Cuba. La primera batalla de un Me Too tropical

Resumen Latinoamericano, 21 de octubre de 2022.

Por Laura Serguera Lio

El trovador cubano Fernando Bécquer fue declarado culpable de abuso lascivo y condenado por ello como conclusión de un proceso penal en que seis mujeres lo acusaron ante los tribunales por violencia sexual. A grandes rasgos, así podría resumirse el resultado de una cruzada legal, comunicativa y de sentidos que, durante cerca de un año, mantuvo en vilo a quienes se solidarizaron con las sobrevivientes de estos actos violentos, intentaron mantenerse al tanto del caso y clamaron por justicia. La historia –no podía ser de otra forma– es más complicada que ese resumen.

El 8 de diciembre de 2021, las redes sociales se hicieron eco de los testimonios de cinco mujeres que denunciaban haber sufrido abusos sexuales perpetrados por Bécquer con un modus operandi muy similar. La conmoción ocasionada por una imputación pública de este tipo –sin precedentes en Cuba– aumentó cuando, de inmediato, otras tantas se sumaron desde perfiles personales y medios de comunicación, refiriendo haber padecido la misma experiencia a lo largo de más de veinte años. De repente, la práctica de utilizar la religión para instar a víctimas –por lo general muy jóvenes– a realizar actos de naturaleza sexual contra su voluntad parecía muy frecuente en este hombre y, lo que es peor, era conocida por su círculo cercano.  

Menos de una semana después, la reconocida escritora Elaine Vilar Madruga se convertía en la primera denunciante ante la policía. Abría así un expediente penal del que supimos casi nada durante diez meses, hasta que este 19 de octubre se conoció el fallo del Tribunal Municipal de Centro Habana: cinco años de privación de libertad, subsidiada con limitación de libertad.

La privacidad como principio innegable de respeto a la dignidad humana y protección ante la interferencia de terceros en un proceso judicial si bien es derecho supremo para cualquier acusado, se contrapuso, en este caso, al acoso abierto y sistemático a las denunciantes o a quienes se solidarizaron con ellas.

También contrastaron las reiteradas apariciones de Fernando Bécquer en espacios públicos recreativos, debido a que nunca pesó sobre él ninguna medida cautelar que lo impidiera; y, finalmente, la noticia de su culpabilidad, sin aclaraciones sobre una sentencia que todo indica no incluirá internamiento, a pesar de ser por el tiempo máximo que pueden condenarse los abusos lascivos con agravantes.

La ausencia de antecedentes penales en el imputado y la gravedad atribuida a esta figura delictiva por el Código Penal vigente –que la sanciona con hasta dos años de privación de libertad–, frente a la reiteración del delito contra varias personas a lo largo del tiempo, podrían ser las explicaciones de la naturaleza de una condena que sabe a victoria… a medias.

Para muchos insuficiente, sobre todo tomando en cuenta que no se conocen los detalles respecto a la aplicación de esta pena, más allá del desenlace de la causa contra Fernando Bécquer, el caso y su resolución encienden alertas sobre la necesidad de un sistema judicial en el que se incorpore de forma eficiente la perspectiva de género, tanto de forma transversal como a través de la creación de órganos especializados, como sugirieran activistas y especialistas.

Por supuesto, no es un proceso cuyos resultados puedan apreciarse de inmediato, pero la implementación de políticas y medidas en este sentido resulta urgente, no solo por el avance que puede significar para la aplicación de formas de justicia restaurativas, sino también porque debe reducir la revictimización y garantizar el acompañamiento de profesionales con saberes y herramientas que les permitan comprender y guiar los procesos en su justa magnitud.

Aun así, el veredicto del juicio oral por abusos lascivos contra Fernando Bécquer marca un antes y después en lo referente a los delitos sexuales en Cuba. Desde el desmontaje de los prejuicios machistas que intentaron negar los abusos por no circunscribirse a determinadas prácticas ni haberlos mediado violencia física, hasta la bofetada a la presunción de impunidad –no de inocencia–, que tanto el acusado como otros hombres ostentaron –varios de ellos con proyección mediática–, ahorrándose negar los hechos para directamente justificarlos, esgrimiendo ofensas machistas contra las denunciantes y una supuesta campaña de agresión a la imagen del músico por razones políticas.

Desmontadas las calumnias, resarcida la verdad de tantas que se expusieron a disímiles formas de revictimización, establecido por un tribunal que la violencia de género de índole sexual no se limita solo a la penetración o la coacción explícita, ahora resulta oportuna también una mirada a la educación integral de la sexualidad que necesitan nuestras infancias y adolescencias para prevenir, enfrentar y erradicar este flagelo; a la capacitación en materia de género, más allá de los juzgados, también para oficiales de policía, personal de salud, docentes y todos los profesionales que deben atender a sobrevivientes de fenómenos de este tipo; a los espacios seguros y redes de apoyo cuya apertura y articulación con organizaciones y entidades de asesoría legal y sanitaria apremian; a la comunicación que instruya, oriente y combata prejuicios y estereotipos…

Hablar de victoria absoluta sería insensato cuando la inconformidad por la sentencia se ha hecho sentir, incluso entre las denunciantes. Negar el triunfo, injusto con la valentía de esas mujeres que obtuvieron mucho más que una vindicación personal: un logro para todas las que vivimos en nuestro país. Esta fue la primera batalla de un Me Too a la cubana. No sabría decir si la escaramuza concluyó este 19 de octubre, pues todas las partes involucradas —denunciantes, acusado, fiscalía— tienen derecho a apelar, tampoco cuál es la magnitud de la conquista, cuando definitivamente la meta no es un sistema punitivista con severas condenas, sino la eliminación de todas las formas de violencia hacia la mujer. No sé, tampoco, cuál será la próxima contienda de esta ofensiva, pero quiero pensar que, a pesar de las insatisfacciones, hoy vivimos en un país un poco más seguro que ayer.

Fuente: Bohemia

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