Chile. El encuentro de V y R

Daniel Pizarro / Resumen Latinoamericano / 31 de diciembre de 2019

Me inclino por V, y estoy contra R.
Mi debilidad, o mi afección, es ponerme del lado de V, cuyo ánimo depende de las protestas, del número de manifestantes en las calles. Esto, en él, ya parece una adicción, y debe ser su debilidad, me digo.
Pero estoy con V, pese a todo, y aun a riesgo de que las marchas y protestas se hagan parte del paisaje o sean como abscesos que los cuerpos sociales portan en su vientre por los siglos de los siglos…

V se encuentra a la entrada de la galería comercial, por el lado oriente. Mira pasar a los transeúntes tratando, ansioso, de leer sus pensamientos, de palpar sus emociones y saber qué opinan de estos hechos que a él le subyugan el ánimo.
Y su mirada no atraviesa ninguna pared interior.
Y no hay oráculos para escudriñar el futuro.
Entonces se presenta R, materializado desde la nada.
¿Cómo estás?, pregunta el recién llegado.
Bien.
Yendo a las marchas, me imagino.
V nota la ironía, así que redobla el énfasis:
Por supuesto, ¿a dónde más? ¿O prefieres que todo siga como está?
Al parecer R se esperaba una respuesta distinta. Tal vez, me digo, R es de los que cree en un sentido común inherente a toda la especie, expresado fielmente en sus ideas.
No, responde, ahora a la defensiva, pero me preocupan las externalidades.
V le salta al cuello:
¿Qué palabra es esa? Demasiados años en un banco…
R no es viejo, le faltan años para envejecer. De hecho, debe ser unos diez años menor que V. Pero acusa un envejecimiento prematuro, que viene a ser el correlato biológico de su sentido común. V lo encuentra más cargado de hombros que hace unos meses y siente lástima por R, que es otra de sus debilidades, diría yo. Y entonces lo invita a tomar un schop en “los chinos”.
Es como si a R le ofrecieran firmar un armisticio.

*

Rumbo a “los chinos”, lugar de reunión de oficinistas y vendedores de tiendas, a R nada lo aparta de la jerga económica: habla de costos y beneficios y de supuestas decisiones racionales que toman los individuos, libremente. V intenta echar abajo su jerga completa, su imperio mental más que sus argumentos, pero le alcanza apenas para decir que si la solución de R fuera real deberían implementarla de inmediato y distribuir de forma más justa los costos y beneficios de vivir en sociedad, pero esto no sucede jamás…

Dentro de “los chinos”, V lo busca y R lo esquiva. Pues lo que a V le preocupa a R no le interesa un carajo. Diría que R puede oler la desazón de V, su rabia, la crispación de sus argumentos; y diría que no está dispuesto a desenfundar ningún argumento contrario, pues piensa que la cabeza caliente de V le impide razonar. Y como si éste adivinara sus objeciones pregunta a R cuál será la racionalidad de un orden social donde una minoría disfruta de mucho y los muchos gozan de muy poco. Dime cuál es, insiste V.

Como R no está disponible para enredarse en una discusión, sólo argumenta a favor del orden diciendo que por lo menos promueve la movilidad social, y ahora V vuelve a saltarle al cuello: De qué estás hablando. Es un ascenso marginal, un espejismo.
Yo nací en Llolleo, dice R, como si fuera su prueba ontológica.
V no quiere cuestionar la realidad de su ascenso ni sus méritos. Prefiero un mundo hecho de otra forma, no un mundo piramidal, dice.

La falta de entendimiento, digo yo, no debe ser culpa de la música que chorrean los televisores colgados en las esquinas, ni culpa de las risotadas que provienen de otras mesas; quizás V se expresa en un lenguaje oscuro, confuso; en cambio R está empapado de la jerga económica, ya se dijo. En estos momentos V comprende que debe ceder a las intenciones de R, dejarlo hablar. Y puede que este acto sea otra muestra de debilidad.
Pero quién sabe, a esta altura.

¿De qué habla R, entonces? De un viaje a Buenos Aires. Compró un paquete turístico, tres días, dos noches, y viaja el próximo jueves junto a dos amigos. Su novia no está nada de contenta con el viaje. Cree que R va a portarse mal. No hay cómo quitarle esa idea de la cabeza, aunque él le haya jurado una y otra vez que no pretende hacer nada malo en Buenos Aires. ¿Hace bien siendo tan explícito con ella?, pregunta R a V.
Qué se yo, contesta V irritado, y para suavizar la respuesta agrega que a veces no hay que insistir demasiado en la propia inocencia: la reiteración despierta suspicacias. Lo mejor es mostrar indiferencia. Y le gustaría añadir: Como tú frente a las protestas.

Un rayo de luz atraviesa la cara de R: Es que mis amigos son bravos, son profesionales. V comprende cada vez mejor el dilema de R, entiende la necesidad de hablar sobre el viaje. Y cede, cede a la urgencia del otro. Que sus amigos sean profesionales, le explica R, significa que se irán de farra por Buenos Aires. Tienen los mejores datos, conocen los mejores sitios para hacerse pedazos. R lo pronuncia con un signo de interrogación en su cara de viejo, joven.

Los amigos de R son profesionales en el arte de hacerse pedazos. Y R desea graduarse en aquel arte mayor. Pues el modo de vivir de R, resuelve V en síntesis, es aplicarse como un robot en el trabajo, siempre en busca de la porción más grande de la torta, para luego ganarse tres semanas al año en las que tendrá permiso −corrijo: derecho− de hacerse pedazos.

Y sin embargo esa falta de transparencia ante su novia lo hace sentir escrúpulos. Pero R lo plantea a su modo: “Hay asimetrías de información”. Está buscando la complicidad masculina de V para ser liberado de este peso, absuelto. Y V sabe que el viaje de R ya está decidido, y comprende también que R ha decidido hacerse pedazos a la primera oportunidad. No sabe, sin embargo, si tendrá la decisión de desmadrarse, dado el caso. Como no aprueba ni desaprueba sus planes, R le anticipa los riesgos de la operación: en el último viaje a Buenos Aires, que sus amigos hicieron en compañía de sus respectivas mujeres, decidieron una mañana salir a recorrer la ciudad. Para ellas el itinerario aparecía muy claro: un centro comercial donde irse de compras. Los profesionales alegan que no están disponibles para estar tres horas mirando escaparates y prestando oídos a sus dudas, así que de común acuerdo las parejas resuelven que ellos irán de paseo por otros barrios, tomarán café y visitarán librerías de viejo mientras ellas dejan las suelas y las tarjetas de crédito en el centro comercial. A la una y media se reunirán para almorzar en el restorán donde han hecho la reserva. Son las diez de la mañana en el relato de R.

En cuanto se separan, uno de los profesionales hace una llamada. Dentro de media hora los recibirá un par de mujeres en un piso de la calle H. ¿La ubica V o no? No, V no ubica esa calle para nada. El hecho es que estas mujeres también son unas profesionales de alto vuelo. O sea, todo el asunto se resolverá entre profesionales de ambos lados de la cordillera. Durante más de una hora, sin apuros, con una serenidad y un esmero que hasta se parecen al disfrute real, y a precio razonable dado el tipo de cambio, pueden gozar de los servicios de este otro par de mujeres. Una de ellas, incluso, ofrece la penetración anal como quien “agranda el combo”, al decir de las promociones en los locales de comida chatarra.

El festín pagado de la carne, hace notar R a V, se verifica en simultáneo con el festín de compras en el centro comercial. Al propio V le es dado imaginar que mientras las mujeres oficiales buscan prendas para sus maridos, cogen camisas de hombre y las alzan ante su vista preguntándose, con un interés que colma sus mentes, si serán de la talla de los profesionales y cómo lucirán con ellas, en otra dimensión del tiempo/espacio uno de los profesionales no vacila ni un segundo en “agrandar el combo”.

*

El mundo gira, y gira; de esto no caben dudas. Aunque se oigan las sirenas policiales, las ambulancias y el apremio de carros bomba al encuentro de la desgracia humana. Las hormigas prosiguen con su vida, no sabrían hacer algo diferente. Hasta las especies en vías de extinción repiten los mismos rituales de supervivencia… ¿Y los oráculos?, me pregunto entonces, y aquello se me aparece como algo urgente: ¿Qué dicen esta vez los oráculos?

Los oráculos ya no existen.
He leído que en Delfos, hace miles de años, hubo uno muy reputado adonde acudían las autoridades de las polis griegas y los ricos de aquellos tiempos, que podían pagar los servicios de las sibilas o pitonisas para saber cómo conducir su fortuna o qué pasos dar en política. Dicen que en el frontis del templo de Apolo, en aquella ciudad sagrada, había una sentencia inscrita como advertencia: “Conócete a ti mismo”…

Yo no me conozco, ni termino de conocerme. E ignoro si las hormigas se conocen, y lo mismo pienso de todas las especies en vías de extinción… V tampoco puede ver más allá de sus narices; mucho menos vislumbrar el futuro… Qué podría vaticinar sobre las consecuencias del viaje de R. Por su parte R es ciego, totalmente ciego al futuro de la rebelión social. Pero un hecho es absolutamente seguro: viajará a Buenos Aires con intenciones de hacerse pedazos y atomizarse en el placer, porque es libre; se ha ganado su libertad en el canil del trabajo y en este plano no le rinde cuentas a nadie, y se pasa por donde quiere las asimetrías de información… Nadie sabe si el avión se estrellará en las crestas de la cordillera…

Mientras V… ¿de qué depende el ánimo de V? De lo que suceda afuera, en la calle. Es absolutamente seguro que en cuanto abandonen “los chinos” se sumará a una marcha, a cualquiera… Ciego ante el futuro, herido por malos presagios, ciego pero decidido, ciego, vuelvo a repetir, y sin oráculos modernos…

Politika*

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