Cuba. La cubanidad de Fernando Ortiz a Fidel Castro

Por Maribel Acosta, Resumen Latinoamericano 13 de abril de 2020

Cuando en un día cualquiera un cubano o cubana se encuentra ante una difícil decisión o coyuntura, después de analizar las variables de solución, rápidamente, de su boca sale una expresión ¡pa eso somos cubanos caballero! , que es algo así como… nosotros podemos con todo. Además acompañado de un chiste.

Este aparente nimio relato mueve el imaginario nacional, para la cotidianidad, para la política, para la vida social. Es cultura existencial. Por eso casi todo para las cubanas y los cubanos es en términos de combate y no es azar. Desde la condición de isla a la que aludieron algunos de los grandes intelectuales cubanos, hasta la perenne incertidumbre que 60 años de bloqueo estadounidense han impuesto al país; la vida cotidiana, la mirada corta, mediana y larga, han estado mediadas por la condición de resistir. Y más, desarrollarse. Ello ha potenciado un sentido muy particular de “lo cubano” y la cubanidad.

El eminente sociólogo, antropólogo y etnólogo cubano Fernando Ortiz (La Habana, 1881-1969) definía la «Cubanidad» como la «calidad de lo cubano», “o sea su manera de ser, su carácter, su índole, su condición distintiva, su individuación dentro de lo universal.”

Ortiz remarcaba que la cubanidad no depende esencialmente de la tierra-archipiélago sino que es sobre todo una condición de cultura, la pertenencia a la cultura de Cuba. Pero a su vez, la cultura es esencialmente un hecho social. “No sólo en los planos de la vida actual, sino en los de su advenimiento histórico y en los de su devenimiento previsible.” En Cuba, “experiencia de los muchos elementos humanos que a esta tierra han venido para fundirse en un pueblo y codeterminar su cultura.”

De ahí que muchas de las actuaciones cubanas estén definidas por esta condición cultural, para unos inexplicables, para otros asombrosas, para las y los cubanos, naturalizadas. Fue la Revolución Cubana un acontecimiento que potenció esa individuación cultural. Y un hombre que se reveló paradigma de ello en medio de ese gran suceso socio cultural: Fidel Castro.

En los años 60 del siglo pasado, en un país que batallaba por eliminar el analfabetismo, Fidel Castro lanzó la consigna de que la isla estaba abocada a ser un país de hombres y mujeres de ciencia.

Cuando comenzaron las grandes transformaciones en la salud pública cubana, Fidel Castro afirmaba que Cuba sería una potencia médica. Cuando la crisis económica de los 90 en que el país se debatía entre doce horas de apagones de electricidad, el descenso brusco de la alimentación y el impulso a la biotecnología; Fidel Castro defendía además que lo primero que había que salvar era la cultura. Y todo ello fue fuente de motivación y de retos colectivos.

Cuando Cuba envía médicos y médicas a colaborar en cualquier país del mundo, cuando las y los deportistas cubanos vencen complejos certámenes (sobre todo si es contra el equipo de Estados Unidos), cuando el arte cubano destaca en medio de una globalización en que manda el mercado, cuando científicas cubanas y cubanos colaboran con sus pares estadounidenses en la lucha contra el cáncer, cuando la vida del vecino se arregla para mejor; es orgullo político nacional.

Porque la condición socio histórica de la cubanidad está traspasada por la política. No aquella de narcisismo egocéntrico; sino la del orgullo colectivo. Por eso es fuente dinámica de creatividad e innovación y con un curioso sentido de la totalidad. Esa además es una condición entrenada y entrenable. De sabiduría asumida y no hablada. No hace falta.

Cuando hace unos años, el torpedeado (y no por Cuba) concierto por la Paz en la Plaza de la Revolución reunió a más de un millón de espectadores cubanos y cubanas con aplausos casi delirantes, solo las y los cubanos se enteraron de que esos aplausos, además de a los músicos participantes; iban sobre todo a Cuba, que una vez más, como David, venció a Goliat.

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