Argentina. Alicia Eguren, una vida en revolución | Entrevista a Miguel Mazzeo

Por Antonella Álvarez y Hernán Ouviña, Resumen Latinoamericano, 28 de agosto de 2022.

Foto: Alicia Eguren y su compañero de vida y de lucha, el “Gordo” Cooke.

Acaba de publicarse Alicia en el país, la primera biografía de Alicia Eguren, escrita por Miguel Mazzeo y editada por Colihue. El autor (ensayista, historiador y militante popular) realiza en el libro un recorrido por la vida y obra de Alicia, recuperando una enorme cantidad de textos literarios y políticos, cartas, testimonios y acontecimientos que nos permiten acercarnos de una manera profunda y a la vez sensible a una vida en revolución permanente.

Pero, ¿quién es Alicia Eguren? Militante peronista, revolucionaria socialista, poeta, filósofa, docente, guerrillera internacionalista, intelectual orgánica y periodista, compañera de John William Cooke. Detenida desaparecida el 26 de enero de 1977 y arrojada al mar o al río en los vuelos de la muerte. Este año también se publicarán sus obras completas. Dialogamos con Miguel Mazzeo sobre por qué recuperar a Alicia, qué nos aporta en estos tiempos y cómo es conocer a una mujer de tamaña importancia histórica a través de sus cartas y de quienes la amaron e impulsaron un proyecto colectivo de liberación.

-¿Por qué volver a Alicia en estos tiempos?

Porque es urgente la recuperación de un imaginario fundante como elemento esencial de lo político. Porque es imperioso refundar un proyecto emancipador: anticapitalista, anticolonial, antiimperialista y antipatriarcal. La figura de Alicia se relaciona con ese tipo de imaginario y con las praxis que abonaron un proyecto de esa índole. Un proyecto revolucionario, claro. No encuentro otra palabra de reemplazo.

Ahora bien, sin futuro no hay pasado. La memoria remite al imaginario fundante y al proyecto pero se redefine en torno a ellos. Con esto quiero decir, básicamente, que la rehabilitación histórica de Alicia solo podrá ser plena en el marco de la recuperación de un imaginario fundante y de la refundación de un proyecto emancipador.

Si ese imaginario y ese proyecto eran visualizados -y vivenciados- como necesarios hace 50 años, en el marco de una sociedad que era mucho menos desigual que la actual, con Estados benefactores, casi sin hambre y sin desempleo, con mercados regulados y capitalismo piadoso y con proliferación de hendiduras generadas por un mundo bipolar; hoy se trata de una cuestión urgente. Pero la diferencia más importante es que, hace 50 años, ese imaginario fundante formaba parte del sentido común de la política popular y ese proyecto se concebía como posible, realizable. Hoy no. Esa diferencia es terrible y nos interpela de modo directo. El capital redujo a sí mismo la –casi- totalidad del universo. La entropía burguesa se torna abrumadora. Y es perversa. Porque mientras destruye la vida y socava las relaciones humanas, cierra las puertas a la agencia histórica, disgrega y paraliza a los sujetos potencialmente capaces de construir una alternativa. 

Hace 50 años Alicia confiaba en la capacidad de los seres humanos para cambiar el mundo y la vida. Planteaba la inviabilidad de un capitalismo nacional y el carácter falso de la unidad entre clases antagónicas. Sin embargo hoy, pocas y pocos, confían en esa capacidad transformadora, mientras que la ilusión del capital reformado (y de la “unidad nacional”) persiste y hasta aparece idealizada y revestida de progresismo. El retroceso ha sido enorme, en todos los planos.  

Volver a Alicia en estos tiempos, en primera instancia, nos plantea la necesidad de desarrollar las praxis que contrarresten los efectos de varios procesos a los que fue sometida nuestra sociedad a partir de la última dictadura militar y del terrorismo de Estado y de mercado: la derrota a sangre y fuego del proyecto revolucionario de las décadas de 1960 y 1970, el arraigo social del neoliberalismo, el avance imparable de la ley del valor…

La recuperación de una figura como la de Alicia puede pensarse como una forma -una de tantas- de descolonizar los imaginarios populares.              

Finalmente, Alicia es la cifra de las disputas contra el sistema y no en los marcos del sistema. Frente a quienes limitan la política a la elección de concejales, intendentes, diputados, senadores, etc., la voz de Alicia, desde el pasado, nos propone elegir nuestras vidas. 

Alicia es parte de las múltiples “mujeres de” que fueron invisibilizadas/ninguneadas por la propia historia ¿por qué crees que pasaron tantos años para que se publiquen sus obras completas y la primera biografía, aunque se hayan difundido ciertos aportes con anterioridad?

Por varios motivos. Porque el lenguaje es machista, porque la historiografía, hasta hace muy poco, estuvo absolutamente dominada por semánticas androcéntricas degradantes de las mujeres (también por imágenes heterosexistas). Sin dudas, si se parte de una semántica androcéntrica, el rasgo más notorio de Alicia fue el de haber sido la compañera de John William Cooke, la colaborada de Ernesto Che Guevara, la interlocutora de otros líderes latinoamericanos, Juan Domingo Perón, Salvador Allende, Omar Torrijos, etcétera.

Luego, lamentablemente, porque las propias compañeras y los propios compañeros de Alicia (algunas y algunas) cuestionaron su trasgresión en aspectos personales (que eran políticos, claro). En las décadas de 1980 y de 1990 era común la descalificación “moralista” de Alicia. Por cierto, esas descalificaciones, al tiempo que me la ocultaban, me alentaban a buscarla. No se aceptaba la forma de vivir y amar de Alicia, en ruptura con las formas convencionales. Sobre todo porque esas formas de vivir y amar involucraban a figuras históricas masculinas cuyo “buen nombre y honor” querían preservar varias especies de dinosaurios, sin ahorro de hipocresía y cinismo. La militancia popular no estaba exenta de la vieja sexofobia y del hábito de cazar brujas.

Finalmente, está la cuestión de los espacios predispuestos a recibir su legado. Pesa mucho la cuestión de las herederas y herederos. ¿Quién quiere y puede hacerse cargo hoy, con relativa coherencia, de una figura como la de Alicia?  

Alicia, por su compromiso revolucionario y socialista, era y es excesiva para el peronismo (o, si se prefiere, para el “populismo”), aún para los sectores que reivindican  las luchas populares y el espíritu revolucionario de las décadas de 1960 y 1970.  Claro que muchas veces predomina una aproximación turística a esas luchas y a ese espíritu.

Para el peronismo que comulga con la razón reaccionaria o cínica, Alicia representa una enemiga o, como mínimo, una militante equivocada que se desplazó por una tangente  irracional. Para el peronismo más “progre”, nacional-populista (más que nacional-popular), moderado y resignado, un poco socialdemócrata, algo posmoderno, pos-estructuralista, multiculturalista y tributario de todos los giros (lingüísticos, etc.), Alicia puede aparecer como una figura que pertenece exclusivamente a otra época, poseedora de un encanto absolutamente anacrónico. Puro pasado. Lo mismo que la revolución y su liturgia. Alicia y la revolución no pueden ser comprendidas si en los fundamentos solo se ven fundamentalismos.        

Por las implicancias teórico-prácticas de su guevarismo, Alicia también es difícil de decodificar para la izquierda trotskista más dogmática y sectaria. La izquierda que persiste en viejas nociones y viejos entendimientos, en simbologías caducas y que, en ciertos aspectos, sigue siendo una izquierda pre-1968. La izquierda alejada de la vida popular que considera que los efectos de la caída del Muro de Berlín y la crisis de los socialismos reales ni siquiera la rozó porque salvó lo más importante: el dogma. Esta izquierda pareciera decirnos: ¿qué importa la catástrofe política y antropológica que afecta al proletariado extenso si sobrevive el dogma? La izquierda que nunca pone en discusión sus presupuestos. Una izquierda que puede aburrirnos hasta la desesperación con su anticapitalismo arqueológico y su autosuficiencia.

Entre las implicancias del guevarismo de Alicia incluyo especialmente la idea original –por cierto, de una vigencia absoluta– que plantea que el socialismo no puede ser una versión “proletaria” de la modernización. Considero que Alicia puede ser (mejor) pensada por quienes piensan nuevos significados para el socialismo.

¿Qué aporta su obra integral para construir un feminismo antisistémico e interseccional?

Como planteo en el libro, Alicia fue una feminista práctica. Aunque también pudimos descubrir una faceta más teórica. Por ejemplo, su participación en esa especie de gineceo virtuoso con Tununa Mercado, Otilia Vainstok y Graciela Scolamieri que, a mediados de la década de 1970 discutía temas como el aborto y asimilaba los aportes del feminismo norteamericano más avanzado. También están sus vínculos con referentes feministas europeas.

Hoy, frente a tendencias que aspiran a construir lo político emancipador desde alguna particularidad identitaria centrada en la “diferencia”, habría que resaltar el peso que tenía el componente clasista en Alicia (y en el feminismo radical de la década de 1970). Creo que desde algunas expresiones del feminismo académico actual no dudarían en tildar a Alicia de “esencialista”. Sin dudas, Alicia es una figura precursora de los feminismos populares, plebeyos, radicales. 

Creo que el enfoque interseccional, en las sociedades capitalistas (que además son patriarcales, heteronormadas, coloniales, etc.) sirve para revalorizar la condición de clase y del análisis de clase. Y entiendo que las clases, como enseñó Edward P. Thompson, se constituyen en la lucha. Un enfoque interseccional concreto (porque siempre está el riesgo de caer en la abstracción), ayuda a quitarse la piel burguesa,  esclarece enormemente a la hora de tomar posición en el conflicto general y convoca a la acción. O sea, va a las raíces de todas las opresiones.

También debemos tener en cuenta que en Alicia, como en Cooke, el Che y toda la generación revolucionaria de la décadas de 1960 y 1970, la cuestión del poder tendía a articular todos los discursos revolucionarios y contraculturales.

Hay una parte del libro que recupera a revistas y publicaciones varias como espacios de debate, formación y construcción permanente de redes ¿Qué importancia tuvieron en ese entonces y qué proyectos en esa clave podemos encontrar en el presente?

Muchas revistas vinculadas a tradiciones nacionalistas antiimperialistas y democráticas, y otras claramente de izquierda, durante buena parte del siglo XX, combinaron esos perfiles, esas funciones. No hablo de la prensa de los partidos, más auto-referencial, y que por lo general no sirvió para debatir, formar y construir redes amplias. Hablo de una forma peculiar de concebir los proyectos editoriales.

En el caso de Alicia habría que mencionar el proyecto de Sexto Continente a fines de 1940 y especialmente de Nuevo Hombre a comienzos de la década de 1970. Por otra parte, son dos extremos del itinerario ideológico y político de Alicia. Pero además, en ambos casos se condensan debates culturales, ideológicos y políticos muy significativos, representativos de sus respectivas épocas. Eran ámbitos de fermentación cruzada de diversos contenidos y pensamientos.

Creo que hoy, aunque apelen a otros soportes, existen proyectos con esa vocación. Me atrevería a decir que proliferan esos proyectos. El desafío consiste en significar en una maraña inmensa y, muchas veces, indescifrable. El desafío es encontrarse con aquellas y aquellos a quienes se pretende interpelar.

Otra cosa que no puedo dejar de señalar: las redes no solo un lugar “de paso” para los mensajes, son centros que elaboran mensajes. Las nuevas tecnologías aumentan los materiales de conocimiento pero no necesariamente incrementan las capacidades intelectuales, afectivas y prácticas. Se han incrementado los riesgos de una falsa cultura tecnológica y pragmática ligada al consumo. Hoy es común encontrarse con personas conformistas que sostienen una relación dependiente con la tecnología y nostálgica con la cultura. En fin, la conectividad permanente y la soledad permanente. La conexión y la inacción.

Hay otro problema más grave. Cuando las y los intelectuales apuestan a la intervención en la política contingente y gestora y optan por el pragmatismo de la pequeña política (a falta de voluntad para gestar una gran política), terminan abandonando los territorios del pensamiento y la cultura e imitan el modo dominante de intervención. Para seducir y convencer se convierten en publicistas, en fabricantes de estereotipos. Creo que ese riesgo no estaba tan presente hace 50 años. 

En general se conoce la historia de Alicia más vinculada a la realidad nacional. En el libro podemos recorrer su vínculo con diferentes procesos revolucionarios como el de Cuba, Uruguay, Chile ¿cómo la marcaron? ¿qué elementos de ese itinerario militante contribuyen a recrear hoy una práctica internacionalista y latinoamericanista?

Desde muy joven Alicia se mostró interesada por la realidad de Nuestra América, incluso a contramano del provincialismo de algunos espacios en los que participó. La experiencia cubana profundizó ese interés. Sobre todo le dio otros alcances y sentidos. Alicia comenzó a pensar en términos de “sistema mundial”, términos que remitían a coordenadas económicas, geopolíticas y estratégicas. La Revolución Cubana “continentalizó” el proyecto de Alicia. La Revolución modificó sus modos de ver. Además, Alicia fue parte de colectivos políticos que comprendieron al socialismo como inspiración nacional y proyección universal.

En cuanto a la cuestión nacional en Alicia, no tiene sentido adosarle una teorización marxista que ella jamás realizó, aunque muy probablemente consideró.

No hay que darle muchas vueltas al asunto. Buena parte de la militancia revolucionaria de las décadas de 1960 y 1970 solía definir a la revolución como nacional por su forma e internacional por su contenido. Esa misma porción de la militancia revolucionaria, y Alicia era parte de ella, compartía la idea de la nación desde abajo. Es decir: dado que la clase dominante argentina solo quería una Nación para ella misma, como la Nación del peronismo incluía de manera subordinada a los sectores subalternos y no alteraba las bases del poder de la clase dominante, la clase trabajadora no tenía otra alternativa que crear su propia Nación. Esa tarea exigía, claro está, trascender el peronismo. Por ahí –considero– discurría el pensamiento de Alicia. Bueno… eso, de alguna manera, vale para la actualidad.

Según diversos testimonios, en las décadas de 1960 y 1970, Alicia podía analizar en profundidad la situación de cada país de Nuestra América. Además supo tejer vínculos  con dirigencias políticas revolucionarias de todo el continente y, en muchos casos, contribuyó a su formación política. Luego, lo medular de su tarea política en Cuba se relacionaba con una práctica internacionalista y latinoamericanista bien concreta que se manifestó en el apoyo político, material, simbólico a las diferentes luchas anticapitalistas, antiimperialistas y anticolonialistas de Nuestra América y el mundo entero.  

Ilustración de Melisa Blois para el libro Alicia en el país

El epistolario suele ser considerado un género menor, sin embargo en el libro las cartas de y para Alicia tienen mucha relevancia ¿Qué y cómo podemos conocer a través de la correspondencia?

En esos años, sin redes sociales, las cartas eran imprescindibles a la hora de la militancia política y la creación de sentidos. Pero también eran la mejor alternativa de comunicación que tenían dos personas –alfabetizadas- que por la distancia o la condición de encierro -o situación similar- no podían comunicarse en forma directa. También hay que decir que la carta podía ser un medio para evitar los discursos intempestivos o para jerarquizarlos. No era descabellado que una persona optara por comunicarse con otra, a la que veía seguido, a través de una carta.

A diferencia de lo ocurre hoy con los contenidos que circulan por las redes sociales, el “soporte carta” era mas intimista, menos efímero, menos instantáneo, era un registro culto que generaba responsabilidades y forzaba ejercicios de escritura mas elaborados, más pensados. Las cartas podían ser documentos políticos e históricos (aunque fueran privadas). Y sus ocasionales redactoras o redactores eran conscientes de eso. Por eso se tenía la costumbre de hacer copias de las cartas que se enviaban. Algunas cartas podían generar riesgos, por eso se escribían en tinta limón o se quemaban. Otras eran apócrifas, se fraguaban.

También estaban las “cartas abiertas”, pero eran otra cosa. Eran una puesta en escena. Se escenificaba la obligación de hacer público un mensaje que, de no mediar circunstancias urgentes y excepcionales, estaba destinado a ser personal y privado. Por ejemplo, está la “Carta abierta al General” que le escribe Alicia a Perón en 1971 y que generó gran impacto en su momento. Sin dudas es uno de sus textos más importantes.

En muchas cartas podemos apreciar el despliegue de pensamientos, estrategias; de tácticas políticas o amorosas. Muchas cartas buscaban deslumbrar, seducir, convencer. Las cartas, aunque no aborden temas personales, casi siempre incluyen un contenido que es del orden de lo afectivo.

La sociedad argentina en los tiempos de Alicia era coloquial.  Por lo tanto, las cartas también pueden verse como parte de una conversación social colectiva, la parte escrita de esa conversación. Podría decirse que el terrorismo de Estado y la homologación compulsiva del mercado cortaron esa conversación e impusieron el hábito del monólogo. El neoliberalismo entre otras cosas trajo la afasia, esto es: la pérdida de capacidad lingüística, vulgarizó el lenguaje.    

Creo que los mejores textos de Alicia son sus cartas. Por ejemplo: las cartas que intercambian con Cooke desde sus respectivas prisiones, son piezas literarias fabulosas. Es una de las correspondencias literarias más importantes de la historia argentina. Son pequeños ensayos, cargados de poesía y de hipótesis. Traslucen un goce producido por el simple hecho de hablar (escribir) de amor. Estoy seguro que, más temprano que tarde, darán materia para investigaciones, ensayos, dramaturgias e inevitables monografías. Además, la relación política-amorosa entre ambos se construye a través de cartas. Las cartas en las que le explica la revolución y los fundamentos de su compromiso revolucionario a su hijo de 13 años son un insumo imprescindible para el análisis de las maternidades revolucionarias. Otras cartas nos permiten acceder a la “cocina” de algunas decisiones políticas relevantes.

Las cartas de Alicia exponen su pensamiento político con más claridad que otros textos. Junto a su poesía, también exponen su “yo”. Las cartas son “escrituras del yo”.  Ponen en evidencia su carácter frontal, intransigente; las coincidencias entre su lenguaje y su ser. A veces la muestran impaciente, porque la carta enviada esperaba reciprocidad y, muchas veces, las respuestas nunca llegaron.

Para hablar de los entretelones del libro, alguna anécdota/recuerdo/sorpresa que te llevaste en estos años de profunda investigación y también del vínculo con Pedro Catella Eguren, el hijo de Alicia.      

Quien escribe descubre. Quien narra desvela. Aunque no se lo proponga. Lo principal fue el descubrimiento de Alicia. Encontrarme con su forma desacralizadora y flexible de buscar una síntesis política revolucionaria sin pretender ordenar de antemano las experiencias y sin querer perderse ninguna vivencia. Tomar contacto con su capacidad para unir conciencia y deseo (en todos los órdenes) y con su horror a la reproducción de la subjetividad del que domina. Alicia, como Cooke, como el Che, expresa la versión enraizada, nuestra, de una política constituyente.  

Lo principal fue el descubrimiento de la estampa maravillosa y trágica de Alicia. Sí, trágica. Porque como figura revolucionaria estaba situada en un campo sin posibilidades de conciliación. Vencer o morir. Refundar la polis sobre nuevos valores (fundamentos) o mantener lo viejos.  

La sorpresa –grata- fue verme recorriendo una frontera entre la memoria y la imaginación.

Después, cada paso en el armado de su itinerario fue una fuente de sorpresas. Su militancia en grupos nacionalistas en la década de 1940. Su relación con el jesuita escritor Leonardo Castellani, otro personaje de novela. Su papel como codirectora de Sexto Continente a los 25 años. Su participación en el Congreso de Filosofía de 1949, en Mendoza; donde se destacó como una de las pocas mujeres presentes y la única mujer relatora. Su poesía, no solo reflejada en poemas, sino en prosas y en acciones. (No debemos que olvidar que Platón no quería poetas en su República aristocrática). Luego, ¡Alicia sufrió la detención más extensa de la revolución fusiladora! Fue la mujer que los marinos tildaron como “la temeraria”. La que se fugó al modo de las antiguas anarquistas. La que fue parte de círculo íntimo de Perón a fines de la década de 1950. La que ejerció una especie de sub-delegación con Cooke e intentó, infructuosamente, convertir al Partido Peronista Femenino en una organización apta para la lucha popular, conducida por las mujeres de base. La miliciana en Cuba y la que trabajó junto al Che en la organización de la revolución continental. La que colaboró con la guerrilla de los Uturuncos y la del Ejercito Guerrillero del Pueblo de Jorge Ricardo Masetti. La madre “heterodoxa”. La feminista práctica, claro. La cofundadora de Acción Revolucionaria Peronista. La figura emblemática, especie de matriarca, del peronismo revolucionario, la izquierda peronista y el peronismo de izquierda. El nexo entre estos grupos y la izquierda no peronista, en particular con el Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Ejército Revolucionario del Pueblo. La referente del Frente Antiimperialista por el Socialismo. La gran oradora. La que no quiso salir del país sabiendo que los represores la tenían en la mira. La secuestrada, torturada, vejada. La que atravesó con entereza sin par una temporada en el infierno de la Escuela de Mecánica de la Armada. La arrojada viva al Río de la Plata o al mar en uno de los vuelos de la muerte. 

Lejos de escribir el epilogo de esta historia, creo que presento uno de los primeros capítulos. Antes estaba, por supuesto, el libro precursor de María Seoane: Bravas. Alicia Eguren de Cooke y Susana Pirí Lugones. Dos mujeres para una pasión argentina

No sé si corresponde incluir esto entre los entretelones, pero hubo una cuestión del orden de lo heurístico que fue fundamental. Me refiero a la conformación del Fondo Cooke-Eguren en la Biblioteca Nacional hace unos años, a partir de donaciones de Carlos Lafforgue y Pedro. Otros materiales, a los que pude acceder gracias a Pedro, se fueron sumando y también pasaron a formar parte del archivo. Cabe señalar que el grueso de estos materiales serán publicados en breve. Gracias al formidable trabajo de edición de Santiago Allende, Nicolás Del Zotto y Emiliano Ruiz Díaz, las Obras completas de Alicia, estarán disponibles en poco tiempo. ¿Por qué permanecieron guardados tanto tiempo esos materiales? Difícil de explicar. Tal vez por duelos demorados, por la dificultad para realizarlos en forma colectiva. Son solo conjeturas.    

En cuanto al vínculo que establecí con Pedro fue importantísimo sin dudas, porque es una persona lúcida, inteligente, sensible, con una historia militante a la altura de su madre. Él, junto a Laffogue y Astrid Rusquellas, entre otras y otros, me acercó a la vivencia directa de los restos de la comunidad político-afectiva fundada por Alicia y John, por lo menos así lo sentí.

Gracias a Pedro pude reconstruir muchos costados de la vida y la personalidad de Alicia. Creo que él, de algún modo, también buscaba a su madre y esa circunstancia me enriqueció. En innumerables charlas con Pedro me di cuenta de que las palabras aparentemente más pobres y desarrapadas, las palabras que intercambiamos con las personas que amamos (quién sabe cuando, quién sabe donde) son las palabras más preciosas y las que no sabemos como atesorar.

Lanus Oeste, Buenos Aires, 22 de Agosto de 2022

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fuente: Revoluciones

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