Cuba: Elizabeth Díaz González recibió Premio Nacional de Edición 2018

Resumen Latinoamericano*, 19 de enero de 2019.

Elizabeth Díaz González fue merecedora del Premio Nacional de Edición 2018 por su estimable labor como editora a lo largo de 44 años. Un jurado integrado por Rosario Esteva, Neyda Izquierdo, Esther Acosta, Víctor Malagón y Roberto Manzano le otorgó el merecido reconocimiento a quien, además, ha sido maestra de las nuevas generaciones de editores. Luego de la entrega, Elizabeth conversó con Granma.

 

–¿Cómo nace ese vínculo especial con los libros?

Todas las personas tienen un vínculo especial con los libros aunque puedan no estar conscientes de ello. Desde tempranas edades los libros están presentes en la vida del ser humano. Son los principales trasmisores del conocimiento, aun después de la aparición de las computadoras e Internet, nos acompañan obligatoriamente en la educación a través de los estudios primarios, secundarios, preuniversitarios y universitarios. Y por placer e intereses espirituales a través de toda la vida, así ensanchan nuestro conocimiento del mundo, nos dan nuevas perspectivas al mismo tiempo que nuevas preguntas que debemos responder. El ansia de saber no termina nunca.

En mi caso, recuerdo que en esos libros que hacen las madres cuando nacen los niños y en ellos apuntan detalles como cuáles eran sus comidas preferidas en los primeros meses de nacidos, cuándo dijeron por primera vez «mamá» o «papá», qué juguetes preferían…, mi madre escribió que al año mis juguetes preferidos eran las muñecas y los libros. Me imagino que serían libros para morder o que lo que me gustaba era que me los leyeran. Ya ves, desde esa época tengo vínculo con los libros. En mi época adolescente vivía en un barrio de Güines que tenía una biblioteca con un nombre muy significativo para mí: Raúl Gómez García –güinero asaltante del Moncada y nombre que lleva la medalla que me otorgaran años después– ; yo me pasaba todas las tardes-noches leyendo en esa biblioteca pequeña y amable, de la cual recuerdo especialmente una colección dedicada a las leyendas basadas en el folclor de diferentes pueblos del mundo y los libros de aventuras y ciencia-ficción. También mi padre era un gran lector y mi casa estaba llena de libros que yo iba devorando: de Martí, Pablo de la Torriente Brau, Carlos Loveira, Alejo Carpentier, Horacio Quiroga, José Hernández, Rubén Darío, Romain Rolland, Émile Zola, Honoré de Balzac, Curzio Malaparte, Thomas Mann, estoy mezclándolos atropelladamente porque fueron muchos y diversos, hasta hojeé libros de medicina, porque mi padre era médico y los libros traían muchas ilustraciones interesantes de anatomía y enfermedades. Después de graduarme en la universidad me situaron en el Instituto Cubano del Libro, en la Editorial Arte y Literatura, que en esa época también incluía la literatura cubana. Esa fue la oportunidad para agradecer a los libros todo lo que habían hecho por mí, de consumidora pasé a productora de libros, desde correctora, redactora, editora, jefa de redacción, subdirectora, hasta directora editorial, pero siempre editora. Y también escritora, pero ya esa es otra historia.

–¿Siente atracción por algún tema específico o tipo de literatura?

La literatura universal, por supuesto, pues ha sido mi especialidad desde que me gradué dela Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Y en casi todos los géneros, como la narrativa y la poesía, pero también el ensayo y la teoría. Durante muchos años me desempeñé como Jefa de Redacción de Teoría y Crítica, que yo principié en la Editorial Arte y Literatura, bajo la dirección de Pablo Pacheco; eso me obligó a leer y evaluar muchos libros de esa temática. Recuerdo que se publicó una compilación preparada por mí de los escritos sobre literatura y arte, de V. I. Lenin, con el título El arte en revolución, y que hice el prólogo para Cartas sobre la educación estética del hombre, de Friedrich von Schiller, para mencionarte solo dos de los cerca de noventa libros que se publicaron mientras yo dirigía esa Redacción en las colecciones Arte y Sociedad, Cuadernos de Arte y Sociedad, Teatro y Danza, Clásicos de la Estética, etc.

Pero también me interesan los libros de ciencia, en especial los de cosmología, y, claro está, los de historia y política, que hay que saber no solo del cielo, sino también de la tierra. Recuerdo que una vez estaba de espectadora,como parte del grupo que hizo los primeros veinticinco periolibros de literatura universal, en el programa de la televisión Mesa redonda, dedicado en esa ocasión precisamente a la presentación de estos –libros en formato de periódico, para los que no lo recuerden–, allí estaba Fidel, quien había promovido esta idea, y al finalizar comenzó a hablar con nosotros sobre diversos temas, cuando preguntó si alguien se había leído Historia del tiempo, de Stephen Hawking, yo pude levantar tímidamente mi voz para decir: yo, Comandante. Es un libro apasionante que recomiendo a todos leer.

–De sus numerosos libros editados, ¿cuáles han marcado su carrera profesional?

Cada libro te deja su cicatriz, para bien, quiero decir; de cada libro aprendes, con cada uno tienes que indagar acerca de la temática que trata y sobre su lenguaje particular, porque el lenguaje es casi infinito – no quiero ser absoluta–en su concreción individual. Muchas dudas te surgen cuando trabajas un libro y debes ir a fuentes confiables para consultarlas y resolverlas. Cada uno te envuelve en su mundo particular. Pero hay algunos que uno recuerda más, quizás por el tiempo y el reto que implicaron o por alguna afinidad íntima, como Todos sus cuentos, de Rubén Darío, publicado por la Editorial Arte y Literatura en el 2013, la compilación más completa de los cuentos de este autor en aquel momento y creo que hasta la fecha, para la que tuve que consultar las ediciones más recientes que existían, contactar con intelectuales nicaragüenses como Jorge Eduardo Arellano, que gentilmente me ofreció diez cuentos más a los ya publicados, además de investigar por mi cuenta e incluir yo otro, hacer el cotejo con diecinueve ediciones de diferentes épocas, editoriales y países, después de una investigación en bibliotecas, salvar en ese cotejo numerosas omisiones, erratas y errores anteriores en los textos, incluyendo los de la edición príncipe del Fondo de Cultura Económica sobre la que se basó, respetando siempre la escritura de Darío, y haciendo notas explicativas de diferentes aspectos, incluyendo además las importantes notas de estudiosos de Darío y varios ensayos de estos aparecidos en otras ediciones; todo lo cual expongo en la «Advertencia al lector» del libro. También recuerdo con agrado El tiempo recobrado, de Marcel Proust, último libro de la monumental obra En busca del tiempo perdido, por haber escogido una traducción que utilizó como base una excelente edición crítica de la editorial francesa Gallimard y haber hecho un cotejo total con esta edición en francés y con páginas del manuscrito original de Proust, a través del sitio web de la Biblioteca Nacional de Francia; también disfruté haciendo las notas aclaratorias a este complicado, hermoso e importante libro, un monumento de la literatura mundial. Asimismo, la primera edición facsimilar de El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, que me pidió hiciera su viuda, ya fallecida también, Lilia Carpentier, para lo cual tuve que realizar una investigación en la Biblioteca Nacional José Martí.

 –¿Qué siente al ver un trabajo terminado?

Una enorme satisfacción por la obra concluida y al mismo tiempo insatisfacción. Siempre uno piensa que podía haber hecho mejor trabajo, que quizás en algún pasaje se podía haber pulido más el lenguaje o haber propuesto al autor, en el caso de los autores vivos, una explicación más detallada o la supresión de algo, o haber colocado una nota para algún aspecto; es muy difícil, aunque uno intente alcanzarla, llegar a la perfección. Y sobre todo se siente un miedo inmenso porque se haya ido una errata o algún error, o que se haya perdido algo de texto en su manipulación a través de tantos procesos como lleva la edición. Aunque de todos es sabido, en especial por los editores, que «libro sin erratas no existe», uno de los factores para determinar si estamos ante una edición correcta o no es la cantidad de estas presentes, además de su calibre. Yo creo que no hay ningún editor que no tenga este sentimiento cuando termina un libro.

–Su labor como editora se extiende además hacia la pedagogía, ¿qué trata de enseñarles a las nuevas generaciones de editores?

De una forma simple y rápida te podría decir: «editar». Aunque en Cuba se hacen muy buenas ediciones y hay muy buenos editores, por la apertura de tantas editoriales nuevas y tantos profesionales que comienzan su labor en esta profesión, se ha perdido un poco el rigor de este oficio, en la acepción de «propiedad y precisión», también por la velocidad con la que actualmente a veces se ve obligado el editor a trabajar en cumplimiento de planes editoriales o en el caso de la prensa por las horas o fechas tope. Además de que solo hace unos años se incluyó como obligatoria la asignatura de Edición en las facultades universitarias de Letras del país, cuyo primer programa tuve el honor de confeccionar cuando era profesora del Taller de Edición en la Facultad de Artes y Letras de La Habana. También el Departamento de Letras de la Facultad de Humanidades en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas  había implementado dos semestres de la asignatura Edición de Textos I y II. Antes, los editores de más experiencia apadrinaban a los que empezaban, casi como en los talleres medievales de artesanos, porque no había bibliografía ni escuela que te enseñara. Precisamente esta fue una de las razones, la falta de libros en nuestro país abarcadores del tema de la edición, que me impulsó a escribir El libro del editor, sobre este oficio y todos sus procesos, con las nuevas normas de ortografía a las que no todos tienen acceso y otras informaciones útiles a la hora de redactar y editar. Y espero que sirva también para los editores de la prensa. Está ya en imprenta y creo que se va a presentar en la próxima Feria Internacional del Libro de La Habana, que se celebrará del 7 al 17 de febrero.

Más profundamente te podría decir que trato de que comprendan de que solo con «pasión por la excelencia» se puede editar bien y que la humildad es la virtud principal de un editor, porque nada es más fácil que equivocarse, «errare humanumest», y uno debe abordar la edición de un texto con todo el conocimiento necesario que ha podido acopiar para hacerlo, pero también con la sabiduría de todo lo que nos falta por conocer, más el respeto por la palabra escrita y su autor.

–¿Piensa que en la actualidad la figura del editor es evaluada y reconocida con justeza?

Definitivamente no. A pesar de los esfuerzos del Instituto Cubano del Libro, como es la institución de este Premio Nacional de Edición, con el cual he sido honrada en este año y tantos excelentes editores en otros, hay un desconocimiento bastante generalizado de lo que es la labor del editor y de su importancia en la sociedad. Hace un tiempo me hicieron una pregunta no con mala intención, sino con un sincero deseo de conocer, sobre qué hacía un editor en un libro si ya el escritor lo había escrito. Siempre he dicho que el oficio de editor es ancilar, detrás de la sombra del escritor y la obra, su nombre se esconde en tipografía de menor tamaño en la página de créditos que pocos leen y, sin embargo, es quien hace posible a través de laboriosas jornadas, junto con un equipo de especialistas diversos, justo es decirlo, que la obra del escritor de literatura o ciencia llegue a las manos de los lectores en forma de un libro. Incluso los editores que evalúan y proponen obras que después se publican tienen una influencia en los paradigmas literarios de una nación y en su cultura. Debería haber una mayor divulgación y reconocimiento de la prensa a esta profesión. Muchas veces se promociona a un escritor y su obra y no se menciona la editorial que hizo posible ese libro y mucho menos a su editor.

–¿Qué significa para usted la obtención de tan merecido premio?

Tomando prestado el título de un libro de la poetisa y novelista brasileña Adelia Prado diría que tengo «el corazón disparado». Aunque el corazón es un músculo cuya principal cualidad es la de ser muy trabajador, quiero atribuirle la alegría y la emoción que me ha dado este premio. Y no es porque piense vanidosamente en su merecimiento, ni que con ello mi sustancia vital se haya vuelto superior, es que para mí constituye la justificación de mi vida dedicada a hacer libros, el hecho de que en alguna medida he trabajado bien y he sido útil para los demás, qué otro galardón podría ser mejor.

Por: Arleen Alentado, Granma

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