Nuestramérica. Día de la fotógrafa y el fotógrafo: cuando el daguerrotipo llegó a la región

Por Ricardo Palmadessa, Resumen Latinoamericano, 21 de septiembre de 2021.

El 21 de septiembre se celebra en Argentina y varios países de América Latina, el día de la fotógrafa y el fotógrafo. Según se consigna en diversos medios, la fecha corresponde a la realización del primer daguerrotipo en estas tierras, hecho que habría tenido lugar entonces apenas un mes después de la divulgación del invento en París, pero del cual no hemos encontrado datos.

La fotografía desembarca en Sudamérica

El 19 de agosto de 1839, la Academia de Ciencias de Francia presentaba públicamente la técnica ideada por Louis Daguerre en base a las experiencias de otro inventor francés: Joseph Nicéphore Niepce. La fotografía nacía oficialmente, y es por esa razón que en esa fecha se celebra su día internacional. No hemos encontrado datos que den cuenta de que la primera fotografía latinoamericana haya sido realizada el día en que comenzaba la primavera de ese mismo año.

Al parecer la llegada del invento demoró unos meses más. Según el investigador de origen cubano, José Antonio Navarrete, en su libro Fotografiando en América Latina…”En diciembre de 1839 llegó a las costas de San Salvador de Bahía el buque escuela francés L’Orientale, llevando a bordo al primer daguerrotipista en arribar a América, el capellán de la nave, abate Louis A. Compte. Presumiblemente él hizo tomas de la ciudad antes de que la nave continuara rumbo a Río de Janeiro donde sí realizó, el 17 de enero de 1840 una demostración del uso del daguerrotipo que está suficientemente documentada.”

El barco siguió viaje hacia Montevideo, donde hacia fines de febrero se hicieron demostraciones ante el gobierno local. Allí estaban presentes, además, algunos argentinos exiliados en la banda oriental durante el gobierno de Rosas, como Mariquita Sánchez de Thompson y Florencio Varela. El abate Compte se quedó en Montevideo por problemas de salud y el buque, no pudiendo ingresar al puerto de Buenos Aires que se encontraba bloqueado por la flota francesa, continuó su viaje hacia el sur para llegar luego a Chile, donde desembarcarían otra máquina de daguerrotipos. Ese viaje parece ser entonces el que trajo a estas tierras el invento francés.

Izq: Gobernador de Salta Miguel Otero (1845). Es el daguerrotipo más antiguo que se conserva. Autor: John A. Bennet. Der: Mariquita Sánchez de Thompson (1854). Autor: Antonio Pozzo

Durante la década de 1840 se expandió la actividad a las principales ciudades del continente. Recién en junio de 1843 se instaló en Buenos Aires el primer daguerrotipista, el inglés John Elliott, quien publicó un aviso en La Gaceta Mercantil:

Retratos de Daguerrotipo. El Sr. Elliot tiene el honor de anunciar al respetable público de Buenos Aires que acaba de llegar de los Estados Unidos provisto de todas las máquinas perfeccionadas del Daguerrotipo, y se halla en el caso de poder ofrecer sus servicios en el empeño de todo lo correspondiente a ese admirable arte, sacando con suma brevedad y exactitud los retratos de las personas que gusten honrarle con su confianza y tengan a bien concurrir a la Recoba Nueva, en los Altos número 56, Plaza de la Vitoria desde el lunes próximo 26 en que dará principio a sus trabajos”.

Gregorio Ibarra, grabador y librero, también había adquirido una de las máquinas de Daguerre y publicitó simultáneamente y en el mismo diario sus servicios mediante la técnica que “en el corto espacio de algunos minutos fija sobre una lámina de plata la imagen de cualquier objeto”.

Una década más tarde, la artista de origen francés Antonia Brunet se iniciaba en el daguerrotipo convirtiéndose así en la primera fotógrafa profesional del país.

En esta primera década la fotografía latinoamericana se dedicó casi exclusivamente al retrato de la burguesía urbana, única clientela capaz de pagar por el servicio. Los daguerrotipos eran un objeto de lujo, casi una joya. La plancha metálica que inmortalizaba la imagen de una rica señora de la ciudad se entregaba a la clienta enmarcada y cubierta por una placa de vidrio, dentro de un estuche forrado de terciopelo. Además cada daguerrotipo era realmente una pieza única, ya que aún era una imagen imposible de reproducir.

De modo que ante una clientela escasa, los retratistas fueron forzosamente trashumantes, fotógrafos viajando de una ciudad a otra en busca de quienes posaran ante su cámara y pagaran por ello. Según Navarrete, fue de esta manera que con el daguerrotipo como medio de autorrepresentación, “…los terratenientes y los grupos enriquecidos de la burguesía en gestación de nuestros países han podido dejar constancia temprana de su status social, a la vez que de su individualidad”.

Jura de la Constitución de Buenos Aires en la Plaza de la Victoria, hoy Plaza de Mayo (1854) Autor no identificado

Entre fines de 1850 y comienzos de 1860 los adelantos técnicos permitieron, primero, la posibilidad de obtener imágenes posibles de copiar (el llamado colodión húmedo fijaba imágenes en negativo sobre placas de vidrio) y luego, la impresión de las fotografías sobre hojas de papel. Se pasó entonces del estuche al álbum de fotos y la fotografía se transformó de objeto exclusivo, en una incipiente profusión de imágenes. El retrato además se hizo accesible para las capas medias de la sociedad, cuando se popularizaron las tarjetas de visita con fotografías.

Estos cambios y mejoras permitieron además que la fotografía llegara a una mayor variedad de temas. Desde lo turístico a lo científico: el registro de paisajes, la documentación de investigaciones arqueológicas o la clasificación y catálogo de especies botánicas y animales. Y también la cobertura visual de campañas militares, como es el caso de la mal llamada Conquista del Desierto, un “desierto” habitado por los pueblos originarios a quienes el poder político y las clases dominantes locales habían decidido desplazar a sangre y fuego, para expandir las fronteras productivas del territorio nacional. El fotógrafo italiano, Antonio Pozzo, fue quien registró la primera expedición del entonces Ministro de Guerra, Julio Argentino Roca.

Grupo de prisioneros mapuches, incluyendo a los caciques Incayal y Foyel, capturados durante la llamada Conquista del Desierto (1884) Autor: Estudio Boote & Co.

A fines del siglo XIX, en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, consideraban a los sobrevivientes de este genocidio como especies exóticas dignas de ser estudiadas y expuestas en sus salas. En 1884 el cacique mapuche Incayal, junto a otros integrantes de su pueblo, luego de la última batalla librada en la Patagonia, fueron tomados prisioneros y llevados a Buenos Aires. Con la excusa de rescatarlos, el perito Francisco Moreno los llevó al Museo, donde cambiaron prisión por trabajo esclavo. Allí, entre otras vejaciones, fueron obligados a posar para ser fotografiados. Muertos ya los últimos mapuches del museo, las fotografías quedaron archivadas y olvidadas en un depósito, hasta su descubrimiento en 1994. Hace unos años el periodista y fotógrafo Sebastián Hacher realizó un trabajo de rescate de esas imágenes y de esa historia, que dio como resultado la muestra “Incayal vuelve”.

En la segunda mitad del siglo Argentina se establecía como país, basado en un modelo económico agroexportador dirigido por la elite terrateniente que concentraba la propiedad de la tierra, difundiendo una imagen de progreso y prosperidad mientras la creciente desigualdad social llevaba a los trabajadores que llegaban a Buenos Aires del exterior y del interior a hacinarse en conventillos.

Dentro de las varias oleadas de inmigrantes, llegaron desde Europa muchos fotógrafos profesionales y aficionados, dispuestos a ganarse la vida con la aún nueva profesión. Muchos de ellos terminaron conformando a comienzos de 1900 los primeros planteles de fotorreporteros de los diarios.

Otros como Christiano Junior, Samuel Rimathé, Harry G. Olds y Benito Panunzi abrían sus estudios o recorrían el territorio para documentar paisajes urbanos y rurales, pero también la vida y la actividad de sus trabajadores, aunque sus fotografías abonaban esa imagen de país próspero. No había aún experiencias cercanas a la fotografía social, es decir, que documentaran la vida real y los sufrimientos que traía aparejado el progreso capitalista. Se acerca al documento social la obra de un fotógrafo argentino, el santafecino Fernando Paillet, quien dedicó su vida profesional a retratar minuciosamente y con gran calidad los diversos oficios de los pobladores de Esperanza, su ciudad natal.

La hojalatería de Santiago Huber (1922) Autor: Fernando Paillet.

Con el nuevo siglo la fotografía argentina llegaba a la prensa. Uno de los primeros medios en publicar fotos en sus páginas fue la revista Caras y Caretas, para lo cual además de contratar a los primeros reporteros gráficos, convocaba a aficionados de todo el país a enviar sus fotos, conformando así una pionera red de corresponsales. La publicación entró de lleno en la polémica entre la supuesta prensa seria sin fotos y la prensa considerada vulgar, ilustrada con fotografías, que llegaba al país como reflejo de lo que sucedía en Europa y Estados Unidos. Como ya sabemos, las imágenes ganaron la pulseada y el desarrollo de la prensa durante el siglo XX no se concibe sin el protagonismo de la fotografía y los reporteros gráficos.

Por otra parte, ya avanzado el nuevo siglo, las máquinas cada vez más portátiles y sencillas de utilizar, permitieron el acceso a la fotografía de un público cada vez más masivo. La aparición de las cámaras automáticas de apuntar y disparar en la década del 70, acercó la fotografía a los aficionados. Dejó de ser un bien de élite y se convirtió en algo a lo que la clase trabajadora pudo acceder para registrar los momentos memorables de la vida diaria.

Luego de un recorrido de casi dos siglos de historia, en plena era de las imágenes, la fotografía es una herramienta cada vez más accesible para mostrar el mundo y contarlo desde una mirada propia, gracias al avance tecnológico. Sin embargo, la desigualdad capitalista hace que millones no puedan acceder ni a un equipo sencillo, herramienta hoy imprescindible además para trabajar o intentar conseguir trabajo, y hasta para estudiar.

Fuente: Izquierda diario

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