobre los adoquines de Avellaneda. Tenía 22 años, tierra dejada atrás, a los costados, pedazos de derrotas como frazadas.

Recuerdo la primera frase que vi al llegar: el que no lucha por lo que quiere, no merece lo que desea. Escuché poetas, el sur de los Buenos Aires, antorchas avanzando sobre el silencio. Me convidaron libros, un lugar en la columna, la espera de la mañana rodeado de brasas y una generación fundándose paciente y obstinada.

Aprendí el olor a basura quemada en los barrios, los viajes en tren apretados de frío, las horas prestadas de la madrugada para vernos ante el obelisco, lejano, caído. Me hice, en el gran galope del nosotros, sin escarpar de sus correntadas que ahogan la luz.

No renuncié a la lluvia ni a las palabras temidas, dejé infancias perderse del otro lado del puente, sin saber si el puente todavía. Volví cada junio a buscar nuestro espejo sin adornos, los pájaros tropezados, los triunfos en una esquina mirándonos pensar, sucios, enteros.

Quizás sea pronto nuestra hora, la que de a poco nos una con borrachos, carpinteros, músicos y oficinistas, la que toque el sueño justo del poder, ese poder que será subsuelo, limpio, del hombre parado sobre el camino del hombre.

Nadie podrá decir la cobardía de la noche, y aunque solo se sostenga la ruina de la palabra que un día dijo, que la tristeza no sea unida nunca a nuestro nombre, la historia que pisamos no será arrastrada dócil y seca por nuestras calles.

En cuanto a mí, recriminado por mis ciudades primeras, mi salud y la poesía, espero que haya aprendido a desgranar las tormentas inútiles de mi nombre, a apostar todas las heridas posibles, a sostener la boca abierta para que el barro, la locura y quedar parado en la desfondada verdad de los que han intentado.

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