Cuba. Periodista absoluto e Intelectual sin ego: Así era Enrique Núñez Rodríguez

Por Arleen Rodríguez Derivet. Resumen Latinoamericano, 25 de mayo de 2023.

Entraba por la puerta de Juventud Rebelde con más sencillez que los alumnos de práctica. Y una sonrisa que jamás vi congelarse.

Traía sus textos escritos a máquina sobre cuartillas con alguna que otra tachadura que le daban certificado de originalidad. Allí estaba su letra, nada perfecta, para marcar lo que se fue o lo que se saltó el periodista.

Las fotos y las caricaturas, además de sonriente, lo muestran gordo y bajo, pero andaba con la soltura de quien sabe que siempre será bien recibido.

Se ha dicho tanto en estos días de Enrique que yo preferí traerles a mi Enrique Periodista, el ya cujeado y famosos Enrique Nuñez Rodríguez que yo conocía de lejos cuando venía a entregar sus crónicas de domingo al inolvidable Ricardo Sáenz, redactor en jefe de los mejores años del diario, gestor y promotor de las ideas que prestigiaron sus páginas, como aquella de darle una de las más importantes columnas a quien ya era una personalidad del periodismo, la radio y la televisión y estaba por ser mucho más de todo eso y también diputado y directivo de la UNEAC.

Me encantaba oírlo conversar con Ricardo, quien siempre estaba de prisa como buen dueño de los cierres vespertinos, pero con él se sentaba a repasar el texto del próximo domingo y a reírse como buenos amigos de los cuentos que traía.

¿Quién era yo? Una muy joven y desconocida ex corresponsal en Guantánamo, que se preparaba para asumir otras tareas. Pero me trató, desde el primer día, con el mismo respeto y cariño que compartía con su prestigioso colega. Hasta que ya no estuvo Ricardo, que pasó a Bohemia, y me tocó intentar seguirle los pasos y recibir y aprobar los textos de los columnistas, Enrique entre ellos.

Galante como era, me decía ojos bellos y yo sufría pensando que era su modo de decirme: “no eres más que eso”. Pero muy pronto se encargó de despejar las dudas: atendía cualquier recomendación que le hiciera como si yo fuera Ricardo y no la aspirante a serlo.

No digo que no discutiera las propuestas de quitar o poner. Era demasiado serio en su trabajo como para dejar que se lo modificaran sin defenderlo. Pero no se aferraba a lo escrito si yo le proponía algún cambio.

Censura no. No las aceptó nunca. Prefería llevarse el trabajo: “Ustedes son los editores y deciden qué se publica, pero esta es la verdad y no la quito”.

En realidad no recuerdo si alguna vez pasó que se lo llevara, porque tenía un modo de contar en el que la verdad más dura sonaba generosa. Sabía hablar y escribir, cortando sin herir.

En este centenario haríamos bien en publicar de nuevo la entrevista que le hiciera Luis Báez para su libro “Los que se quedaron”, saga de “Los que se fueron”.

Sí, Enrique, era de aquellos que algunos etiquetaron burgués, porque su descomunal trabajo para todos los medios le había garantizado un nivel de vida holgado antes de 1959.

Estuvo incluso entre las personas retenidas cuando Girón. Y en aquella entrevista le confesó a Luis que varias veces en los primeros años de la Revolución, creyó que Fidel estaba equivocado, hasta que comprendió que el equivocado era él. El título de la entrevista salió de aquellas dudas y se desplegó a dos páginas en un dominical que todavía recuerdo, porque era la primera vez que veía algo que sonaba medio iconoclasta en Juventud Rebelde.

Ya se conoce lo que pasó cuando le propusieron mudarse a los altos de la página tres del Domingo, cuando recesaron las colaboraciones del Gabo. Quiso seguir en los bajos y vaya si se leía.

Tanta modestia confundió a algunos mandos nuevos en la redacción que empezaron a pedirle que cambiara temas. Y lo hacía. Que alternara con otros. Y lo habría hecho gustoso. Pero la dirección y los lectores, lo querían a él.

En esos tiempos me tocó intermediar y sentí en lo más profundo, su digno modo de aceptar criterios, sin perder la sonrisa.

Jamás entregó tarde, jamás escribió líneas de más, jamás las mandó mediante un tercero, jamás rehuyó el análisis de sus textos, ni discutió un arreglo conveniente.

Traía los hábitos y la disciplina de la vieja escuela. Y con todas sus obras, sus guiones, sus libros, sus poemas, sus premios y reconocimientos, iba por el mundo como un sencillo hombre de pueblo. Cubanísimo periodista de múltiples talentos que se comportaba siempre como un aprendiz cuando ya era el Maestro.

Fuente: Cubadebate

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