Estados Unidos. La ilusión presidencial

Por Luz Marina Lopez, Resumen Latinoamericano, 1 de diciembre de 2020. 

“Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan se puede decir que nos merecemos lo que tenemos”. José Saramago

Como si de una “república banana” se tratara, la elección presidencial en  los Estados Unidos este 3 de noviembre  ha sido  ocasión y escenario de episodios que rayan en lo usual folclórico de los Estados más atrasados del tercer mundo. Cual si fuera la Colombia del memorable 19 de abril de 1970 cuando el presidente Carlos Lleras Restrepo  después de por incontestable mayoría estar consolidada la elección  del general Gustavo Rojas Pinilla frente al oficialista Misael Pastrana Borrero decretó el toque de queda con la correspondiente  pena de muerte para quien saliera de su casa para así, al amparo de la noche, la paz de camposanto de calles y plazas y fantasmas uniformados recorriéndolas amenazantes, al despuntar el nuevo día anunciar -¡milagro!-, el triunfo presidencial de Pastrana, en lo que en la historia extraoficial  quedó establecido como  el más escandaloso fraude electoral  en  doscientos años de vida republicana. El argumento de Lleras para que se diera el prodigio, era que “faltaban datos de otros municipios”, los  mismos que tuvieron la virtud no sólo de aumentar los votos del candidato oficialista, sino portento mayor, de disminuir los de los municipios ya escrutados y consolidados. Cual si fuera esa Colombia repetimos, el presidente norteamericano Donald Trump  casi un mes después de la jornada electoral, se niega a reconocer el triunfo de su adversario Joe Biden, alegando  igual que “faltaban datos de otros estados”. Y de los que ya llegaron,  faltaba la resolución de las demandas presentadas por fraude en los escrutinios en varios de ellos, así la mayoría de esas demandas las hayan  desestimado de plano los tribunales entre otras razones por no aportar prueba alguna  del pretendido timo.

El episodio no pasará de ahí. Quedará para el anecdotario de la historia. Trump hará cualquier gesto o desplante,  pero lo cierto es que J. Biden se posesionará en enero de 2021, seguramente con presencia de aquel. Porque en estos menesteres electorales al menos, la democracia  estadounidense es seria. No son posibles “chocorazos”, ni cosas por el estilo. Pero además, hay un poderoso “establishment”  político, económico, militar, industrial y financiero, que vela por una gobernanza sin sobresaltos, una que ante todo no ponga en peligro la seguridad nacional, la  tranquilidad interna y la preponderancia -cada vez  más disputada- de los Estados Unidos en el mundo y con ella los intereses en juego de sus pingues negocios e inversiones. Por eso, lo de Trump no pasará de ser una de sus bravatas  corrientes,  expresión de una pintoresca personalidad. Y por lo mismo, ya más de cien figuras nacionales del partido republicano han demandado de los líderes del Congreso exigirle al presidente acatar las elecciones. No sacrificar la democracia  para complacer sus instintos de autócrata. Suficiente.

Ahora Biden. Porque lo primero a significar de estas elecciones es que no se trata de una disputa entre dos modelos  distintos de gobierno o menos, de dos concepciones de Estado. No. Muy a  despecho del sentir emocional e ideológico  de muchos en los Estados Unidos y en el extranjero, no existía una diferencia sustancial  entre los dos  aspirantes presidenciales en los temas que al país y al mundo conciernen o interesan. No hablamos  de personalidades ni de estilos.  Allí  los presidentes ante todo, lo que defienden es el modelo de Estado, uno que privilegia el individualismo, el emprendimiento privado, la fortaleza de las corporaciones –bancarias, industriales, tecnológicas-, el sometimiento absoluto a la autoridad, y desde luego la primacía  global de los Estados Unidos en muchos órdenes, sobre todo el militar y  el económico. En todo ello hay consenso bipartidista. Y no por nada, una de las primeras expresiones del presidente electo una vez tuvo claro que lo era, fue que “estaba listo para liderar el mundo”. Presidente del mundo, ¡vaya, vaya!

Y es que no lo olvidemos, Joe   Biden viene de ser ocho años vicepresidente de Barack Obama. Y eso nos remite a bombardeos o invasiones contra  Siria, Yemen, Somalia, Pakistán, Afganistán, Irán, Libia e, Irak  con todas sus atrocidades, si de política internacional vamos a hablar. Y si de derechos humanos se trata, también en ese cargo tuvo responsabilidad en el apoyo  de los Estados Unidos a los ataques de Israel al Líbano, Palestina, Irán  y Siria ni para qué decir, por fuera del derecho de la guerra, como que son naciones con las que ni estaba en guerra, ni de las cuales hubiera recibido agresión alguna. Igual con el respaldo  a los militares egipcios que  en julio de 2013 derrocaron al primer presidente elegido democráticamente en el país Mohamed Morsi de los Hermanos Musulmanes, y a sangre y fuego  reimplantaron la dictadura militar que tuvo por 30 años en el poder a Hosni Mubarak.

Y continuando con lo anterior, ¿qué decir del  anunciado asesor de seguridad  nacional  Jake Sullivan? Para él, la prioridad de la nación en esta materia  según  expuso en conferencias el año anterior -2019-,  es derrocar al presidente venezolano. Es cauto en cuanto a una intervención militar directa, dado lo divisionista que una decisión de estas resulta tanto en el interior como en el exterior. Pero aparte de ello, no descarta absolutamente ninguna medida económica, diplomática y política para forzar el  “derrocamiento del tirano”, incluidos embargos  y coerción sobre los terceros países que apoyan a Venezuela. ¿Y qué del designado Secretario de Estado Anthony Blinken quien de por sí viene de trabajar  16 años en las políticas de guerra y destrucción de países de Bill Clinton y Barack Obama? Su   extraña preocupación y prioridad en el campo internacional, es “la seguridad de Israel”. Eufemismo que hay que verter a su significado real: irrestricto respaldo  al genocidio  que este país comete  contra el pueblo palestino con  flagrante desconocimiento de todo el derecho internacional, ostensible no sólo  en ese crimen sino en la política de ocupación, despojo y destrucción de ese  martirizado pueblo. Y de contera, la  aplicación  del crimen del  Apartheid en los territorios ocupados.

Y si vamos a lo interno, lo más saliente en este año, las multitudinarias y generalizadas protestas contra la brutalidad policial contra los afroestadounidenses  en especial, la posición políticamente correcta  del candidato demócrata en plena campaña electoral tenía que ser de solidaridad con las víctimas. No obstante ello, no pareció muy convincente la  expresión de su “dolor” por la muerte –que no asesinato- de George Floyd y Breonna Taylor. Tampoco hubo una firme posición contra esa criminalidad  institucional normalizada y menos, una garantía de que bajo su gobierno el organismo  va a ser transformado  a fondo para que matar negros no siga siendo  una celebrada entretención  policial.

Pero, ¡qué vanas resultan las anteriores observaciones! ¡Si Biden fue el segundo a bordo del primer presidente negro en la historia norteamericana, mandato durante el cual el oficio de matar negros la policía  -con impunidad garantizada-, siguió idéntica línea de la de sus predecesores. Y  resultó igual a la su sucesor Donald Trump, lo cual ya es mucho decir. No olvidar tampoco que Obama no fue solidario como habría tenido que serlo  dada su condición racial y sus promesas de campaña, con las multitudinarias  marchas  de protestas en las ciudades de Ferguson y Charlotte en el 2014 por hechos de esa índole.

Nada nuevo con el nuevo presidente como podemos ver. Tampoco muy  “progresista” como muchos lo suponen. Aunque frente a Trump, es claro que  hay alguna ganancia  en política interior. Y en cuanto a la escogencia de su vicepresidente Kamala Harris,  descendiente de hindúes y jamaiquinos y supuestamente representante de las negritudes, es evidente que no fue más que una estrategia electoral para atraer los votos de hispanos y negros. Pero dando por descontada su brillante carrera política y judicial dentro del Establishment norteamericano –lo que  absolutamente nada  significa para los deseos de justicia y paz  de propios y extraños-, ella como la que más, representa los intereses superiores de ese establecimiento. Para el que dicho está, no son  esos valores  razón de sus desvelos.

Fuente: Kaos en la red

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