Argentina. Recordando al “Negro” Hector Demarchi, periodista y militante

Por Luis Bruschtein. Resumen Latinoamericano, 29 de marzo de 2021.

Ha cambiado tanto el contexto y los procesos políticos que resulta cada vez más difícil recrear actitudes, comportamientos de la militancia de los años ’70, que se desarrollaban en el marco de peligros y pérdidas seguras además de la expectativa en un inminente cambio en el planeta. La vida del Negro Héctor Demarchi, reconstruida por su sobrina Natalia Demarchi y Gabriela Pascual da cuenta de esas peripecias.

El Negro Demarchi es uno de los más de 200 periodistas desaparecidos durante la dictadura. Fue un militante destacado en el gremio, donde se encuadró primero en el Peronismo de Base (PB)y después en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y en la agrupación gremial del Frente de Trabajadores de Prensa.

El Negro se desempeñó primero como administrativo en El Cronista y luego como redactor y fue elegido delegado por sus compañeros. Es difícil encontrar algún trabajador de El Cronista de aquella época que no hable con cariño del Negro y no tenga alguna anécdota a mano para demostrar su actitud siempre solidaria.

Un detalle que quizás ayude a comprender la época es que junto con el crecimiento de su militancia se produjo el cambio profundo en el dueño del diario, Rafael Perrotta. Se hicieron amigos, el dueño y el delegado gremial, ambos se consultaban y se ayudaban. Cacho Perrotta provenía de una familia adinerada, y el origen del Negro era una familia de trabajadores. Sin embargo, sus vidas se cruzaron en esas coordinadas de tiempo y coincidieron desde orígenes tan diferentes. Y ambos cayeron por la represión de la dictadura, fueron secuestrados y desaparecidos.

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Su sobrina Natalia, quien reconstruyó la vida de su tío, aunque no llegó a conocerlo, relata que más de una vez, el Negro y Perrotta estaban hablando en un café y el empresario debió ocultarse porque nadie iba a entender esa conversación casi de amigos desde posiciones supuestamente tan contradictorias. Cuando se creó la lista Naranja, en una alianza entre el Bloque Peronista de Prensa y el Frente de Trabajadores, el Negro fue candidato a secretario adjunto, acompañando a Jorge Bernetti que iba por el Bloque como cabeza de lista.

Muchos de los periodistas y trabajadores de prensa de esa lista y esas agrupaciones cayeron con la represión. Cuando comenzaron los preparativos para el Primer Congreso Latinoamericano de Periodistas que se iba a realizar en México en Julio del ’76, los periodistas que estábamos exiliados buscamos el contacto con los que todavía estaban en el país. Quito Burgos, en ese momento era directivo del diario mexicano “El Día” y era tío de la compañera del Negro.

A través de Quito nos comunicamos con el Negro de diario a diario con el teletipo. Demarchi se había reunido con otro Negro, Eduardo Suárez, del Bloque Peronista y periodista de la agencia Interpress. La pareja del Negro Suárez, Patricia Villa, era mi cuñada y le habíamos escrito una carta para explicarle la importancia del Congreso. Les contamos la situación y les planteamos que armaran ellos la delegación al Congreso, del cual saldría la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).

“Acá no se puede hacer nada—fue la respuesta de Demarchi– organicenlo allá ustedes”. Pocos días después lo secuestraba una patota de la dictadura en la puerta de la redacción de El Cronista. Y al poco tiempo sucedió lo mismo con el Negro Suárez y su compañera, Pata Villa.

“Quizás nos falta seguridad política –le escribe a su compañera– y sea eso lo que me hace estar mal en el presente. Pero ya tendremos política para reventarle su propia basura en la cabeza. Sabrán entonces que en el nombre de dios mataron inocentes, depredaron pueblos, derrumbaron ilusiones. Pero sabrán también que la justicia llega y que aquellos niños que dejaron morir de hambre en los obrajes, en el campo o en los montes hoy son hombres que habrán de pedir cuentas”.

La vida del militante es una tensión entre la actividad gremial, profesional, la militancia y la represión brutal que se incentiva y crece entre el horror de los asesinatos, los secuestros y las desapariciones. La vida no se interrumpe en el secuestro, adquiere la dimensión del horror. Y la patota de Etecholatz secuestró al Negro y lo llevó al campo clandestino de la División Cuatrerismo, donde los sobrevivientes recuerdan que lo escuchaban cantar desde su celda antes que lo mataran.

“Tal vez porque la vida le fue negada, el Negro se empeña siempre en volver –dicen las autoras del libro–. Ni héroe, no víctima. Vuelve militante, periodista, compañero. Hombre que amó y fue amado. Hijo, hermano, amigo…Vuelve en aquellos sitios donde latió la vida”.

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