Chile. El proceso constitucional es un acto de venganza de la oligarquía

Por Mathias Martínez González. Resumen Latinoamericano, 24 de julio de 2023.

El proceso constitucional en curso se ha desarrollado en tres momentos: Un “momento oligárquico”, un “momento anti intelectual”, y un “momento conservador- autoritario”. Estos tres momentos, claramente imbricados, pueden ser sintetizados en una gran idea: Venganza. Propongo concebir el presente, asumiendo que estamos enfrentando una venganza elitaria. Observemos brevemente cada uno de los momentos.

¡Salvemos el texto de consenso! gritan escandalizados los heraldos de la élite política en diversos paneles de opinión, después de conocer las más de mil enmiendas que ingresaron al Consejo Constitucional y que modificarían de forma sustantiva, en clave regresiva y autoritaria, el ante proyecto propuesto por la Comisión experta. 

Sin embargo, para quienes compartimos una comprensión plebeya de la democracia, la apertura de salida a la crisis no pasa por “salvar” el texto del consenso falaz, sino que, al contrario, en este momento, nuestro desafío consiste en desactivar y tensionar tres hitos claves del nuevo proceso constitucional, los cuales son los fundamentos originarios del mismo.

A mi entender el proceso constitucional en curso se ha desarrollado en tres momentos: Un “momento oligárquico”, un “momento anti intelectual”, y un “momento conservador- autoritario”. Estos tres momentos, claramente imbricados, pueden ser sintetizados en una gran idea: Venganza. Propongo concebir el presente, asumiendo que estamos enfrentando una venganza elitaria. Observemos brevemente cada uno de los momentos.

Momento oligárquico.

Una de las primeras reflexiones compartidas que realizó la élite política, de forma casi unánime, ya sea de oposición como oficialismo, conservadores y progresistas, fue indicar que la presencia de “cuerpos extraños” en la Convención Constitucional es uno de los factores claves para explicar el triunfo del rechazo. Indígenas, Movimientos Sociales e independientes varios, a su entender, fueron los principales responsables de la debacle. Aquella idea se expuso en una triple línea de argumentación: Por una parte, se aseveró que quienes ingresaron al órgano constituyente no tenían “los conocimientos técnicos idóneos para el debate constitucional” por otro lado, se indicó que esa gente fue la responsable de “sobregirar la Convención con propuestas radicales, excesivas y refundacionales”. Embriagados por una comprensión consensualista y elitaria de la democracia, que hoy mismo muestran sus graves fisuras, indicaron que la aparición en escena de esos nuevos sujetos “impidió la conversación política y el acuerdo”, con una derecha, que supuestamente tenía espíritu dialogante.

Bajo estas tres premisas, los partidos políticos con representación parlamentaria, que negociaron el nuevo acuerdo constitucional decidieron en el diseño, excluir del nuevo proceso a los indígenas y a los Movimientos Sociales, que se articularon en los escaños reservados y las famosas listas de independientes. En su remplazo, la colación del orden estableció la figura de los expertos, los cuales teóricamente resuelven los tres problemas anteriormente enunciados. Los expertos, al poseer un supuesto saber privilegiado, cuentan con la legitimación del sistema para proferir la verdadera palabra constitucional. La construcción mediática que realizaron de estos, los levantó a la categoría de sabios, realzando virtudes como la paciencia, la escucha y la tan enaltecida capacidad de cambiar de opinión. El marco para innovar, entonces, desapareció, toda vez que cada propuesta transformadora es situada, de inmediato, en el espectro del imbunche refundacional. Sobre seguro, los partidos políticos decidieron que la Comisión de expertos fuera compuesta de forma binominal, lo que fabrica y fuerza, artificiosamente el consenso.

El momento oligárquico está a la vista: Un proceso sin pueblo, pueblo, que como indica Miguel Mazzeo es algo distinto a la población, pues el pueblo, sobre todo, es una categoría dialéctica, que, en forma de bloque ético político, moviliza, no sin contradicciones, la utopía de los subalternos.

“Momento anti intelectual”

El espacio público, de forma posterior al triunfo de la opción rechazo, ha vivido un marcado momento intelectual. Cualquier interpelación, cuestionamiento o posición crítica es vista como “mero ideologismo” alejado de las “necesidades reales de la gente” o de “lo que el país necesita”.

Con sorprendente claridad, esta situación se evidenció a propósito de la discusión sobre el extenso paquete legislativo de seguridad. Allí, pese a que una cantidad considerable de expertos penalistas y criminólogos levantaron sendas alarmas sobre los riesgos y peligros de aprobar una legislación enmarcada en un populismo penal frenético, sus opiniones fueron algo menos que notas al margen, simplemente depreciadas de forma bastante homogénea por el Gobierno, el oficialismo y la oposición. Similar situación ocurrió con el trabajo de la Comisión de expertos. Los escasos críticos de este y quienes han levantado objeciones sobre sus conclusiones, como también sobre su ejercicio, han sido excluidos de la deliberación mediante dispositivos de neutralización: Se les ha identificado como “ultrones”, “resentidos”, “irresponsables”, “maximalistas” en fin…

Esa línea argumentativa, ha insistido en el elogio a un supuesto equilibrio que ha desarrollado el proceso, que se tensionaría por nada más que simples “egoístas” o “viudos del proceso anterior”. Analistas políticos de diversas fuerzas institucionales, indican que la propuesta constitucional emanada de la Comisión de expertos es profundamente equilibrada y que esa ecuanimidad es producto de un esfuerzo significativo que busca consolidar una “transversalidad” inédita en la historia constitucional chilena.

Queriendo asimilar el ejercicio, a lo mejor de las experiencias de cierres transicionales de los últimos años, expresan que la fortaleza del proceso-texto es que este logra ser adherido “desde la UDI al Partido Comunista”. Estas posiciones ensalzan la lógica de las concesiones recíprocas, exacerban la idea de que la grandeza consiste en “ceder para avanzar” Sugieren que si “nadie queda feliz todos ganamos”. En síntesis, clausuran lo propiamente político, que se funda en el conflicto y buscan negar el pensamiento que nace de la divergencia.

Vuelven a legitimar una comprensión del fenómeno de carácter consensual-elitaria, que en términos discursivos, asombra, por el parecido que tiene con los discursos movilizados en el ciclo político de los 30 años.

Este momento anti intelectual, donde la crítica sobra, puede encajar con la idea de “El cierre” que ha compartido hace unos días Rodrigo Karmy. “El cierre” implica convertir a Chile, en un país cerrado, exento de porosidad, sin filtraciones, unitario y totalmente cohesionado. Un país sin disidencia… En otros términos, “El cierre” es la imposición de muros que impiden otra mirada, perspectiva, en suma, que desecha cualquier posibilidad de disenso” (…)

Momento conservador-autoritario.

No hay “fraude constituyente”. Se equivoca en este punto la izquierda que dice ser verdadera. No hay fraude, pues los deseos de los vencedores han sido movilizados e instalados en el debate, con total transparencia, sin ocultamiento, sin opacidad. De forma clara y categórica la extrema derecha muestra sus cartas de presentación: A 50 años del golpe, buscan actualizar el proyecto constituyente de la tiranía.

¿Una que nos una? ¿La casa de todos? Ya nadie entiende que significaron esos eslóganes…

 El autodenominado “Profe Silva” retrocede, sin complejos: “Estas son nuestras ideas”…Se pregunta a viva voz, ¿Por qué siendo mayoría tenemos que llegar a acuerdos con la minoría?” Un paréntesis:¿Alguien recuerda en el proceso anterior el debate generado sobre la idea de mayorías circunstanciales? Al parecer, no…

La extrema derecha, quien controla el actual proceso, ha sido clara y determinada. O se avanza en constitucionalizar los pilares del neoliberalismo por vías democráticas, o fracasamos en el intento y nos quedamos con lo que hoy nos rige. Parece una apuesta de antemano ganadora.

Desinhibidos y envalentonados por dos triunfos electorales seguidos, vía enmiendas, proponen grosso modo, constitucionalizar el sistema de Isapres, el derecho preferente de los padres para elegir la educación de sus hijos, la creación de un capítulo especial para las fuerzas armadas (lo que varios analistas han identificado como una maniobra para darle una fuerza simbólica al nivel de cuarto poder del estado) y consagrar la propiedad, inexpropiabilidad y heredabilidad de los fondos de pensiones.

Sin embargo, esto no es lo único, pues entre las enmiendas se plantea establecer un rango inferior al de la Constitución para los Tratados Internacionales, eliminar la paridad de salida y, a lo menos, cuestionar, el aborto en tres causales. Como si fuera poco, una de las enmiendas propone otorgarles un perdonazo a criminales de lesa humanidad.

Venganza elitaria

Bajo este esquema, resulta sencillo observar como estos tres momentos, entrelazados unos con otros, constituyen una auténtica venganza elitaria, que tiene sobre todo un móvil disciplinador. En clave pedagógica, la oligarquía intenta marcar a fuego una señal en la imaginación popular. Indican con voz de mando: Subvertir, los roles sociales históricamente asignados, pensar, otro país posible, construir un nuevo pacto desde la multitud, no es posible.

Ante aquella maniobra vengativa, que progresivamente conduce a consolidar nuestra derrota, hoy, nuestra apuesta, es estar en contra…

Fuente: La voz de los que sobran

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