Día Internacional de crímenes de EE.UU. contra la Humanidad. Las nostalgias medievales de Estados Unidos

Por Alejo Brignole, Resumen Latinoamericano, 9 de agosto de 2020.

Se conmemora en diversos países de América Latina, Europa y África el 9 de agosto, Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad.

Antes del surgimiento del nazismo como apogeo de la barbarie, en Europa hubo otros degradantes hitos igualmente sistemáticos, inhumanos y de naturaleza doctrinal que rebajaron la dignidad humana a menos que cero. Una de ellas fue la publicación del libro Malleus Maleficarum, o Martillo de las Brujas, editado en Alemania en 1486 y escrito por dos monjes dominicos, Heinrich Kramer y Jakob Sprenger.

La intención de los autores era hacer docencia para que sus contemporáneos pudiesen reconocer el mal infiltrado en la sociedad –identificado en mujeres idólatras de Satanás– y aportar algunos fundamentos jurídicos al problema de las brujas. Pero también sugerir métodos de tortura para combatir esa clara subversión al sistema, por entonces dominado por la Iglesia católica, la única religión verdadera en Occidente. Aún faltaban 33 años para la Reforma luterana. En la sección tercera de esa obra misógina, escrita para intimidar y mantener a las mujeres alejadas de todo impulso político y subordinadas por el terror , los monjes Kramer y Sprenger explican algunas técnicas para obtener la confesión de las acusadas, la forma adecuada de torturarlas y cómo engañarlas con el posible perdón de sus pecados si declaraban sus simpatías demoníacas.

Curiosamente, el Malleus Maleficarum posee muy interesantes puntos de convergencia y similitudes con los manuales KUBARK editados por la CIA estadounidense en la década de 1960. Una iniciativa que fue promovida por quien fuera jefe de la Central de Inteligencia entre 1954 y 1974, James J. Angleton, al cual le interesaba  que los mercenarios y aliados que trabajaban para Estados Unidos fuera de sus fronteras supieran hacer su trabajo de búsqueda-suplicio-aniquilación de los opositores al imperialismo norteamericano. El único Imperio verdadero en esta modernidad desquiciada.

Los siniestros Manuales KUBARK instruyen sobre cómo detectar, torturar y neutralizar a insurgentes. Es decir, a simpatizantes del Mal. Un Mal cuyo único pecado es interpretar la realidad oponiéndose al statu quo dominante que impone el capitalismo.  Ayer eran los comunistas.  Hoy les llaman terroristas, aunque muchos de ellos no hayan visto jamás un arma ni en dibujos.

Los manuales KUBARK –que son siete– tiene uno que se titula Interrogation  (Interrogatorio) e instruye a los encargados de torturar a prisioneros y opositores políticos secuestrados por el terrorismo de Estado, dándoles premisas y técnicas que parecen extraídas sin pudores del Malleus Maleficarum: prometer a la víctima indulgencia, amenazar la integridad de sus familiares para obtener confesiones deseadas, aunque sean falsas, o inducir al terror mediante diversas experiencias intimidantes. Y por supuesto, un amplio menú de técnicas demenciales para hacer sufrir hasta cimas inconcebibles a los enemigos. Desde despellejarles la plantas de los pies, hasta electrocutarlos hasta la extenuación, sin obviar la inmovilización forzosa durante días que puede enloquecer al más fuerte. Algo que en la edad media era muy frecuentemente utilizado. Estas y otras técnicas fueron dictadas con un alto nivel de meticulosidad en la siniestra Escuela de las Américas de Panamá, y que hoy continúa en Fort Benning, en el estado de Georgia, donde concurren cuadros medios militares y oficiales de muchas policías latinoamericanas.

Las fotos tomadas en centros de tortura estadounidenses en Irak, como Abu Ghraib, bien pueden ajustarse a las recomendaciones escritas 500 años antes en aquella Europa brutal, fratricida y dominada por fanatismos políticos y religiosos, muy parecida a los Estados Unidos actual en su filosofía social.

El problema es que entre aquel oprobioso manual inquisidor publicado en 1486 y ésta modernidad, hubo en el medio todo un corpus jurídico, vanguardias culturales y descubrimientos científicos que moldearon un pensamiento y unas formas de convivencia claramente más civilizadas, al menos en la teoría. Entre el Martillo de las Brujas y los manuales KUBARK de la CIA, hubo un Spinoza, un Hegel, una Ilustración, Un Fidel Castro, un Martin Luther King y una Revolución Francesa con su Declaración Universal por los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Sin embargo, nada de eso parece haber servido para detener fenómenos emergentes como el neofascismo impulsado por el magnate Steve Bannon , consejero principal de Trump en 2017.

Casi todos los países europeos vieron crecer exponencialmente sus partidos neofascistas en los últimos años, cuyas hordas lúmpenes sin mayores luces políticas pero mucho odio como eje de sus campañas, han logrado ocupar una buena porción de escaños en el Parlamento Europeo. Y todo gracias a los diseños y el dinero de Steve Bannon, hombre del riñón plutocrático estadounidense.

Ni todas las guerras, genocidios, masacres nucleares, dictaduras, bombardeos apocalípticos como el de Dresde en la II Guerra Mundial, Vietnam o Corea del Norte, parecen haber influido a los políticos norteamericanos –fieles obedientes del poder económico que condiciona su democracia– para comprender que representan, junto a su país, lo que a la Civilización le costó dos mil años superar dialécticamente.

El odio religioso que asoló Europa dese el siglo XVI y que enfrentó a naciones, monarquías y sociedades enteras que se masacraron entre sí durante más de doscientos años, parece no haber dejado ninguna huella cognitiva en la sociedad moderna. Sobre todo si analizamos el discurso de odio promovido por Washington. Un Gobierno cuyos integrantes rezan antes de firmar decretos para ordenar bombardeos o iniciar guerras y se creen elegidos por Dios para ejercer su Destino Manifiesto.

Muy seguros ignorantes de la historia –el presidente Ronald Reagan se jactaba de no haber leído nunca un libro– los mandatarios de Estados Unidos, desde Harry Truman hasta Donald Trump, no han querido asumir que con su militarismo, sus invasiones, sus premisas económicas de agotamiento planetario y sus teorías supremacistas, terminarán por sepultar a Estados Unidos bajo un imparable odio universal. Parece no importarles convertir a su país en una nación criminal y violentamente retrógrada. En un Imperio, en síntesis, de bravucones idiotizados por su propia prepotencia.

Muchos de sus más destacados analistas pretenden equipararse a Roma, pero omiten que Roma obtenía una Pax Romana fundada en cierto bienestar de sus periferias una vez vencidas y asimiladas. Una inclusión odiosa, pero que daba homogeneidad a los territorios conquistados.

Estados Unidos, en cambio, apenas resulta una potencia avasallante, rústica en casi todos su aspectos y peligrosa para cualquier idea de estabilidad planetaria. No existe tal cosa como una Pax Americana, sino apenas una irracional American Praecaventur Bellum (Guerra Preventiva Americana). Y en esa estrechez de miras civilizatoria, Estados Unidos no ha dejado de invadir y torturar. De  imponer la guerra a decenas de países y a pueblos enteros. Pero los pueblos despiertan, ven, oyen y disciernen. Por eso este domingo 9 de agosto se conmemora en multitud de países de Europa, América y África, el Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad. Porque lo evidente no se puede ocultar con películas edulcoradas, ni palabras grandilocuentes. Los crímenes sangran y los pueblos lloran. Y luego se rebelan.

#9AEEUUContraLaHumanidad

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