Nación Mapuche. El canto final de Orkeke y Caballo Loco y el reencuentro de joyas sonoras del pueblo mapuche

Por Adrián Moyano* / Resumen Latinoamericano, 16 de abril de 2023

El canto final de Orkeke y Caballo Loco y el reencuentro de joyas sonoras del pueblo mapuche

A mediados de 1883 la Campaña al Desierto entró en su cuarto año. Hartos de las gambetas con que Sayweke, Inakayal, Foyel y sus gentes eludían a las tropas del Ejército, sus mandos decidieron atacar a la resistencia no sólo desde el norte, sino también desde el sur. Con ese cometido, se embarcó en Buenos Aires un pequeño contingente, que después de tocar Bahía Blanca, Carmen de Patagones y la Colonia Galesa, fondeó en Puerto Deseado. Desde allí, el plan consistía en “limpiar el territorio” de amenazas para “la paz y el progreso”, según la reconstrucción que hizo la historiadora Liliana Pérez.

Integró la expedición Nicanor Larraín, un viajero con cualidades de cronista que presenció un acontecimiento de dramática belleza. Una vez en el emplazamiento de la futura localidad santacruceña, un destacamento de 25 soldados se puso en marcha para rendir a una toldería que se encontraba a 15 leguas de distancia, es decir, unos 75 kilómetros.

Se trataba de “la tribu del cacique Orkeke”, famosa a su pesar, porque cronistas de la época la describieron minuciosamente. Del pueblo aonikenk, hombres y mujeres acostumbraban a comerciar entre la isla Pavón y la Colonia Galesa hacía décadas. Sus tratos con argentinos y chilenos siempre fueron más bien cordiales, pero para el ideario dominante constituían un “obstáculo”. La orden que tenían los militares era no dejar a “ningún indio en el territorio”, contextualizó la investigadora.

Siglos de libertad aonikenk llegaban a su fin. Larraín observó que desde las alturas circundantes se dirigió al emplazamiento argentino “una multitud de indios que venían a caballo o rezando en alta voz, de un modo particular por la monotonía de la música y extrañeza del lenguaje”. Eran apenas 17 varones y 37 mujeres. El cronista pareció conmoverse: “llamaron mi atención la uniformidad del traje; la resignación que todos manifestaban, el semblante de bondad en los varones, cierta altanería en las mujeres y, sobre todo, el canto monótono de la multitud que repetía: “Le queneque yaque de ya, le yu, le yu queleló”, canto triste que repitieron al despedirse de aquellas costas”.

Para Orkeke, la despedida fue para siempre. En el relato que legó George Musters puede leerse que la autoridad aonikenk no tenía ningún problema si había que dormir a la intemperie durante los extremos inviernos patagónicos, en las pausas de alguna cacería o durante sus increíbles periplos hacia Carmen de Patagones. Pero el 12 de septiembre de 1883 expiró en el Hospital Militar de Buenos Aires, dicen que de pulmonía. Las coberturas periodísticas afirman que durante los rituales fúnebres reinó el más absoluto de los silencios. Los cantos habían quedado en las estepas del extremo sur.

El grito del halcón

En 1877, la Argentina aún reconocía que más allá de la Zanja de Alsina, campeaban pueblos indígenas todavía libres. Muy pero muy lejos, otra gesta épica llegaba a su fin. El 6 de marzo de aquel año, un contingente de tropas estadounidenses recibió a Caballo Loco y su gente, quienes habían decidido la rendición semanas antes. El guerrero oglala (uno de los grupos lakota) nunca fue jefe de los suyos, entonces no tenía penacho de plumas para entregar a sus adversarios como símbolo de capitulación. Después de un primer encuentro, comenzó la marcha hacia el Fuerte Robinson (Nebraska). El vencedor de Custer en Little Big Horn la encabezó junto con los líderes de su pueblo. Tasunka Witko -su nombre en su lengua- lucía una legendaria pluma de halcón, todos iban en sus mejores ponis, portaban armas y llevaban sus pinturas de guerra. Detrás venían los guerreros, las mujeres, niños y niñas. Eran cientos: la columna se extendía por tres kilómetros, porque, además, arreaban 2.500 caballos.

La que sigue es la reconstrucción que hizo el historiador estadounidense Stephen Ambrose: “Cuando llegaron a la vista del Campamento Robinson, los jefes comenzaron a cantar. Los guerreros y luego las mujeres y los niños se les unieron, llenando el valle del río White con su canción. Miles de indios de las agencias se pusieron en fila en su ruta, y ellos también comenzaron a gritar y aclamar a Caballo Loco”. Tanto fervor hizo exclamar a un oficial estadounidense: “Por Dios, esta es una marcha triunfal, no una rendición”.

Pero era fin de la resistencia de los mal llamados sioux. A un kilómetro y medio de la fortificación, entregaron sus armas y caballos unos 250 guerreros. En total, 889 oglala. A diferencia de Orkeke, Tasunka Witko se negó con obstinación y jamás viajó hacia Washington. No tenía ningún interés en conocer al Gran Padre -el presidente estadounidense- ni tampoco intenciones de enredarse en intrigas con las autoridades de la reservación. También se negó a enrolarse como guía del Ejército en su campaña contra los nez percé: “sólo tengo mi tienda y mi voluntad. Hicieron que viniera aquí y pueden mantenerme aquí por la fuerza si así lo desean, pero no me pueden obligar a ir algún lugar al que yo me niegue”. El guerrero suponía que, en realidad, la ofensiva estadounidense se dirigiría contra Toro Sentado, que aún no se presentaba.

Siete meses después de su capitulación, Caballo Loco murió a bayonetazos y sablazos. Antes de expirar, alcanzó a decir: “déjenme ir, mis amigos. Ya me han lastimado bastante”. Cuando se atenuó la furia asesina de sus captores, “se hizo otra vez un silencio mortal, allá abajo, en la plaza de armas, junto al río White, mientras el sol se ponía sobre las lomas cercanas. Se escuchó el grito de un halcón, que volaba hacia su refugio”, describió Ambrose.

Restitución sonora

Silencio en las estepas del sur, silencio en las Colinas Negras. Más o menos al mismo tiempo, el pueblo mapuche también tuvo que silenciarse. En 2017, la cantora Anahí Mariluan se topó con un hallazgo fortuito en Sankt Augustin, una localidad cercana a Bonn (Alemania). Allí tiene una sede la Congregación del Verbo Divino, que vista desde aquí, tuvo como integrante más conspicuo a Martín Gusinde, el misionero que legó decenas de fotos del pueblo selknam en Tierra del Fuego. Pero el sacerdote no fue el único que anduvo por estas latitudes para misionar o para investigar gente diferente. Entre 1960 y 1970, su colega Ewald Bönning estuvo en la Araucanía, Junín de los Andes, El Maitén y Cushamen para ver si la noción mapuche de pillan tenía algo que ver con el cristianismo. Además de tomar nota, se valió de grabaciones. Junto al audio de las entrevistas, se encuentran en los archivos de la orden religiosa algunos cantos. Muy pocas personas sabían de la existencia de esos registros seis años atrás. Desde entonces, Anahí Mariluán procura que esas voces salgan de ese depósito inaccesible para la mayoría de la gente mapuche y que, además, los ül (canto) vuelvan a cantarse donde se grabaron con proyección hacia todo el Wallmapu. Llama al proceso restitución sonora.

El barrio El Frutillar queda en el Alto de Bariloche. Allí funciona Paico – Casa de Arte, como su nombre sugiere, una vivienda que se transformó en centro cultural-. En la segunda mitad de 2022 comenzaron a reunirse en su pequeño salón mujeres mapuches de diversas edades y procedencias con la sola meta de cantar ül de su cultura.

Algunas tienen trayectorias militantes y otras no, participaciones en kamarikün y no, familiaridad con la música y no. Las reúnen el mapudungun y las ansiar de vivir una experiencia que es como mínimo emotiva: volver a cantar donde el mandato fue el silencio. Es el silencio. Si bien puede tener bastante de terapéutica porque es sanadora, no estamos frente a un taller de cuidado personal. A comienzos de octubre, cuando el odio anti mapuche se materializó en la reclusión de una mujer embarazada en el Hospital Zonal, después del desalojo en Villa Mascardi, las que se reúnen en El Frutillar fueron a cantar para darle newen. El último 8 de Marzo también se hicieron notar en un lugar importante de la columna y el 24 otro tanto. Comienzan a llamarlas las kultruneras.

Las kultruneras, durante la marcha por el Día de Internacional de la Mujer Trabajadora.

Como parte del trabajo que se asignó a sí misma, Anahí Mariluan comenzó a compartir en YouTube breves entrevistas con mujeres que activan en diversos puntos del Wallmapu. Obviamente, no pregunta si el concepto de pillan encaja en los dogmas cristianos, inquiere sobre el ül.

Desde Wawel Ngiyeu (Ingeniero Jacobacci), en la primera entrega Agripina Nahuelcheo dice que “el ül tiene que ver con todo nuestro ser, con nuestra manera de sentir”. Desde Colan Conhue (Río Negro), en la segunda entrega Rosa Torres comparte que “mi abuela sabía algunos tayüles. Es un recuerdo que me queda allá, a lo lejos”.

140 años atrás, aonikenk y oglala cantaron para despedirse de su libertad y de sus territorios. El autor no conoce registros de manifestaciones similares entre las y los mapuche cuando llegó el momento de presentarse ante las tropas del Ejército, pero serían verosímiles.

Sí hay bastantes estudios sobre las políticas de silenciamiento que se abatieron sobre los sobrevivientes, una vez que se acallaron los Remington. Hoy y por diversas vías, la gente mapuche canta para reencontrarse con su libertad y para afirmarse en sus territorios. Por más ensordecedor que fuera aquel silencio, más ruido hace ahora, al caerse en pedazos.

*Periodista y escritor.

Notas

1. Para escribir este artículo consulté el libro “Keu-Kenk. Política indígena en la Patagonia 1865-1965” (Remitente Patagonia, 2015), de Liliana Pérez. También “Caballo Loco y Custer. Vidas paralelas de dos guerreros americanos” (Turner Publicaciones, 2004), de Stephen Ambrose.

2. Ante mi consulta, proporcionó la foto de Orkeke y su familia la doctora Ana Butto (Centro Austral de Investigaciones Científicas – CONICET). La imagen forma parte del Archivo de Fotografías Etnográficas de Tierra del Fuego-Patagonia (Asociación de Investigaciones Antropológicas).

FUENTE: El Extremo Sur de la Patagonia

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