Colombia. 35 años de la masacre del Palacio de Justicia

Por Iván Gallo. Resumen Latinoamericano, 8 de noviembre de 2020.

A las 11 de la mañana del 6 de noviembre de 1985, cuando el abogado samario Alfonso Jaquin entró al Palacio de Justicia se sorprendió de que solo tres guardias de seguridad privada custodiaran la mole de concreto. Dos meses antes el ejército desarticuló un plan del M-19 para tomarse el lugar. Los vientos de paz que habían traído los primeros años de presidencia de Belisario Betancur habían cesado, la élite política volvía a clavar por la espalda un puñal a la guerrilla y el Eme regresaba a la guerra.

El grupo necesitaba un golpe publicitario duro. Nadie como ellos para ganarse el fervor popular por sus ataques al gobierno sin disparar un arma: así se tomaron la embajada de la República Dominicana, se robaron la espada de Bolívar y más de tres mil armas del Cantón Norte.

Iban a esperar la visita de Francois Miterrand para causar más ruido, pero les pudo más la ansiedad. Por orden de Álvaro Fayad, Comandante Supremo, Luis Cuervo y Andrés Almarales estaban al frente del plan: 27 guerrilleros tomarían el Palacio. Los magistrados de la Corte Suprema de Justicia serían sus rehenes. A cambio de sus vidas obligarían a Belisario a un juicio público en plena Plaza de Bolívar. Se la habían fumado verde. Lo que no sabía el M-19 es que el ejército estaba comandado por una recua que quería venganza.

En 1985 ser magistrado en Colombia pesaba como una condena a muerte. La guerrilla era el menos peligroso de sus enemigos. Las profundas investigaciones que la Corte, en cabeza de Alfonso Reyes Echandía, les hacía a los carteles de la droga, desentrañó la cercanía que tenían los oficiales más importantes de las Fuerzas Armadas con Pablo Escobar.

Un año antes el capo había asesinado a un ministro de Justicia por hostigarlo y promover un Tratado de Extradición con Estados Unidos. El Tratado fue refrendado por la Corte Suprema de Justicia.

Pero la Corte, en junio de 1985, cometió la peor de las afrentas al honorabilísimo Ejército Nacional: condenó al ministro de Defensa de ese momento, general Miguel Vega Uribe por la tortura de una joven médica y su hija, una niña de diez años, arrestadas horas después de que el M-19 robara las armas del Cantón Norte. Vega Uribe era en 1979 el comandante de la Brigada XIII de Bogotá y fue una de las caras de la terrorífica represión que ordenó Turbay Ayala.

La decisión hizo que el mundo se le viniera encima a la Corte. Los medios incluso señalaban a los magistrados de desestabilizar al país culpando a los militares. No hay nada más sagrado en este albañal fascista que un gordo viejo uniformado (…)

Cinco magistrados de esa Corte, entre los que se contaba a su presidente, habían recibido todo tipo de amenazas. Lo único que podían hacer era pedirle al gobierno que los cuidara. Cuando se descubrió el plan del Eme se desplegó toda una muralla en el Palacio. Pero el día que el Eme hizo la toma estaba todo despejado. Luego, cuando 27 guerrilleros entraron al edificio, al Ejército sólo le tardó 30 minutos poner su base de operaciones en la Plaza de Bolívar y en el Museo del Florero.

Semanas después del holocausto que cobró 111 vidas, el ministro de Justicia Enrique Parejo, quien siempre se ha considerado traicionado por las decisiones que tomó el Ejército ese día, ordenó una investigación sobre quién había dado la orden de levantar la vigilancia.

Dos coroneles de la Policía no pudieron dar una explicación peor: la orden la había dado el propio Reyes Echandía, quien ya había muerto durante la sangrienta retoma del Palacio. Después se comprobó que el Presidente de la Corte se encontraba en Bucaramanga en la fecha que dicen los coroneles fue dada la orden para remover el esquema.

La orden que dio el general Arias Cabrales, apostado en la Casa del Florero, fue simple y avasallante: gastar toda las municiones que tenían, acabar a cohetazo limpio con el Palacio de Justicia, no reparar en bajas. Matarlos a todos. Por eso Plazas Vega metió sus tanques cascabel al Palacio y disparó desde allí.

Con la brutalidad de la reacción el Eme se dio cuenta de la estupidez que habían cometido: fueron idiotas útiles de las Fuerzas Armadas para salir de un problema. Un magistrado que sobrevivió le contó a la periodista irlandesa Ana Carrigan que alcanzó a escuchar las órdenes que recibían los soldados dentro del Palacio: “al que vean, quiébrenlo”. Y los mataron a casi todos.

“El Palacio de Justicia: una tragedia colombiana”, investigación publicada por primera vez en 1993 y que fue traducida al español de manera tardía en el 2009, acaba de ser reeditada por Planeta. Un libro necesario, valiente, con testimonio exclusivo de uno de los sobrevivientes que estuvo en el baño del Palacio junto a Andrés Almarales y su combo.

La denuncia está clara: el ejército, no conforme con hacer un rescate deliberadamente chambón que borró del mapa a once magistrados, desplegó después una ofensiva de terror contra todo testigo que quisiera hablar. Arias Cabrales, desde la Casa del Florero, interrogó, reseñó y torturó a las casi 200 personas que sobrevivieron.

Mucho más que para alimentar las teorías de conspiración, y sin exonerar en ningún momento a los comandantes guerrilleros que jugaron durante horas con la vida de las 70 personas que estaban encerradas con ellos en uno de los baños del Palacio de Justicia, el libro de Carrigan debería ser un disparador para que de una vez por todas se sepa la responsabilidad que tuvo el glorioso ejército nacional en el incendio y asesinato de 111 personas, la incapacidad de Belisario de sobrellevar la crisis, y los pérfidos consejos que recibió de expresidentes y figuras capitales de la política colombiana en 1985. Los únicos que le aconsejaron un diálogo con el Eme para evitar la masacre fueron Galán y Turbay.

A 35 años de la toma, que asuman culpa los oficiales sobrevivientes.

En la noche del 6 de noviembre de 1985 Ana Carrigan estaba en su casa en Londres cuando encendió el televisor. El palacio de Justicia ardía con más de trescientos rehenes dentro. Entre ellos se contaban los once magistrados que componían la Corte Suprema de Justicia, encabezados por su presidente Alfonso Reyes Echandía. Los noticieros ingleses repetían completo el llamado desesperado que hizo el presidente de la Corte al Presidente Belisario Betancur para que no los mataran:

El magistrado Alfonso Reyes Echandía dice que son rehenes del M-19
https://www.youtube.com/watch?v=IpI5vW-gaQc&feature=emb_logo

El rescate del ejército, a pesar que el diario El Tiempo lo calificará de “heróico”, dejó 111 muertos y diez desaparecidos. Aunque la prensa tradicional abordó la noticia señalando a un único culpable, el comando del M-19 periodistas como Ana Carrigan no quedaron tranquilos con la versión y sabían que había una verdad por develar.

Pensó entonces en viajar a Bogotá donde había vivido de niña y la oportunidad de poder entender y contar lo sucedido. En 1993 publicó su reveladora investigación en inglés en el libro “The palace of justice: A Colombian Tragedy”, años después editorial Planeta acaba de publicarlo con el nombre El Palacio de Justicia: una tragedia colombiana.

Carrington tomó rumbo a Bogotá.

En mayo de 1986 un amigo le aseguró que tendría el testimonio de alguien a quien ella llama Gabriel en el libro, uno de los pocos de los setenta rehenes de la guerrilla que estuvo 26 horas en el baño del tercer piso del Palacio de Justicia apiñados hasta que la brutalidad de la retoma del ejército los terminó matando. El relato del empleado de la cafetería es escalofriante, padeció en carne propia la llamada Operación Limpieza: el ejército no quería que quedara ningún cabo suelto, que la versión oficial no dejara lugar a dudas: los guerrilleros habían causado el horror, ellos serían los únicos responsables.

El ejército disparó indiscriminadamente y asesinó a secretarias y magistrados. Entre los que cayeron en la toma del baño se contaba Manuel Gaona, un magistrado hecho a pulso, un intelectual esforzado con logros a punta de tenacidad y disciplina. Y hubo casos dramáticos como el de los magistrados Reyes Echandía, el magistrado auxiliar Carlos Horacio Uran quien salió con vida del Palacio de Justicia y después fue asesinado por el propio ejército.

Los relatos de los sucedido en La casa del Florero en medio del caos, y luego el desorden de los militares con el manejo de los cadáveres (hay aún 11 desaparecidos), el infierno de la escuela de caballería, los días trágicos para las familias buscando a sus parientes que sabían que estaban en el Palacio cuando la toma, sin que nadie les diera razón, la indolencia de funcionarios públicos y la prepotencia de los uniformados, todo esto está narrado en estas 296 páginas, que reviven una de los momentos más dramáticos de la historia de Colombia, una herida que 35 años después permanece abierta.

Fuente: Las 2 orillas

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