Pensamiento crítico. Alejo Brignole: “Entre los ‘países sumergidos’ y los ‘países sumergentes’ existe una guerra dialéctica por la hegemonía del discurso”

Por Correo del ALBA, Resumen Latinoamericano, 12 de junio de 2021.

Alejo Brignole, escritor argentino, novelista y periodista centrado en el análisis internacional, es autor de una extensa obra literaria y varios de sus volúmenes dedicados a temas políticos y sociales de América Latina y Europa. En los últimos años ha aportado algunas innovaciones en el campo del lenguaje político con nuevas categorías y neologismos que intentan profundizar la comprensión de la situación latinoamericana en el mundo. En sus textos se intenta profundizar la brecha, a veces invisibles, sobre los conceptos diarios que nos son impuestos y aquellos que nos describen, pero el sistema deslegitima o simplemente ignora. Correo del Alba conversó con él para que nos explique “esta batalla sorda” en el ámbito del discurso.

Es sabido que los países centrales han sido los generadores de las nomenclaturas vigentes. Ellos definen la realidad global mediante conceptos, categorizaciones y jerarquías que encasillan aspectos de la realidad… ¿De qué manera ello nos perjudica a los latinoamericanos?

En efecto esto es así y nos perjudica de muchas maneras. Los países históricamente dominantes, en sus diversas épocas–podemos remitirnos a los griegos del siglo de Pericles, a los chinos de la dinastía Yuan, el Imperio azteca o al predominio occidental de los siglos XIX y XX–, han tenido la prerrogativa de elaborar dialécticas verticalistas, un discurso acorde y funcional a esa dominación, pues es la articulación del discurso lo que permite el acceso a la comprensión de la realidad. Sin embargo, el propio concepto de realidad es fragmentario o parcial y jamás puede abordarse de manera eficaz. Solo a través de la apropiación del discurso puede explicarse alguna forma totalizadora de realidad, que termina siendo artificial o directamente falaz. De ahí que resulta fundamental en un proceso hegemónico apropiarse de esa interpretación, de una dialéctica, en definitiva.

Para Latinoamérica, aquel ha sido un problema vertebral, pues pocas veces en su historia fue dueña de su propio discurso. Ya desde inicios de la conquista española, los dueños del discurso marginaron y subhumanizaron al indígena. Luego deslegitimaron sus dioses y, por último, impusieron la lengua, lo que posibilitó la subordinación absoluta al discurso dominante. No fue casualidad, por tanto, que la resistencia indígena tuviera sus ejes principales en la continuidad lingüística originaria y en la celebración (muchas veces de manera clandestina) de sus ritos ancestrales. La resistencia más pertinaz de una identidad y de una cultura no se dirime en el campo militar, sino en lo que el filósofo Herbert Marcuse denominaba los aspectos transmateriales, como son la lengua, los rituales y las costumbres.

¿En la actualidad cómo se resuelve esta tensión entre el discurso dominante y la necesidad de resistencia de los países menos poderosos, de las periferias?

En la actualidad esta tensión ha cobrado una importancia superlativa, debido sobre todo a que nos movemos en un mundo hiperconectado, donde la información tiene la capacidad de iniciar, modificar y hasta inhibir procesos sociales de envergadura. Y el vehículo de todo ello es la palabra, que es la que articula el discurso.

¿No es también la imagen?… Vivimos en la era del predominio de la imagen.

Así es, pero las imágenes teminan siendo coadyuvantes del discurso. De la posverdad incluso. Hoy podemos ver a marines masacrando civiles o bombardeando escuelas con drones, pero la voz en off o los epígrafes nos dices que que son terroristas, y eso es lo que prevalece y finalmente legitima cualquier imagen obscena o criminal. Quien es dueño del discurso es dueño de la realidad o de los reflejos de ésta. He aquí la importancia en la generación de discursos que diseñan un mundo conceptual según intereses determinados. Para nosotros, los latinoamericanos, o para cualquier otra periferia sobreexplotada, esta tensión se resuelve desechando los conceptos importados por la centralidad y generando un discurso propio que confronte con las ideas impuestas verticalmente.

¿Podría darnos algunos ejemplos?

Existen miles de ejemplos posibles. La historia moderna y antigua está plagada de ellos. Los griegos y los romanos ya utilizaban recursos dialécticos para definir la realidad según sus estrategias políticas o militares. Conceptualizaban como más o menos bárbaros a los diversos pueblos, según su grado de helenización o romanización, otorgándoles legitimidad civilizatoria o negándosela. En la era precolombina los mexicas denominaban popolucas (el equivalente de bárbaros en Europa) a los pueblos mesoamericanos que no convergían en sus corrientes culturales directas. Ello permitió validar los procesos imperiales aztecas o campañas militares destructivas, tal cual hoy hace la hegemonía anglosajona.

Pero para no hacer excursos innecesarios, remitámonos a las retóricas militaristas estadounidenses, que mediante estos recursos dialécticos encapsulan la realidad bajo conceptos maquillados. Cuando se habla de “guerras preventivas”, lo que se hace es utilizar eufemismos para no describir una invasión neocolonial, de apropiación de recursos naturales. De igual manera, cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM) utilizan la frase “distribución regresiva de la riqueza”, lo hacen para definir eufemísticamente la “concentración capitalista en pocas manos”. Esta tergiversación semántica maquilla o distorsiona mediante subterfugios lingüísticos una situación de injusticia que podría causar malestar, respuestas colectivas e incluso procesos revolucionarios. El propio concepto de Primer Mundo es utilizado como una herramienta de categorización geopolítica, pero que no está desprovista de contenidos racistas y segregacionistas. El término Primer Mundo, que durante la Guerra Fría describía una pertenencia geoestratégica, el llamado Mundo Libre opuesto a el bloque comunista, hoy ha pasado a describir a un Occidente dueño de la técnica, del poder militar y las decisiones globales. Por contraposición, el Tercer Mundo, aquellos que no estaban alineados ni con Estados Unidos ni con la Unión Soviética, hoy son sinónimo de países subdesarrollados, de naciones incompletas en su estructuración, y por tanto susceptibles de ser tuteladas por los mismos mecanismos vigentes que el Primer Mundo organiza.

El propio Derecho Internacional, el corpus legal que rige a la diplomacia mundial, fue diseñado por estos países dominantes que luego canibalizaron ese derecho en función de sus intereses estratégicos. Pensemos si no, en los grotescos silencios y operaciones diplomáticas que históricamente ha realizado la Organización de Estados Americanos (OEA), pisoteando el Derecho Internacional y hasta sus propios estatutos. Lo más reciente de esta violación flagrante de su propio sistema fue el golpe de Estado en Bolivia o los ominosos silencios sobre las violaciones a los Derechos Humanos de Sebastián Piñera en Chile o Iván Duque en Colombia. Esto crea una paradoja, en donde la creación de un Derecho Internacional ad hoc para los intereses de los países ricos luego resulta vulnerado mediante estos recursos dialécticos perversos que el discurso enuncia: ¿Venezuela es una dictadura y Chile es una democracia? ¿Iván Duque o Manuel Uribe son dos repugnantes genocidas o simpáticos demócratas? Estas dicotomías falsas luego son resueltas por un eje vertebrador: el discurso. Por eso existe tanto interés en poseer los medios y elevar a la categoría de gurúes de la democracia a voces aceptadas como legítimas, como el caso del Premio Nobel Mario Vargas Llosa. Si sus razonamientos resultan ridículos y no soportan el menor análisis, carece de importancia. Lo que cuenta es el predominio del discurso, no su naturaleza conceptual.

Sobre este punto en particular, usted ha creado en uno de sus libros el concepto Derecho Internacional Periférico… ¿En qué consiste?

Básicamente el concepto describe la necesidad de que los países menos poderosos generen sus propias estructuras arbitrales y sus organismos multilaterales para que la Justicia internacional fluya de manera equitativa e imparcial. El Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (Ciadi), creado por el BM en 1965, es una corte internacional de apariencia democrática, pero en realidad asegura la impunidad de las corporaciones trasnacionales en los países periféricos. Es una institución viciada de nulidad jurídica, es decir, jurídicamente aberrante, pensada para blindar legalmente a megacorporaciones y que puedan expoliar materias primas, recursos naturales u obtener ganancias excesivas con casi total impunidad y sin tener que rendir cuentas de los desmanes ecológicos o sociales que provocan en sus ámbitos de extracción. Así, los países suscritos al Ciadi se ven imposibilitados de estructurar una economía soberana mediante la administración de sus riquezas y posibilidades de desarrollo. Caso contrario, se ven expuestas a sanciones internacionales unilaterales y claramente injustas. El resto de los organismos emergidos tras la segunda postguerra (la OEA y las Naciones Unidas incluidas) son parte fundamental de esta hegemonía estructural y dialéctica. Por ello cobra importancia capital el surgimiento en América Latina de la Celac, la Unasur, el ALBA o el Parlasur. El papel de Hugo Chávez o Fidel Castro en todas estas nuevas instancias jurídicas soberanas opuestas al diseño mundial emergente luego de 1945 fue fundamental.

“El discurso occidental, que lleva operando cinco siglos o más, ha logrado este reflejo especular distorsivo de nuestra propia realidad. No vemos la realidad, sino lo que nos cuentan sobre ella”  

En consecuencia, y con gran coherencia estratégica propia del capitalismo, los dueños del discurso hegemónico global han desplegado todas las herramientas dialécticas para deslegitimar a Hugo Chávez y a todo proceso emancipador en Latinoamérica. Precisamente porque esta nueva forma de encarar el Derecho Internacional, es decir, desde un enfoque periférico, atenta contra el statu quoopresor de los países centrales. Por razones similares, China ha creado el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura en 2014 como una manera de competir y desplazar el predominio del BM y de Estados Unidos en las políticas crediticias mundiales. Sin embargo –y esto en general no se suele mencionar– fue Hugo Chávez el verdadero ideólogo de esta nueva instancia financiera, pues cinco años antes que China, se reunió por primera vez en 2009, el Banco del Sur, con una finalidad análoga: desmarcarse de las políticas crediticias del BM y del FMI, que históricamente han sido políticas de sujeción soberana para nuestras naciones dependientes de los mercados financieros mundiales. Dependencia que es, además, artificial y diseñada con una intención sumergente.

Háblenos un poco sobre ese concepto que ha concebido usted de “países sumergentes” para definir a los países centrales que mediante el dominio tecnológico y militar, y finalmente económico, sumergen al resto de las naciones periféricas.

En efecto, en mi libro Manual de Guerra de Buen Latinoamericano y en multitud de artículos hago hincapié en la necesidad de que Latinoamérica, y por extensión el resto de las periferias mundiales, elaboren categorizaciones propias apartadas de las nomenclaturas surgidas de la centralidad. Como ya señalé, la división entre Primer Mundo y Tercero está contaminada de una dialéctica subordinante. Por ello debemos comenzar a nominar como “países sumergentes” a ese conjunto llamado Primer Mundo, pues para mantener su bienestar y desarrollo se sirven de la inmersión del resto de los países. Literalmente los hunden en un subdesarrollo programado y en una sobreexplotación caníbal que resulta funcional para la transferencia de riquezas hacia sus economías desarrolladas. Y son desarrolladas, justamente, por esa transferencia que asegura nuestro subdesarrollo. Las relaciones causales son muy claras y directas, sin embargo la gran mayoría de las sociedades periféricas tienen asumido que los países ricos lo son por atributos legítimos de su propia organización y una preeminencia tecnológica surgida de su inteligencia como sociedades. El discurso occidental, que lleva operando cinco siglos o más, ha logrado este reflejo especular distorsivo de nuestra propia realidad. No vemos la realidad, sino lo que nos cuentan sobre ella.  

¿Según he leído, para usted el mundo estaría así dividido entre “países sumergentes” y “países sumergidos”, no es así?

También existen países flotantes que fluctúan en su desempeño. España, Argentina o Brasil serían es un buen ejemplo de país flotante, pues a pesar de sumergir a naciones con menos solidez con sus empresas trasnacionales y colaboraciones militaristas, son a su vez países hundido por sus vecinos más poderosos. En el caso de España, subsumida a naciones como Francia y sobre todo Alemania. Brasil y Argentina han sangrado y explotado a Bolivia o Paraguay durante décadas, y sin embargo han sido víctimas del expolio estadounidense en los mismos períodos. Esto es lo que los define como “flotantes”. Se mueven a un lado y otro de la línea de flotación

Sobre este particular ha surgido una polémica, por cuanto pocos meses después de que usted diera a conocer su neologismo de “países sumergentes” en 2014,  salieron multitud de artículos de las usinas capitalistas apropiándose del concepto. Y más tarde el BM y el FMI también lo adoptaron para escribir sus informes. Ellos definen como “países sumergentes” a los que muestran una economía retrógrada o con índices negativos… ¿Cómo toma usted esta apropiación?

En la guerra dialéctica que confronta el discurso del Norte contra un discurso propio del Sur, esta apropiación es una táctica más para impedir que Latinoamérica posea una manera endógena de inteligir la realidad con sus parámetros y no con razonamientos exógenos. Para impedir, en una palabra que se cumpla esa gran premisa de Enrique Dussel, cuando dice que “América Latina debe ser un continente enunciador”. Es decir, debe enunciar nuestras propias realidades paradigmas y no repetir falsos axiomas o asumir escenarios ficticios que no describen nuestras problemáticas.

¿Llamar “países sumergentes” a un Primer Mundo brutal y deshumanizado suena bastante didáctico? Los medios latinoamericanos, al menos lo del campo popular o refractarios al imperialismo se han hecho eco de este neologismo?

A mi humilde juicio, no todo lo que en realidad debieran. Cuando escucho en Telesur –que es una herramienta descolonial formidable creada por Hugo Chávez– y veo que siguen hablando del Primer Mundo, me pregunto cuántas herramientas podríamos utilizar para expandir la comprensión del público y no lo hacemos. De todos modos, en la batalla de ideas la confrontación es de largo aliento. La instalación de nuevos paradigmas no se resuelve en meses o años. A veces se tarda décadas. Lo importante es plantar la semilla de nuevas formas discursivas, ampliadoras y descolonizadas. Por fortuna ya hay varios analistas de nuestra América que recogieron el guante y lo utilizan a diario en sus apariciones mediáticas o asumen el neologismo de “países sumergentes” en sus libros y ensayos. Y si alguien duda de que existe una guerra dialéctica por la hegemonía del discurso y que además se expresa de manera sistémica y bien orgánica, el establishment financiero lanzó hace unos tres años una campaña mediática para difundir el concepto de “países sumergentes” como un mero tecnicismo económico de calificación internacional, cuando en realidad lo concebí como una diferenciación ético-humanista.

Bolívar sentenció que “más nos dominan por el engaño que por la fuerza”…

Para el Norte global resulta imperioso evitar que las sociedades desfavorecidas en este sistema mundial posean herramientas del lenguaje de propio cuño y no impuestas para confrontar el discurso central. Por eso la guerra tecnológica es parte indispensable de las otras guerras hegemónicas, pues quien administra y posee la tecnología, posee la llave para asegurar las diversas hegemonías en este mundo tecnificado. Y la supremacía dialéctico-lingüística es el primer paso para asegurar y allanar las otras dominaciones. Google, el Banco Mundial, CNN, el FMI o la Organización Mundial del Comercio (OMC), además de las usinas de pensamiento global, sin olvidar a los generadores de arquetipos mundializados como Hollywood o la Corporación Disney actúan en este sentido y lo hacen con recursos de alcances científicos aplicados a la ingeniería social. Por eso si usted pone en su Twitter una foto del Che o de Fidel, es muy probable que le suspendan temporalmente la cuenta. Cosa que no ocurre si pone la foto de un genocida como Henry Kissinger, Anastasio Somoza o George W. Bush. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que nada de lo que sucede en el mundo digital y comunicacional, e influye en sus procesos derivados, escapa a estos lineamientos diseñados estratégicamente.

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