Argentina. #elabortoesley/ La vigilia en las calles, la ley del deseo

Por Laura Litvinoff, Resumen Latinoamericano, 30 de diciembre de 2020

Fotos: Daniela Cilli y Victoria Gesualdi 

En el Congreso, la marea verde puso el cuerpo durante más de doce horas de vigilia, optimismo y manija feminista. Las pibas cantaron, bailaron, aplaudieron y, en la madrugada, festejaron con un grito que condensa décadas de lucha: es ley. Laura Litvinoff recorrió las calles que fueron una fiesta y tejió en esta crónica urgente cinco historias que reflejan las vidas de millones.


A las tres de la tarde y con el sol pegando fuerte y de frente, las calles que rodean al Congreso se ven muy distintas a lo habitual: las avenidas están cortadas al tránsito, dos escenarios muy grandes dividen Rivadavia, y una gran cantidad de vallas negras en hilera separan al sector “celeste” de la marea verde feminista. 

Desde varias cuadras antes se escuchan los cantitos y los golpes de los bombos, que no paran de sonar en ningún momento. No hace falta aclarar de qué lado vienen.

En Callao, la voz de Miss Bolivia suena potente a través de los parlantes:

Dicen que desaparecí porque andaba sola por ahí

El femicidio se puso de moda

¡paren de matarnos! 

A un costado de la plaza, varios grupos de pibas bailan, corean la letra y se refrescan tirándose botellas de agua sobre sus cuerpos transpirados. Detrás de ellas, un pasacalles de la organización social La Poderosa dice: 

¡El feminismo villero y plurinacional grita por el aborto legal! 

Ayelén

Unos metros más adelante, en el medio de la plaza, camina Ayelén. Tiene 26 años, la piel trigueña y lleva a cuestas un tambor enorme que es casi más grande que ella. Sobre la cabeza, un sombrero negro con el pañuelo verde atado alrededor de la copa la protege del sol. 

De origen Diaguita y con parte de su familia Guaraní, Ayelén aprendió a no renegar de sus orígenes gracias al feminismo: 

—Siempre sentí que algo no cerraba en mí, porque en las grandes ciudades siempre somos ese rostro que molesta. Pero el feminismo me ayudó a entender que el problema no era mío: me discriminaban por mis orígenes. Cuando me di cuenta empecé a valorarme como soy, a entenderme y a abrazar mi identidad, que es la tarea más difícil que tenemos en nuestra comunidad. 

En la comunidad de Ayelén las mujeres siempre abortaron. Ellas lo practican con sus medicinas y conocimientos ancestrales. Esos que se transmiten de generación en generación. Su historia y la de sus abuelas la convencieron: “El aborto es uno de los derechos arrebatados por el colonialismo”.

Otro de los legados que Ayelén recibió de sus ancestros es la música. Sabe tocar varios instrumentos y también le gusta cantar. Aunque no tiene encima su caja musical, se anima con una coplita:

Banderita colorada

vámonos para la quebrada

que aquí no se goza nada

porque no hay canto ni caja.

Valeria

Siguiendo por Callao en dirección a Corrientes, avanzar se complica: la calle y las veredas están repletas de gente.

Las carpas blancas de las organizaciones sociales que acompañan la movilización se armaron temprano. Una de ellas lleva el símbolo del Ministerio de Desarrollo Social. Allí, dos señores con pecheras del Gobierno reparten alcohol en gel y ofrecen barbijos a quienes lo perdieron

Sobre las rejas de uno de los estacionamientos de Bartolomé Mitre cuelgan varios atrapasueños de distintos tamaños y de un solo color. Al lado, Valeria, 45 años, tiene puesta una remera verde que le hace juego con sus ojos. Es la artesana creadora de los atrapasueños. Para hacerlos, trabajó con agujas de tejer, aros de sauce y redes de hilos con plumas. “Los hice verdes porque es el color con el que hoy nos identificamos todes”, cuenta.

A las cinco de la tarde, Valeria está convencida de que la ley va a salir y que ese hecho histórico será “un paso más de un camino en el que estamos todes y que lo vamos a seguir haciendo al andar”.

—Estamos viviendo un sueño que tenemos desde hace mucho tiempo. Hoy, gracias a nuestra lucha, lo vamos a convertir en realidad.

Malena

Mientras atardece, en la esquina de Corrientes y Callao suena música electrónica en vivo. La vigilia levanta color, calor y movimiento.

Malena está sentada en el escalón de la fachada de una confitería junto a cinco amigas. Son alumnas del Colegio Nacional Buenos Aires y tienen entre 16 y 17 años. Ella terminó de cursar cuarto año, es Consejera de Convivencia del Centro de Estudiantes y milita en Hierba Mala, una agrupación estudiantil “de izquierda popular y feminismo interseccional”. 

Cuando en 2017 lxs estudiantes tomaron distintos colegios de Buenos Aires, Malena todavía era chica. Recuerda que le llamó la atención cómo sus compañerxs del Centro de Estudiantes se organizaban solidaria y comunitariamente para que lxs estudiantes de los primeros años pudieran seguir con la cursada más allá de la toma. Esa acción, dice, fue clave para que se involucrara en la política estudiantil. 

Algo parecido le pasó cuando se sumergió en el feminismo: al entender lo que significaba la lucha feminista se dio cuenta de que las cosas no pasan solamente por lo que a ella le importa, sino que también existen otras realidades con distintas necesidades y deseos. 

—No me pasa de ver todos los días el padecimiento de las mujeres de los barrios populares que, por ejemplo, tienen que abortar con lo que sea porque no quieren ser madres. Pero cuando me di cuenta de que esas cosas pasan a diario, me empecé a abrir y a escuchar otras realidades.

A Malena le indigna la forma en que algunas personas adultas tratan a lxs jóvenes. “Siempre nos subestiman, nos quieren callar porque saben que nosotres tenemos mucha fuerza y convicción, y eso a veces da miedo”. Así como desconfía de sus miradas, también sospecha de los perfiles de algunos políticos. Un sentimiento que comparte con muchxs de su generación: “Hay varios senadores varones cis, adultos mayores, que no dicen ni una palabra que pueda llegar a retumbar adentro nuestro”.

Ella y sus amigas creen que también es importante hablar sobre la ESI (Educación Sexual Integral). Consideran que tiene que implementarse de manera urgente en todos los colegios y en todas las universidades del país.

—No queremos una educación en donde se nos enseñe solamente sobre heterosexualidad y sobre cómo ponerle un forro a un desodorante. Queremos experimentar con nuestras vidas lo que tengamos ganas y tener la posibilidad de decidir libremente sobre nuestros cuerpos. 

Ro

Cuando cae la noche, en esta parte de Buenos Aires teñida de verde, empieza la vigilia.

Las calles y las avenidas son una fiesta llena de gente y barbijos. Las personas, en su mayoría mujeres pero también de otras identidades, en su mayoría jóvenes pero también de distintas edades, bailan al ritmo de la música, toman cerveza sentadxs sobre el suelo, o calman el hambre en alguno de los bares que, por esta vez, se mantienen abiertos durante toda la noche. 

Casi todxs respetan los cuidados del Covid-19, aunque por momentos hay quienes se sacan los barbijos y en algunos lugares la multitud hace casi imposible mantener la distancia adecuada.

Al lado de la carpa de Ni Una Menos está Ro Tirita, integrante del grupo de cumbia disidente y feminista queer “Sudor Marika”. Ro, 32 años y pelo cortito, lleva puesto un barbijo bordó sobre nariz y boca, y una remera amarilla que, con letras rojas, dice: “Aborto legal es vida”. 

Foto: Télam 

Mientras juega con un cigarrillo, Ro cuenta que desde hace un tiempo empezó a autopercibirse como una persona no-binarie, porque la idea de lo indefinido le resulta algo muy potente tanto política como existencialmente.

—Creo que estamos viviendo un momento en el que no hay una definición tan tajante sobre la identidad, sino más bien un proceso sobre el cuestionamiento de la propia existencia. 

El proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo también incluye a los cuerpos gestantes y, a Ro, esta inclusión le parece una gran decisión, porque el territorio de lo identitario muchas veces termina siendo un lugar muy hostil: “La vida es una construcción constante, y está bueno darse cuenta de que no estamos obligades a decir o a tener que definir siempre lo que somos o lo que queremos”. Y agrega sobre la ley: “también significa soberanía y autonomía, porque cuestiona una idea habitual sobre la propiedad de los cuerpos. Como sucede con el discurso amoroso, en donde el otro supuestamente nos pertenece. Eso también deberíamos animarnos a discutir”.

Marisol

A las tres de la mañana la gente comienza a acercarse a las pantallas. Algunas se animan a brindar y a festejar de antemano. Puro optimismo y manija feminista. Los nervios y la ansiedad hacen que el paso de los minutos se sienta más lento.

En medio de esa multitud está Marisol, una chilena de 55 años que vive en Argentina hace 30. Vino a la manifestación junto a sus nietas adolescentes. Mientras mira la pantalla, conmovida, explica cómo ella y su amigas vivieron su juventud: “No levantábamos la cabeza para contestar”. Ahora, se alegra por saber que los cambios generacionales vienen con transformaciones profundas en cuanto a los valores y los derechos de las mujeres y los cuerpos gestantes: 

—Hoy estamos haciendo historia, y eso se debe en gran medida a nuestras jóvenes, que son quienes se han puesto al frente de esta causa.

Marisol está convencida de que detrás del “aborto sí, aborto no” hay algo más profundo: la inclusión de la integridad de los derechos de las compañeras y compañeres. Dice que, a partir de la aprobación de la ley, “al fin vamos a poder dormir tranquilas”.

En las pantallas se anuncia que dentro de quince minutos lxs senadorxs van a votar. Marisol y sus dos nietas levantan los pañuelos y se unen al canto colectivo: 

¡Que sea ley! / ¡Que sea ley! / ¡Que sea ley! 

Unos minutos después de las cuatro de la madrugada, la multitud estalla en llantos, gritos, abrazos y emoción. Están lxs que aplauden, lxs que tocan las bocinas de los autos como cuando ganamos un mundial. Algunas pibas y pibis se sacan fotos delante de las paredes grafiteadas con las dos palabras mágicas que resumen décadas de lucha: “Es ley”. 

El canto que enciende tantas manifestaciones feministas suena en cada cuadra, ahora con un sentido distinto, el de saber que conquistamos un derecho:

Poder popular 

Luchar con la compañera le gusta a usted…

Y ahora que estamos juntas

Y ahora que sí nos ven

¡Abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer! 

¡Y arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer! 

Fuente: Revista Anfibia

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