Donbass. Cuando la guerra llegó a Donetsk

Por Nahia Sanzo. Resumen Latinoamericano, 29 de mayo de 2022.

Profesional del mundo de la comunicación y rodeado de un equipo experto en el manejo de los medios, Volodymyr Zelensky ha conseguido desde el 24 de febrero fraguarse internacionalmente una imagen de héroe que no se ha visto minada por sus medidas autoritarias -prohibición de más medios de comunicación y de más partidos de los que ya estaban prohibidos- ni por épicas historias preparadas para la prensa que, como la patriótica muerte de los defensores de la Isla de las Serpientes, han resultado ser falsas. La presencia mediática del presidente de Ucrania ha sido constante a nivel internacional, pero el equipo de la Oficina del Presidente no ha descuidado la imagen interna de su líder, que se dirige a la nación cada noche por medio de un videomensaje de aspecto informal en el que relata brevemente la situación en el frente.

En su aparición de este jueves, el presidente ucraniano se refirió a un aniversario. El 26 de mayo se cumplían ocho años del momento en el que la guerra llegó a la ciudad de Donetsk. A principios de abril, un pequeño grupo armado liderado por Igor Strelkov y apoyado masivamente por la población, había tomado la ciudad de Slavyansk, al norte de lo que se decía llamar la República Popular de Donetsk. En la capital de la región, la ciudad de Donetsk, civiles armados únicamente con cócteles Molotov tomaron el céntrico edificio de la administración regional. En la vecina región de Lugansk, civiles y un grupo liderado por Alexey Mozgovoy capturaban el edificio de los servicios de seguridad, el SBU, y el edificio administrativo. Aunque una solución política a las demandas de las manifestaciones -que en aquel momento exigían cierta autonomía económica y derechos lingüísticos- habría podido desactivar el apoyo popular a estos movimientos, las improvisadas barricadas frente a esos edificios eran las primeras de lo que pronto se convertiría en una guerra civil que finalmente ha derivado en una intervención militar de amplio alcance del país vecino, Rusia.

Marcó el desarrollo de los acontecimientos el temor a la posibilidad de la repetición del escenario de Crimea, donde el masivo apoyo de la población y de parte del contingente militar ucraniano destinado en la península, sumado a la presencia rusa sobre el terreno, lograron una prácticamente inmediata y no violenta separación de Ucrania. Aunque con un apoyo más disputado entre las partes -en lugares como Donetsk se produjeron también manifestaciones proucranianas- y sin presencia militar rusa ni las facilidades geográficas existentes en Crimea, Kiev optó por dar una solución militar a un problema político. Sin voluntad alguna de diálogo con el sureste rusoparlante del país, Kiev quiso imponerse sin tener en cuenta las legítimas preocupaciones por la evidente agenda nacionalista del nuevo Gobierno instalado en la capital ucraniana.

Años después, el entonces presidente en funciones del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, Andriy Parubiy, reconocería que la operación antiterrorista fue una creación gubernamental para justificar el uso de las Fuerzas Armadas en el territorio nacional. Tras un primer envío de cinco blindados con tropas que se entregaron inmediatamente a la población desarmada en Slavyansk, los combates comenzaron a principios de mayo, coincidiendo con la masacre del 2 de mayo en Odessa, hecho que radicalizó aún más a la población de Donbass en su rechazo al Gobierno de Kiev. La lucha en esas semanas se produjo inicialmente por la captura de las bases militares y sus arsenales en Donetsk y Lugansk. Cada vez más numerosa y más armada, la primera milicia no era más que un grupo de civiles vestidos de camuflaje intentando controlar puestos de control improvisados. Pero, bajo el liderazgo de un pequeño grupo organizado en Slavyansk, comenzaba ya la formación de lo que meses después llegaría a ser el germen de un ejército, opción que Ucrania habría podido desactivar de haber existido alguna voluntad de resolución de un conflicto que seguía siendo político. La guerra abierta no había comenzado aún, por lo que no era demasiado tarde para lograr un acuerdo.

Con las Fuerzas Armadas de Ucrania en un estado de abandono y temor gubernamental a un rechazo masivo de las tropas a enfrentarse a su propia población, Ucrania movilizó a los sectores más leales, aquellos que habían sido ya las fuerzas de choque de Maidan. Así aparecieron en el frente los grupos vinculados al Praviy Sektor o al poderoso ministro del Interior Arsen Avakov. El uso de la artillería contra la población civil en esas primeras semanas fue un catalizador para la llegada de voluntarios rusos y para el alistamiento masivo de población en las recién creadas milicias. Lo mismo ocurrió al otro lado de lo que pronto sería la línea del frente, con la aparición de batallones como Azov, Donbass, Aidar o Tornado, tropas irregulares dispuestas a morir, pero también a matar, que poco a poco fueron integrándose con las tropas del ejército regular.

Después de semanas de destrucción y muerte en Slavyansk -allí murieron, por ejemplo, el fotoperiodista italiano Andrea Rocchelli y su intérprete rusoitaliano Andrey Mironov-, la toma del aeropuerto internacional de Donetsk por parte de las milicias supuso un punto de inflexión. Aunque sin ningún arma capaz de defender tal infraestructura, Ucrania quiso responder con contundencia a esa captura.

Como recordaba Volodymyr Zelensky el jueves, “exactamente hace ocho años, el 26 de mayo, el aeropuerto de Donetsk dejó de funcionar. Aquel día, puede que nadie imaginara cómo iban a desarrollarse los acontecimientos en Donbass en estos años”. Ese día se produjeron los primeros bombardeos ucranianos en Donetsk. Pero la guerra “no llegó” ni “la muerte cayó del cielo”: fueron los helicópteros ucranianos los que la llevaron y causaron la muerte, no solo de decenas de milicianos bombardeados en el aeropuerto, sino también de numerosos civiles que conducían sus coches por una carretera que quedó bañada en sangre.

Pocos días después, el 2 de junio de 2014, en su intento de mantener el control de la frontera con Rusia, la aviación ucraniana bombardeó, no solo a los blindados de las milicias que trataban de hacerse con el puesto fronterizo, sino el edificio de la administración regional de Lugansk, asesinando a plena luz del día a una docena de civiles que se desangraron ante los ojos de una población que nada pudo hacer para salvar sus vidas. Ucrania alegó entonces, pese a las evidencias gráficas de un bombardeo aéreo, que la explosión había sido causada por un aparato de aire acondicionado. El 13 de junio, sin que mediara batalla y liderado por el batallón Azov, Ucrania se hacía con Mariupol y el 4 de julio, tras semanas de lucha, muerte y destrucción, las milicias de Slavyansk rompían el cerco ucraniano para retroceder hasta Donetsk.

Comenzaba así la fase más dura de la guerra, con batallas entre dos bandos cada vez más numerosos y más armados. Las elecciones ucranianas, que no se celebraron en Donbass, supusieron la llegada al poder del oligarca Petro Poroshenko, que aunque confiaba en ganar la guerra en horas, no pudo hacer valer la superioridad ucraniana en esos meses de verano. Con mejor armamento y la evidente ayuda rusa, las milicias lograron detener el avance ucraniano, ya a las puertas de Donetsk y con serias posibilidades de cercar la capital de Donbass. La batalla por Ilovaisk cambió la iniciativa de la guerra y, en retirada tras una batalla con un enorme número de bajas, la RPD pudo recuperar el territorio perdido hacia el sur. Meses después, en la segunda gran campaña de la guerra, la RPD logró capturar finalmente el ya entonces destrozado aeropuerto de Donetsk y el importante nudo de comunicaciones de Debaltsevo.

En ambos casos, la intervención rusa en favor de la diplomacia obligó a las milicias a firmar sendos acuerdos de Minsk en momentos que suponían detener su ofensiva. En septiembre de 2014, detener la ofensiva implicó que no se produjera un intento de recuperar la ciudad de Mariupol en un momento de debilidad de las tropas ucranianas, mientras que en febrero de 2015, se impidió un posible avance hacia Artyomovsk o incluso hacia Slavyansk. Los acuerdos de Minsk lograron estabilizar el frente, pero nunca fueron capaces de hacer pasar la guerra a una fase diplomática. La guerra de trincheras se consolidó ante la negativa de Ucrania -con el apoyo explícito de sus socios de Francia, Alemania y Estados Unidos- a cumplir los términos de los acuerdos firmados. En este tiempo, la agresión ucraniana a Donbass no se ha limitado al aspecto militar. A él hay que sumar la interrupción del pago de pensiones y prestaciones sociales y un bloqueo bancario, comercial y de transporte que intentaba destruir la economía de las Repúblicas en busca de su rendición.

El reconocimiento ruso de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk no ha supuesto únicamente el inicio de la intervención militar rusa, sino también el final del proceso de Minsk, un radical cambio de postura de Moscú, su principal impulsor y defensor durante los últimos siete años. Con ellos, Moscú buscaba una reconfiguración de una Ucrania más descentralizada y en la que Donetsk y Lugansk tuvieran voz y voto a la hora de marcar la dirección del país. Esa opción, que nunca implicó realmente la posibilidad de que Donetsk y Lugansk tuvieran poder de veto a decisiones como la entrada en la OTAN, es solo uno de los muchos motivos por los que Ucrania siempre rechazó la literalidad de los acuerdos de Minsk.

En este tiempo, Ucrania ha buscado, siempre con el apoyo de la prensa occidental, imponer un discurso de territorios ocupados gestionados directamente por Rusia. La negativa a admitir siquiera la existencia de estructuras estatales y militares en Donetsk y Lugansk ha supuesto el rechazo de Kiev a negociar aspecto político alguno con la RPD y la RPL y a exigir siempre una negociación con Moscú. La aprobación de la fórmula Steinmeier -que, como era de esperar nunca se aplicó- es buen ejemplo de ello. Ucrania se negó a aprobar en el Grupo de Contacto de Minsk la propuesta de la RPD y la RPL de poner en marcha la autonomía de Donbass según los parámetros planteados por el entonces ministro de Asuntos Exteriores de Alemania. Sin embargo, lo hizo días después una vez que fue aprobado por los jefes de Estado y de Gobierno del Formato Normandía, es decir, negociado directamente entre Ucrania y Rusia en un formato en el que no tenía presencia alguna la otra parte de la guerra.

Sin el interés mediático que habían causado las primeras batallas y la posibilidad de intervención militar rusa en 2014 y 2015, el conflicto en Donbass -una guerra de trincheras de baja intensidad que no se detuvo ni durante el mandato de Poroshenko ni de Zelensky, que había llegado al poder prometiendo la paz- desapareció de la prensa tanto en Occidente como en Rusia.

La intervención rusa iniciada el 24 de febrero de 2022 supuso un cambio cualitativo tanto en la extensión como en la intensidad de la batalla y los medios utilizados, pero no es más que la continuación de aquello que comenzó en la primavera de 2014. Así parece entenderlo también el actual presidente ucraniano, que en su mensaje de este jueves afirmó que “desde el 26 de mayo de 2014, y más aún desde el 24 de febrero de este año, hasta hoy ha habido numerosas oportunidades para aquellos que realmente tienen el poder de poner fin a esto y decir: ahora Rusia sentirá realmente cuál es el precio por lo que está haciendo contra Ucrania, contra la unidad europea y contra la libertad como tal”. Aunque los hechos lo contradigan, culpar a Rusia de la situación actual y de la pasada ha sido el modus operandi de Ucrania desde 2014. Culpa de Rusia han sido en este tiempo, no solo los problemas internos de Ucrania, sino también los bombardeos ucranianos -habitualmente calificados de autobombardeos de las milicias-, o la negativa de Kiev a negociar con Donetsk y Lugansk unos términos aceptables de autonomía en el marco de los acuerdos de Minsk que habrían desactivado de forma inmediata la posibilidad de intervención militar rusa.

Con el incondicional apoyo de sus socios en Berlín, París y Washington, Kiev ha preferido arriesgarse a una intervención militar rusa como la actual en lugar de conceder a la RPD y la RPL derechos lingüísticos, cierta autonomía económica y una policía regional. El riesgo de que esa situación supusiera cierta influencia rusa en Ucrania era demasiado alto a ojos de Kiev, quizá mayor que la posibilidad de una reanudación de la guerra, la pérdida de aún más territorios, la muerte de miles de civiles y militares o la destrucción de la industria y las infraestructuras a lo largo y ancho del país.

Fuente: Slavyangrad

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