Cuba. Che, el antidogma

Poe José Alejandro Rodríguez, Resumen Latinoamericano, 14 de junio de 2021.

Este artículo se publicó en Juventud Rebelde en octubre de 2017, con motivo del aniversario 50 de la caída en combate del Comandante Ernesto Che Guevara. Y como mantiene su vigencia, con ciertas lecturas para el presente, lo reproducimos con mínimos cambios, como homenaje a uno de los grandes revolucionarios de todos los tiempos, en su faceta de constructor del socialismo y a la vez agudo analista de empeño tan complejo.

A veces me pregunto, pioneros, si podremos ser como el Che; si lo mantendrá vivo y palpitante la liturgia de desempolvarlo en frases y palabras altisonantes en sus efemérides, aunque después los adultos hagamos lo que nos parezca y lo neguemos a cuentagotas con la desidia, la indolencia o el acomodamiento.

Mañana, cuando él cumpla un año más en la gloria, las ofrendas y homenajes más recurrentes serán al Guerrillero Heroico, al redentor de los preteridos y olvidados de siempre; como si ese irreductible no fuera el mismo en la guerra y en la paz de la edificación socialista. Como si aquella pólvora justiciera no se perpetuara en su osadía de la redención humana desde el poder, en su voluntad espartana de construir un mundo y un hombre nuevos —todavía una aspiración— para honrar tanta sangre derramada.

Después del 1ro. de enero de 1959, y hasta la partida a otras tierras que reclamaban el concurso de sus «modestos esfuerzos», Ernesto Guevara de la Serna se ganó también los grados de líder más que de funcionario. De  mesías y adelantado de una Revolución que, en el concepto vívido del argentino cubano, debía estar en perpetua revolución para no necrosarse.

Che fue el antidogma a lo largo de una vida que siempre despreció las predestinaciones de la comodidad y la oportunidad ventajosa en pos del sacrificio. Por eso, con inteligencia y talento excelsos para convertirse en un gran médico, siguió a Fidel y se alistó en el Granma, proa definitivamente a la Revolución, Sierra Maestra, Columna 8… hasta las más difíciles e inéditas batallas después del triunfo de 1959.

Su lealtad a Fidel y a la Revolución como combatiente y estadista, cimentada en un espartano ejemplo personal, siempre fue guerrillera. Junto a un elevado compromiso en cada tarea encomendada, nos legó un modelo de conciencia crítica, de analista profundo y amoroso de la propia obra revolucionaria que comandaba. Fue un adelantado promotor de la calidad y la belleza que se debe ganar el socialismo.

Su coherencia entre palabra y vida, de la cual perviven tantas anécdotas, tenía que ver mucho con su concepción de la Revolución como un proceso formador, en el cual se trabaja duro por el bienestar y el mejoramiento, y a la vez se analiza desde la duda, el pensamiento creador e indagatorio, por incisivo y renovador que fuere.

Che todavía nos alerta de que la incondicionalidad pasa por cabeza propia, el criterio personal, el debate y la polémica, el estudio e investigación previos, el diagnóstico científico como antídoto del súbito voluntarismo. Nos legó el alerta sabio y precoz como clave de la honestidad, no la complaciente anuencia ante los males, propia de simuladores y adulones que él aborrecía.

Entre sus herencias siguen gravitando sobre nuestros esfuerzos por perfeccionar el socialismo cubano —no siempre fructíferos—, el imperativo del control, el rigor y la disciplina, pero no sobre úcases e imposiciones, sino con el encantamiento de involucrar a todos desde las bases para que participen de veras y no solo cumplan órdenes. Él supo escuchar y palpar siempre bien abajo, como alimento insustituible para las tareas de dirección.

A diferencia de concepciones burocratizantes, tecnocráticas y elitistas alejadas del sentir de las masas, que al final dieron al traste con el socialismo real en las nevadas latitudes esteuropeas, Che nos sigue alertando, desde su praxis y su pensamiento teórico acerca de la transición socialista, de que esta nueva sociedad solo se puede construir con el hombre como centro. Desde él, con él y para él.

En las tareas urgentes de la Revolución, Che fue siempre el primero.

Y en ese enfoque humanista del proceso reflexionó con alto nivel conceptual acerca de las contradicciones y los dilemas de la nueva sociedad, en cuanto a lograr la confluencia y el equilibrio necesarios entre la vanguardia política, la masa participante y el individuo con sus particularidades, un tema aún álgido y controversial en el socialismo. (Léase El Socialismo y el hombre en Cuba).

Che predicó, en pensamiento y obra, que sin la acción consciente del ser humano no puede construirse la nueva sociedad. No hay mecanismo que valga por sí solo. La importancia que le dio al llamado factor subjetivo como fermento y garantía de los procesos transformadores, lo hizo rebelarse contra el determinismo imperante entonces en la URSS, el manualismo mecanicista y los dogmas que todo lo presuponían y absolutizaban de acuerdo con leyes históricas y las famosas contradicciones entre fuerzas productivas y relaciones de producción, obviando la capacidad humana de crecerse en su conciencia y rebeldía.

Solo un precoz visionario de las dinámicas sociales como él, podía haberse adelantado, en años fundacionales de la Revolución, a diagnosticar los males y las deformaciones paralizantes que se acumulaban en el socialismo europeo, y que dieron al traste con esas sociedades, ya en un abismo entre pueblo y vanguardia y en un anquilosamiento económico frente al viejo y taimado capitalismo, que siempre emerge por encima de sus crisis con fórmulas camaleónicas. Y esas son también alertas para la Revolución Cubana hoy.

Che trabajó en cuerpo y alma, en hechos y reflexiones hondas, para que Cuba alcanzara el camino de la redención social y humana, de la liberación total del individuo. Ese fue su combate inacabado, que aún espera aquí por la victoria definitiva. Por eso anda entre nosotros, ojo avizor ante cualquier acechanza o emboscada, premiando lo justo e inteligente, y censurando nuestros dislates. Che persevera.

Fuente: Juventud Rebelde

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