“Con una firma del gobierno se resuelve nuestra liberad”

Resumen Latinoamericano – Fernando Esteche y Raúl “Boli” Lescano, presos políticos, fueron condenados por una protesta tras el asesinato del maestro Carlos Fuenteabla en 2007. Resumen Latinoamericano concretó una visita al penal de Ezeiza, y junto a Marcha (www.marcha.org.ar) dialogó con Esteche sobre la rutina en la cárcel, la responsabilidad del gobierno y la relación con sus hijas, que lo visitan con frecuencia.

En Ezeiza, sur del conurbano bonaerense, se ubican cinco cárceles. Una de ellas, la Unidad 19, aloja a los dos militantes populares fundadores de la organización Quebracho. Fueron detenidos el 3 de diciembre de 2013, después de una multitudinaria conferencia de prensa en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de La Plata. Desde entonces cumplen una pena de tres años y ocho meses Esteche, y de tres años y seis meses el “Boli” Lescano.

Cuando se conoció el asesinato del maestro Carlos Fuentealba en abril de 2007, durante la represión a un piquete en la provincia de Neuquén, gobernada entonces por Jorge Sobisch -exponente de la derecha que además se candidateaba a la Presidencia de la Nación-, Quebracho organizó un “escrache” a un local partidario del gobernador de Neuquén, ubicado en la Capital Federal. La acción terminó con algunas roturas en las instalaciones y un desproporcional operativo policial para encarcelar a los manifestantes. Aunque Fernando Esteche no estaba en el lugar, fue enjuiciado junto a Lescano por ser dirigentes de la organización.

En un lugar apartado de los pabellones, y luego de pasar dos controles del Servicio Penitenciario Federal (SPF), quien nos recibe es Fernando. De la delegación participa Alberto Santillán, en representación de la organización que lleva el nombre de su hijo, el Frente Popular Darío Santillán (FPDS). Nos asignan un cuarto sobre una pequeña calle interna rodeada de verde, que en ocasiones los detenidos utilizan para alguna de sus actividades de lectura o para recibir visitas. Esteche y Lescano son presos políticos, y eso el gobierno parece asumirlo, porque dispuso condiciones de detención algo más relajadas de lo que padecen los presos comunes. Aunque “tampoco es tan relajado nuestro régimen de detención”, explicará Fernando durante la charla. Su compañero el “Boli” había sido trasladado el día anterior al Hospital de Ezeiza, tras una descompostura producto de una enfermedad que lo tiene a maltraer. “No se encuentra bien de salud –relata Fernando- y no quisimos que lo traten en la atención médica del penal, porque ahí están alojados algunos genocidas de la dictadura. Pero en el Hospital zonal tampoco lo están atendiendo bien”. Esteche comenta que desde la organización están viendo cómo presionar para que sea correctamente atendido. La decisión de no exponer al compañero a un posible cruce con militares condenados, tiene un antecedente. En una detención anterior, Esteche y Lescano se cruzaron con el represor Miguel Etchecolatz, a quien se investigó por la desaparición de Jorge Julio López, testigo fundamental de causas por delitos de lesa humanidad. En aquel entonces Etchecolatz recibió un golpe de puño de los militantes, lo que generó un revuelo y motivó traslados. “Después de eso quedé mal -cuenta Fernando-. Más allá de la indignación y la justeza de manifestar nuestro repudio a semejante genocida, Etchecolatz era un tipo viejo ya, no fue algo agradable”.

Tras los obsequios de rigor como un paquete de yerba, los diarios del día, facturas para el mate y un par de libros, comenzamos la charla.

-¿Cómo ven la situación de ustedes, desde el punto de vista judicial?

-Fernando Esteche (FE): Nosotros decimos que somos los presos posibles. Porque se dio un proceso de estigmatización, demonización, que termina legitimando o naturalizando que estemos presos. De Bertold Bretch en adelante hay doscientas metáforas para advertir: si fue posible que nos apresen a nosotros, pueden apresar a quien quieran de la militancia popular. El problema no es Quebracho, el problema para estos tipos es la resistencia al neoliberalismo, eso es lo que condenaron, por eso estamos ahora en cana.

Nuestra causa la llevó el fiscal (Miguel) Osorio, que debía investigar las responsabilidades políticas en la Masacre de Avellaneda. En aquella causa ni siquiera pudo identificar las líneas de teléfono que se usaron, pero con nosotros sí parece que pudo identificar la forma en que teledirigimos un escrache.

Por otro lado, la causa Fuentealba Dos que debe investigar las órdenes de la represión no va a ir a ningún lado. Sobisch ni siquiera declaró, ni tuvo una indagatoria. Esto tiene que ver con el sistema en general, no es el problema de un gobierno. El poder judicial está para proteger los bienes. En lo de Fuentealba los únicos presos con prisión efectiva son dos militantes populares, porque el policía que lo mató, (Darío) Poblete, anda por la calle comprando cigarrillos. Eso es una muestra de la justicia en Argentina.

Y los jueces que nos condenan, (Gerardo) Larrambebere, (Miguel Guillermo) Pons y (Guillermo) Gordo, vean sus antecedentes. Pons persiguió a Juan Gelman, puso preso a políticos populares como (Oscar) Bidegain y (Ricardo) Obregón Cano en los 70, a Norman Brisky. Gordo es Secretario de Familia en los tribunales de Lomas de Zamora, el juzgado que tiene mayor índice de registro de robo de identidad durante la dictadura. Todo el Circuito Camps blanqueaba ahí los bebés robados. Ese es el tipo que vigila que no tengamos condiciones dignas en nuestra detención. Lo más perverso es esa ritualidad judicial: esos tipos nos están juzgando a nosotros. En el caso mío, se me aplica lo que se conoce como derecho penal de autor o de enemigo: que te metan en cana por lo que sos y no por lo que hacés. Porque está súper demostrado, por testigos, por los mismos policías que declararon, que yo no estaba en el lugar. Y se supone que en el sistema penal argentino se juzgan hechos, no intenciones.

Las absoluciones a (Carlos) Menem, a (Fernado) De la Rúa, las hace el mismo jurado que nos condena a nosotros, el Tribunal Oral Federal 3, pero podría ser cualquier otro. La producción de justicia en Argentina es eso. ¿Quién duda que Menem y De la Rúa son culpables? Pero están en libertad mientras buscan con saña al responsable intelectual del escrache a un local, acción que se hizo para repudiar el asesinato de un maestro.

-Vos señalás al conjunto del sistema judicial. ¿Cuál es la responsabilidad del kirchnerismo?

-FE: El que opera la judicialización e inicia la causa es el gobierno nacional. La gestión de Aníbal Fernández es la que más persecución produjo. En esa época el kirchnerismo llegó a tener la mayor cantidad de presos por cuestiones políticas que todos los gobiernos democráticos. El kirchnerismo tiene exclusiva responsabilidad en que estemos presos, y aún hoy tiene las llaves de esto. Una firma resuelve nuestra libertad: indulto o conmutación de penas.

 

¿Indulto?

 

Los indultos presidenciales a presos por cuestiones políticas en nuestro país tienen antecedentes más o menos recientes. Después de la dictadura, se indultó a los jefes de la organización Montoneros y, años después, a los presos del Movimiento Todos por la Patria (MTP). Pero en ambos casos, esos indultos fueron acompañados por negociaciones que implicaron, al mismo tiempo, la liberación de comandantes de la dictadura militar y a los Carapintadas que habían intentado un golpe de Estado. Esteche y Lescano descartan un escenario similar:

-FE: Todos los indultos siempre fueron negociaciones. Nosotros no nos vamos a prestar a ninguna negociación que incluya a los tipos contra los que luchamos siempre. Si me dicen “vas a salir vos y Etchecolatz”, de ninguna manera me prestaría a eso. Sería como repetir la teoría de los dos demonios. Las opciones son un indulto o la conmutación de penas. Ambas posibilidades están en manos del gobierno.

-Ustedes ya tienen experiencia, han padecido cárcel por motivos políticos con anterioridad. Sabiendo cómo venía la mano esta vez, ¿no evaluaron la posibilidad de irse del país antes de ser detenidos?

-FE: Si debíamos acatar esta condena injusta o no, fue una discusión de mucho tiempo para nosotros. Nuestra organización no interviene en el plano de las decisiones personales, hay que saber conjugar el plano político con las decisiones de cada compañero. En ese sentido manejamos todas las posibilidades. Pero clandestinizarnos en cierto modo es clandestinizar a la organización. Y si somos militantes populares, ¿por qué deberíamos estar clandestinos? Cada militante popular es un capital de nuestro pueblo, no queremos privarnos de ese rol. Por eso preferimos asumir la cárcel como una trinchera más de militancia.

 

La rutina, los hijos, la solidaridad

 

-FE: Cada día nos levantamos temprano, leemos los diarios del día anterior con el “Boli” y discutimos, analizamos política. Después organizamos alguna caminata, o recibimos alguna visita. Con los compañeros es difícil, no dejan entrar a muchos a la vez, pero intentamos mantener una dinámica de debate.

-¿Tienen un régimen más flexible que si estuvieran en un pabellón común?

-FE: Tampoco es tan flexible. Recibimos el diario, a veces del día anterior, pero sólo con eso podemos aportar alguna mirada, algo elemental. Porque no tenemos acceso a otros medios. Tal vez en lo internacional podemos aportar alguna caracterización a partir de lecturas. Pero lo que son las cotidianidades, nos falta el roce social del día a día, ver a la cara de la gente en el tren. Yo sin eso no puedo hacer política. Fijate que tanto los diarios La Nación como Clarín publicaron que desde la cárcel convocamos marchas, organizamos, pero no es así. Son los compañeros los que ahora están al frente de la organización.

-Recibieron mucha solidaridad el día que los detuvieron.

-FE: Sí, un abanico muy grande de solidaridad, difícil de pensarlo para otras cuestiones políticas. (Dirigiéndose a Alberto Santillán). Fue muy buena la presencia de Alberto en la conferencia de prensa, antes de que nos detuvieran. Fueron importantes todas las presencias, pero las palabras de Alberto nos dieron fortaleza. Vos Alberto sos un símbolo: por la lucha, por la resistencia que encabezaste después de lo del puente Pueyrredón. Es parte de esa épica que se va construyendo, mística le dicen ustedes. Mi familia y yo vamos a estar siempre agradecidos.

-Alberto Santillán (AS): Lo mismo la carta que mandaste cuando inauguramos la estación de tren que ahora lleva el nombre de Darío y Maxi. También nosotros agradecimos eso, Fernando.

-Mencionaste a tu familia. ¿Cómo es, estando preso, la relación con tu compañera y con tus hijos?

-FE: Vienen los fines de semana. Mi mujer, Fernanda, con mis hijos. Juliana tiene 18 años, Rocío 17, Ema 9 años y Gaspar uno. A veces viene Fer con los más chiquitos, a veces la más grande, que ya es mayor. Es difícil, la ausencia que sentís querés ganarla en esas pocas horas, y siempre te quedás con ganas. La visita te da la noción de la ausencia, de la falta del día a día. Pero lamentablemente no es algo nuevo para nosotros. Cada vez que mi mujer estuvo embarazada, a mí me tocó estar en cana o clandestino. Las chicas grandes conocen hasta los pabellones más oscuros de la cárcel de Caseros. Y la clandestinidad: tener que hacer viajes de 3 horas medio en secreto para ver al padre. Conocieron eso y padecieron también el desprecio social. Yo soy de un sector de clase media platense, en el que ellas se manejan. Y puede pasar que las maestras les hagan algún comentario, incluso cuando tratan el tema de Fuentealba, hostil hacia la militancia del padre. Aunque esta vez fue distinto que otras. Por eso les decía, la presencia de Alberto, el apoyo que tuvimos, la causa en sí. Fijate que Fuenteabla tenía mi edad, y tenía una hija de la misma edad de mi hija. Ella tiene su propia reflexión sobre la situación, sobre el asesinato de Fuentealba y eso me tranquiliza. Rocío, la segunda, incluso participa en algunas actividades de derechos humanos, por ahí va a algunas marchas.

-¿No te hacen reclamos?

-FE: No, reclamos no. Sí puedo sentir si la chiquita está enojada. Es difícil porque son enojos jodidos, enojos con nadie, para ella comprender nuestra situación es la pérdida de la ingenuidad. La madre de ellas trabaja en el Estado, integra la Junta Interna del sindicato, y también le tocó ser detenida en una protesta gremial, así que las chicas saben. Pero reclamo no, yo nunca sentí un reclamo de mis hijas, tenemos una relación muy piola. Los hijos crecen sabiendo cómo es uno, les debe costar imaginarse otro papá.

La preocupación por la salud de su compañero, Raúl “Boli” Lescano, vuelve a la charla. De 64 años y amplia trayectoria militante, Lescano sabe de los padecimientos de la prisión. Antes de la existencia de Quebracho, sumó 11 años preso por su militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) contra las dos últimas dictaduras militares. Pero ahora lo aquejan otros padecimientos, los de una delicada enfermedad. La situación carcelaria lo desmejora, y ante esa realidad se reaviva la preocupación y la indignación por la injusticia que ambos padecen. Por último, Fernando hace una interpretación política que se parece más a una crítica, o un pedido. “La izquierda –reflexiona- debería comprender mejor nuestra situación. Vimos que se hicieron cortes y movilizaciones importantes por los condenados en Las Heras. Pero en esas movilizaciones faltó la mención de estos dos militantes presos”.

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