Argentina. Memoria del 17 de Octubre de 1945: Día de la Lealtad, o de cómo el Hombre dejó de estar solo y esperar

Por Mariano Juárez, Resumen Latinoamericano, 16 de octubre de 2022.

17 de Octubre | Día de la Lealtad <br><i>O de cómo el Hombre dejó de estar solo y esperar</i>

“Era el subsuelo de la patria sublevada. Era el cimiento básico de la nación que asomaba como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años estaba allí presente, corpóreo, tenso. Eran los hombres que están solos y esperan, que iniciaban sus tareas de reivindicación.” Raúl Scalabrini Ortiz

Apenas despuntaba la década del 30, con todo lo bueno y lo malo que trajo aparejado, cuando un preocupado Scalabrini Ortiz se preguntaba por la soledad del hombre que transitaba las calles de Buenos Aires y del país. El, por entonces, joven pensador se cuestionaba por la soledad de un hombre imaginario, parado en la Esquina de Corrientes y Esmeralda, formado como sujeto en el cruce de dos siglos. Uno, el XIX, que se negaba a terminar, lleno de gauchos e inmigrantes, con una población de multitudes informes que no poseen ni siquiera un lenguaje común, mucho menos memorias ni tradiciones. Se extendió, para quien escribe estas líneas, hasta algún momento entre 1912 y 1916. El otro es el siglo XX, que trajo consigo al Estado Moderno y, con él, a la escuela pública, con el objetivo de unificar las masas de inmigrantes, de hijos de gauchos, de indios y demás; de darles lenguajes y creencias comunes, mitos creadores y próceres. El problema, es que ése siglo empezó allá por 1880, con la conformación del Estado Nacional. Por eso Scalabrini habla de lo que habla, porque pertenece a una generación formada en la frontera donde conviven dos países y que, por ende, no siente pertenencia a los sujetos colectivos que, hasta ese momento, han engendrado uno y otro. Es una especie de nueva raza, tironeada entre mundos que no le son propios, que no sienten propios.


La desilusión de Scalabrini es profundamente política, porque el Hombre de Corrientes Esmeralda pertenece a la generación que ve truncada su esperanza de tornarse sujeto colectivo con el triunfo de Yrigoyen, que se siente traicionado por el giro del radicalismo hacia políticas conservadoras.


La década que tiene por delante no depara cosas mucho mejores, aunque sí cambios elocuentes. Sin bien la acuciante situación económica post crack del 29, se corrige rápidamente gracias a los ingresos –pobres, pero ingresos al fin – generados por el pacto Roca – Runciman (que fueron casi directamente a la construcción del modelo de industrialización por sustitución de importaciones), en términos sociales y políticos la cosa se movía, y mucho. La década estuvo marcada por una democracia fingida, que tuvo como objetivo mantener a los escasos sectores yrigoyenistas que permanecían en el radicalismo, alejados del poder. El fraude fue la gran vedette del momento.


El yrigoyenismo, mientras tanto, no se quedaba quieto. Sabbatini, que venía del sector intransigente de Córdoba, ve crecer su figura a pasos agigantados, como ejemplo de resistencia al colaboracionismo al que está siendo arrastrado el partido. Del mismo modo, un grupo de jóvenes radicales, identificados con las viejas boinas blancas, funda la Fuerza de Orientación Radical para una Joven Argentina –FORJA-, que se convertirá, con el tiempo, en un faro de la intelectualidad nacional. Bajo ese sello, se articularán figuras como Homero Manzi, Arturo Jauretche, López Francés, y, más tarde, Juan José Hernández Arregui. Además, cercano a ellos, se encontraba el mismo Scalabrini Ortiz.


Al mismo tiempo, el sindicalismo atraviesa un proceso de crecimiento cualitativo y cuantitativo. El proceso de industrialización trae aparejado un fuerte movimiento de migración interna hacia los centros urbanos. Es en ésta época cuando se conforma el conurbano bonaerense como lo conocemos hoy. Se comienza a consolidar un movimiento obrero fuerte, y organizado en torno al proletariado industrial. Surge la CGT en 1931, aunque se consolida formalmente en 1936. Ese, sin embargo, no es ni de cerca el cambio principal que atraviesa el movimiento obrero argentino. Es en ésta década donde surge el concepto de sindicatos unitarios, por rama, y a nivel nacional. Lo cual implica romper las barreras sectoriales de representación, para empezar a pensar modelos nacionales. Esta mirada es clave en el cambio de concepción política de los gremios, que se convierten en estructuras que tiene la necesidad de pensar lo nacional. Este surgimiento de la preocupación por lo nacional, es un rasgo de época que encarna, en cierto sentido, una unidad conceptual que atraviesa el momento histórico. FORJA, el revisionismo histórico, los institutos de historia, este giro del sindicalismo, las innumerables publicaciones sobre la argentinidad, son todos engranajes de un proceso que tiende a pensar una identidad nacional, en momentos en que el país abandona lentamente la relación comercial con Gran Bretaña y comienza a aliarse a los Estados Unidos y su concepción ligada al Panamericanismo. El fin de un esquema productivo (el agroexportador) y de un modelo de país (el de la generación del ’80) provoca temores e inestabilidad. Es una década atravesada por la pregunta ¿Quiénes somos? Y, en ese marco, el temor al imperialismo yanqui es una característica de la época, que marca la argentinidad hasta nuestros días–en cierta forma-.


A nivel cultural, el tango sigue con un proceso iniciado en los ‘20, constituyendo un sistema moral con valores muy marcados. La desconfianza hacia el patrón, el barrio como espacio seguro y de resistencia, la lealtad a los amigos, la potencia de la amistad, el amor a la vieja, la desconfianza a los de afuera. Es un sistema moral que se encarna como espacio de valores que, pocos años después, tomarían forma política.


En esta mistura, comienzan a verse sectores del ejército descontentos con el “Fraude patriótico” y con la cercanía del gobierno con los Estados Unidos. Encolumnados en el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), pretenden construir un camino que incluya a los sectores de los trabajadores, por un lado, y mantener la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, por considerarla un conflicto de intereses foráneos y ajenos a la Argentina, por el otro. En 1943 deciden hacer un golpe de Estado al entonces presidente fraudulento Ramón Castillo.


Entre los oficiales que integran este grupo, se encuentra un joven Juan Domingo Perón, que durante la primera etapa del GOU trabaja en la construcción de políticas sociales y en la articulación con los gremios. Durante la presidencia de Ramírez, es nombrado al frente del Departamento Nacional del Trabajo. Desde este departamento, Perón fue haciendo crecer su base social, a partir del apoyo de los sectores sindicales y cierta popularidad entre los sectores humildes.


Esta notoriedad no es bien vista por ciertas fracciones con mucha llegada al presidente, que intenta destituir a Farrell (Ministro de Guerra) y a Perón; lo que desencadena un nuevo golpe interno a través del cual Farrell termina como Presidente.


Pese a la creciente oposición que suscitaba entre los altos mandos, Perón es nombrado Ministro de Guerra. Si bien es cierto que la mayor parte de los sectores que conducían el GOU pretendían seguir con el proceso iniciado por ellos, no es menos ciertos que el número de integrantes que, como Perón, pensaban que debían caminar hacia el restablecimiento del sistema democrático era cada vez mayor.


En 1944, con el apoyo fundamental de los sindicatos, del ejército y de la marina, Perón accede a la vicepresidencia. Durante todo este tiempo, Perón tomó medidas en pos de mejorar la situación de la masa trabajadora, como el aumento creciente de los salarios, las mejoras de las condiciones laborales, unificar el sistema de previsión social, la creación de los Tribunales del Trabajo, entre otros.


Es evidente que, en un GOU integrado en gran parte por sectores conservadores, el crecimiento de un dirigente cuyo apoyo principal viene de los sindicatos no podía caer en gracia. En octubre del ‘45 esto se pone de manifiesto, cuando el general Eduardo Ávalos (Jefe de la Guarnición de Campo de Mayo) encabeza un movimiento que exige la renuncia de Perón a todos sus cargos (Vicepresidente, Ministro de Guerra y Secretario de Trabajo) y la obtiene. Perón, sin embargo, consigue la autorización para despedirse de los cargos con un discurso, que es pronunciado el 10 de octubre desde los balcones de la Secretaría de Trabajo, en el que lanza un programa futuro de mejoras laborales de avanzada para la época.


Mientras tanto, la capacidad del gobierno disminuye notablemente, y la presión para entregar el poder a la Corte Suprema es cada vez mayor. Farrell cambia prácticamente a todo el gabinete y Ávalos señala a Perón como uno de los principales agitadores de la crisis. Se ordena la detención de Perón el 12 de octubre.


El caldo de cultivo estaba listo, sin embargo, los conservadores, sedientos de poder y acostumbrados a hacer los que les venga en gana, entienden que no basta con haber encarcelado a la figura que había negociado con los sindicatos mejoras para el movimiento obrero, deciden darles una última lección a los sectores populares; dice Félix Luna “los obreros se encontraron con que el salario del feriado 12 de octubre no se pagaba, a pesar del decreto firmado días antes por Perón. Panaderos y textiles fueron los más afectados por la reacción patronal. -¡Vayan a reclamarle a Perón!- era la sarcástica respuesta.” No fue una decisión inteligente.


Lo que los conservadores no tuvieron en cuenta era el sentimiento del Hombre de Corrientes y Esmeralda del que había hablado Scalabrini Ortiz, no pensaron que quizás se hubiera cansado de esperar. La CGT llamó a paro para el 18 de octubre, exigiendo la libertad de los presos políticos, aunque sin mencionar a Perón.


El 17 fue un miércoles, y hacía mucho calor, con un cielo limpio y soleado. La cosa empezó temprano, y sin que nadie tuviera claro qué sucedía. Al fin y al cabo, cuando la historia se escribe, sus protagonistas casi nunca son conscientes. La manifestación comenzó desde los barrios de Barracas, La Boca y Parque Patricios. Con el correr de la mañana se sumaron los barrios populares del oeste de la Capital Federal y los del conurbano. En un intento de contener las masas que entraban a la Ciudad, la policía levantó los puentes sobre el Riachuelo. No sirvió de mucho, en botes, barquitos y hasta nadando, los trabajadores cruzaban igual. Para mediado el día, la Ciudad estaba tomada. Los barrios acomodados veían pasmados a las murgas morochas tomar el bastión de las clases dominantes. Era millares, mares de cabecitas negras cantando, y caminando al son de los bombos y tambores. Los sectores pudientes, los poderosos de siempre, bramaban pidiendo que el Ejército reprimiera (como ven, los de ahora no son nada creativos), pero el Presidente se declaró prescindente y Ávalos, en un acto de lucidez, se negó a movilizar las tropas de Campo de Mayo. El reclamo era simple, liberen a Perón. Las masas caminaban y, en cada paso, eran más homogéneas, caminaban los tangueros y hablaban de lealtad, caminaban los radicales y recordaban a Yrigoyen, caminaban los forjistas mientras planeaban las futuras batallas con los intelectuales conservadores, caminaban los obreros reclamando derechos; y en cada paso se unían más y más; hasta convertirse en uno solo.


Ávalos se reunió con Perón y el acuerdo fue simple: Perón tranquilizaría a las masas y les pediría que vuelvan a sus casas y, a cambio, él quedaría libre y el gobierno en pleno renunciaría.


Exactamente a las once y diez de la noche, Perón habló a la multitud desde la casa de gobierno, les dijo que seguiría defendiendo los intereses de la clase trabajadora toda su vida, les contó que había pedido el retiro y les pidió que cumplieran con el paro convocado para el día siguiente.


La suerte estaba echada, el hombre ya no estaba solo, se fundía en un sujeto colectivo: el pueblo; y se había cansado de esperar su momento, estaba listo para defender sus intereses y colocar a Perón a la cabeza del movimiento político. Ese día de calor, mientras metía las patas en la fuente, nacía un nuevo sujeto político: el peronismo. Un nombre caprichoso, como cualquier otro, que el pueblo adoptó para identificarse, para convertirse en la pesadilla de los poderosos que tantas veces lo habían puesto de rodillas. Porque el hombre ese día supo que ya no quería estar sólo y parado en una esquina, quería estar con sus compañeros y en la calle, peleando para defender sus derechos.

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