Disidencias. ¿Qué culpa tiene la e?

Por Carlos Ulanovsky, Resumen Latinoamericano, 21 de junio de 2022. 

Con la seguridad de quien da un paso histórico para mejorar el nivel de la educación, y como si no hubiera cosas más trascendentes para ocuparse, el ministerio de Educación de la ciudad con total acuerdo del ejecutivo decidió prohibir (sí: PROHIBIR) el lenguaje inclusivo. Lejos de toda aseveración científica y de cualquier evidencia práctica, la autoridad educativa relacionó el uso escolar de este lenguaje con un déficit importante que lleva décadas: el de la lecto escritura y la comprensión de textos.

Para aumentar la confusión introdujeron, también, el argumento de los efectos de la pandemia. Medida inútil, que cambia de conversación para disimular lo que en el sector verdaderamente afecta y falta. Si es que ya no ocurrió, más temprano que tarde, la decisión se convertirá en el hazmerreír de miles de chicas y chicos, docentes y profesionales de muchas disciplinas. Todos ellos encontraron, dentro y fuera de las aulas, en el uso de la e, de la x o del @ una herramienta novedosa y políticamente útil en términos personales e identitarios. Los que lo adoptaron lo hicieron con naturalidad y lo seguirán utilizando toda vez que lo crean necesario y oportuno.

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Las razones son sencillas de explicar. Saben que el territorio del habla coloquial es activo, dinámico, cambiante e incluso, provocador y, en función de eso aprobaron su uso celebrando sus sesgos experimentales y lúdicos. Lo consulté con mis nietos. El varón, de 16 años, me dijo: “A uno puede gustarle o no, pero nadie te obliga a usarlo. Lo que van a conseguir con la prohibición es que el interés aumente”. La mujer, de 13, agregó: “Es como si en la primaria prohibieran correr en los recreos o ahora en la secundaria te cuestionaran cómo vas vestida”. Más claro…

Con malos ojos

Desde hace tiempo merodeaba en la mente de los enemigos de todo lo nuevo la idea de cortarla con el inclusivo. A ellos, especialmente, parte de su núcleo duro de seguidores, el gobierno porteño les dio el gusto. Un año atrás, dos ciudadanas ingresaron a la Cámara de Diputados un documento, que tenía pretensión de proyecto de ley, en el que afirmaban que “el lenguaje inclusivo busca destruir la unidad lingüística de la Nación”. El fogonazo de Cynthia Ginni y Patricia Patternisi resplandeció en los ojos de diputados como Alberto Assef y Francisco Sánchez que, desde sus bancas, aportaron lo suyo para dejar muda a esta forma idiomática. Más lejos aún llegó una caracterizada columnista del diario La Nación cuando sentenció: “El lenguaje inclusivo deja al desnudo la militancia. También, como una manera de apartar a todos los que no piensan igual lo calificó como “guiño”, “moda” y “recurso de orga”. Desde otros lugares del mundo se escucharon voces contrarias, comenzando por la de la Real Academia Española de la Lengua. Escritores muy leídos como Mario Vargas Llosa y Arturo Pérez Reverte lo definieron, respectivamente, como “estupidez” y “tontería”.

Sectores prestigiosos y representativos de la sociedad argentina manifestaron su desacuerdo y su disgusto por la medida, resaltando que fue decidida sin consulta alguna. Algo tenían para opinar – y lo están diciendo ahora vía comunicados, entrevistas y hasta con medidas de amparo en la Justicia -escritores, actrices y actores, periodistas, intelectuales, gente de la cultura y de la ciencia. Desde esos ámbitos dejan claro que no es la primera vez (seguramente que, de acá al proceso electoral del 2023, tampoco será la última) que desde el área educativa con el respaldo del Ejecutivo rechazan todo aquello que perciban como cooperativo, grupal, colectivo o comunitario. Ahora volvieron a hacerlo apelando a recursos que, suponen, los afirmarán en sus ambiciones electorales. En este caso llegaron muy lejos, como fue decidir una prohibición, palabra convertida en acción que tanto daño le hizo al tejido social argentino. Con el correr de los días y la profusión de opiniones adversas, la ministra transformó prohibición en regulación. También morigeró el término sanción (la que recibirían maestros y profesores) y lo cambió por “amonestaciones”, “apercibimientos” o “iniciación de sumarios”. Desde el sector docente interpretaron a la posición oficial como “un nuevo ataque a la educación pública y a docentes sindicalizados”.

Una medida política

Durante décadas los argentinos escolarizados de mi generación, o parecida, estuvimos asistidos en la escuela primaria por libros de lectura que evitaban la utilización del vos, como si se tratara de una mala palabra. Finalmente, la costumbre del tú llenó una época del cine argentino y del radioteatro, pero por suerte en esta parte del Río de la Plata se consagró el voseo. En los años previos al primer peronismo, grupos del conservadurismo autoritario, cercanos al poder, prohibieron la letra de muchos tangos solo porque contenían palabras en lunfardo. No conformes con ese agravio, censuraron a artistas populares como Félix Muttareli, Alí Salem de Baraja, Tato Bores y Niní Marshall con la excusa de que sus muñecos (el tano, el turco, el ruso, la gallega) contaminaban el habla de las clases menos ilustradas.

Pasaron los años y ahora las y los jóvenes pueden decidir sobre fundamentales cuestiones de género. Las nuevas generaciones se entienden aun cuando sea muy extenso el listado de palabras sin aprobación académica, de anglicismos y otras extranjerías y remozados lunfardismos, términos de creación absoluta, más allá del Nosotres o el Elles. La medida porteña renovó la sensación que al gobierno lo desubica aquello que queda fuera de su control, como es el lenguaje de los jóvenes, que dicen boluda y boludo, chabón y chabona cada minuto y medio. Este intento de cortarle las piernas al inclusivo afirma a este sector político en una de sus especialidades: su inequívoca adhesión a lo exclusivo. Una nueva y desafortunada intervención del gobierno de la ciudad, porque desde la amenaza obturó la posibilidad de que la utilización o no del inclusivo se resuelva con libertad, entre alumnas, alumnos y docentes y como apasionante tema de debate en clase.

No utilizo el lenguaje inclusivo, pero escucho con respeto e interés a quiénes lo utilizan con espontaneidad, convicción y sentido de la pertenencia.

Fuente: Tiempo Argentino


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