Colombia. Narrativa masacradora (Opinión)

Por Rosalba Alarcón Peña. Resumen Latinoamericano, 1 de septiembre de 2020.

Son más de 47 masacres en lo que va corrido del año 2020, es decir, más de 185 personas asesinadas en Colombia bajo el mandato del presidente Iván Duque; hechos en los que Duque usa y abusa de los eufemismos para que lo malo parezca bueno, y lo desagradable, atractivo; con la intensión de que la población no se indigne y así, no se movilice.

Las noticias escuetas respaldan los pronunciamientos del gobierno de Iván Duque, dándole el toque de eufemismo a las múltiples masacres en Colombia, no es una narrativa nueva, es la propia articulación de ideología hegemónica cultural, que entra a dictar las reglas del juego político y social, ante la inflexión de una sociedad donde las ganas de vivir, seguramente derrotarán el miedo a morir.

Son más de 47 masacres en lo que va corrido del año 2020, es decir, más de 185 personas asesinadas en Colombia bajo el mandato del presidente Iván Duque; hechos en los que Duque usa y abusa de los eufemismos para que lo malo parezca bueno, y lo desagradable, atractivo; con la intensión de que la población no se indigne y así, no se movilice.

Este juego de palabras utilizado por los gobernantes de ultra derecha, permiten tergiversar la realidad, al punto que a un delincuente lo llaman “el padre de la patria” a los estudiantes “criminales” a unas masacres “homicidios colectivos”, a los indigentes “habitantes de calle”.

Iván Duque, el Fiscal Barbosa y el ministro de Defensa, Holmes Trujillo hacen lo propio, han denominado estas masacres en simples “homicidios colectivos” o «asesinatos colectivos» minimizando la profunda violencia social y armada que padecen los colombianos debido a la proliferación del paramilitarismo y demás grupos armados que trabajan en complicidad con la fuerza pública.

Las cosas hay que llamarlas por su nombre. El término masacre como lo define el diccionario de uso español de María Moliner, es más contundente, define a la palabra masacre, como “matanza salvaje de personas”. Y si, lo que está pasando en Colombia son matanzas bajo torturas no solo a personas adultas, sino a jóvenes para infundir el terror en la población, detener la inflexión social y mantenerse en el poder.  

Todo está orquestado, aunque parezcan hechos aislados, por eso, a esta narrativa se sumó el presidente ejecutivo de Fedegán, José Felix Lafaurie, esposo de la senadora María Fernanda Cabal del partido Centro Democrático, quien señaló a los 8 jóvenes masacrados en Samaniego Nariño de ser juventud Farc-ep, mediante la alteración de una foto; la intención de Lafaurie es clara, seguir creando la estigmatización con los firmantes del Acuerdo de Paz, justificar el asesinato de esos jóvenes universitarios y criminalizar a los habitantes que viven en zonas rurales.

Esto se traduce, en cuatro elementos: uno, el respaldo empresarial al desdén del gobierno de Duque ante la sistematicidad de masacres en el país; dos, la criminalización a la juventud; tres, la justificación de las masacres y persecución judicial; cuatro, la dictadura impuesta no solo con las armas sino con la narrativa neoliberal.

De allí, la importancia de usar el eufemismo de una forma estructurada, es decir, Gobierno e instituciones empresariales, mediáticas, religiosas, políticas entre otras.

Pero como le decía al inicio, esta narrativa no es nueva. Se acuerdan ustedes cuando al indigente, (persona que vive en la calle, en la intemperie, muchas veces drogado) lo comenzaron a llamar “habitante de calle” para ocultar la miseria que trae a la población el sistema capitalista. ¿Cuál habitante de calle? ¿A caso, las calles de Bogotá tienen habitaciones para los indigentes?

O cuando a un delincuente (Álvaro Uribe) lo llaman “el padre de la patria” solo para tapar sus hechos delictivos. Si, lo llamo delincuente porque nuestro derecho penal lo establece así, toda persona que soborne y haga fraude procesal a la justicia debe imputársele ciertas medidas, y a Uribe, se le imputo casa por cárcel. Además, es acusado por las masacres de El Aro y la Granja en el departamento de Antioquia cuando fue gobernador en 1996.

Por lo tanto, Uribe, no es la santa paloma, ni tampoco es el padre de la patria, como lo quieren hacer ver las grandes mediáticas que repiten y trasmiten sin ejercer la rigurosidad periodística. Es bueno aclarar, el único padre de la patria de Colombia, es el venezolano Simón Bolívar, hombre que lucho por la soberanía de los pueblos (Venezuela, Colombia, Bolivia, Ecuador y Perú) contra la colonia española.

Uribe no ha luchado por defender la soberanía que dio el libertador Simón Bolívar, muy al contrario, la vendió a los Estados Unidos. ¿de qué padre de la patria hablan?

Entonces, esa narrativa masacradora producto del neoliberalismo que trabaja en complot con la clase dominante colombiana, se vale de un conjunto de instituciones políticas, religiosas y medios de comunicación para “educar” y por ende “naturalizar” el sometimiento de la sociedad sin que estos lo perciban. Bajo esta premisa, ¿cómo la sociedad puede construir un criterio de sus realidades, si la mayoría de la información de gobierno es tergiversada, y en algunos casos, falsa?

Recuerdan ustedes, los antecedentes del pasado “plebiscito por la paz” en octubre del 2016, donde la mayoría de la sociedad voto en contra de la paz debido a la multiplicidad de falacias sobre el Acuerdo de Paz, campaña que lideró el partido Centro Democrático representado por el expresidente Álvaro Uribe. Dichas falacias, fueron comprobadas por la Corte Suprema de Justicia, lo que llevó a dictar un fallo de nulidad a los resultados del plebiscito.

Esto permite preguntarse, ¿creen ustedes que se deba implementar el Estado de Opinión promovido justamente por el partido del gobierno de Duque? Entendiéndose que el Estado de Opinión es la fase superior de Estado, que apela a la opinión de la sociedad; si leyeron bien, a la opinión de la sociedad, parece una idea muy democrática, pero lamento informarles que es otro eufemismo de la narrativa masacradora.

Ustedes dirán por qué, bueno, como lo decía Voltaire, refiriéndose a la democracia participativa, ese derecho se logra al superar los lastres de la ignorancia, por medio del desarrollo de una educación libre, laica y universal de los ciudadanos personas morales verdaderamente libres. Regla sine qua non que no cumple la sociedad colombiana, precisamente por la falta de políticas públicas educativas. Y, si bien es cierto, los pocos colombianos que logran terminar un pregrado y algunas especializaciones, la mayoría de la sociedad son ignorantes en temas económicos, legislativos y constitucionales.

Entonces, la cortina de humo de la democracia en el Estado de Opinión no es más que la quiebra del contrato social no porque la población lo quiera así, sino porque las políticas neoliberales bajo la narrativa masacradora solo busca beneficiar a unos pocos, perjudicando a la mayoría.

Ojalá la sociedad se pregunte cuando escuche a los políticos, periodistas, actores armados, economistas, juristas e intelectuales ¿por qué quieren que se les crea todo lo que dicen?

Fuente: Revista La Comuna

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