Ucrania. Mariupol: secretos de una ciudad herida

Por Dmitry Steshin. Resumen Latinoamericano, 6 de abril de 2022.

El sábado por la mañana, la batalla en Mariupol avanzaba inexorablemente hacia su conclusión lógica. Quedaban tres centros de resistencia: Azovstal, donde se encuentran las principales fuerzas de Azov, la Guardia Nacional y las Fuerzas Armadas de Ucrania; la planta Ilich al norte de la ciudad y el distrito Primorsky, done hasta hace poco había un lugar en el que podían aterrizar helicópteros. En la práctica, todo resultó ser más complicado y tuve que lidiar con ello en persona, sobre el terreno.

Por la noche se había publicado un vídeo grabado por nuestros colegas de Zvezda en el capturado o liberado edificio del SBU de Mariupol. A juzgar por las pelucas de mujer encontradas en el edificio, los uniformes y las banderas del Praviy Sektor, la simbiosis entre los servicios de seguridad ucranianos y los extremistas ha acabado mal.

Internet sabía dónde está el SBU en Mariupol: el 77 de la calle Georgievsky. Cerca de la plaza del teatro explotado, así que me vino un pensamiento a la mente: “Vamos, ya que estamos”. Ahora. Durante la noche, la situación en la zona a la que nos dirigíamos cambió. Lo primero que me sorprendió fue que a la entrada de Mariupol desde la autopista de Zaporozhie había desaparecido de repente la masa sin fin de personas que se marchaban de la ciudad. Contamos solo una docena de refugiados llevándose sus pertenencias en maletas de ruedas o carros de supermercado. Los coches con señales “Niños” y las lunas rotas habían desaparecido. Los soldados del puesto de control lo explicaron rápidamente: “Todo el que podía salir, ya ha salido. Y Metro lleva una semana dando a todo el mundo ayuda humanitaria, así que no tiene sentido abandonar tu casa y esconderse en otra parte”.

No tiene sentido, es raro que nadie quiera probarse voluntariamente el traje de refugiado. Solo aquellos que se aprovechan y quienes realmente tienen que abandonar la zona de guerra pase lo que pase. Personas con conocimiento de la situación nos advirtieron de que periodistas y trabajadores humanitarios pueden ser hechos rehenes. Pero no nos dieron ningún ejemplo concreto. Las personas que iban conmigo al SBU han luchado en la guerra, así que pensé: “Nos defenderemos”. El navegador, pegado a mi sudorosa mano, restó cien metros hasta el destino. El SBU se encontraba a dos kilómetros, a la vuelta de la esquina, pero en la siguiente manzana, un trabajador de mediana edad natural de Yasinovataya nos dijo: “Desde ahí no hay más de nuestros puestos. Hay unos quinientos o trescientos metros al frente. ¿Me escucháis?”

Salimos del coche y escuchamos la música de la guerra. A primera vista es caótica y destructiva. No es así. Tras el concierto de quince minutos de disparos, los soldados se detuvieron para retroceder o esconderse, tras lo cual comenzó la artillería. Después, el ciclo se reinició: identificación de puntos de tiro, ajuste, disparos. No hay idiotas a ninguno de los dos lados, así que fue un trabajo duro y difícil.

Escuela de héroes

Nos quedamos varados en este cruce con la milicia movilizada. Habían comenzado a preparar puestos de control, conscientes de que las personas mayores y personas que no están habituadas a la guerra no deben estar ahí. Las personas que han sido movilizadas sinceramente quieren ayudar, pero sus respuestas a todas las preguntas concretas son incoherentes. “Chicos, en serio, qué pasará luego. Llevamos aquí una semana. Ah, ahí está el comandante. “Una vez más, me maravilla la juventud de los comandantes: 25 años, como mucho, pero inteligente. No me sorprendió que los soldados del bloque no supieran nada: “Queridos, los reservistas son reclutas. No saben ni sus títulos ni las posiciones. Si el enemigo les captura y les tortura, no tendrán nada que contarles”.

Respondí rápidamente: “Así es como nacen los héroes”. Me devolvió una sonrisa malvada. El comandante miró el mapa: “La zona no ha sido barrida, acabo de hablar con el cuartel general. Nuestra gente ha entrado un poco antes, pero lo que han dejado atrás no está muy claro. Y los nazis siguen haciendo lo mismo: les damos pesadillas durante el día, se retiran y por la noche vuelven a las mismas posiciones. Así que no vayáis ahí todavía, os lo pido sinceramente”.

Stanislav, un residente local, nos visitó en el puesto de control. Es un hombre joven vistiendo el uniforme de una marca de coches conocida. Quedó claro que los concesionarios de diferentes marcas de coches estaban en algún lugar a nuestro alrededor, en el centro de Mariupol. Stanislav nos sorprendió: “Lo más probable es que ese reportaje se grabara en otro edificio del SBU en otra zona. Había dos. El de aquí, en Georgievskaya al que ibais, es considerado el viejo, ahí estaban los detenidos. Y luego había otro edificio nuevo. Estaban los propagandistas, los que seguían los posts y los comentarios en las redes sociales. Tengo amigos a los que llevaron allí”.

“¿Y qué pasó con ellos?”

“A dos solo les multaron, pero otros dos desaparecieron. No está claro dónde los llevaron, no lo sé”.

Stanislav nos recomendó ir a los dos, ya que están a la vista. Primero, a la Universidad de Mariupol. Se encontraba a 300 metros en línea recta. Para una ciudad en guerra, es mucho. Pero la milicia confirmó que nuestra gente había pasado por la universidad, aunque los zapadores aún no habían trabajado ahí. Y la Guardia Nacional y los ubicuos e interminables Azov habían ocupado esa posición. “Id al edificio de dos pisos ahí”, nos dijo Stanislav. “Había un centro de rehabilitación, Pilgrim, lo tenían los americanos y llevaban a niños todo el tiempo. También había una organización infantil llamada Vía Majno”.

“¿Sigue habiendo niños allí?”

“A más o menos la mitad los sacaron al principio, el resto se marchó con Azov”.

Nos despedimos y avanzamos, intentando evitar los agujeros y los cables rotos que colgaban. Giramos hacia la universidad frente a un camión destruido en el que el conductor se había intentado resguardar de los bombardeos.

Grozni como esperanza

No había nada especialmente interesante en la universidad dañada por los Grad. Las banderas ucranianas estaban caídas, rasgadas y ennegrecidas. Bajo los árboles, sobre las ramas cortadas por la metralla, se encontraba el cuerpo de un miembro de Azov vestido con chaleco antibalas y pantalones de camuflaje.

El departamento de historia estaba lleno de cascos, chalecos antibalas, cajas de munición y suministros con la inscripción “Guardia Nacional”. Había certificados de miembros de la Guardia Nacional y participantes en la operación antiterrorista en todas partes. Ni siquiera estaban rotos, simplemente estaban tirados. En el patio trasero, fuera de la vista de las ventanas de los edificios de pisos (aún hay enemigos allí), cogimos un el contenedor de un misil antitanque NLAW. Los especialistas lo habían pedido para estudiarlo. A juzgar por el hecho de que no había tanques quemados en la zona, el misil había sido utilizado en vano o contra algo que no era para lo que estaba previsto. Desde detrás de los coches quemados se podía ver una señal instructiva: “Conquistaré todo el mundo solo”. Pero algo había ido claramente mal en la conquista. En general, todo ha ido mal.

Paramos para hablar con los vecinos en el último edificio de cinco pisos delante de Pilgrim. La fachada del edificio de cinco pisos estaba dañada por la explosión de algo grande, un Uragan o un Smerch. Un proyectil se cobró la vida de seis civiles de una vez, entre ellos dos adolescentes. Hablé con Ana, una bibliotecaria de la escuela técnica. Su cara estaba sorprendentemente limpia y clara. No sé cómo es posible estar así en este infierno. “Tenemos familiares en Rusia, pero no cercanos”, me contó calmándose poco a poco. “Nadie quiere a gente mayor. Nunca, en ninguna parte. Da miedo quedarse, pero es imposible marcharse”.

Intenté probar a mi interlocutora que Mariupol será reconstruida rápidamente. Cité Grozni como ejemplo y Anna confirmó que es algo de lo que ha hablado con los vecinos. Es su ejemplo y esperanza. “Gracias por la ayuda humanitaria de Rusia y de la RPD”, me dijo Ana. “Solo queda un pregunta, ¿dónde vivimos? De momento vivimos en sótanos con camas, puedes venir a verlo”. Ana tuvo suerte con la ayuda humanitaria, pero su vecina, que se unió a la conversación, se dio cuenta de que estaba registrada con el número 3626 y tuvo que esperar hasta el fin de semana. La población local no pudo decirnos mucho sobre los nazis salvo que estaban en el maldito centro de rehabilitación Pilgrim.

Los soldados que se encontraban a unos cien metros detrás del centro se mostraron muy tensos al vernos en una calle vacía. Se pusieron aún más tensos, eso quería decir que alguien apuntaba las ametralladoras hacia nosotros. Fue identificado rápidamente. Bajo la pared, detrás del puesto de la milicia, había un chico joven con un ojo morado y chaleco antibalas. No tenía documentos, solo su carnet militar. No quería hablar, solo se apartó de la cámara, probablemente conscientes de que los servicios especiales se lo llevarán y no le espera nada bueno en el futuro. No tenía mucho deseo de sentirme mal por este hombre después de lo que he visto en Mariupol.

Advertimos a la milicia de que subiríamos a Pilgrim y que informaríamos inmediatamente si veíamos algo sospechoso o preocupante. Los milicianos, hombres más mayores, nos pidieron afectuosamente que tuviéramos más cuidado.

A primera vista, Pilgrim estaba cerrado por los cuatro costados. En la entrada principal había una posición de tiro preparada con ladrillos. En el lado opuesto, había una ventana rota por las balas, así que estaba claro que se había disparado desde ahí durante mucho tiempo. Un hombre mayor se acercó a nosotros y habló duramente: “Habría sido mejor que estos niños se dedicaran a la droga en la estación, habrían vivido más tiempo”. Según el hombre, en cuanto comenzó la operación especial, todos los estudiantes se enrolaron en la defensa territorial. Nos mostró la cinta amarilla en la valla. “Llevaba este Pilgrim un cura del Ejército Ucraniano, el capellán Mojnenko. No sé para qué es capellán, no iban a la iglesia. Cavaron trincheras. Cavaron en 2014, cavaron en 2018 y ahora”.

“¿Los niños también cavaban?”

“Bueno, niños. Tenían 15-16 años, cabezas limpias. Este Mojnenko mismo escapó de Mariupol. Tenía 33 niños adoptados, se los llevó y dejó al resto aquí. Se marcharon con los azovtsi cuando empezó la batalla. Lucharon un poco y se marcharon”.

Un hombre se asomó cuidadosamente desde el refugio del edificio. Rechazó un cigarrillo, argumentando que ni fuma ni bebe, es un creyente convencido. Alegó que no había ni Azov ni personal militar ahí, como decían. Sin embargo, en la esquina del patio encontramos un jeep con las identificaciones azules del Ejército Ucraniano o de la Guardia Nacional. Al ver nuestro interés por el coche, afirmó: “No está abandonado, tiene dueño, vino hace poco”.

Entonces, Vlad, un tranquilo e inteligente hombre discapacitado del grupo, que se dejó la juventud y la salud en esta guerra, se enfadó con el curioso vecino: “No nos cuentes películas, el coche tiene marcas del Ejército Ucraniano. ¿Quién es el dueño? ¿Dónde vive?”

Pensé que el hombre iba a colapsar y caer al suelo del miedo que le estaban dando las preguntas. Nos contó que solo había venido a visitar a su abuela, que vive en el sótano porque su casa fue bombardeada. Vlad se tranquilizó: “Vale, no somos investigadores. Abre el edificio”. La inspección a ojo mostró que el edificio había sido concienzudamente barrido. Ni siquiera en las habitaciones en las que se había luchado había cartuchos. Ni uno. Nada de documentación ni propaganda. Los dueños de la organización se han preparado para las preguntas que se harán cuando acabe la operación militar.

Lo único que quedaba ahí del batallón Azov eran las minas antitanque tiradas a la derecha de la entrada. Unos proyectiles extraños. Estaban cubiertos con adhesivos en la parte de arriba. También había un grueso cable bajo la mina. Me dio miedo incluso sacar la foto de las marcas. Puede que estuviera conectada a algo, puede que levantarla la hiciera explotar. No lo sabía, no soy un experto.

Volvimos al batallón en silencio. Pensé en toda la basura que ha quedado en los territorios liberados y en cuántos secretos han quedado ocultos. ¿Dónde están los adolescentes de Pilgrim que han sido educados en la ideología de Bandera? La respuesta es evidente: están en Azovstal esperando a la muerte. ¿Dónde está el tío que los educó? Sentado en Kiev. ¿Alguien le hará preguntas? No lo sé.

Había jeeps del Ministerio de Situaciones d Emergencia a la salida de Mariupol. Una grúa desmantelaba una barricada de losas con las palabras “Gloria a Ucrania” escrito en ellas. Bloqueaba completamente la calle y hace tiempo que todos echaban pestes sobre ella, igual que sobre Ucrania. El oficial de Emercom prestó especial atención a nuestra información sobre el extraño proyectil y prometió ir al lugar inmediatamente. Nos ofreció ir juntos, pero aún teníamos muchos puestos de control que cruzar y unas carreteras terribles para salir de la gran ciudad. Enorme, destrozada y aplastada por la guerra. Pero todo lo que puede destruir el ser humano se puede reconstruir. Y eso también vale para las ciudades.

Fuente original: Komsomolskaya Pravda

Fuente de la traducción: Slavyangrad

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