Colombia. La polarización, la vieja nueva pelea entre buenos y malos

Por Alberto Pinzón Sánchez. Resumen Latinoamericano, 31 de julio de 2020.

Probablemente no exista en Colombia después del conflicto social armado, “asunto” más estudiado, analizado y diagnosticado, desde casi todos los puntos de vista del conocimiento humano que la relación entre la Iglesia católica y el Estado, y sin embargo, es todavía muy poco lo que se ha logrado para llegar a la esencia, a desentrañar la contradicción que ha movido este proceso histórico real de la sociedad colombiana.

Dos procesos complejos y extremadamente contradictorios (que con la compresión suya trato de simplificar) están en la base de la conformación del Estado-Nación contemporáneo de Colombia, es decir capitalista, iniciados una vez alcanzada la independencia del colonialismo español por el bloque de clases (latifundistas-esclavistas y comerciantes exportadores) que durante la guerra de anti colonial se colocó a la cabeza de la lucha y salió triunfante:

Uno, “el proceso básico de separación de los trabajadores de sus condiciones objetivas de producción”, es decir la conversión del hombre trabajador colombiano en una mercancía con valor de uso y de cambio sin lo cual no es posible la existencia del capitalismo; proceso tórpido y tortuoso que según los historiadores colombianos vino a concluirse a mediados del siglo veinte y preparó las condiciones del pacto oligárquico imperialista de Sitges 1957, cuando confluyeron el anticomunismo falangista del conservador Laureano Gómez, con el anticomunismo corporativo estadounidense de la guerra fría agenciado por el liberal Lleras Camargo, pacto en las alturas que creó el Estado plebiscitario del partido único de la burguesía denominado Frente Nacional, base del Estado contrainsurgente actual.

Dos, el proceso correspondiente a nivel supraestructural de laicización, incorrectamente denominado “secularización” por los investigadores, denominación que ha actuado como una de las tantas neblinas que ha dificultado la comprensión del proceso; pues no es lo mismo (si nos atenemos al diccionario del idioma castellano) “hacer algo o alguien independiente de toda influencia religiosa” o Laicización; que “Secularizar, o hacer secular o seglar lo que era eclesiástico”. Pues, si bien el gobierno virreinal de la Nueva Granada estuvo íntimamente unido a la religión y al clero, en la mayoría de los casos fue secular e incluso militar. La continuación de la cruz como empuñadura de la espada de los conquistadores: entre 1717 y 1821 ejercieron como virreyes neogranadinos: 8 tenientes generales, 3 mariscales de campo, 1 capitán general y 2 brigadieres; siendo la excepción la del conocido pérfido arzobispo virrey Caballero y Góngora.

La laicización fue uno de los logros revolucionarios de la burguesía en ascenso y en lucha (de clases) contra la oscuridad feudal y el “régimen antiguo”, y en la imposición del Estado nacional; logro civilizatorio alcanzado durante la paradigmática revolución francesa de 1789, guía intelectual y política de los dirigentes independentistas criollos. La base ideológica de la laicización era simple: hacer depender de los hombres el gobierno y la soberanía, no de Dios como lo reclamaban los reyes, a la vez que implementar la conocida ficción ideológica de la tan socorrida “igualdad jurídica” del Estado árbitro: Todos somos iguales ante la ley, los unos para vender la mercancía fuerza de trabajo y los otros libres para comprarla y el Estado situado entre patronos y trabajadores lo garantizará. Ficción pues como lo ha demostrado la Historia y la lucha de clases, unos son más iguales que otros a la hora de presentar ante el Estado su persona, es decir su cerebro, sus nervios, su sangre y sus músculos, como decía Marx.

La contradicción supraestructural entre colombianos que nos ha traído hasta la segunda década del siglo 21, pasando por las matanzas llamadas guerras civiles bipartidistas del siglo 19 con sus constituciones y concordatos post conflicto, la orgía de sangre de la violencia del siglo 20 con su solución en el Estado frentenacionalista, y su prolongación en el perverso conflicto interno actual, ha sido entre los buenos defensores de la religión y su Iglesia, y los malos, sus enemigos liberales, socialistas y comunistas endemoniados; tal y como nos lo recuerda en bella prosa monseñor Pedro Mercado Cepeda, presidente del tribunal eclesiástico de Bogotá este 20 de julio de 2020, conmemorando los 210 años de la declaración de la independencia de Colombia, en el diario El Tiempo así: …..”entre el tentador populismo y el recurrente caudillismo que ha plagado de sangre y muerte nuestra historia, (y evitar ) que el covid-19 no termine por infectar la democracia”. (1)

Todo este complejo proceso histórico no resuelto aún, que siempre se ha velado al confundir tres procesos distintos en unos solo, laicización, secularización con defensa de la religión, tuvo su punto de partida o se inició cuando los sectores de la clase ya dominante en Colombia influenciados por el gran Poder terrenal del Vaticano como auxiliar del colonialismo europeo, dominaba a con mano de hierro en el virreinato neo granadino, especialmente por intermedio del aristócrata cardenal italiano de la familia Mastai Ferrati, posteriormente coronado como papa “Pio nono” en 1846, quien previamente había estado (en 1824) recorriendo varios países del cono sur americano en “misión pontificia” junto con el famoso nuncio Muzi, logrando articular una férrea y persistente resistencia contra ese proceso de laicización, especialmente agresivo y violento en Colombia, hasta hacerlo prácticamente imposible.

El bloque de clases dominantes que se hizo al Poder en Colombia en su mayoría profesaba las teorías económicas del liberalismo económico en boga, no así en la esfera ideológica, donde era evidente una contradicción entre los seguidores del liberalismo europeo clásico que se aglutinaron bajo el nombre de partido Liberal, para enfrentar al sector ligado al anterior Poder colonial y al poderoso latifundismo de la Iglesia católica proclamados en 1848 como partido Conservador, defensor irrestricto ya no solo de la Iglesia sino de “Nuestra Religión”, aferrados a las ideas realistas y conservadoras del hispanismo blanco, católico y europeo que no desaparecieron de la noche a la mañana de la mentalidad colombiana, sino al contrario se enraizaron aún más mediante el proceso de sectarización bipartidista desarrollado durante las guerras sectarias de 200 años. Todo este tema bien conocido en nuestra historia fue resumido por Fernán González (2) uno de los más serios investigadores de la relación Iglesia Estado colombiano, quien tal vez como excepción, toca el complejo tema de la “determinación política internacional vaticana” de la siguiente manera:

….“la Iglesia aparecía muy opuesta al progreso moderno, muy ligada a los tendencias restauracionistas y tradicionalistas que reaccionaban en Europa contra las ideas de la revolución francesa, expresión de la concepción burguesa del mundo y de la historia. Ante los nuevos valores de la sociedad burguesa, la Iglesia se va aferrando a las concepciones sociales y políticas de la Edad Media idealizada por mentalidad romántica y se va encerrando en una actitud defensiva ante todo lo nuevo. La iglesia asume una actitud cada vez más intransigente ante las libertades democráticas de la burguesía en control de los nuevos Estados… Por otra parte, la situación internacional de la Iglesia era NO era la más adecuada para que desarrollara una actitud de simpatía frente a las ideas liberales: amenazados por la unidad italiana, por el laicismo de los republicanos franceses y el anticlericalismo de los liberales españoles, los papas se hacen cada vez más reacios ante el mundo moderno. Paradójicamente, la pérdida de Poder Político de los papas se vio compensada por una tendencia a la centralización romana de los asuntos eclesiales del mundo entero. Tanto los jesuitas, como los nuncios apostólicos fueron instrumentos de esta romanización de la Iglesia Universal a la que correspondió una reorganización de la curia romana. La vinculación al papado de Roma se considera así como garantía de la independencia de las iglesias nacionales frente a los intentos de control de los nuevos Estados sobre ellas: el llamado ultramontanismo se produce en este contexto. En Hispanoamérica y en especial en Colombia estos problemas se agravaron debido a la estrechisima relación que había existido entre la Iglesia y el Estado Español, desde los reyes católicos. En muchos sentidos, los problemas de la Iglesia frente a los Estados republicanos del siglo 19, son el precio pagado por el excesivo proteccionismo que la corona española prodigó a la religión católica, a la que usó como elemento unificador en la península y como factor legitimador de la conquista americana” ….

En breve, el contexto presentado de manera bastante general por el historiador Fernán González; la reacción del Vaticano al proceso revolucionario de 1848 en la Europa capitalista y frente al ascenso e influencia posterior del movimiento obrero tanto práctico en las calles y barricadas como en la teoría con la difusión de las más importantes teorías socialistas; Owen, Saint Simon Fourier, Proudhon, etc, y sobre sobre el aparecimiento del socialismo científico publicado en 1847 por Marx Y Engels en el Manifiesto Comunista, le correspondió enfrentarlo (como decimos arriba al cardenal aristócrata italiano Mastai Ferrati quien al ser coronado como papa tomaría en nombre de pío nono) con la publicación de más de 70 encíclicas, siendo destacables la “Quanta Cura” de 1864 donde se condena categóricamente como pecados al liberalismo y al socialismo ( ni qué decir del comunismo). Y en lo relacionado con Colombia, en la encíclica “Incredibili afflictamur” (1863) sobre la situación de la Iglesia católica en la república de Nueva Granada y sus diferendos con los gobiernos liberales secularizantes de las tierras, conventos y demás bienes raíces poseídos por la Iglesia en Colombia.

Todo este rodeo, para insinuar varias cosas:

Primero, que el anti socialismo y más aún el anticomunismo con su satanización en Colombia tiene origen vaticano y europeo como mezcla de colonialismo, religión y política-sectaria-guerrera, desde mediados del siglo 19

Segundo, que la llamada “polarización en Colombia”, es una continuación “ad eternum” de la contradicción supraestructural reciclada entre buenos y malos, con los demonios correspondientes, que se remonta a esas fechas decimonónicas.

Tercero, que esta polarización entre buenos y malos ha actuado siempre de manera horizontal entre sectarios de las bases del pueblo trabajador, impidiendo que la verdadera y esencial contradicción vertical entre explotadores y explotados se haga evidente y consciente

Cuarto, que esta polarización sectaria no tiene nada que ver con el ejercicio de la democracia actual como lo muestra el monseñor en su columna de el periódico El Tiempo.

Quinto, que cada día se hace más necesario para conocer la tan mentada verdad en Colombia, un ejercicio teórico entre científicos sociales para separar los tres procesos de laicización, secularización y defensa de nuestra religión hasta ahora confundidos en unos solo. Un buen paso en ese sentido sería que la Comunidad Jesuita de Colombia desclasificara archivos y por ejemplo, le diera respuesta a la seria investigación del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez en su libro “La forma de la ruinas”, sobre su participación intelectual en el asesinato a mansalva del “Liberal Socializante” general Rafael Uribe Uribe en 1914.

* Fuente: Rebelión

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