Nacion Mapuche. Bariloche: La historia de la Lof José Celestino Quijada

Resumen Latinoamericano, 11 de junio de 2020

El año pasado, la comunidad mapuche José Celestino Quijada nos invitó a una reunión para acordar un trabajo conjunto de reconstrucción de memorias en y del territorio. Iniciamos entonces un trabajo de investigación (como Servicio STAN del CONICET). Este trabajo –a cargo de ciertos miembros del grupo GEMAS– se encuentra aún en proceso; pero ante ciertos hechos que fueron de público conocimiento el 5 de junio del 2020, quisiéramos en estas breves páginas poner en contexto algunas de las históricas e impostergables demandas de la Lof.

Las trayectorias de la familia Quijada-Figueroa

Hace unos 140 años atrás, el Pueblo Mapuche era libre y soberano en su territorio, a ambos lados de la cordillera. La historia de este pueblo está atravesada por el evento crítico y traumático de las campañas militares de los Estados a fines del siglo XIX y por las políticas violentas de represión y despojo territorial que continuaron las décadas siguientes. Por lo tanto, las dos últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX están signadas por el movimiento o “las andanzas” de personas, de familias y/o contingentes más amplios a través del territorio, cruzando varias veces y en zigzag la Cordillera de los Andes para huir de tratos inhumanos, y/o desplazándose del norte hacia el sur en búsqueda de los territorios a “campo abierto” que iban quedando disponibles después del advenimiento de la propiedad privada y los latifundios en la Patagonia. Esos años suelen ser recordados en los gütxam de las familias como “historias tristes” e “historias de regreso”. Son los años de las muertes, la dispersión familiar, la soledad y el hambre, pero también son los años de la reestructuración de los grupos, de la regeneración de comunidades y de los intentos por “volver a levantarse”.

José Celestino Quijada (hijo de Filomena Quijada Rioseco) y Leonor Figueroa (hija de Francisco Figueroa y Lastenia Pozo) se conocieron en Bariloche y tuvieron a sus hijos en el territorio donde se conformaron como lofche en las laderas del Cerro Wenu Lafken (Cerro Otto-San Carlos de Bariloche). La familia de Leonor y la familia de José Celestino ya estaban emparentadas cuando ellos se conocen.

Para acceder al informe completo : https://gemasmemoria.com/2020/06/07/la-historia-de-la-lof-jose-celestino-quijada-el-conflicto-territorial-en-la-ladera-sur-del-cerro-otto-san-carlos-de-bariloche-rio-negro/

La mamá de Celestino, Filomena Quijada Rioseco, venía de algún lugar del oeste de la Cordillera de los Andes. En algún momento, antes de 1916, cruza la cordillera y llega a la comunidad de El Manso (Río Negro, Argentina), donde tenía amigos (“medio parientes”) que la reciben. Ella hablaba en mapuzugun y sostuvo parte de su economía familiar dedicándose al hilado y al tejido con telar mapuche. Allí tiene un hijo, José Celestino Quijada, quien a los siete años queda huérfano y al cuidado de una de las familias de El Manso. Siendo todavía muy joven, Celestino deja la comunidad para salir a trabajar.

Los relatos familiares (gütxam) de Leonor Figueroa –que le fueron transmitidos por su padre, Francisco Figueroa– narran historias tristes y dolorosas sobre el pasado de su familia:

“Mi papá me contaba que cuando vinieron ellos sufrieron mucho. Me contaban que a mi abuela, la gente blanca los lastimaban, los corrían… y yo le decía: ‘no me cuentes, me da rabia eso. Por qué le hacían eso?’ Él recordaba y nosotros le decíamos ‘papá, no nos contés eso’ porque él dice que sufrió muchísimo”. (Leonor Figueroa, diciembre 2019).

La bisabuela y abuela de Leonor (Leonor Cerda) sufrieron la violencia de las campañas militares que los Estados argentino y chileno habían emprendido contra los indígenas a fines del siglo XIX. Según los relatos familiares, ambas fueron “cautivas… los wigka los encerraron”. A una de ellas “para que no se escape” del lugar donde las tenían prisioneras “le pelaron las plantas de los pies” (Luisa Quijada, diciembre 2019): “ Mi mamá mucho no nos quería contar, de la época esa, pero sabemos que a esa abuela la tuvieron ahí, y que ahí tuvo sus hijos” (Luisa Quijada, diciembre 2019).

Se trata de tres generaciones diferentes –entre 1850 y 1920—que fueron víctimas de las políticas del Estado. De acuerdo con los relatos de la memoria, es muy probable que la bisabuela, incluso su hija Leonor Cerda, haya estado en un campo de concentración durante el desarrollo de las campañas militares. Al levantarse estos campos hacia la década de 1890, no sabemos si ellas cruzaron o no la cordillera, pero llegaron a un territorio –del que no pueden recordar el nombre— ubicado en lo que actualmente es Chile. Francisco Figueroa, hijo de Leonor Cerda, le solía contar a su hija el siguiente gütxam:

“Mi papá dice que las corrían, les pegaban, les sacaron una de las hijas, le sacaron y la tenían atada para que ellos vayan a reclamar, porque los querían sacar. Él dice que le decían ‘indios de mierda’. Pero él me decía muchos nombres, pero yo no recuerdo. Él dice que era muy feo, porque la gente no los quería. Los trataban de ‘indios’, de todo, muy mal los trataban. Sufrió mucho, por eso de allá se vino, se disparó, se vino acá y acá se casó con mi mamá. Acá fue diferente, porque dice que allá a mucha familia los mataron porque no los querían. Sí, sufrió muchísimo. Y él se disparó, se vino acá. Él decía ‘yo tengo que venirme porque allá no se puede vivir’. Porque a la familia de él ya la habían matado, los trataron muy mal porque eran mapuche. ‘Unos gringos grandotes’, decía él. ‘Qué sé yo! estas porquerías!’, decía él, ‘no sé qué les pasa, por qué nos tratan así’. Pero no lo querían…así que él se vino para acá, a la Argentina” (Leonor Figueroa, diciembre 2019).

El papá de Leonor hablaba mucho de esos lugares de los que tuvieron que huir, pero ella no podía ya recordar los nombres. “Ellos eran de Picun Leufu, pero antes venían de una parte que no puedo recordar, casi la mayoría de la parte de mi papá son mapuche mapuche” (Leonor Figueroa, diciembre 2019).

En algún momento de su huida, Francisco Figueroa pasa por la región de El Bolsón y conoce a Lastenia Pozo –de Mallín Ahogado–, con quien se casa y tienen a Leonor Figueroa. Lastenia era una partera o püñeñelchefe muy conocida y solicitada en la zona. Leonor aprendió ese oficio de ella, así como sus conocimientos sobre lawen y el arte del tejido al telar.

Los años en que el territorio era “campos abiertos”

Cuando los Quijada-Figueroa llegaron al cerro, las laderas y pampas que rodeaban el Wenu Lafken (Cerro Otto-San Carlos de Bariloche) eran practicados como “campos abiertos”, como suele nombrarse localmente a un territorio sin alambrados, donde la ocupación y el uso del espacio se organiza por acuerdos y permisos de palabra entre sus diferentes pobladores. Desde entonces fueron entramando relaciones con algunxs pobladorxs y con las comunidades mapuche vecinas.
“Una vecina nos dijo: ‘no, no, no es de nadie eso. Yo pongo pastaje acá, no es de nadie’. Ella lo conversaba por lo derecho nomás, con ella nunca tuvimos problema. Por eso nos vinimos, por la seguridad, si los animales podían andar para cualquier lado, si no era de nadie. Por eso nos vinimos a vivir acá, porque de acá sacábamos leña. Hicimos arreglo con algunos vecinos y con el ejército” (Leonor Figueroa, diciembre 2019).
El “acá” del que habla Leonor es el territorio de la Lof Quijada, donde hicieron su primer casa y empezaron a trabajar como leñeros. Estos acuerdos de palabra (“conversaba por lo derecho nomás”) organizaron gran parte del territorio patagónico y, particularmente, las relocalizaciones de las familias y comunidades mapuche.
Al poco tiempo ya habían afianzado su profesión como leñeros en la región, consolidándose como pobladores reconocidos en la zona y practicando el arreglo económico denominado “mediería” –trabajar para otro quedándose con la mitad de los frutos como compensación económica. La primera ruka estable de la comunidad se levantó en una parte del territorio a la que llaman “la herradura” –donde todavía está el árbol donde José Celestino colgaba su herradura para sobar soga–, cerca de un arroyo que a partir de entonces empezó a ser nombrado en la región como arroyo Quijada.
Del otro lado de este arroyo, Leonor y José Celestino enterraron las placentas de sus hijos. Cuando venía de visita el padre de Leonor solían volver a recorrer estos sitios para realizar una pequeña rogativa en mapuzungun:
“Me decía el finado papá cómo tenía que hacer… no sé qué hablaba en lengua donde yo había enterrado la placenta. Papá me sabía decir, ‘a la tierra mamá’, algo así me decía que le tenía que decir cuando nacieran los chicos, para que anden bien, crezcan bien. Él hablaba, yo lo miraba. Agarraba tierra y hablaba, pero yo no entendía. Algo así como que se críen bien los chicos acá, y que tengan el fruto para que estén bien. Él hacía esas cosas. El Tino (José Celestino) aprendió bastante, eh? Aprendió de mi papá” (Leonor Figueroa, diciembre 2019)
Como recuerda Beatriz Quijada, alrededor de la casa de sus padres fueron levantando el galpón, la quinta, los corrales, la era, la troja. Con el tiempo, los Quijada diversificaron sus actividades agrícolas y ganaderas en múltiples producciones domésticas para la venta y el auto-consumo. Durante las primeras décadas en el territorio, se dedicaron principalmente a la ganadería ovina –llegando a tener 99 vacunos—y a la producción de lentejas, arvejas y trigo.
Los lugares llanos son escasos en el cerro, por lo tanto, las siembras de los Quijada se distribuían entre la pampa en el campo de los vecinos y la pampa en el territorio de su comunidad. Hoy en día la comunidad no puede disponer de ninguno de estos dos llanos.
“Porque el asunto no era si es dueño fulano o mengano… no, no, no. Acá era todo campo abierto, se usaba todo. Usaba con las vacas para allá para acá. Campo abierto. Entonces ahí, en el lugar de los vecinos, ellos tenían todos sus galpones, galpones grandes, y ahí tenían la era. En el faldeo arriba donde está la pampa, esa ahí era el trigo. Y sabes qué pena te da ver la pampa ahí…acá tenes la ladera…el cerro así. No podes sembrar nada. Mirá las chicas dónde están sembrando ahora” (Luisa Quijada, diciembre 2019).

El Estado argentino consolidó el dominio militar en la Patagonia durante los años de las campañas militares cuando se apropió del territorio ancestral del Pueblo Mapuche, para redistribuirlo entre privados y otras instituciones estatales, como la naciente Administración de Parques Nacionales. Parte de estos últimos derechos fueron concedidos al Ejército Argentino en 1937 (“por causas de utilidad pública”). En el transcurso de esta historia, los derechos del Pueblo Mapuche fueron permanentemente negados, situación que se puso de manifiesto cuando, en las décadas del ochenta y el noventa, el Ejército argentino volvió a hacer uso de la violencia contra las personas mapuche para despojarlos de los territorios en los que habían logrado volver a levantarse como comunidades. Este nuevo avasallamiento fue padecido por las distintas comunidades mapuche que se encuentran en los alrededores del cerro Otto (como las Lofche Quijada y Millalonco-Ranquehue, entre otras). En esos años, a la Lof Quijada se le hizo muy difícil sostener las violencias y las amenazas del Ejército, por lo que, durante algunos años, fue cobijada por el lonko de la Lof Buenuleo. Durante ese periodo el Ejército concedió parte del territorio de la comunidad Quijada a distintos privados para la explotación turística del cerro (como el Centro de Ski Nórdico y Arelauquen Golf & Country Club). Frente a esta nueva negación del Pueblo Mapuche y de los derechos de la Lof, la familia Quijada decide reafirmarse en su territorio.

A continuación, nos centraremos en las apropiaciones que hizo Arelauquen Golf & Country Club desde el año 2007 hasta la fecha.

Arelauquen Golf & Country Club S.A. (AG&CC S.A.)

Arelauquen Golf & Country Club es un consorcio de firmas de gran cantidad de empresarios pertenecientes al grupo Belga BURCO Desarrollos S.A. –Belgian Urban Renovation Company–. La urbanización que impulsó la empresa Arelauquen comprende más de 710 hectáreas ubicadas a metros de la costa noroeste del Lago Gutiérrez y sobre la ladera sur del Cerro Otto, a 15 kilómetros del centro de la ciudad de Bariloche. Este mega proyecto comenzó en el año 2000, lanzando al mercado ventas de lotes en distintas etapas, que aún en la actualidad se continúan comercializando.

Gerentes, propietarios rurales, empresarios, jueces, abogadxs, ministrxs y otrxs inversores son quienes actualmente componen el directorio de Arelauquen según el Boletín Oficial de Río Negro. En un ensayo de difusión del 2019, fueron enunciados los nombres de las personas que dirigen y componen el organigrama de la empresa (Nota de Medio Extremo, 8 abril, 2019). No obstante, desentrañar qué es Arelauquen implica mucho más que poder decir que es un grupo de empresarios, con sus propias estrategias y lógicas de acaparamiento. Los actores que participan de este Country están asociados a litigios, corrupciones políticas, intereses económicos multinacionales y relaciones de poder, que trascienden el status de lo local y regional. Sin embargo, la codicia y los intereses de esta empresa no sólo conlleva a no otorgar el acceso al camino ancestral y comunitario de la comunidad, sino también a destruir y despojar el territorio mapuche.

Arelauquen y las prácticas de despojo

En una de las tantas cartas de denuncia que escribió desde entonces la Lof Quijada decía:

“(…) hace aproximadamente dos años atrás comenzaron los problemas (con la empresa Arelauquen). En primer lugar, esta gente comenzó con un dudoso e irregular corrimiento de los alambrados sobre nuestro territorio. Por otro lado, comenzaron con las amenazas a nuestra familia e incluso con la agresión física de dos de nosotros, en una oportunidad con el apoyo de agentes de la policía de Río Negro. Cada vez que salíamos del lugar a trabajar o a realizar trámites, ellos venían y corrían el alambre, realizando trabajos en nuestra ausencia. Asimismo nos cerraron el camino que desde siempre existió en el lugar y que nosotros utilizamos, desde antes que esta empresa se radicara en la zona y hoy nos vemos forzados a entrar en el territorio por senderos de montañas y picadas que hacen muy dificultoso el ingreso” (Carta al intendente de la ciudad de SC de Bariloche Marcelo Cascón, en fecha 02/06/2010, enviada por la comunidad Quijada).

Cartas como esta se repitieron en distintas oficinas del Estado –municipales, provinciales y nacionales– durante más de diez años.

Como señala la comunidad en la carta citada, esta empresa se apropió de un sector significativo del territorio, emplazando un alambrado que pasa a escasos metros de las ruka (casas), huertas y corrales de la Lof. Se trata de aproximadamente treinta hectáreas del territorio Quijada que Arelauquen alambró por la fuerza, puesto que cualquier tipo de defensa por parte de la familia mapuche era reprimida por la policía. La parte del territorio apropiada por Arelauquen es la única plana y la más esencial para llevar a cabo la práctica de la agricultura y la cría de animales. De este modo, los Quijada fueron obligados a sostener su economía en tierras poco aptas para el desarrollo de la agricultura y la ganadería; afectando a la cría de animales de granja y a la producción de frutas y verduras que es parte del sustento diario. Hecho agravado por encerrar también “la planicie del lagarto”, donde está el cementerio (eltuwe) de la comunidad. Este había sido identificado por el padre de Leonor antes de morir, por estar a cierta altura del cerro, cerca de un arroyo y en cierta orientación con respecto a la saliente del sol.

Además de este despojo, Arelauquen alambró el camino tradicional de los “Álamos” utilizado por las familias de la Lof durante décadas. Eliminando, de este modo, el último y único acceso vehicular, y obligando a los Quijada a ingresar o salir de su territorio a pie y por senderos de varios kilómetros. Es sabido que las comunidades –y particularmente las que residen cerca de la ciudad– deben recurrir diariamente a los centros urbanos por temas de salud y cuidado, para cumplir con la escolarización de lxs niñxs, y para comprar los alimentos que no se producen en el territorio. Además de todos estos fines, la Lof Quijada usaba el camino de los Álamos para transportar sus animales, el forraje y la leña, indispensables en su economía familiar. El hecho de cerrar un camino de acceso, no darles la servidumbre de paso y dejar a una comunidad aislada es una de las prácticas más desiguales de despojo.

Uno de los principales temas que preocupaban –y continúan preocupando– a la Lof es la violencia –tanto policial como de la seguridad privada– ejercida hacia los miembros de la comunidad en defensa de los intereses de Arelauquen. Llegando, incluso, a detener sin ninguna causa a uno de ellos y a golpear fuertemente a dos de sus integrantes: “a mi hermano lo torturaron y lo pasaron por debajo del alambre. A mi sobrino lo dejaron tirado allá en el arroyo de Virgen de las Nieves. Por qué? porque solo eran Quijada” (Luisa Quijada, marzo 2019 en Wall Kintun TV).

La indiferencia de Arelauquen

Frente a estos atropellos, la Lof realizó innumerables denuncias tanto a las distintas instituciones del Estado como a Arelauquen Golf & Country. Sin embargo, ante esta cantidad de cartas y reclamos, la contestación recibida por parte del apoderado de este grupo inversionista decía lo siguiente:

“(…) adelantamos que no podemos acceder a vuestro pedido de paso de servidumbre. Finalmente no le consta a esta parte, de hecho nunca hemos visto la existencia de un camino que ‘desde siempre’ transcurra a través de nuestra propiedad, como tampoco le consta que fuera lugar de residencia de comunidad alguna o persona alguna” (Nota escrita por el apoderado de AG&GC SA, Alfredo Iwan, el 25 de noviembre del año 2010).

Las dificultades de la comunidad por falta de este acceso se hicieron intolerables cuando algunos de sus miembros corrieron serio peligro ante una emergencia de salud, por no haber podido acceder una ambulancia o poder salir de la comunidad con un vehículo hasta el hospital. Recién el 2 de julio del año 2018 la empresa Arelauquen acepta llegar a un acuerdo (que solo cumpliría hasta el 31 de octubre de ese año). De todos modos, la letra del acuerdo propuesta por la empresa fue una clara expresión de su indiferencia hacia los problemas de la comunidad y de la impunidad con la que se le permite operar negando derechos indígenas y asuntos de bien público. En el marco de ese acuerdo, Arelauquen concede el uso del camino bajo las siguientes condiciones: sólo podían usar los vehículos de seguridad de la empresa Arelauquen, cada miembro que quisiera hacer uso del camino debía dar su nombre y DNI, llevar consigo sólo un bolso de mano, avisar 24 horas antes y únicamente en el horario diurno de 8 a 18 horas.

Mientras la familia Quijada aguarda desde entonces un acto de justicia por parte del Estado, este grupo inversionista aprovecha para seguir profundizando el despojo, avanzando sobre el territorio y consolidando su proyecto inmobiliario:

“una vez dijeron que el alambre era provisorio, pero hace trece años que el alambre está y ahora le están poniendo material. Entonces, eso no es provisorio” ( Beatriz Quijada, diciembre 2019).

El cierre del camino tradicional de los “Álamos” no sólo impidió el acceso –indispensable– de vehículos, sino además la imposibilidad de recorrer la corta distancia que separa el barrio –donde se desarrolla parte de sus vidas– del territorio de la comunidad, por el camino que han usado desde que nacieron.

El único acceso alternativo es un sendero en la cumbre del Cerro Otto que se encuentra a 15 kilómetros del centro urbano de Bariloche. Una vez que llegan allí con sus vehículos, deben dejar estos para transitar a pie por una picada de 3 kilómetros y con un desnivel de 350 metros. La firme decisión de no abandonar el territorio los encuentra hoy en día acarreando sus productos de consumo, alimentos y enseres para los animales, las herramientas y otros grandes bultos –esenciales para la vida familiar y laboral– durante más de tres horas subiendo una picada de cerro que gran parte del año se encuentra intransitable por las lluvias o por la nieve.

“(…) ellos cerraron ahí y ya nosotros no tenemos vida. Ahora, por ejemplo, tengo los animales que están flacos, están a la cochina miseria esos animales ¿Por qué? Porque yo con una bolsa de 35 kg ya no me lo puedo subir para aquí arriba. A mí me da pena ver esos animales flacos. ¿Sabes lo que cuesta subir con una bolsa de 35 kg en el hombro? cuesta mucho. Nos complica el camino, porque nosotros ahora no podemos criar gallinas, ni animales” (Luisa Quijada, diciembre 2019)

“Acá si se corta alguien con la motosierra se va a morir desangrado porque no te dejan pasar” ( Luisa Quijada, diciembre 2019).

“mi papito (el logko de la Lof, de 103 años de edad) no puede ir, pero si tuviera el paso acá le darían la alegría a mi padre de llegar a donde él vivió por muchos años” ( Luisa Quijada, marzo 2019 en Wall Kintun TV).

“Acá siempre hubo un camino, salíamos para ir a la escuela y volvíamos. O mi papá salía a buscar la mercadería por ahí también. Ahora está todo cerrado. Y así como tus hijos tienen el derecho de estudiar, el mismo derecho tienen los míos” (Beatriz Quijada, diciembre 2019)

La continuación del despojo en contexto de aislamiento preventivo por el coronavirus

El 5 de junio la comunidad circuló un video y un comunicado para denunciar que la empresa Arelauquen estaba tratando de consolidar su despojo territorial en el presente contexto de emergencia. Resulta que, mientras Bariloche está en cuarentena, la comunidad se despertó por el ruido de las máquinas y de los trabajadores de esta empresa que estaban construyendo un muro de hormigón y caños en territorio de la comunidad. Mientras que, simultáneamente, en esa parte del territorio usurpado, talaban bosque nativo para abrir un camino interno del barrio privado.

La Lof Quijada tiene que ver todos los días como Arelauquen prende sus caudalosos regadores durante gran parte del día, mientras sus integrantes trabajan muy duro para obtener agua de los pocos arroyos y vertientes que quedaron en su territorio. Tienen que subir tres horas de cerro con cargas descomunales mientras los voceros de Arelauquen niegan el acceso explicando que “los dueños de las casas no quieren ver mapuches con cargas y autos viejos circulando el barrio”. A los miembros de la Lof Quijada se les ha ido gran parte de sus vidas haciendo cartas, documentos y presentaciones para pedir justicia, mientras lo único que vieron ayer desde sus rukas es cómo esta empresa continuaba corriendo sus alambrados con cemento y talando bosque nativo en su territorio. Las máquinas están pasando por lugares de su territorio cuyos vínculos con los miembros de la Lof son tan constitutivos como privados y delicados (por eso mencionamos antes, y de forma muy general, el entierro de placentas, el lugar elegido como cementerio, o los lugares de rogativa).

La comunidad Quijada nos contaba ayer a la noche:

“Nosotros no vamos a dejar que sigan alambrando, porque nos están alambrando con cemento… Ya estamos cansados… llevamos muchos años, de respeto, de bien hablados, ya todos estamos hechos mierda ya acá. En pleno invierno yo acá encerrada, no tengo para buscar comida para mis animales. Nos llegamos a enfermar… está mi mamá acá, si se nos enferma mamá no la podemos sacar… Tengo angustia, tengo bronca… Ellos se pasean como dueños y señores por el territorio de nosotros, que no es de ellos, y nos da mucha bronca. ¿Qué más se puede hacer? Si la justicia no hace nada, qué querés que haga… ahora con la pandemia los otros están lo más bien trabajando, y nosotros como los boludos que tenemos que estar esperando, esperando, esperando….” (Luisa Quijada, comunicación personal).

Finalmente, encontrarse encerrados por los alambrados es una constatación suficiente para evidenciar la imposición de Arelauquen sobre el territorio mapuche. Pero cuando estos alambrados comienzan a ser “alambre de cemento”, se evidencia la profundidad estructural de las desigualdades, los año de negación y la falta de respuestas. Desde el sentido común, el acto de trazar un alambrado establece y fija los términos de qué contener y qué dejar fuera de la percepción de ese espacio. En cambio, desde la perspectiva de la Lof, este mismo alambrado representa el robo histórico y permanente de sus tierras, la negación a reconocer su preexistencia como pueblo, y la consolidación del despojo –“están poniéndole cemento hasta llegar a nuestra ruka”– (José Quijada, comunicación personal, 2019). El símbolo de la materialidad del alambrado –pasar de poner palos a poner cemento– impulsa la apuesta política de la comunidad Quijada: “hemos sufrido mucho, pero hoy decimos basta”.

Enlaces consultados:

Wall Kintun TV Comunidad Quijada pide que Arelauquen restituya camino público

Medio Extremo El buitre que bloquea a los mapuche.

Video y Comunicado difundido por la Comunidad Quijada el 05/06/2020.

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