Argentina. El rugby como chivo expiatorio del orden patriarcal

Por Jorge Falcone, Resumen Latinoamericano, 24 de enero de 2020


A fines del año 2018 el multimedio Resumen Latinoamericano publicó el primer volumen de su Colección Cuadernos de Formación bajo el nombre de “Prisioneros de esta democracia”. El breve ensayo de Roberto Perdía lleva un título francamente perturbador: Porqué pensar que un modelo de organización político y social al que en buena parte de Occidente el sentido común considera “el mejor de los sistemas posible” podría tenernos cautivos de algún modo, y – en tal caso –  cuál  sería el método utilizado para ocultar esa falta de libertad. Sobre el primer interrogante discurre holgadamente el texto en cuestión, y sobre el trajinado rol de los mass media en la construcción de nuestro presente cotidiano – aquello que aceptamos como la “realidad” – lo haremos escuetamente nosotros, tomando como caso testigo el del joven linchado recientemente en la peatonal de Villa Gesell por una manada de varones (que, entre otras actividades… practicaban rugby)

No encierra novedad alguna que el Gran País del Norte se ufana de ser la meca de la democracia universal, y desde dicha convicción ejerce impunemente el rol de gendarme global sobre quien saque los pies del plato de su noción del deber ser. Así justifica tanto la oportuna invasión a Irak como la más próxima ejecución de un alto mando militar iraní. El eco que la caja de resonancia mediática otorga a tales hechos minimiza trascendidos posteriores de igual o mayor importancia, como que la primera acción se justificó difundiendo la especie de que en aquella nación de Medio Oriente se venían fabricando armas de destrucción masiva, o que en el segundo caso se tramaba atentar contra la embajada norteamericana. Cualquier lector/a sagaz deducirá porqué ambas desmentidas – la primera producida por el propio presidente George Bush Jr. tras el ahorcamiento de Saddam Hussein, y la segunda por el Pentágono al cabo del asesinato del General Qassem Soleimani – en ningún momento ocuparon la primera plana de ningún medio ni impulsaron juicio político alguno contra las usinas propaladoras de tamañas fake news.
Tal como puede imaginarse, el descrédito general de las democracias representativas crece tanto en el Viejo como en el Nuevo Continente, cuyo ejemplo más didáctico interpela a nuestro país desde el otro lado de la cordillera, toda vez que en dicha latitud se alza un clamor silenciado a lo largo de tres décadas, que hoy demanda Asamblea Constituyente y democracia directa, mientras el régimen que durante los últimos años vino siendo la “niña bonita” del orden neoliberal ahoga indisimulablemente en sangre dicha exigencia en nombre de una gobernabilidad que ya no admite más liftings.
Hasta aquí, unas pocas referencias a la macropolítica, citadas a los efectos de desalienar desde una mirada holística los hechos que nos atraviesan. Pero en esta nota pretendemos discurrir sobre la micropolítica de la vida cotidiana.
Yendo nuevamente desde lo distante a lo más próximo, cabe preguntarnos hasta cuándo la sociedad estadounidense – desenmascarada una y otra vez en referencia a la paranoia contra lo diferente que fomentan sus autoridades, y las violentas consecuencias que ello acarrea, denunciadas una y otra vez por testimonios tan esclarecedores como el documental “Bowling for Columbine” de Michael Moore – se permitirá reaccionar con perplejidad ante esos francotiradores ocasionales que en un entorno tan desalentador tocan fondo y, consiguiendo el armamento más sofisticado a la vuelta de cualquier esquina, se cargan a un puñado de semejantes en algún espacio público. Lo que sigue siempre es la interpretación de conspicuos cientistas sociales. En nuestro medio, ahora mismo están ocupando el prime time de los programas informativos de canales de distinto perfil político.
En estos días, el inefable Alfredo Leuco – converso que, según las malas lenguas, supo profesar ideas más nobles en su mocedad – montó el simulacro de analizar con una siquiatra el penoso incidente que en un populoso balneario de la Costa Atlántica  se cobró la vida del joven Fernando Báez Sosa, quien alguna vez supo desarrollar tareas solidarias en un barrio de Marcos Paz.
Las opiniones de la profesional, celebradas por el citado periodista, consistieron en 1) describir el efecto desestabilizador del cambio hormonal en los adolescentes, 2) apuntar contra el expendio ilimitado de alcohol y la libre circulación de sicofármacos en los boliches de moda, y 3) señalar que, tanto la nueva longevidad consecuente de una innovación tecnológica que estira la “juventud” de los adultos mayores, como la proliferación de divorcios y hogares uniparentales, ha modificado el orden vertical de nuestra sociedad horizontalizándolo al punto de la total inexistencia de autoridad en quienes deberían marcar pautas de conducta en el ámbito hogareño.
Tales afirmaciones, de corte mayormente biologicista y retrógrado, son las que abundan a la hora de interpretar los ejemplos aludidos, ya sea que ocurran al norte o al sur del Río Bravo. Citando al malogrado trovador argentino Facundo Cabral, digamos que “confunden la luna con el dedo que la señala”. Porque resulta evidente que “todos los caminos conducen a Roma”, y que esa capital hoy no es otra que un sistema capitalista global y salvaje que en su afán de acumulación de unxs pocxs en detrimento de lxs muchxs ya no consigue ofrecer un rostro humano.
En consecuencia, el “lobo solitario” de allá y la jauría que atacó al joven de acá, son fruto de la más flagrante ausencia de horizontes expectables para sucesivas generaciones de pibes tempranamente frustrados y de la sistemática capitulación de una clase dirigente responsable de que la juventud siempre sea el futuro pero nunca el presente, y de que nuestro alimento televisivo cotidiano sean padres o madres desgarrados por un dolor inenarrable, rogando en obsceno primer plano que el sacrificio de cada uno de sus hijes sea el último que ocurra.
Resumiendo, el de Gesell también es un crimen tributario de un sistema feroz, cuya naturaleza individualista y competitiva bestializa a quien no es capaz de filtrar el canto de sirena que reclama nominar al semejante como en Gran Hermano y prevalecer a como dé lugar en la cima de la pirámide social. Y aquí, su cómplice – siempre naturalizado, invisibilizado o absuelto – no ha sido ningún deporte, por agresivo que se lo muestre, sino ese patriarcado responsable de la producción industrial de machos alfa dispuestos a demostrar en su entorno inmediato “quién la tiene más larga” y es, por ende, el patrón de la vereda. De desenmascarar y enfrentar drásticamente dicho flagelo sí deben ocuparse desde los políticos, pasando por los educadores y los medios, hasta los padres y madres.
A la hora de abordar hechos semejantes resulta ineludible apelar a la figura de un País Cronos, capaz de devorar a sus hijes para que su sangre oficie ya como combustible de un Boleto Estudiantil Secundario, como del derecho a escuchar a la banda predilecta en condiciones mínimas de seguridad, o de vacacionar en playas protegidas por la vigilancia del Estado, y del concurso siempre necesario de una projimidad hoy en baja, que más que registrar la tragedia para viralizarla en las redes tienda una mano o, si eso fuera mucho pedir, al menos ofrezca una señal de alarma.-

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