Palestina. Una familia relata la horrible noche del pogromo de Huwara

Por Yuval Abraham, Resumen de Medio Oriente, 5 de marzo de 2023.

Cuando nació su primer hijo hace seis años, Uday Dumeidi y su esposa,
Ahlas, decidieron adoptar un gatito pelirrojo. Construyeron una casita
en una calle lateral de la ocupada ciudad cisjordana de Huwara [al sur
de Nablús], junto a un olivar. Llamaron a su hijo Taym, que proviene
de una de las palabras árabes que significan “amor”, y a su gata
Bousa, que significa “beso”. Así es como Dumeidi me contó la historia,
temblando, de pie junto a un charco de sangre negra.

La noche del pogromo llevado a cabo por los colonos de Huwara [del 26
al 27 de febrero de 2023], alguien mutiló al gato y lo dejó en el
patio de la familia Dumeidi, justo al lado de la habitación de
invitados, que quedó completamente calcinada. La noche después del
pogromo, Uday Dumeidi y yo conversamos frente a las paredes
ennegrecidas y la sangre que se había coagulado en el suelo. Una lata
vacía de comida para gatos, una almohada de colores donde había
dormido el gato y fragmentos de cristal ensuciaban el suelo. Uday
Dumeidi dijo que amaba a los animales desde niño, que sabía
comunicarse con ellos. “Son como un espejo de mis emociones”, me dijo.

Tras la violencia, el silencio acaparó la ciudad. Pocas personas se
atrevían a salir de sus casas. A primera hora del día, caminé por la
calle principal hacia la casa de Uday. Había soldados junto a tiendas
que habían cerrado, junto a coches quemados y sólo se permitía la
entrada de vehículos israelíes en la ciudad, cuya carretera principal
sirve de arteria central para los colonos que se desplazan por
Cisjordania de norte a sur.

Un coche aminoró la marcha cuando pasé. “¿Qué estás mirando?” oí
gritar a una voz desde el interior. Antes de que pudiera responder,
dos colonos israelíes saltaron del coche. Sólo cuando dije una palabra
en hebreo volvieron a subir al coche y se marcharon.

Según el ayuntamiento de Huwara, los colonos incendiaron al menos 10
casas. Según informes israelíes, 400 colonos participaron en el
pogromo, en venganza por el asesinato de Hillel y Yagel Yaniv, dos
hermanos que vivían en el cercano asentamiento de Har Bracha. Esta es
la historia de una de las familias que sobrevivieron al pogromo.

Afrontar lo que viene después

Todo empezó a las 6 de la tarde, cuenta Uday Dumeidi. Estaba
trabajando cuando le llamó su mujer. “Me dijo que estaban entrando en
casa. Oí gritos de fondo. Mis dos hijos gritaban por teléfono: ‘Papá
ven, papá ven'”.

Ahlas, la esposa de Dumeidi, dijo que encerró a sus dos hijos pequeños
en el baño. Vio a los atacantes a través de la ventana. Relató los
hechos sin detenerse. “Había decenas de colonos fuera, rodearon la
casa. Al principio rompieron todas las ventanas. Luego prendieron
fuego a trapos empapados en gasolina e intentaron incendiar la casa
desde las ventanas. Consiguieron prender fuego a una habitación. La
ventana del baño es muy pequeña, así que escondí allí a los niños.
Intentaron entrar por la puerta. En ese momento, no sé qué pasó, me
quedé petrificada. No podía moverme”. En algún momento del ataque, los
colonos también intentaron prender fuego a la bombona de gas del
patio, con la esperanza de que explotara. Afortunadamente, esto no ocurrió.

Ahlas abandonó Huwara el lunes por la mañana y regresó a casa de sus
padres en la ciudad de Salfit [en el centro de Cisjordania]. Se llevó
a sus dos hijos, Taym y Jood, que tiene cuatro años, después de que la
noche anterior fueran atendidos por inhalación de humo. Desde
entonces, han tenido problemas para dormir.

Varias familias de Huwara dijeron que habían trasladado temporalmente
a sus hijos a un lugar más seguro, la mayoría a casa de parientes en
ciudades más grandes como Nablus y Salfit. Huwara es una pequeña
ciudad de la Zona B de Cisjordania, lo que, según los Acuerdos de
Oslo, significa que la policía palestina no tiene autoridad en materia
de seguridad y no puede actuar sin coordinación con el Ejército
israelí. Por lo tanto, son los soldados israelíes quienes deben
proporcionar protección a los palestinos en estos lugares. Ha habido
suficientes testimonios y pruebas que demuestran que, en la práctica,
los soldados son una garantía para los ataques de los colonos. Así que
la población palestina se ven obligada a defenderse, a valerse por sí misma.

Conocí a Uday Dumeidi cuando estaba sentado solo en su casa entre
cristales rotos. Los miembros de su familia se unieron a él más tarde,
para protegerse colectivamente en caso de ser atacados de nuevo.

Aquella noche, Ahlas le llamó varias veces desde Salfit, preocupado
por su salud. Cada vez, Uday Dumeidi se disculpaba, miraba hacia otro
lado y hablaba en voz baja por teléfono. Le dijo que por el momento
estaba en paz. Que estaban preparados para lo que fuera a ocurrir. Le
preguntó si había comido, luego le preguntó qué había comido, y sus
ojos se llenaron de lágrimas de repente.

“Estás completamente sola”.

La noche del pogromo, Uday Dumeidi tardó una hora en llegar a su casa
debido a los controles del Ejército. “Estaba en la carretera principal
cerca de mi casa en el momento del ataque, pero los soldados no me
dejaron pasar”, dijo. “Me volví loco. Sólo sé un poco de hebreo. Mi
padre estaba conmigo y les gritó en hebreo: ¡Están quemando nuestra
casa, hay niños pequeños y mujeres dentro!, pero no nos dejaron pasar”.

Uday Dumeidi describió cómo sacó su teléfono para mostrar a los
soldados una foto de Jood, que utiliza como salvapantallas. “Pero no
tuvieron tiempo de verla, porque llamó mi mujer. Puse el altavoz para
que pudieran oírme. Sólo se oían gritos. Recuerdo que oí a alguien
[uno de los colonos] gritar en hebreo: Abre, zorra. Fue entonces
cuando uno de los soldados me dejó pasar”.

Varios otros testigos que resultaron heridos durante el pogromo
contaron historias idénticas. Inmediatamente después del ataque, el
Ejército impuso el toque de queda en Huwara. El tráfico hacia y dentro
de la ciudad fue acordonado por puestos de control. Hacia las 6 de la
tarde, cientos de colonos franquearon los puestos de control. Durante
al menos una hora, los atacantes prendieron fuego a casas dentro de la
ciudad, mientras los soldados permanecían en sus afueras, impidiendo
físicamente la entrada a los residentes.

Uday Dumeidi corrió a su casa. El aire estaba viciado por el fuego.
Los atacantes se habían dividido en grupos, según los residentes, y se
comportaban de forma relativamente organizada. Alrededor de la casa de
Uday Dumeidi había 30 personas, un pequeño número de ellas
enmascaradas. Algunos llevaban adoquines, cócteles molotov y barras de
metal. Otros iban armados con pistolas. Intentaron prender fuego a la
casa. Él se les acercó por la espalda.

“Pensé: ¿Cómo voy a entrar así en mi casa? Así que intenté hacerme
pasar por uno de ellos. Cogí unas piedras en las manos, me puse una
capucha y me puse a su lado. Funcionó. Grité a mi mujer desde la
ventana: Estoy aquí, estoy aquí”. Entonces se dieron cuenta de quién
era yo, es decir, el dueño de la casa. Empezaron a tirarme piedras. La
espalda de Dumeidi todavía tiene las marcas de las piedras. Cuando me
reuní con él, también cojeaba a causa de los golpes recibidos.

Cuando Uday Dumeidi se acercó a su casa, vio a su madre inconsciente
junto a la puerta de la casa contigua, donde vive con su abuela.
Inmediatamente cruzó el patio hasta la casa contigua, para encontrar a
su abuela en el salón.

“Tiene 87 años y padece una enfermedad neurológica. Estaba tumbada en
el suelo del salón, temblando, y le salía algo de la boca, como
espuma. Tenía los ojos abiertos, pero no se le veían las pupilas. No
hablaba. No sé cómo describir lo que sentí. ¿Adónde tenemos ir [para
ayudar] a mi madre, a mi abuela, a los niños? Mientras cuido a mi
madre, veo a los colonos rompiéndo todo desde fuera. Estás
completamente solo y tienes que protegerte”.

Un mecanismo bien perfeccionado

Dos testigos presenciales palestinos afirmaron que, mientras tanto,
varios soldados israelíes permanecían junto a los colonos. “Se
limitaban a mirar”, confirmó Udy Dumeidi.

En un momento dado, cuando otros familiares y vecinos llegaron a la
casa, los palestinos empezaron a arrojar piedras, tazas y otros
utensilios de cocina a los colonos. Los soldados empezaron entonces a
empujar a los colonos hacia atrás mientras disparaban granadas de gas
lacrimógeno a los palestinos, antes de que uno de los soldados abriera
fuego contra los residentes. Según testigos y el dispensario local de
Huwara, cuatro palestinos resultaron heridos de bala mientras
defendían su casa familiar; tres recibieron disparos en la pierna y
uno en el brazo.

Se trata de un modelo bien ensayado que se repite en ataques similares
en toda Cisjordania. Un grupo de colonos israelíes invade un pueblo y
cuando los habitantes les lanzan piedras los soldados disparan contra
los palestinos para proteger a los israelíes atacantes. De este modo,
el ataque se prolonga y a veces resulta mortal.

Desde 2021, el fuego del Ejército ha matado al menos a cuatro
palestinos en pueblos del norte de Cisjordania en ataques probados de
colonos enmascarados: Muhammad Hassan, de 21 años, en Qusra; Nidal
Safdi, de 25 años, en Urif; Hussam Asaira, de 18 años, de Asira
al-Qabilyia; y Oud Harev, de 27 años, en Ashaka. No sería de extrañar
que Sameh Aqtesh, muerto durante los actos violentos del domingo por
la noche en Huwara, falleciera en circunstancias similares, aunque los
detalles exactos de su muerte aún no se han aclarado del todo.

Los vecinos que acudieron en ayuda de Uday Dumeidi consiguieron
finalmente repeler a los atacantes. Los colonos quemaron una
habitación y robaron relojes, un televisor y un ordenador portátil.
“Se lo llevaron todo, y el último que salió quemó la habitación”.
Cuando la familia salió, encontró a su gato, Bousa, mutilado.

¿No es una pena morir así?

Ya entrada la noche, mientras caminaba hacia mi coche para regresar a
Jerusalén, oí silbidos procedentes de uno de los tejados. Un grupo de
10 hombres palestinos estaban en el tejado de una casa en la que
habían destrozado todas las ventanas y me hacían señas para que
tuviera cuidado. Me dijeron que caminara despacio en su dirección
porque habían visto desde el tejado que los colonos acababan de entrar
de nuevo en el pueblo. Alguien bajó, abrió una puerta cerrada con
candado y me llevó arriba. Me ofrecieron esperar con ellos hasta que
pasara el tumulto y me dijeron que esperaban que no quemaran mi coche,
que estaba aparcado en la carretera principal.

En el techo vi dos contenedores llenos de piedras y algunas hondas. El
grupo explicó que durante el pogromo nadie pudo llegar a tiempo para
proteger sus casas, lo que explica por qué los colonos pudieron hacer
tanto daño. Unos 15 familiares y vecinos viajaron durante una hora por
carreteras sinuosas desde Nablus para sortear los controles del
ejército y llegar a Huara. Es importante estar aquí juntos como una
familia por si pasa algo, me dijeron.

Estaba oscuro. Alguien me ofreció un abrigo. Los tejados que nos
rodeaban también estaban ocupados por familias que observaban.
Esperando. Abajo, en la tranquila calle principal, brillaban luces
blancas. Arriba había una alta montaña, con una estructura redonda
encima y, en su cima, una fina franja de luz. Son las casas del
asentamiento de Yitzhak. De repente parpadeó un teléfono. Alguien
recibió un mensaje. “Ha habido un atentado en Jericó, hay víctimas”.
Otra persona me preguntó si era cierto que había manifestaciones en
Israel contra el pogromo.

Al enterarse de que yo era judío, el hombre de más edad del grupo se
acercó a mí y me dijo en un hebreo fluido: “¿Qué sentido tiene? Toda
esta gente muriendo, en nuestro bando y en el vuestro. ¿No es una
vergüenza morir así, por una tierra? Nuestro destino es vivir aquí
juntos”. Dijo que había trabajado toda su vida en Israel, que había
participado en grupos de diálogo y que era necesaria una paz real, con
igualdad y respeto para su pueblo, que vive como súbdito de segunda
clase controlado por el Ejército, con tarjetas de identidad verdes”
[expedidas por el poder policial israelí].

Un joven que estaba a su lado sonrió. Luego me dijo en árabe: “Mira,
mira”, mientras cogía una piedra, la colocaba en la honda y la
lanzaba. La piedra se estrelló contra las paredes de un tejado. Me
ofreció un cigarrillo. Intenté romper el hielo diciendo que parecía
que pronto habría una guerra. “Me gustaría”, contestó despreocupado.

Resultó que teníamos exactamente la misma edad. Pero nunca ha salido
de Cisjordania. Nunca ha visto el mar ni ha visitado Jerusalén. Su
padre fue encarcelado durante la segunda Intifada [de septiembre de
2000 a 2004/2005] y desde entonces toda la familia está en la lista
negra del Shin Bet, lo que significa que no pueden obtener permisos y
los soldados les paran de vez en cuando en los puestos de control.
Apenas sabía hebreo. Como todos los jóvenes que esperaban allí,
vigilantes en el tejado, forma parte de una generación nacida en el
régimen de los diferentes permisos concedidos por Israel y a la sombra
del muro de separación.

Hablamos durante una hora sobre la violencia. Dijo que había aumentado
desde la elección del nuevo gobierno, pero que siempre había estado
ahí. Habló de su frustración con la Autoridad Palestina, que “hace
todo lo que Israel le pide” y no hace más que mantener la ocupación; y
de cómo espera que algo cambie ya -aunque sea una guerra- a ver si hay
un cambio. Me habló de un amigo suyo al que unos soldados dispararon
por tirar piedras. Desde entonces, siente una rabia que no puede
quitarse de encima.

Debajo de nosotros, un grupo de colonos con banderas israelíes intentó
entrar de nuevo en Huwara. Esta vez los soldados se lo impidieron. En
este tejado, al menos, la noche transcurrió tranquila. (Artículo
publicado en el sitio web israelí +972, el 2/03/; traducción al
francés de A l’Encontre)

Yuval Abraham es periodista y activista y vive en Jerusalén. Una
versión de este artículo se publicó por primera vez en Local Call en hebreo.

Traducción: viento sur
Fuente: https://vientosur.info/

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