Cuba. La decencia y la política

Por Rafael Hidalgo Fernández. Resumen Latinoamericano, 25 de diciembre de 2020.

Los estereotipos simplistas, en política como en la vida, solo sirven para hacernos perder de vista los aspectos esenciales de las realidades que nos rodean. No permiten, por ejemplo, captar las esencias no perceptibles en la actuación de las personas, las clases y los grupos sociales que convergen, o con frecuencia chocan, en virtud de sus heterogéneos y/o antagónicos intereses.

Aunque pueda parecer una verdad de Perogrullo, es pertinente y útil subrayar que la decencia también fructifica entre quienes consideran que existen otros caminos de convivencia humana, diferentes a los  proclamados  y practicados, históricamente, por los patriotas y los revolucionarios cubanos. Hoy, el socialismo, ése que está marcado por una identidad ético-humanista que se distingue a mil leguas de distancia.

Ello explica la sabiduría de la que hicieron gala José Martí y Fidel Castro para lograr sus respectivos aportes políticos a la construcción de la unidad posible: demostraron que es factible sumar voluntades dispares para un proyecto de emancipación política y social, si ello se hace mediante el apelo a normas morales y principios éticos compartidos.

El primero, sumando a héroes de mil batallas a fuerza de honestidad, capacidad de escuchar y pasión por la libertad de Cuba (entre otros muchos valores positivos), para organizar la “guerra necesaria” a partir de un partido de incuestionable raíz unitaria y democrática.

Y el segundo, sin perder una sola de las enseñanzas del autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada, demuestra cómo es factible integrar flexibilidad política, al nivel táctico, con el apego intransigente a los principios y los valores morales en el plano estratégico, justo en los tiempos que corren, donde la verdad y la decencia figuran entre las primeras víctimas de las políticas hegemónicas del gran capital. Tema para otros análisis.

Solo quienes actúan desde la soberbia y la mediocridad combinadas, suelen auto-adjudicarse el dominio omnímodo de la verdad: no podría haber un rasgo más lejano al modo de pensar y actuar de los verdaderos revolucionarios, en este caso de los cubanos.   

¿Cuál es el sentido de lo expresado hasta aquí?

Primero: llamar la atención de quienes no conocen la verdadera historia de la Revolución cubana, por la razón que sea, o que la conocen desde los enfoques de sus enemigos. A ellos los invito a encontrar respuesta a esta otra pregunta: ¿quiénes han sido en estos 62 años los más seguros aliados de las élites de poder estadounidenses, las que siguen buscando una Cuba arrodillada[i], y no una más democrática?. ¿Acaso personas decentes y patriotas, que por prejuicios temían al “fantasma del comunismo”?

Los hechos hablan por sí mismos: el liderazgo contrarrevolucionario siempre estuvo hegemonizado por lo más corrupto y vil que nació en Cuba: los asesinos batistianos pioneros en las más atroces torturas; los empresarios inescrupulosos que lucraron a costa del pueblo que hizo la Revolución; los sectores marginales que aceptaban, por dinero u otras prebendas asesinar a un canciller como el chileno (Letelier); colocar una bomba en una aeronave civil (el avión de Barbados); quemar un círculo infantil con niños dentro (Le Van Tan), o asesinar de modo cruel a un maestro adolescente (Manuel Ascunce). Miles de ejemplos se podrían mencionar.

Hoy, pasado el tiempo, se podría lanzar al aire esta hipótesis: en Cuba, desde los años 60 a la fecha, no ha surgido una oposición contrarrevolucionaria con densidad de masas, simple y llanamente porque no ha habido sector social de cuyo seno hayan emergido figuras decentes reconocidas por el pueblo, ni mucho menos figuras y proyectos con propuestas mejores que las proclamadas (y sobre todo practicadas) por la Revolución y su honesta máxima dirección político-estatal.

Esta circunstancia explica por qué, una y otra vez, con éste o aquél rostro, la CIA, el Departamento de Estado y todo el sistema de instituciones que integra la comunidad de inteligencia de los EE.UU., se han visto en la necesidad de fabricar oponentes apelando a los descontentos con egos hipertrofiados; a marginales, aquí con frecuencia llamados “escorias”, así, de forma tan dura como lamentablemente objetiva; a personas para las cuales el único valor significativo es el “dichoso” dinero; y a no pocos aspirantes a que Cuba vuelva a la década de los 50, sobre la cual se tejen no pocos mitos.

El espectáculo anticubano más reciente, el ocurrido en el barrio habanero de San Isidro, cuya noble población ha pasado a la ofensiva para reivindicar toda la decencia que en él predomina, no escapa a la regla expuesta.

Se equivocaron los enemigos de la Revolución: en su prisa por crear un espectáculo contrarrevolucionario que satisfaga el ego del narcisista e imprevisible empresario-presidente de los EE.UU., una vez más recurrieron a un núcleo  de jóvenes cuyas maneras de actuar, razonar y hablar, tornan innecesario cualquier calificativo para identificar el perfil moral y ético que poseen.

Envalentonados por el apoyo internacional que creen tener (no saben que es solo un apoyo mediático-digital limitado, aunque parezca más), se han auto-presentado a nuestra sociedad y al mundo en toda su desnudez moral. Los culpables del fracaso que tendrán, serán ellos mismos y los “estrategas” que les pagan.

Lo sucedido, de paso, pone en claro la fragilidad política y social del plan contrarrevolucionario, a la vez que enardece el patriotismo de este pueblo que en estos años sí aprendió, y muy bien, a interpretar y captar los matices presentes en el comportamiento de quienes tiene delante. Por tanto, tampoco hay que exagerar el real simbolismo político de los hechos que nos ocupan.

Esta constatable realidad ayuda a explicar la cautela que están teniendo los medios de comunicación más serios de occidente, así como ciertos políticos que desearían la derrota de la Revolución cubana. Estos sectores saben que es norma de ella, cuando dice algo en público, dejar en reserva informaciones de fondo para mostrarlas en el momento oportuno. Quizás sea el caso.

Segundo: reafirmar apoyo irrestricto al modo sereno, pedagógico y firme con que la dirección del país está conduciendo esta nueva batalla, todo ello desde una premisa que Fidel siempre puso en primer lugar: el protagonismo insustituible del pueblo patriota y revolucionario en la lucha contra los enemigos de la Revolución.

Tercero: refutar el criterio que malsanamente ha hecho circular la contrarrevolución implicada en este intento de “golpe blando”, en el sentido de que en Cuba existe una situación próxima a un estallido social, fruto de reales problemas objetivos y subjetivos que de forma diáfana la máxima dirección del Partido y el Gobierno exponen todos los días al pueblo, en cuanto primer garante de la Revolución.

Lo que habrá, si siguen provocando los mercenarios y sus patrocinadores, será un estallido de acciones a favor de la Revolución, escenificado por el pueblo revolucionario y las instituciones que él avala como legítimas. No será la primera vez que esto suceda.

Cuarto: compartir la convicción de que lo que está sucediendo, es una oportunidad política para los sectores jóvenes y patriotas de nuestro pueblo, que no han vivido el látigo de la contrarrevolución, por esta razón: les enseña que para los nuevos mercenarios la única opción válida es que la “verdad” de ellos prevalezca y que las ideas anexionistas se impongan. Basta verlos vestir prendas con la bandera de los EE.UU., o declarar que Trump es su presidente.  Así, desde una ignorante prepotencia, pretenden colocar en posición defensiva a nuestras instituciones. Nacieron en Cuba, pero no la conocen.

Quinto: reconocer la oportuna advertencia de Presidente Díaz-Canel, en el sentido de que esta es la primera escaramuza de una guerra que apenas está empezando. No olvidemos que para las élites de poder de los EE.UU. constituye un objetivo geoestratégico, que se ha transformado en existencial, derrotar desde la raíz el socialismo en su frontera sur, justo donde está nuestro rebelde Caimán verde olivo. Preparémonos para una lucha larga, para nuevas batallas de ideas y hagamos bien, cada uno, la parte de responsabilidad que nos toca. Así será más fácil vencer cualquier plan imperial.

Como las ideas no se matan, comparto estas con la debida convicción y humildad, listo para el debate.

*Sociólogo y analista político.


[i] Ver el artículo Plan contra Plan

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