Chile. Elecciones, represiones y lecciones para el movimiento popular y clasista

Por Marco Paulsen*, Resumen Latinoamericano, 31 de marzo de 2021.

A la fecha, a diez días de distancia, aún no tenemos la certeza de que se realicen las múltiples e intrascendentes elecciones del 11 de abril, devenidas ya las del 10 y 11 de abril y muy probablemente las del 15 y 16 de mayo.

Para muchas personas, quizás muchísimas, puede parecer un despropósito (o una locura) la calificación de intrascendentes. Sobre todo, si por una parte hay quienes creen que las de convencionales pueden de alguna manera condicionar o determinar los al menos 30 años por venir; piensan que es el gran triunfo del llamado estallido de octubre; o que sepultarán definitivamente (una vez más definitivamente, como cuando la nueva constitución del 2005 del Lagos, el fin del binominal de Bachelet, comisión Valech, etc.) la llamada transición y la herencia de Pinochet.

Incluso osada la afirmación para quienes pensamos que en realidad todo esto una parte, clave y central pero una parte y no el todo, del plan de relegitimación de la dominación vía institucionalización del conflicto de clases.

Vamos viendo, es muy cierto, desde nuestra perspectiva de clase y revolucionaria, que el plan de relegitimación burguesa/republicana, requiere de la imposición de un andamiaje jurídico/estructural que pueda otorgar cierta paz social y restablecimiento del consenso de la sumisión. Es este el punto central que empuja al conjunto del bloque en el Poder, incluido sus márgenes políticos de izquierda y derecha, a abrazar el pacto por la paz y la nueva constitución. Necesitan poner un término pactado (de lo contrario tampoco dudarán en recurrir a más violencia, incluyendo si lo estimasen necesario, un autogolpe) a la crisis profunda y prolongada que alcanza su, por ahora, punto de confrontación más aguda en los meses posteriores al 18 de octubre. El alzamiento popular frente  a la crisis multidimensional, de carácter integral y de profundidad estructural, adquiere formas de organización y de expresión pre-insurreccionales, una masividad desbordante e incontrolada, una extensión territorial históricamente inédita, un cuestionamiento radical a las bases ideológicas y materiales del modelo[1], aun cuando siguen siendo demandas y exigencias mayoritariamente democráticas y con un carácter germinalmente anticapitalistas. 

Los poderosos y sus representantes sienten la amenaza y ofrecen inicialmente algunas concesiones hasta ese entonces calificadas de imposibles. Aún así el alzamiento popular no decae y es entonces que acuerdan su pacto de salvación institucional sacrificando potencialmente algunos aspectos de su institucionalidad.

Estas elecciones son por lo tanto resultado del plan de relegitimación del Bloque en el poder.

Por otro lado, las fuerzas e intenciones organizadas de carácter revolucionaria, no pudimos (o no supimos, o la combinación de ambas) impulsar la construcción de una alternativa efectivamente revolucionaria y anticapitalista, en la perspectiva socialista y del poder popular, a la crisis. No logramos instalarnos, por el momento, como una fuerza alternativa capaz de construir otra sociedad, como fuerza creíble y hegemónica.

La irrupción de la pandemia ayudó de manera significativa a la disminución de la movilización y lucha directa de las masas. Las medidas sanitarias de protección sirvieron para estos efectos. No podemos asegurar que hubiese pasado sin la pandemia. Pero si podemos afirmar que la movilización no se apagó el 15 de noviembre, cuando firmaron su pacto de paz y rechazo a la violencia de las masas. Es más, la posibilidad de reimpulso más radical de la lucha de masas, estaba a la orden del día[2].

Al día de hoy se han instalado al menos dos escenarios que se desarrollan en el mismo tiempo, de manera antagónica y asimétrica, aunque interrelacionados.

Por un lado el plan estratégico interburgués que apunta a la relegitimación de la dominación, con más o menos regulación del mercado, el cual combina (por esto las elecciones son solo parte del plan) por una parte la institucionalización del enfrentmiento de clases para desmovilizar al pueblo y reconducir a los salones de palacios el lugar de resolución de conflictos, mediante la delegación de la representación y voluntad popular  y por otra parte la agudización de la represión directa y el arsenal jurídico que la ampara (a través de por ejemplo la ley antibarricadas aprobada desde la UDI al Frente Amplio, si una vez más Boric y Jakcson serviles de la dominación, la participación de los milicos en el control de fronteras y su participación en la militarización de la Araucanía, etc.)

Por otro ladoel otro escenario[3] de la lucha popular, clasista y combativa. El cual persiste en la movilización y organización popular como vías de ejercicio y reivindicación de los derechos. El que impulsa la lucha y la toma de consciencia como caminos para lograr verdaderas victorias, el que transita por los intereses históricos de las oprimidas y la clase trabajadora. Este escenario, en desarrollo y en transitoria debilidad estratégica, tiene una enorme potencialidad y ha aprendido tanto de las históricas luchas del movimiento popular (también de sus derrotas y traiciones) como de las recientes luchas surgidas en el despertar iniciado allá por 2007 y fundamentalmente en el alzamiento de octubre.

Estos dos escenarios, repetimos no idénticos, sincronizados temporalmente, asimétricos y antagónicos, son los fundamentales, pero no niegan la existencia en sus interiores y en sus márgenes de sub escenarios, iniciativas o alternativas.

La inter relación establecida por la polaridad antagónica en la lucha de clases y la correlación de fuerzas, permite por una parte la mantención y hasta la profundización de la represión sistemática contra el movimiento popular en lucha. La influencia del reformismo y el cuidadanismo ha logrado mantener debilitado al movimiento en lucha, acarreando a aguas al molino de la institucionalización. Más allá de las declaradas “buenas intenciones” de quienes hasta hace un tiempo compartían la denuncia radical contra el sistema y sus mecanismos de perpetuación y hoy acuden al fraude de las elecciones, esta decisión los ha desalojado de las calles[4] y del movimiento de masas en lucha y con ello colaboran con la intensificación de la represión[5]

Afirmamos que el aumento de la represión tiene una correlación con la posibilidad del “consenso” para ejercerla. La relativa disminución de las movilizaciones y su masividad, más la política de inteligencia de aislamiento y criminalización de “los violentistas” permite, (aun cuando la institución represiva del estado, Carabineros, está ampliamente cuestionada y rechazada) el ejercicio masivo e indiscriminado de la represión. Con la excusa de la garantía de una “paz debida” para los procesos electorales. El factor represivo en esta coyuntura, de extensión prolongada, es fundamental pues se prolonga más allá de esta y apunta a ser la otra patita de la relegitimación. Palos y balas contra quienes no respeten el nuevo orden, cualificación del estado policial a un estado esencialmente policiaco-contrainsurgente y esto sin descartar el recurso a la violencia de un autogolpe si el plan de relegitimación no se impone.

Volviendo a la intrascendencia de estas elecciones, nuestra afirmación es que estas pierden importancia estratégica en cuanto a que lo que está en juego no es el poder ni la estructuración vital de la sociedad de explotación, sino la forma de administrarla. El gobierno del sistema y la forma en que este gobierno se expresará es la disputa electoral, la mayor o menor cuota de presidencialismo, la mayor o menor cuota de decisión de las élites regionales.

El pacto que posibilitó estas elecciones y la convención constitucional a la vez amarró los límites y el orden de esta misma. Y no únicamente por el famoso cuórum de dos tercios, también y principalmente porque la limita en sus atribuciones, obligación de respetar los  tratados antinacionales de libre comercio con su consiguiente subordinación a los dictados imperialistas y el sistema de elección de participantes, el mismo de las elecciones para el parlamento, el cual asegura la predominación del capital (también del dinero) en las campañas, la sobre representación de los bloques dominantes, la eliminación de las candidaturas surgidas desde la representación directa del pueblo. Ayuda en esto también el exceso de sectarismo entre quienes se declaran alternativos al sistema o rebeldes, la proliferación de listas es funcional a la convención conservadora. 

La propaganda propagada sobre las y los independientes va en la misma dirección, dota de una cualidad inexistente o irrelevante en cuanto a sus propuestas políticas, bajo esta etiqueta se agrupan diversas y hasta contradictorias personalidades, la unión solo es fruto del oportunismo.

El sistema electoral y la conformación de los pactos que acuden a estas elecciones hace que sea prácticamente imposible una hipotética representación sólida y numerosa de las alternativas marginales del sistema. Lo que más probablemente se ratificará será una convención dominada por quienes han respaldado políticamente al modelo instaurado por la dictadura cívico-militar. Serán los representantes de los poderosos y de los sectores que pugnan por tener una parte en la mesa de los poderosos quienes participaran de esa convención. De esa manera y no por el recuento electoral, que se consumará el fraude.

Es de importancia afirmar que el proceso electoral no ha calentado ni entusiasmado de la manera en que el poder lo requiere. Gran parte del pueblo oprimido y explotado no engancha con este proceso. Ya prevé que serán los y las mismas de siempre quienes se instalarán en los cómodos sillones convencionales para negociar redacciones políticamente correctas y a la vez inofensivas para los detentores del poder. No se sienten representados y es más ya advierten que este es un capítulo más en la comedia trágica de la claudicación y el entreguismo.

Es un detalle notorio y fundamental que indica que lo importante para la dominación ya no se juega en la convencional, el que los dispositivos políticos partidarios y sus alianzas, estén dando el primer plano y protagonismo a sus candidatos y candidatas presidenciales, son ellas y ellos lo importante (ni siquiera sus propuestas) porque lo que les importa ahora es quien administrará el futuro gobierno.

Por nuestra parte (la trinchera del anticapitalismo), las lecciones que debemos sacar (aun estando en proceso de construcción, es decir no están acabadas y nos queda mucho por aprender, fundamentalmente de la organización y la lucha de las masas), apuntan a reivindicar el proceso de autonomía de clases por la vía de la construcción del poder popular. Nuestra clase y las y los oprimidos no podemos confiar, ni un tantito así, en la casta político burocrática que representa, con matices, los intereses de quienes tienen el poder. La confianza en las fuerzas propias y organizadas del pueblo y la clase trabajadora es clave, en la posibilidad de construir una alternativa radical y antagónica contra este sistema, en todas sus variantes. También se nos hace necesario y vital combatir las expresiones de sectarismo y caudillismo que existen en el campo popular y clasista. La articulación y la unidad para la construcción de un programa revolucionario y la fuerza material que pueda sustentarlo es más que un deseo, es una obligación. Quienes por un u otro motivo imposibiliten o retarden esta necesaria unidad, con esta acción debilitan la construcción de un movimiento popular de tipo nuevo, con perspectiva revolucionaria y socialista, sustentado en el poder popular.

No es suficiente la movilización, por más radical que esta sea. La construcción de un programa revolucionario es impostergable e inevitable. La clase trabajadora y el pueblo, para constituirse en poder, debemos ir mucho más allá de la declaración de intenciones, más allá de las diferencias parciales y aun más allá de las desconfianzas, vividas o heredadas.

Este proceso de construcción de fuerza y de programa, de ideas y proyecto, de organización y capacidad de combate, es una tarea colectiva y debemos acudir con humildad y honestidad a la realización de esta. No significa por ningún motivo ocultar diferencias, sino desarrollarlas al calor de la lucha de clases, sin falsa diplomacia, pero fundamentalmente sin oportunismo, debatir en la acción común, descubrir lo correcto a través de la practica común confiando en las masas y el pueblo.

Las tareas que enfrentamos son gigantes, el enemigo de clase es poderoso y usa a sus acólitos a su antojo. Debemos continuar sacando lecciones, para que estas se transformen al calor de la lucha en aprendizajes concretos y útiles. No debemos ceder espacios en la búsqueda de la unidad pues estamos enfrentados a la tarea necesaria de construir una alternativa, clasista, organizada, fuerte y capaz de vencer.

*Ex preso político en dictadura y exiliado en “democracia”

Integrante de la AIT, Asociación Intersindical de Trabajadores y Trabajadoras Clasistas 

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