Puerto Rico. A buen hambre, no hay pan duro

por William López Méndez y Vanessa Melguizo-Salazar/ Resumen Latinoamericano, 29 de junio de 2020

Aunque por estos días las costumbres gastronómicas viajan alrededor del mundo a través de códigos digitales, el acceso material a la comida no es igual para todos. El modelo agrícola más usado en la actualidad se centra en maximizar la eficiencia de los procesos y su rentabilidad, aún a costa de un alto impacto ambiental, social y cultural. Nuestra seguridad alimentaria se cimienta en un modelo que prioriza los grandes beneficios comerciales por encima de las necesidades alimentarias de las generaciones presentes y futuras.

Las cadenas de suministro globales que descubrieron el negocio de producir en locaciones de bajo costo operacional llevan décadas aumentando su producción y acaparando los mercados. Este tipo de prácticas reducen los precios finales de la canasta básica de alimentos, pero afectan la solidez de la agricultura y economía locales al disminuir su competitividad frente a productos importados, lo que en consecuencia incrementa la dependencia del mercado exterior. A esta forma de producir se le llama agricultura industrial y es incompatible con nuestra realidad local. Para empezar, sembrar en una isla implica que la tierra que podemos usar es limitada. Siguiendo por ahí, sucede que la maquinaria industrial está diseñada para operar en grandes extensiones llanas y no en terrenos irregulares como el nuestro, lo que nos demanda mayor fuerza de trabajo (mano de obra) en el proceso de cosecha, incrementando los costos de producción. Básicamente: no podemos producir en grandes cantidades y tenemos que hacer inversiones más altas en mano de obra y tecnología, lo que reduce nuestra competitividad frente al mercado global, dificulta el autoabastecimiento y afecta nuestra seguridad alimentaria.

Pero la seguridad alimentaria no se limita al acceso material. Si en algo podemos estar de acuerdo es en el valor cultural de la comida. La comida es familia, es pueblo, es país. No comemos la alcapurria dominical o el lechón navideño por su alto valor nutricional, sino para saciar un hambre ancestral. Un hambre que aprendimos en el amor a la tierra y la familia. Un hambre de fusiones taínas, afroantillanas y europeas. Sentimos ese hambre porque la comida nos define; porque evoca una historia y unas experiencias que nos hacen quienes somos y no otros. La frecuencia con la que escuchamos expresiones como la mancha ´e plátano o dímelo en arroz con habichuela evidencia el estrecho lazo del boricua con los alimentos. Se come en bautizos, se come en velorios y se usan los alimentos para hablar de nuestra identidad nacional. En India se come con la mano, en China con palillos y en Puerto Rico con el corazón. La interrupción en la cadena de suministros puede ser una situación de vida o muerte, sí, pero la inseguridad alimentaria va más allá de no tener carne en la nevera, porque la satisfacción humana tiene que ver con la alegría que da la comida, con las reuniones que se gestan alrededor de la mesa, con los cuidados que entregamos en un plato y con el amor en el que se mojan los guineos hervidos que nos regala la vecina generosa.

Tres años de crisis: un pasaje hacia otro mundo

El paso del huracán María en 2017, la crisis política que se ha recrudecido desde mediados de 2019, la actual pandemia de COVID-19 y la fragilidad del sistema económico en el que se enmarcan las acciones de respuesta, hace imperativa una búsqueda colectiva primordial: la construcción de Seguridad Alimentaria. La vulnerabilidad que hemos experimentado en estos tres últimos años manda la transición hacia un modelo agrícola menos industrializado y más sostenible, en el cual primen las necesidades humanas y la protección de los recursos que hacen y seguirán haciendo posible la satisfacción de dichas necesidades. Por otro lado, la fragilidad actual del sistema económico global evidencia que no sólo la agricultura debe replantearse: es momento de dar un paso decidido hacia la sostenibilidad en todas nuestras prácticas.

No somos los únicos; el mundo entero enfrenta un reto bastante similar. Conocer otras experiencias puede darnos algunas pistas para el arranque. Qatar, por ejemplo, importaba el 90% de lo que su población necesitaba para abastecerse. Tras una aguda crisis política y el fuerte bloqueo económico que les fue impuesto en 2017 tuvieron que volcar su atención al desarrollo agrícola. Hoy, en 2020, producen un 30% de los alimentos que consumen. ¿Cómo lo han hecho? Su gobierno estimula este desarrollo mediante la provisión de semillas, la promoción de invernaderos y la garantía en acceso a préstamos a través del Banco de Desarrollo Qatarí. Durante todo el año producen vegetales de invernadero (tomates, berenjena, pepino), y otros sectores agrícolas, como la industria lechera y apícola, están en crecimiento.

En los Países Bajos, en cambio, podemos ver otro enfoque. Pese a lo limitado de su territorio, Holanda fue catalogado como el noveno país con mayor índice de seguridad alimentaria, y hoy es el segundo exportador de productos agrícolas en el mundo, siendo el primero Estados Unidos. El éxito de su experiencia radica en la mezcla de técnicas agroecológicas con tecnología de alta gama. Mediante la producción en ambientes controlados (invernaderos) han logrado reducir el consumo de agua en un 90%, la dependencia de combustibles fósiles, el uso de pesticidas químicos y recuperar la condición de sus suelos. La mezcla de técnicas con enfoque sostenible ha convertido a Holanda en una potencia agrícola mundial. Su capacidad de producción y competitividad han aumentado, la calidad de sus productos es notable y sus recursos naturales están siendo protegidos.

En el caso de Puerto Rico tenemos varias piezas listas, pero aún nos falta engrasar el engranaje. Por un lado tenemos la Ley de Planificación, Programación y Desarrollo Agrícola [Ley 73 – 2017]según la cual se dispone la creación de un Consejo de Productividad Agrícola conformado por siete miembros asesores, representantes de agencias públicas y privadas, a quienes se les asignaría la construcción de un Plan Agrícola a 20 años. Por otro lado tenemos el Código de Incentivos de Puerto Rico [Ley 60 -2019]que reglamenta los estímulos, subsidios y fondos dispuestos para el desarrollo económico de diferentes sectores e industrias entre los cuales se encuentran las Agroindustrias (capítulo 8). Los mecanismos para el desarrollo agrícola están, pero si no hay una planeación amplia y concertada, donde se incluyan actores multilaterales, difícilmente la transformación será sostenible y duradera. Mientras los mecanismos formales existan serán estos nuestra carta de navegación. El problema es que la falta de incidencia y veeduría sobre la implementación de estos mecanismos nos deja a la deriva, solo a merced de quienes sí están viendo el horizonte.

Rumbo al Nuevo – Nuevo Mundo; primer llamado

Nuestra economía, que históricamente ha estado basada en industrias como la manufactura  farmacéutica, la construcción o el turismo, tambalea. Las industrias mencionadas nos han dejado poca capacidad instalada. Sus interrupciones han llevado a la migración constante de mano de obra capacitada, cuyo saber se diluye o termina por fuera de un territorio que lo necesita. La poca diversificación industrial y la escasa conciencia ambiental han afectado severamente nuestros recursos naturales. El sistema mediante el cual se suplen nuestras necesidades requiere una reestructuración urgente. Tenemos la oportunidad de replantearnos la forma en que gestionamos nuestros recursos, de darle un giro a la economía local. ¿Cuál es nuestra prioridad y qué estamos dispuestos a hacer para defenderla?

La base de la transformación será siempre la acción colectiva. Los problemas complejos requieren soluciones complejas, sistémicas. La sociedad es un cuerpo único, una máquina: cuando una pieza se mueve, el resto también. Si una pieza se resiste, el mecanismo completo tiende a fallar. Por eso consideramos que la transición hacia una agricultura sostenible y duradera nos exige avanzar en al menos tres frentes:

  • Transición hacia un enfoque transversal sostenible. Acostumbramos hablar del dinero como si fuera el único recurso importante, pero en la economía se juegan otros recursos indispensables para la subsistencia y el bienestar como los recursos naturales (agua, tierra, aire, sol) y el capital cultural (tradiciones, saberes, prácticas). La sostenibilidad tiene que ver con preservar y administrar responsablemente estos bienes que, materiales o inmateriales, garantizan la atención de nuestras necesidades y el acceso a los medios de satisfacción.
  • Fortalecimiento del sector agrícola. Siendo el problema de nuestra economía e industria agrícola local la falta de competitividad con respecto al mercado internacional, será necesario trabajar en la disminución de costos y el incremento de la cantidad y calidad de la producción. Esto se logra mediante la optimización de los recursos y procesos, lo que a su vez demanda inversión en tecnología para el desarrollo de una agricultura intensiva pero sostenible. Recordemos la exitosa mixtura de Holanda entre tecnología y técnicas agroindustriales. Dicha incorporación variada requiere la articulación efectiva de los diversos sectores y actores en las diferentes etapas de la preparación, producción y distribución agrícola. En nuestro contexto particular urge la vinculación efectiva del sector financiero (especialmente en lo que respecta a seguros y préstamos) y las entidades gubernamentales.
  • Involucramiento de la sociedad civil: en cualquier proceso de transformación la acción colectiva es mandato. La participación de la ciudadanía es fundamental en los procesos de toma de decisiones, la construcción de política pública, y el seguimiento y veeduría a su cumplimiento e implementación. Pero lo más importante de todo es promover la apropiación de la cultura agrícola. Entender, como nación, la relevancia de la agricultura en nuestras vidas cotidianas, no solo para alimentar el cuerpo sino también el espíritu; conocer nuestra tierra y su potencia; y formarnos responsablemente en el arte del consumo, son algunos de los elementos que nos otorgan el poder de elegir el tipo de economía que queremos favorecer. Un primer paso hacia un Nuevo – Nuevo Mundo que cualquier persona, desde sus prácticas más íntimas, puede empezar a dar. Tenemos el poder y la responsabilidad de decidir.

El refrán dice a buen hambre, no hay pan duro. Al refrán le respondemos: donde hay tostones de pana, ni hambre, ni pan duro.

FUENTE: 80 Grados

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