Pensamiento crítico. América: obsesión de oro, sueños y completud

Por Marcelo Valko[1], Resumen Latinoamericano, 6 de septiembre 2020.

En 1604 desde la fangosa Buenos Aires fundada apenas 24 años atrás parte Hernandarias con 40 carros y 130 hombres hacia Camoé, la mítica Ciudad de la Plata ubicada en algún lugar del Neuquén. Un año antes le había escrito a Felipe III comentando los preparativos de la expedición. Si bien no descubrió la ciudadela fantástica, al menos no encontró la muerte como tantos expedicionarios que locos de codicia fueron en pos del Dorado. En semejante desesperación por el hambre de oro cometieron todo género de atropellos, muertes, torturas y violaciones contra la población sobre las que el dominico Bartolomé de Las Casas dejó constancia en su Brevísima Relación de la Destrucción de la Indias claro que antes había sugerido importar negros para reemplazar la mano de obra aborigen. Una vez consolidada la Conquista, la desesperación por encontrar el paraíso donde el oro crece como si fuese pasto, hace estragos entre los buscadores. Incluso se pliega a esta creencia José de Acosta sacro teólogo y severo calificador del Santo Oficio cuando afirma en 1589: y aun parece que toda la tierra está como sembrada de estos metales, más que ninguna otra que se sepa al presente en el mundo, ni que en lo pasado se haya escrito. Si uno de los grandes teólogos que en su momento fue traducido del latín al holandés, alemán, francés, ingles e italiano, escribe sobre una tierra sembrada de oro, donde el metal precioso leva como una masa o puede ser pescado con redes, que le queda a los que no pueden más de la fiebre de codicia. Todos creen en sus posibilidades de reeditar el botín del villano Hernán Cortés y del porquerizo Francisco Pizarro, sin embargo a esa altura, mediados del XVI, el saqueo bestial de los grandes reinos había terminado y la mano de obra indígena para repartir estaba básicamente encomendada.

Sin embargo más que incursionar en la voracidad que provocó hallar la inasible ciudad fantástica y el genocidio que causó en esta ocasión me interesa mencionar otras aristas menos transitadas. En tanto Nuevo Mundo, el continente americano despierta en el imaginario Occidental mucho más que la búsqueda del oro. América es una alternativa maravillosa frente a esa vieja Europa de símbolos y sueños gastados. Es la posibilidad de un nuevo comienzo. Sus prodigiosos territorios dan cabida desde un piadoso Jardín del Edén hasta un pecaminoso paraíso de Mahoma. Allí es cierta la promesa de juventud eterna y la curación de enfermedades en la Tierra sin Mal, u otros sueños más simples, como un vergel donde llueven jamones en la boca de los hambrientos.

 Serán abundantes los relatos de los cronistas que suponen rozar los umbrales del Paraíso Terrenal mencionado por el Génesis, con su fuente mágica de donde mana leche y miel. Cristóbal Colon al descubrir la desembocadura del Orinoco, lo supone uno de los cuatro ríos bíblicos que emergen del pezón del Jardín del Edén. Grandes indicios son estos del Paraíso. Sabe que no tiene sentido reflexionar y preguntarse por la manera en que los antiguos obtuvieron tan vital información. Esta persuadido que fue obra del Espíritu Santo. El navegante patrocinado por Isabel y Fernando que a su vez eran padrinos del Santo Oficio de la Inquisición (de donde deriva su titulo de Reyes Católicos), toma como verdad irrefutable la cercanía de la tierra de leche y miel y en su camarote de popa y a la luz de las velas, registra sus impresiones acerca de la lujuriante flora y fauna: porque creo que allí es el Paraíso Terrenal. Obviamente Colon se considera un elegido, había llegado más lejos que nadie y está al acecho del los signos. En su momento la pareja primigenia de Adán y Eva había cometido un error por el cual fueron expulsados. Ahora un hombre descubría el camino de regreso. De alguna manera Dios mostraba su perdón, pero también el hombre evidenciaba su voluntad y su poder por regresar, en realidad se trataba de una desobediencia, una herejía y para atenuarlo agrega El Edén adonde no puede llegar nadie salvo por voluntad divina. En esa búsqueda incluso uno de los países de Centroamérica fue bautizado con un nombre que no tiene ningún otro país de la Tierra: El Salvador. Ciertamente se trata de un retorno a lo primigenio, a lo uterino, es una elaboración a partir de un andamiaje de nostalgias. La construcción de un sueño de tal magnitud implica peligros. Es riesgoso traspasar el umbral del plano imaginario al ámbito de lo real.

Pedro de Mendoza cuando fundó la primera Buenos Aires junto al Mar Dulce que descubrió Solís lo hizo con el doble propósito de adueñarse de las enormes riquezas del País de la Plata y también para encontrar el guayacán, un arbusto que según opinión de los médicos que llevaba consigo, curaba la sífilis, enfermedad que padecía in extremis y de la que moriría al poco tiempo sin haber encontrado ni lo uno ni lo otro. Más al norte, en la zona de Maracaibo también abundan vegetales milagrosos como la palmera moriche que trasmite virtudes curativas que sanan dolencias incurables. Cuando los tomates de origen nahuatl fueron llevados a Francia en el siglo XVIII se le atribuyeron poderes afrodisíacos y se los llamó pomme d´amour. Hasta el más inocente de los vegetales americanos podía transformarse en receptáculo de lo mágico ejerciendo la misma fascinación que en la Edad Media había suscitado la transmutación de la piedra filosofal de los alquimistas o el Santo Grial para los cruzados. Afortunadamente existe un facsímil que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Paris realizada por el ilustrador Teodoro de Bry para un Tratado de Botánica de 1605. El grabado muestra un árbol exótico que poseía una particularidad extraordinaria: si sus semillas caían en la tierra se transformaban en aves y si lo hacían en el agua se volvían peces. Es un Nuevo Mundo que siglos después dará origen al realismo fantástico y por eso resulta natural que la Bella de García Márquez ascienda al cielo.

Los sueños de unos y otros tendrán ribetes clasistas. Cada estrato social proyecta de acuerdo a sus necesidades. Entre los pobres uno de los paraísos más renombrados será la Tierra de Jauja, un jardín abarrotado de quesos y embutidos que brotan de los árboles, donde la naturaleza es tan prodiga que es innecesario el menor esfuerzo. Otros se excitan con el sueño de un Olimpo terrenal poblado de vírgenes deseosas por brindar su sexo y ofrecer placeres sin cuento. En el País de Cucaña los hombres y mujeres viven desnudos y sin normas. También allí existen montañas de alimentos y hasta llueven raviolis. También afirman que en América es posible volver el tiempo atrás bebiendo del agua de la juventud o comiendo las manzanas de la inmortalidad en las Hespérides que torna mancebos a los viejos. El Capitán Ponce de León no dejó atrás pantano, arroyo, ni río, donde sus soldados no se bañaran en la esperanza de ubicar aquel líquido mágico de la juventud eterna, un comportamiento que antecedió en cuatro siglos a la trama de El Inmortal de Borges. En cada puerto las tripulaciones y expedicionarios se lo cuentan unos a otros retroalimentando la veracidad de los relatos. Es un paradigma verosímil que flota en el ambiente, una suerte de indudable espejismo comunitario.

La idea de encontrar el Edén es tan contundente y a prueba de fallos, que en el siglo XVII y con buena parte de los misterios de la térrea incógnita resueltos, una de las grandes figuras de la erudición europea del siglo XVII como Antonio de León Pinelo, escribe un libro con un titulo inequívoco El Paraíso en el Nuevo Mundo. Mediante un mapa lo ubica con precisión. El cartógrafo asegura que: se halla en el centro de América Meridional en un circulo de 9º de diámetro que son 160 leguas y 460 de circunferencia. Pinelo es un cartógrafo eximio que había pasado su juventud en Tucumán y Perú donde encontrar el Paraíso era una obsesión cotidiana. Generalmente la naturaleza que rodea al territorio encantado actúa como una especie de circunferencia defensiva, un mandala protector que evita la presencia de intrusos. En múltiples oportunidades poseen una presencia laberíntica. Para acceder dentro de sus límites es necesario establecer algún pacto con las potencias o poseer cualidades especiales para evitar su maldición protectora y develar sus misterios.

Más cercano a nosotros, hacia 1878 Estanislao Zeballos quien será una suerte de publicista de la feroz campaña de Julio Roca, supone que el Ejército que encabeza el general posee cualidades para encontrar la Ciudad Perdida de la Patagonia. Zeballos escribe a pedido Roca La Conquista de las 15.000 leguas. La idea es convencer al Congreso Nacional para que gire los fondos para la campaña. Lo interesante es que destina párrafos enteros para historiar el origen y ubicación de la Ciudad Encantada de los Cesares. Zeballos da por sentado que las tropas no solo limpiarán de toldos infectos pampa-patagonia desterrando a su población y construyendo un desierto, sino que tendrá la gloria de develar una incógnita de siglos: apartando la fantasmagoría de la fabula, veremos que esta tradición tiene un fondo de verdad, cuyo esclarecimiento completo está reservada al Ejército argentino en operaciones sobre el río Negro, dejando hasta un dibujo de la misma.

Finalizo con la exploración que realizan a comienzo de 1800 Alexander Von Humboldt y Américo Bompland. A los dos científicos les resulta imposible sustraerse al encantamiento de lo americano. Los permanentes hallazgos los obligan a desechar una maravilla por otra. América es un descubrimiento sin fin. Aquí lo nuevo es más nuevo y la humanidad tiene una nueva oportunidad pese a la tragedia causada por la Conquista. Lo extraordinario nace naturalmente. Brota como un manantial en medio del estupor de los mejores científicos de todos los tiempos. Von Humboldt, escribe desde las selvas amazónicas a su hermano en la gélida Alemania: Hasta este momento discurrimos como enloquecidos: en los tres primeros días no hemos podido determinar nada, pues desechamos siempre un objeto para apoderarnos de otro. Bonpland asegura que perderá la cabeza si no cesan pronto las maravillas. Ojala que podamos abrir los ojos no solo para ver, sino para mirar…


[1] Marcelo Valko es psicólogo docente universitario, especialista en etnoliteratura y en investigar genocidio indígena.

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