México. Y tú, ¿Qué tipo de racista eres?

Por Hernán Gomez Bruera. Resumen Latinoamericano, 3 de diciembre de 2020

La manifestación más extrema, el racismo descarado, es la que se ejerce de manera abierta, explícita y activa.

Ya va siendo hora que dejemos de engañarnos a nosotros mismos: todos tenemos, en mayor o menor medida, algo de racistas. Todas y todos –estemos o no conscientes de ello– tenemos una forma de racismo guardada en algún lugar. El racismo no es un problema de los otros, sino de nosotros.

Una de mis pretensiones con el libro El color del privilegio: El racismo cotidiano de los mexicanos es motivar a que a cada uno descubra dónde aloja su racismo para tratar de erradicarlo.

Aunque históricamente hemos preferido no ver ese racismo, este nos acompaña todos los días y está en muchos ámbitos: comienza por mostrarse en el lenguaje, marca nuestras relaciones personales porque determina quiénes son colegas y amigos; está dentro de las familias y las escuelas, condiciona patrones de belleza; está en la política, en el mundo de la publicidad, en los medios de comunicación, en el cine, la televisión, y el entretenimiento.

Sufrimos y ejercemos racismo en los hospitales y en el trabajo, donde muchas veces los encargados del reclutamiento, promoción o permanencia toman decisiones –consciente o inconscientemente— a partir de los rasgos y la apariencia física de las personas, en lugar de premiar criterios como el talento, el mérito o el esfuerzo.

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Por sobre todas las cosas, el racismo puede determinar si somos pobres o ricos y sobre todo, qué tan pobres o ricos somos. Y es que, de manera muy evidente, nuestro racismo está íntimamente emparentado al clasismo; más incluso que en otros países del mundo.

Basta con echar un rápido vistazo a la realidad para ver quiénes son los grandes empresarios y de qué tono de piel son; quiénes son los pobres y de qué color son; de qué tez están llenas las cárceles y de cual las estrellas en las telenovelas; quiénes ocupan y han ocupado los espacios de poder más importantes en el país y quiénes aparecen en las revistas de sociales.

Porque mientras en México el privilegio es de color blanco, la pobreza tiene por lo general la piel morena y la indigencia el rostro indígena.

En cualquier caso, la existencia del racismo en México no está a discusión. Lo que pretendo con este ensayo es que el lector pueda identificar de qué múltiples maneras ejerce el racismo cotidianamente. En otras palabras, que nos demos cuenta de las distintas maneras en que cotidianamente actuamos de forma racista.

La manifestación más extrema del racismo, la que llamo el racismo descarado es la que se ejerce de manera abierta y explícita, activa y deliberada, y muchas veces se traduce en violencia. Esta forma de racismo, sin embargo, es solo una de las diez que explico en el libro.

Está también el racista que no osa confesar su nombre: aquel que aparta, segrega y excluye, aunque no lo haga deliberada y conscientemente o aunque no ejerza violencia. Es el empleador que, a la hora de la verdad, prefiere contratar a la persona de tez blanca y excluir a la de apariencia indígena, por ejemplo.

Existe también el racista vergonzante, ese que ni por asomo es capaz de reconocer su racismo; el que incluso se muestra abierto y progre, pero a cada momento deja ver el racismo en sus prejuicios.  Es el típico que dirá: “no es por ser racista, pero…”

Está el racista de las particularidades, el que no desvaloriza a un grupo por completo, aunque reprueba ciertos aspectos específicos, intrínsecos a sus costumbres o modo de vida. Puede ser el que dice no despreciar a los indígenas, pero condena que no hablen lo que considera “buen español”.

Hay el racista de lo estético, aquel que se expresa en los gustos que hemos aprendido desde pequeños o nos han sido impuestos a partir de los patrones de consumo, el que se materializa en los paradigmas de belleza difundidos por los medios.

También está el racista que invisibiliza: el que simplemente ignora o hace como si no existieran ciertos grupos. La forma en que históricamente hemos invisibilizado a los pueblos indígenas o a los afrodescendientes –que solo recientemente han comenzado a figurar en los censos– es un buen ejemplo de ello.

Es común encontrar al racista “cariñoso”, el que infantiliza. El que le dice “indito” al indio, “negrito” al negro. Es el que ve a ciertos grupos como si fuesen menores de edad, en lugar de ciudadanos iguales a nosotros en derechos, obligaciones, necesidades y aspiraciones.

Otra especie muy común en México es el racista consigo mismo, una de las formas más tristes, aunque también de las más comunes. Es el racismo de quien –a fuerza de ser tan discriminado históricamente— ha terminado por avergonzarse de ser quien es, por considerarse inferior.

Hay otro tipo, el racista versión no-seas-igualado; el que coloca a determinado grupo social en una condición inamovible de pobreza o marginación, negándole su derecho al placer, a disfrutar el ocio, el confort o hacerse de un bien de consumo suntuoso. El que no soporta que cierto tipo de persona coma en “sus” mismos restaurantes, se aloje en “sus” mismos hoteles o viaje en “sus” mismos aviones.

Por último está el racista pasivo y que deja pasar: ese que, sin necesidad de ejercer el racismo directamente, lo permite cuando en sus manos está  la posibilidad de evitarlo. Es el que permite que se excluya a un candidato a un puesto por su tono de piel, cuando podría oponer resistencia, el que acepta ir a un antro donde eligen a la gente que puede ingresar por su tono de piel o apariencia, incluso el que festeja cuando cuentan un chiste racista.

Y tú, ¿qué tipo de racista eres?

FUENTE. El Heraldo de México

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