Chile. La revolución de octubre. Sus orígenes

Manuel Acuña Asenjo / Resumen Latinoamericano / 31 de octubre de 2019

‘NATURA NON FACIT SALTUS’

El viernes 18 de octubre se produjo, en Chile, un estallido social cuya intensidad y extensión perdura aún en los momentos que se escriben estas líneas. Como sucediera el 11 de mayo de 1983, también en esta oportunidad el estallido social sorprendió no sólo al Gobierno sino a la generalidad del espectro de actores que se desplaza dentro de la escena política de la nación. “La crisis que nadie previó”, acusó una de las  portadas del periódico ‘La Tercera’ de esos días como queriendo reflejar el sentir casi unánime de tales actores.

“¿Dónde debemos buscar respuestas para entender lo que se ha etiquetado como “estallido social”?

Ante tal situación, así se pregunta hoy un analista, para responderse, de inmediato:

“Ilustro con una analogía: cuando siento un malestar físico severo, no le pregunto a gente de la calle ni a los políticos sobre lo que debería hacer, sino que probablemente voy a recurrir a alguien con conocimientos médicos con base científica. En temas sociales, sin embargo, parece que todos somos equivalentes en cuanto a conocimientos, que todo lo que se dice son “opiniones” y, por lo tanto, todo es igualmente válido: lo que dice la calle, los periodistas y los políticos”.

Esta forma de sorprenderse es algo que no debiera causar tanta expectación. En 1682 escribió el investigador inglés John Ray su obra ‘Methodus Plantarum Nova’ en la que, siguiendo las enseñanzas de Aristóteles, quiso recordarnos que, en la naturaleza, nada ocurre de manera súbita o imprevista.  ‘Natura non facit saltus’, afirmó recurriendo al latín, lengua que empleaban los hombres de ciencia de esos años, acuñando una frase que, más tarde, repetirían Charles Darwin y Alfredo Marshall en la nación británica.

Porque los sucesos imprevistos o súbitos no existen. Nos parece que lo son, pero no es así. En la naturaleza, nada adviene de improviso ni sucede súbitamente, aunque pueda parecernos que así ocurre. Pero no: hay un lento acumular de circunstancias que posibilitan ese cambio y no pocos observadores acuciosos pueden advertir, en su momento, lo que puede suceder. Especialmente, si se trata de movimientos sociales o fenómenos de ese tipo que tienen como protagonistas a los seres humanos.

Franceso Alberoni, que estudiara semejante fenómeno y recurriera al empleo del concepto de Max Weber ‘estado naciente’ (‘stato nascente’) para describir el estado de ánimo de los manifestantes, nos advierte lo mismo al indicar:

“El hecho que se manifieste de improviso hace pensar que se trata de un fenómeno de umbral. Son los factores que cambian lentamente, que acumulan sus acciones de modo silencioso y subterráneo cuidando no romper el equilibrio. Ahora el cambio se manifiesta de improviso, de modo catastrófico. Mas, antes, un observador atento hubiere podido prever el avecinarse de la explosión ”.

En efecto, se trata solamente de casos en que la acumulación de circunstancias da paso a una nueva visión de la realidad que sorprende a quienes han ignorado los fenómenos que la han precedido; pero no a un investigador acucioso o, en palabras de Alberini, un ‘osservatore attento’.  Pero a éste (o éstos), pocos son quienes lo escuchan.

“En este sentido, portadas como la de La Tercera (“La crisis que nadie previó“) no solo son un error y denotan gran ignorancia, sino que también desdeñan investigaciones dedicadas específicamente a entender aspectos críticos y urgentes que caracterizan a nuestra sociedad hace bastante tiempo”.

Y es que, una cosa significa prever; otra es saber con exactitud la fecha, la hora, la forma y circunstancias en que el hecho se producirá. Por eso, puede decirse, con absoluta certeza, que

“El único consenso que parece atravesar todo el espectro social y político chileno al interpretar esta crisis es su total imprevisibilidad”.

Un cambio social, un acontecimiento generado por un movimiento social, no tiene una causa. Por lo mismo, es inútil buscársela pues, en primer lugar, aquella no es una sino son muchas, innumerables, múltiples y, en segundo lugar, extremadamente variadas. La importancia de cada una de ellas no admite una clasificación valedera sino se encuentra dada en proporción directa al interés de cada manifestante, por lo que, en definitiva, se expresa en lo que ha dado en denominarse ‘condiciones’, circunstancia que se encarga de ponernos de manifiesto Alberoni al señalar:

“En este tipo de fenómenos es impropio hablar de causas. Se trata más bien de determinar las condiciones del sistema social que hacen más probable su manifestación, las pre-condiciones de su aparición”.

No ha sucedido de manera diferente con el desencadenamiento de la protesta que comenzara el viernes 18 del presente.

LA RED ‘CURSED IN’

Meses antes que el estallido se manifestara en la forma que hoy conocemos (más exactamente, el 29 de septiembre de 2018), un grupo de jóvenes alumnos del Instituto Nacional abrió un espacio virtual en la red INTERNET cuyo nombre completo —‘Instagram Cursedin’, página virtual en la que anotaban sucesos que interesaban al estudiantado— ya daba cuenta del uso específico que se le daría más adelante. La página webb—a la que también se la denomina como ‘Cursed IN’ o simplemente ‘Cursed’— ha logrado reunir un apreciable número de seguidores (19.700) y es bastante apreciada por los alumnos secundarios que ven traducidas sus inquietudes en esas páginas virtuales. Lo dicen ellos directamente en la página indicada:

“A veces en las historias difundimos weás serias, molestamos a fuerzas especiales porque nos sitiaron”.

Pocos pudieron imaginar la trascendencia que esa página virtual tendría en lo sucesivo. La ocasión se presentó al hacerse cada vez más agudo el conflicto entre los alumnos del Instituto Nacional con el Ministerio de Educación, la Municipalidad de Santiago y Carabineros. Aquello

“Fue tema de conversación en el movimiento estudiantil y de a poco se fue elaborando una táctica que permitiera descomprimir ese conflicto y al mismo tiempo visibilizar acciones y demandas más globales”.

Fue el viernes 4 de octubre —el mismo día que el Gobierno de Sebastián Piñera dio a conocer el alza de pasajes en el Ferrocarril Metropolitano—, que los estudiantes del Instituto Nacional decidieron reunirse con la directiva estudiantil del Liceo Arturo Alessandri Palma a fin de determinar cuál sería la mejor manera de luchar contra del encarecimiento de la vida, de las alzas del transporte, la luz eléctrica y otros servicios básicos. Uno de ellos propuso el uso de la plataforma digital para llamar a la evasión en el pago de los pasajes, idea que fue aprobada de inmediato.

“Se definió una estrategia territorial por comunas, cada liceo o colegio se debía hacer cargo de la estación de Metro más cercana”.

La plataforma digital apareció, luego del acuerdo, con el siguiente lacónico mensaje:

“Lunes, miércoles, jueves y viernes evasión masiva en Universidad de Chile, todos esos días a las 14:00 en la salida de San Diego. Esperamos hasta las 14:10 y vamos corriendo al metro”.

El llamado, como lo señalara tajantemente el presidente del Centro de Alumnos de ese plantel Rodrigo Pérez, fue de un grupo estudiantil que supo traducir con admirable precisión el estado de ánimo del estudiantado.

«Es una iniciativa propia de las bases, no hubo una discusión comunitaria participativa, sino que emergió desde una página que tiene harta influencia en el Instituto Nacional, que es derechamente de memes, sobre situaciones cotidianas del liceo […]»

Lo que sucedió después no fue, como lo señala cierta publicación, una simple ‘broma de INTERNET’ sino, por el contrario, un fenómeno social de proporciones que provocó gran revuelo dentro del estudiantado al extremo de incitar a la generalidad de los jóvenes a adoptar una actitud decidida frente al hecho. O, como lo explicara más tarde el presidente del Centro de Alumnos del Instituto Nacional, Rodrigo Pérez,

“[…] entendiendo que esto tenía un rol político, también nos plegamos al llamado”.

La primera evasión se realizó el día lunes 7 de octubre y tuvo por escenario, primeramente, la estación del METRO ‘Universidad de Chile’, en tanto otros la realizaban en la estación ‘Salvador’, acciones que fueron ampliamente difundidas por la página Web como un éxito. No debe sorprender que la noticia incitara a repetir la acción pues no hay que olvidar que toda acción o producción es reproducción.  Es decir, toda acción o producción tiende a repetirse; también ocurriría de esa manera con el llamado a evadir el pago de los pasajes. La siguiente estación que sufrió la evasión, pues, fue ‘Santa Lucía’; le siguieron otras: ‘Bellas Artes’, ‘Los Héroes’ y, así, fueron cubriendo, una a una, las estaciones centrales del ferrocarril hasta enterar 80 de las 120 que existen, con la presencia cada vez más numerosa de estudiantes cuyas actos se retroalimentaban a medida que el sitio de INSTAGRAM reproducía el éxito de las evasiones.

La acción encontró casi inmediato eco en los estudiantes universitarios que comenzaron, igualmente, a realizar evasiones. El miércoles 16, la evasión alcanzó un éxito sin precedentes al saltar la marea estudiantil los torniquetes de la estación ‘Plaza de Maipú’. La página ‘Corsed IN’ publicó, entonces, al día siguiente, la noticia en los siguientes términos:

“MASIVA PROTESTA CONTRA EL ALZA EN METRO PLAZA MAIPÚ”

Gente del IN, no debemos atribuirnos nada, puesto que todo el pueblo tiene autonomía para expresarse de la forma que guste y cuando le guste. Sin embargo, no podemos negar algo, y es que nosotros los estudiantes, las bases sin ninguna orgánica, fuimos quienes impulsaron todo este movimiento partiendo por la difusión de una página MEME weón. No tengamos miedo, a seguir evadiendo, hasta que los de arriba se den cuenta k juntos podemos lograr cualquier weá”.

Era cierto. Los estudiantes secundarios, los niños, una vez más, daban el ejemplo de madurez cívica a sus mayores y abrían el espacio a la protesta para las grandes insatisfacciones que el pueblo chileno había acumulado no sólo desde la instauración de la dictadura pinochetista sino, además, de su prolongación —por las vías democráticas—, a cargo de los gobiernos post dictatoriales iniciados en 1990. De ahí en adelante, las evasiones que comenzaron de la mano de los estudiantes tanto secundarios como universitarios se hicieron masivas. El jueves 17 en la tarde se incorporaron trabajadoras y trabajadores, pensionados y dueñas de casa. Pero el viernes 18 la población nacional entera pareció despertar de un largo letargo sumándose a la convocatoria evasora: la desobediencia civil, convocada por los estudiantes secundarios del Instituto Nacional desataba lo que, días después, se conocería como la Revolución chilena de octubre.

SENTIMIENTOS Y EMOCIONES COMO FUERZA SOCIAL

Puede llamar la atención que los estudiantes secundarios hayan provocado tal revuelta social. No es primera vez que lo hacen en la historia de la República; no es primera vez que lo hacen bajo la democracia post dictatorial: la Revolución de los Pingüinos, en 2006, cuya líder más conocida fue María José Sanhueza, no sólo puso en jaque al gobierno de Michelle Bachelet sino estableció las bases fundacionales de lo que sería la revuelta estudiantil de 2011 cuyos resultados conmoverían hasta sus cimientos al régimen encabezado por Sebastián Piñera y darían origen a la coalición que hoy se conoce como ‘Frente Amplio’.

Los estudiantes no son una clase social y, no obstante, reproducen con extrema fidelidad los intereses de determinados sectores sociales, generalmente los que son propios de los sectores dominados. Porque, al igual de éstos, también son dependientes y se caracterizan tanto por la extrema empatía que los embarga como por la estrecha camaradería que los une: su condición de tales les obliga a permanecer todo el día juntos y compartir gran parte de sus respectivas vidas. Son, en este aspecto, como los trabajadores —que desempeñan sus labores todo el día en estrecha comunión con sus compañeros—. Por eso marchan juntos a variados lugares, se concertan para hacer tareas comunes, para divertirse, para viajar o pasear. Y, lo más importante, para acordar acciones conjuntas o para debatir sus problemas comunes. Es inútil intentar, siquiera, impedir esta relación que nace del contacto personal, de la camaradería, de la naturaleza misma de la calidad de estudiante. No debe sorprender, además, que conozcan con profundidad la aguda situación económica que puede afectar a sus padres, aunque éstos se esfuercen por ocultársela; porque, en esos casos, la empatía de los jóvenes se acrecienta, el amor hacia sus progenitores se intensifica al revelárseles el inmenso sacrificio que tal silencio oculta. Comprenden que sus padres no les han dado a conocer los innumerables problemas que enfrentan a diario a fin de no empañar la felicidad que los embarga ni el libre desarrollo de sus aptitudes. Porque los padres aceptan y toleran con resignación sus propias dolencias sin jamás transmitirlas a sus vástagos para no reproducirlas en ellos. Y, sin embargo, los jóvenes las presienten y las hacen suyas. Esta circunstancia ha sido advertida por algunos analistas.

Los adolescentes anticiparon lo que venía, como lo anticiparon el 2006 y 2011, hoy lo hicieron con amplitudes aún mayores porque catalizaron contundentemente la depresión de sus abuelos y la impotencia endeudada de sus padres y no pudieron imaginar otro mundo posible de esta manera, se resistieron a la violencia estructural de un sistema económico que ya no tiene más sentido. Greta Thunberg y muchos otros adolescentes en el mundo de alguna manera representan un descontento intergeneracional, cargan en sus espaldas la autodestrucción del ecosistema, son el ícono propositivo de un horizonte inexistente”.

Así era, en efecto. En conversaciones sostenidas con algunos medios de comunicación, los estudiantes confesaban abiertamente que

“El encarecimiento del transporte afecta directamente a nuestras familias como a toda la población. También a los estudiantes, que vemos a diario las dificultades económicas de nuestras familias”.

Los jóvenes estudiantes son de esa manera porque no tienen aún el apego a los bienes materiales que caracteriza a no pocos individuos en la vida adulta. Por eso hay, en ellos, total entrega a sus ideales. No por algo el inmortal vate rancagüino Óscar Castro ha escrito en su homenaje este bellísimo poema:

“Para ti, joven puro, la finura del nardo

Y el ramaje profundo de un cielo de palomas.

Para ti la pelambre translúcida del cardo

Y las grandes banderas que levantan las olas”.

El alma de los jóvenes posee tal voracidad por el saber que sorprende y maravilla. Y una empatía que no tiene parangones. En la literatura, la historia de los jóvenes es la historia de los sentimientos y de las emociones, de la pasión y de la entrega. Son jóvenes y niños quienes han representado las más conmovedoras historias de amor y abnegación. No debería, pues, sorprender que el alza de los pasajes del ferrocarril metropolitano les ocasionara un profundo sentimiento de dolor y conmiseración hacia los suyos. Y es que muchos jóvenes estudiantes provienen de familias cuyos jefes de hogar (sus padres) apenas reciben el sueldo mínimo de 300 mil pesos; como hijos suyos no desconocen que el alza, para el solo efecto del pago del transporte hacia y desde el trabajo, les significa el pago de casi 90 mil pesos al mes por concepto de movilización, casi el 33% de sus ingresos, algo no sólo descabellado sino totalmente inaceptable, irracional e inmoral en una sociedad como la chilena. Y es que, como con acierto lo indica Antonio Damasio,

“[…] la mayoría de los impulsos, motivaciones y emociones son asimismo intrínsecamente sociales, a pequeña o gran escala, y su campo de acción se extiende mucho más allá del individuo. El deseo y la lascivia, preocuparse y educar, el apego y el amor operan en un contexto social”.

La capacidad social entra en la mente cultural de la mano del afecto”.

Podemos, de esta manera, suponer que no por otro motivo, la revolución chilena de octubre había de comenzar de la manera que lo hizo: de la mano de los estudiantes secundarios. Como en muchas otras oportunidades.

ERA POSIBLE SABER LO QUE SUCEDERÍA

Si, como Alberoni nos lo enseña, lo que aparentemente sucede de improviso en el plano social no es más que un lento acumular de acontecimientos perceptibles de la misma manera que ocurre en el plano físico, no solamente un observador acucioso podría advertir lo que puede suceder en el futuro sino además, otras personas. Porque, por regla general, los fenómenos sociales son causados por las acciones queridas y no queridas que ejecutan seres humanos. Entonces, hay dos tipos de sujetos que pueden advertir la proximidad del estallido social o la catástrofe que se avecina: uno es el que observa o investiga los hechos, el ‘osservatore attento’; el otro es quien provoca, facilita u oculta tales hechos.

En el primero de los casos, se trata de investigadores, de analistas, de personas que estudian la marcha de una sociedad a través de la historia, de individuos que estudian los actos que ejecutan los actores políticos. Como ya lo hemos indicado, el ‘osservatore attento’ del que nos habla Alberoni.

“Hay investigadoras e investigadores en ciencias sociales que se han dedicado años a estudiar distintos temas relacionados con nuestro malestar, como el alto costo de la vida, el bajo monto de las pensiones, la colusión de algunos empresarios, la precariedad de la educación pública, los altos costos asociados a obtener salud de calidad, la falta de justicia para los pueblos indígenas, la aparente desconexión de algunos políticos con una serie de temas que preocupan a los chilenos”.

No siempre, sin embargo, estos investigadores pueden percatarse de lo que va a suceder. En el caso de la protesta que comenzara el 18 de octubre recién pasado,

“[…] diversos estudios posteriores a las movilizaciones del 2011 […] ponían el énfasis en los efectos en la subjetividad colectiva de la enorme desigualdad social, y anticipaban un posible estallido social si no se enfrentaba el problema, ningún académico pudo predecir el momento concreto en que se generaría una coyuntura como la actual”.

En el caso referido a quienes provocan, facilitan u ocultan los hechos, se trata de sujetos que actúan en la escena política de la nación, actores políticos que exhiben un actuar consciente y deliberado en defensa de sus propios intereses o del grupo social del que forman parte, individuos que actúan protegiendo a una clase o porción de clase a la que pertenecen o buscan representar, porque desean incorporarse a ella. No pueden, por esa circunstancia, alegar haber sido sorprendidos por otro u otros en esa acción, ni decir que no sabían lo que podría pasar. Han actuado al servicio de esos intereses y, por ende, los conocen. En tal situación, es decir, cuando el fenómeno ha sido provocado por la acción consciente y deliberada de seres humanos que, a sabiendas, provocan daños o perjuicios a otros, el hecho adquiere caracteres de perversión.

Al igual que sucede en la escala que emplea el Derecho Penal para establecer los grados de responsabilidad, también en política pueden distinguirse categorías de sujetos que participan en la ejecución de actos reprobables: los que ejecutan tales actos, los que colaboran con el ejecutor y quienes están en al tanto de los mismos o conocen, pero callan. Los primeros son los que causan los acontecimientos, sus verdaderos artífices o autores; los segundos son los que prestan auxilio o apoyo al autor y son sus cómplices; los terceros son los que conocen lo que otros han cometido y, sin embargo, callan: son los encubridores. Para hacer público o revelar los hechos cometidos en contra de una población por este tipo de sujetos, ninguna de ellos requiere ser acucioso; ni, mucho menos, investigador. Apenas si se requiere ser honrado. Profundamente honrado consigo mismo y con los demás, cualidad de la que no pocos carecen.  

Lo que hemos aseverado bien puede servir para explicar la conducta de quienes participaron el día sábado 26 de octubre, en ese nuevo programa de la Televisión Nacional, llamado ‘Mejor Hablar’, conducido por el periodista Matías del Río. En el transcurso del citado programa, la senadora Ximena Rincón (DC), invitada al mismo, confesó que, si bien le había causado sorpresa el estallido social, era aquello algo que, tarde o temprano, había de suceder. Pero no imaginaba, añadió, que la paciencia de la población se agotaría tan pronto, afirmación que fue compartida por el senador Manuel José Ossandón (RN).

¿Sabían, entonces, o conocían ellos el daño que se le estaba infligiendo a la comunidad nacional? ¿Sabían ellos lo que podía suceder? ¿Participaron en la ejecución de tales hechos? ¿Los ejecutaron ellos mismos o, simplemente, mantuvieron acusador silencio frente a lo que otros hacían? Y si era lo último, ¿por qué no los denunciaron?

Así, pues, los hechos que condujeron al desencadenamiento de la protesta de 18 de octubre de 2019 fueron conocidos y realizados por personas que sabían perfectamente lo que hacían, por personas que impulsaban  o toleraban la explotación a la que se iba a someter a la población nacional, por personas que actuaron consciente y deliberadamente en contra de una comunidad nacional que ignoraba el sucio complot, organizado contra ella por quienes habían elegido para que, instalados en las instituciones del Estado, pudiesen llevar a cabo tan obsceno proceder. Las acciones ejecutadas desde el Gobierno de la nación, desde su Parlamento, desde sus ‘aparatos de Estado’ en contra de la población que confiaba en ellos fue un acto realizado con una perversidad sin límites, con una falta de empatía descomunal en contra de quienes habían depositado su confianza en los representantes de la comunidad nacional. Estos desalmados, organizados en castas políticas que acordaron alternarse para administrar el Gobierno de la nación, empezaron a hacerse presente con el despertar de las protestas en 1983 y, desde esa fecha, tomaron en sus manos la dirección del país.

No debería sorprender, así, que el 18 de este mes también estos hechos confluyeran junto a otros, igualmente graves, para dar impulso a una de las más exitosas jornadas de protesta nacional.

Santiago, 31 de octubre de 2019


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