Brasil: El montaje del “mito” Bolsonaro

 

Por Osvaldo León, ALAI AMLATINA, 21/12/2018.-

Habida cuenta que tras la destitución ilegal de la presidenta Dilma Rousseff se establece en Brasil un virtual Estado de excepción, las últimas elecciones llegan condicionadas por tal situación para dar un barniz “democrático” al proceso golpista.  No solo se trata de la omisión de la justicia electoral ante el carácter fraudulento de un hecho flagrante: inducir a la población a elegir candidatos sobre la base de noticias falsas diseminadas masivamente de manera permanente y repetitiva, sino de la colusión mediática-judicial-militar para trabar un nuevo triunfo presidencial del Partido de los Trabajadores (PT).

Si bien la arremetida mediática contra los gobiernos petistas arranca en el año 2005, a los tres años de la presidencia de Luiz Inacio Lula da Silva, colocando como punto central de agenda el tema “corrupción” con el escándalo del mensalão (mensualidad) –que revela un esquema de propinas en la compra de votos de parlamentarios de otros partidos, vigente desde fines de los ’80 –, no es sino en el 2014 que se proyecta con una estrategia más elaborada en sintonía con la Operación Lava Jato, que impulsa la presidenta Rousseff para combatir la corrupción.

Pero resulta que desde el momento que la Lava Jato inicia sus labores, el combate a la corrupción prácticamente se transforma en combate al PT con el respaldo de un sólido blindaje mediático, particularmente del poderoso grupo O Globo, que convierte al principal de dicha operación, el juez Sérgio Moro, en paladín de la “limpieza moral” del país con facultades para incluso actuar por encima de la ley, como en efecto ocurre de manera reiterada con operativos en formato de alta intensidad mediática espectacularizada y posterior viralización por redes digitales.

De esta manera se va configurando un ambiente psicosocial propicio para el posterior impulso de las cruzadas anti-corrupción/anti-PT, sobre todo con hechos montados o tergiversados y con un relato pautado con dosis crecientes para inocular odio, pero sobre la base de un factor clave: la enorme sincronización mediática, que se hace aún más evidente cuando ésta pasa a propiciar y articular las cuatro movilizaciones por la destitución de la Presidenta que se realizan en 2015, con las lecciones aprendidas durante las llamadas “Jornadas de 2013”.

En agosto de 2016 Rousseff es destituida, sin prueba alguna, con el voto de 61 senadores (de 81), entre los cuales están 41 involucrados en procesos legales por corrupción, pero que en las circunstancias se erigen como paladines de la ética.  En julio 2017, el expresidente Lula da Silva es condenado, igualmente sin prueba alguna, y en abril 2018, encarcelado.  Posteriormente su candidatura presidencial es anulada con argucias legales y por amenazas militares, precisamente porque las encuestas señalaban que podía ganar en la primera ronda electoral.

Después de todo, la suerte del golpe de Estado, para recolocar en Brasil un rumbo neoliberal bajo el comando del capital financiero nacional e internacional, difícilmente iba a ponerse en juego en la ruleta electoral.

El golpe blando

Para ubicar el carácter y sentido de estos acontecimientos, que a la postre resultaron gravitantes en el desenlace electoral, es preciso tener presente el proceso de reconfiguración en el campo de la derecha a partir de estrategias de la “guerra híbrida”, la cual conjuga tácticas conocidas de inteligencia y de alta tecnología (desde propaganda hasta redes digitales), con recursos semióticos para impactar y movilizar la acción ciudadana para desestabilizar gobiernos progresistas, la versión tecnológica de la Guerra Fría.

En junio de 2013, Brasil es escenario de movilizaciones estudiantiles contra el alza de pasajes y la demanda de un servicio público de calidad, impulsadas por el Movimiento Pase Libre (MPL), pero con el pasar de los días adquiere un sentido diferente en razón de la intervención de cuadros formados en el programa Estudiantes Por la Libertad (EPL) que por medio de las redes sociales viran la pauta del MPL para sobreponer la del MBL, Movimiento Brasil Libre, que plantea la defensa del libre mercado y la privatización de los servicios públicos.  Pero también logran darle un giro al carácter de las movilizaciones al proyectarlas como a-partidarias (cuando no simplemente anti política) y en pro de la destitución de la presidenta Rousseff.

A partir de entonces, el MBL se afianza como agrupación, contando con un significativo respaldo del Atlas Network de EEUU, entidad que recauda fondos de empresas y fundaciones privadas para reclutar, formar y subvencionar a jóvenes en defensa del libre mercado y para combatir a regímenes considerados como autoritarios, en la línea de los golpes blandos.  La experticia adquirida en este sentido habrá de permitir que esta organización juegue un rol muy significativo en el proceso del impeachment.  Y luego en la campaña de Bolsonaro, pues su candidatura fue auspiciada por el Partido Social Liberal (PSL) en cuyo comando se encuentran dirigentes que provienen de dicho movimiento.

Jair Messias Bolsonaro, excapitán del ejército, no es un outsider de la política en tanto desde 1991 se ha desempeñado como diputado, transitando una decena de partidos políticos hasta llegar al PSL, en enero de 2018, que le postula a la presidencia.  Más que por la presentación de iniciativas de ley, en la Cámara se hace notar por la defensa cerrada de la dictadura militar y la violencia verbal contra sus adversarios, como también por sus posiciones racistas, homofóbicas, misóginas y excluyentes, salpicadas con un tono moralista.

Con las jornadas de junio en 2013, inicia la guerra híbrida en curso, sostiene el semiólogo Wilson Roberto Vieira, precisando que luego, de manera sistemática, se asiste a la demonización de la política, la destitución de un gobierno, el envenenamiento del psiquismo nacional y la polarización que despolitiza y traba cualquier debate racional.  Todo ello iniciado con las bombas semióticas detonadas diariamente por los medios de masas, que luego se expande con la velocidad viral de las redes digitales.  Y en este ambiente Bolsonaro despunta como un “mito”.

Después de años de un trabajo diario del complejo judicial-mediático para crear el odio anti-PT y destruir la propia política y la figura de los políticos, para la gente común las elecciones se tornan un estorbo.  Es más, cuando la propia justicia electoral, siguiendo ese movimiento de vaciamiento de la política, enflaquece el formato de las elecciones: menor tiempo de campaña, “autofinanciamiento”, restricción de diversas formas tradicionales de propaganda, etc., se establece un ambiente favorable de lo supuesto “nuevo”, identificado con aquellos candidatos “anti-política”, “anti-sistema”, explica Vieira.

Todo esto, acota, favoreció la campaña de Bolsonaro concentrada en redes digitales, contando con la experticia de Bannon[1].  Así, la nueva derecha descubre la cultura viral: no apela más a las masas en una esfera pública, sino a individuos aislados en sus dispositivos móviles, en una esfera pública refeudalizada.  Esto es, la derecha aprendió que memes, noticias falsas, rumores, mentiras tienen efecto viral y crean acontecimientos – climas, atmósferas, percepciones.  A posteriori, denuncias o condenas éticas o judiciales no deshacen los efectos[2].

El “ciudadano de bien”

En un análisis sobre los electores del excapitán, la antropóloga social Isabela Oliveira Kalil señala que la extrema derecha brasileña “ha hecho de las manifestaciones de calle una especie de ‘laboratorio de experimentación’ para poner a prueba una nueva forma de comunicación y por tanto una nueva forma de hacer política.  Esto es, se trata de un fenómeno que se da en Internet, pero que es parte de una articulación entre la calle y las redes sociales”.

En este sentido, precisa, la estrategia comunicacional del candidato Bolsonaro se basó en la segmentación de información para los diferentes perfiles de potenciales electores, y aunque deje la impresión de que puede haber una serie de contradicciones e incoherencias en sus discursos, “al segmentar el direccionamiento de sus mensajes para grupos específicos, la figura del ‘mito’ –como es llamado por sus electores– consigue asumir diversas formas, a partir de las diferentes aspiraciones de sus seguidores”.

Al respecto, sostiene Oliveira, lo más importante en la “tipificación de los electores es que no existe ‘el elector de Bolsonaro’ como la caracterización de un grupo social específico”, pero es posible ubicar “determinados valores difusos capturados por la figura del ‘ciudadano de bien’ – entre hombres y mujeres”, que se va estableciendo en las manifestaciones públicas “como elemento de distinción entre los participantes de las ‘manifestaciones pacíficas’ respecto a los participantes de las ‘manifestaciones pendencieras”.

“El ‘ciudadano de bien’ se refiere a un conjunto de conductas de los individuos en la vida privada, a un conjunto de formas específicas de reivindicación política en la vida pública y a un conjunto particular de temas y agendas que pasaron a ser considerados como legítimos.  Es de esta forma que el ‘ciudadano de bien’ extrapola las formas de conductas individuales y pasa a designar aquellos que no son como ‘comunistas’, ‘petistas’ o de izquierda –considerados como apoyadores de la corrupción y ‘no trabajadores’.  Se trata de una noción específica de personas y un sentimiento de pertenencia a una forma correcta de estar en el mundo”, precisa.

De modo que la figura de “ciudadano de bien” se configura como una especie de repositorio que logra captar y atraer una serie de dimensiones críticas respecto de la sociedad y del poder instituido.  Y con el tiempo consigue “captar tendencias ‘antisistema’ (‘contra todos los partidos’, ‘contra todos los políticos’, ‘contra todo y contra todos’), para luego atraer dimensiones de la crítica anticorrupción (tanto en su sentido estricto financiero, cuanto en su forma moral, cuanto en su forma religiosa).  Así, el ‘ciudadano de bien’ pasa a distinguirse también de categorías, grupos y personas ligadas a la izquierda”, consiguientemente como “una especie de barrera moral y política al ‘avance del comunismo’, a la ‘ideología de género’, a las amenazas a la libertad religiosa”.

A partir del estudio de campo realizado en los tres últimos años, Isabela Oliveira identifica 16 diferentes perfiles de los electores de Bolsonaro: 1- personas de bien (instituciones fortalecidas para el fin de la impunidad), 2- masculinidad viril (armas para que los civiles hagan justicia por sus propias manos), 3- nerds, gamers, hackers e haters (la construcción de un mito), 4- militares y exmilitares (guerra a las drogas como solución a la seguridad pública), 5- femeninas y “bolsogatas” (el empoderamiento de la mujer más allá del “mimimi” -“discurso de la victimización” de la mujer), 6- madre de derecha (por una escuela sin “ideología de género”), 7- homosexuales conservadores (hombre es hombre, no importa si gay o hetero), 8- etnias de derecha (minorías perseguidas para que posicionen a favor de Bolsonaro), 9- estudiantes para la libertad (voto rebelde contra el “endoctrinamiento marxista”), 10- periféricos de derecha (los pobres que desean el Estado mínimo), 11- meritócratas (el antipetismo de los liberales que “vencieron” por su propio mérito), 12- influenciadores digitales (liberales y conservadores “salvando a Brasil de convertirse en Venezuela”), 13- líderes religiosos (la defensa de la familia contra el “kit gay” y otros pecados), 14- fieles religiosos (cristianos por la “familia tradicional”), 15- monarquistas (el retorno a un pasado glorioso); 16- exentos (“la política no se discute” – en círculos de amigos íntimos y reuniones familiares)[3].

Tutelaje militar

En este entramado, no hay que perder de vista el tutelaje militar existente, que ha salido de su aparente neutralidad para marcar la cancha.  Así, durante el proceso del golpe, pocos días antes de la destitución de la Presidenta, el juez Sérgio Moro[4] fue galardonado con la “Medalla del Pacificador”, el reconocimiento de más alto honor del Ejército, como un mensaje tácito de su posicionamiento en esa coyuntura.

Con el golpe, se incrementa el protagonismo de las FFAA, tanto por la crisis de seguridad pública en diversos estados, como por las vicisitudes de un gobierno impopular.  De modo que, paulatinamente, altos oficiales en retiro e incluso en funciones –contrariando el código disciplinario militar– pasan a pronunciarse sobre cuestiones políticas, por lo general en defensa de medidas de excepción implementadas en los dos últimos años.  Uno de los señalamientos más contundentes en ese sentido es el ya memorable tuit del Comandante del Ejército, general Villas Bôas, la víspera del juicio del habeas corpus a Lula da Silva por el Supremo Tribunal Federal, para en un momento decisivo sutilmente expresar la oposición a la concesión de la libertad al expresidente, como una virtual posición institucional[5].  El veredicto va en esa línea.  Lula queda fuera de la contienda electoral y, por tanto, el camino queda despejado para Bolsonaro.

En los estamentos castrenses, la figura del capitán retirado era vista con reserva por su trayectoria anodina, cuanto más que fue separado de la institución por indisciplina, pero al incorporar en la papeleta el nombre del general Hamilton Mourão para la vicepresidencia[6], esta fórmula, implícita o explícitamente, es acuerpada por el estamento militar en su anhelo de retomar protagonismo en la vida nacional.  Y todo parece indicar que de diez puestos claves en el gobierno, cuatro estarán en manos de militares.

“Con Dios y la familia”

Junto al estamento militar hay otro contingente clave: las comunidades evangélicas neopentecostales que, de más en más, se están afirmando sobre todo en estratos medios empobrecidos y los pobres de las periferias en las grandes ciudades, aunque también tienen políticas específicas para llegar a los diversos segmentos sociales.  Pero al fin de cuentas es el único soporte articulado territorialmente que tiene Bolsonaro, cuya relación se establece a partir de su tercer matrimonio, con Michelle, integrante de la Iglesia Bautista.

Como en el transcurso de la gestión petista se va desdibujando uno de sus principales postulados iniciales: ética en la política, la campaña del candidato triunfador se coloca en el plano de los valores con un tono de guerra moral, sobre la base del combate a la corrupción, apelando a la retórica evangélica a partir de la premisa: “Dios por encima de todos”.

La sintonía con estas comunidades que tienen territorialmente contacto con la gente, termina por dotarle de una base militante que se asume como referente de valores morales, si bien sobre varios obispos de estas iglesias pesan denuncias de lavado de dinero y la utilización de las donaciones de sus fieles para ampliar sus respectivos negocios y consolidar el conglomerado mediático que poseen.

Esta cruzada, lejos de terminar con las elecciones, se perfila como uno de los ejes del próximo gobierno para “moralizar” al país en términos de una virtual teopolítica.  En este sentido, los dardos apuntan al llamado “marxismo cultural”, que es visto como la mayor amenaza a los valores tradicionales, a la familia y, en suma, a la civilización.  El Ministro de Educación designado, el colombiano Ricardo Vélez, por ejemplo, en sus primeras declaraciones señaló que los brasileños son rehenes de un sistema de enseñanza que busca imponer “un adoctrinamiento de índole cientifista y enquistado en la ideología marxista”, como la educación de género.  Mientras el futuro canciller, Ernesto Araujo, considera que la globalización, el calentamiento global, entre otros, no pasan de ser una invención del “marxismo cultural”.

En tanto que el presidente electo ya anticipó que “el poder popular no necesita más de intermediación.  Las nuevas tecnologías permitirán una relación directa entre el elector y sus representantes”, pues a su entender la prensa está inundada por izquierdistas que fabrican mentiras para perjudicarle.  Implica que continuará la estrategia sustentada en desinformación para destruir el sentido mismo de realidad, anular el debate, y en ese vacío moverse con dogmas de fe.

Queda por ver si tal estrategia será suficiente cuando ya no se trata de campaña sino de gobernar, que requiere credibilidad.  Por lo pronto, el líder del combate a la corrupción ya tiene dificultades para aclarar las denuncias del Consejo de Control de Actividades Financieras sobre movimientos financieros atípicos que involucran a su hijo Eduardo, por lo pronto.  Aunque no parece incomodarle que 9 de los 22 ministros de su gabinete se encuentren bajo indagación judicial por actos de corrupción.

¿Y qué con el WhatsApp?

El “Trump tropical”, como internacionalmente ha sido catalogado Bolsonaro por su reverencia al mandatario estadunidense a quien trata de emular, durante la campaña –a diferencia de sus oponentes que se inclinaron por los espacios en TV– sus fichas en grueso apostaron a las redes sociales digitales, en las cuales ya tenía un importante recorrido para decir lo que no diría en un canal abierto.

Como esta fórmula va a continuar –intensificando la cruzada moralina con nuevas “denuncias” que arrinconen mucho más a Lula y al PT vía lawfare– para tapar o cuando menos distraer a la ciudadanía respecto a las severas medidas neoliberales de austeridad y de recorte de derechos que se anuncian, veamos brevemente el mecanismo comunicacional montado por el equipo del próximo mandatario de Brasil.

“Considerando la campaña de Bolsonaro a la presidencia, el diagrama de red, que poco a poco va siendo desvelado, parece organizarse con tres niveles escalares”, sostiene Euclides Mance en un prolijo análisis sobre el tema[7].  El primer nivel de esta red de redes está integrado por actores militares, políticos y económicos, que es donde “se toman las decisiones estratégicas de alto mando. Este nivel se compone de una red centralizada.  Pero Bolsonaro no está en el centro de ella. Él es sólo un actor secundario en medio de un conjunto de conexiones y flujos de red que ya existían antes de él”.

El segundo nivel es descentralizado, pues “cada concentrador del segundo nivel está conectado a un conjunto determinado de nodos del tercer nivel y no a todos ellos”, acota, precisando que “la conexión se hace básicamente a través de WhatsApp.  Por su parte, Facebook, Twitter, Instagram y Youtube son importantes para la segmentación de los públicos según sus preferencias y para posicionamiento abierto de diferentes contenidos”.  En este nivel “los robots o bots, operando con algoritmos de inteligencia artificial, cumplen un papel central e indispensable en la organización del flujo de comunicación”.

“El tercer nivel de la red se distribuye –la conexión se hace punto a punto –”peer to peer– con alta capilarización y participación del receptor en la agregación de mayor carga de intérpretes al redistribuir el mensaje recibido, añadiéndole comentarios.  Aquí se trata, de hecho, de las personas que reciben mensajes en sus celulares y las repasan, a grupos familiares, de iglesias y otros”, precisa Mance.

Osvaldo León, comunicólogo ecuatoriano, es director de América Latina en Movimiento.

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