Euskal Herria. Iñaki Gil de San Vicente: “Nadie, ninguna organización, puede negar el derecho a crear algo nuevo”

Resumen Latinoamericano / 21 de diciembre de 2018 / Andoni Baserrigorri

Han transcurrido ya prácticamente ocho años desde el famoso cambio de rumbo de la Izquierda Abertzale, una de las referencias de lucha para construir una patria socialista en el corazón de la vieja Europa. En este tiempo solo podemos constatar que el viraje hacia el reformismo y la socialdemocracia ha sido definitivamente asentado.

Andoni Baserrigorri: Iñaki, pensamos que más que derrota policial asistimos hace ocho años a una especie de «golpe de Estado» del sector más reformista y liquidacionista de la IA… ¿Piensas que acertamos en nuestro análisis?

Iñaki Gil de San Vicente: Es importante aclarar que no ha habido derrota policial por ningún lado, que ha sido ETA la que ha decidido disolverse. En su larga historia, esta organización sufrió golpes tremendos que acababan casi con toda su dirección, pero siempre se recompuso debido, fundamentalmente, a que ETA no era solo una organización, sino que a la vez era un fenómeno social profundo. La organización era golpeada, pero en cuanto fenómeno histórico, era raizal, estaba arraigada en lo más hondo de la compleja conciencia nacional de amplias franjas de pueblo, en menor medida de la pequeña burguesía, y nada en la burguesía. Una de sus raíces era asumir el derecho del pueblo vasco a resistirse a los ataques de los Estados español y francés, sentimiento innegable materializado en múltiples formas de resistencia, siendo la lucha armada una de ellas.

Son conocidas las palabras de Argala distinguiendo entre ETA como fenómeno y ETA como organización. La totalidad de la primera –la historia del pueblo oprimido nacional y socialmente– englobaba como parte a la segunda –la historia de la organización–, pero esta segunda no podía englobar a la primera. Más aún, bien analizada la lucha de resistencia vasca, ETA era solo parte de un fenómeno más largo en la historia, como hemos dicho arriba. Por ejemplo, la memoria militar del pueblo existía antes que ETA y ella fue la que, expresándose mediante la praxis anarquista, traspasó a ETA las armas que guardaba como un tesoro porque sabía que, a la postre y en el momento decisivo, un pueblo desarmado es un pueblo indefenso y por tanto, vencido. Sin embargo, ETA se ha desarmado así misma, lo que, a nuestro entender supone una auto-derrota política.

La tesis de la «derrota policial» busca extender el desarme material hasta lograr el desarme de la memoria, de la moral y ética del derecho a la Rebelión. El capitalismo y su forma política, o sea el Estado y las fuerzas autonomistas y regionalistas, necesitan hacer creer el cuento de la «derrota policial» por tres razones: ocultar que sigue viva la causa histórica de su problema con Euskal Herria pese a la autodesaparición de ETA; demostrar que existe «paz» y «normalidad democrática» para, así, acelerar la desintegración definitiva de la nación vasca trabajadora pulverizándola en simple fuerza de trabajo explotable, objeto pasivo en manos de la burguesía; y demostrar que no tiene sentido ninguna lucha no tolerada ni admitida por su ley, ni la de los pueblos oprimidos, ni la de las mujeres trabajadoras, ni la del proletariado en su generalidad, etc., porque según aseveran: «hemos derrotado hasta la ETA». Es decir, quieren hacernos creer que no hay futuro.

Si el capitalismo consigue imponer la creencia de que ha vencido no solo a ETA como organización sino, sobre todo, a ETA como fenómeno social histórico, podrá respirar tranquilo. Sus expertos en contrainsurgencia, sus grupos de prospectiva, es decir, los núcleos del Estado que nunca serán controlados por el «parlamento soberano», y apenas por los gobiernos de turno, le avisan que el futuro inmediato será mucho más duro que el actual porque se están agudizando todas las contradicciones, lo que obliga al capital a endurecer sus sistemas represivos. Un pueblo trabajador sumido en la amnesia es más fácil de oprimir. Llegados a este punto, la diferencia entre fenómeno social y organización se amplía más allá de ETA porque esta no existe pero ante todo porque la complejidad del capitalismo actual solo puede combatirse desde una izquierda abertzale más amplia que la oficial, más amplia no en el sentido electoralista sino en el sentido de movimientos populares, autoorganización de contrapoderes, intensificación y extensión de las luchas, o sea, el independentismo socialista –que ya no ETA– como fenómeno raizal integrador.

La tesis del «golpe de Estado» dentro de la izquierda abertzale entendida como fenómeno, incluso más amplio que el visto sobre ETA como fenómeno social, apenas explica la complejidad de los factores que han llevado a situación actual. La tesis del «golpe de Estado» explica solo algunos comportamientos internos más o menos conocidos que facilitaron que se arrinconase a los sectores que criticaban tanto los métodos como los contenidos, o mejor dicho, la ausencia de contenidos, la palabrería hueca, el uso de los peligrosos «referentes vacíos», es decir «globos llenos de nada» que, por ejemplo, facilitaron a Podemos ocultar su mansedumbre de oveja debajo de una piel de león, trampa que repite cuando le urge engañar a un sector de sus bases.

Pero la tesis del «golpe de Estado» no explica el grueso de la dinámica de las contradicciones internas y dificultades externas que fue minando la cohesión estratégica desde al menos la mitad de la década de los años 90, cuando se decidió cerrar la fase de la Alternativa KAS y abrir la de la Alternativa Democrática. Las lagunas ciertas de la Alternativa KAS no fueron corregidas en el sentido revolucionario por la Alternativa Democrática, sino agrandadas. La creciente represión intensificada desde esos años dificultaba una apreciación clara de las grietas que se abrían. En el plano estrictamente político-institucional y social de clase este agrietamiento apenas perceptible al principio fue facilitado por un conjunto de procesos. Por ejemplo, las ilegalizaciones, cierres, encarcelaciones, juicios y largas condenas desatadas desde entonces, más los cambios en el sistema capitalista y, por no extendernos, la mejora permanente en la doctrina, sistema y estrategia contrainsurgente del Estado gracias al apoyo del imperialismo muy interesado en acabar con uno de los focos más potentes en Europa de lucha de clases con contenido radical porque afectaba a la existencia misma de uno de los Estados más débiles en su estructura nacional histórica, el español, y en menor medida a otro más sólido, el francés… Pues bien, toda esta sinergia rápidamente expuesta, da cuenta de muchas de razones que han concluido en la situación presente. Quedan otras razones que iremos viendo.

Por último, lo que he comentado hasta aquí no es exclusivamente pensamiento mío, es mi versión de un conjunto de reflexiones críticas y autocríticas que se han ido haciendo desde hace años en la izquierda abertzale como movimiento amplio. La penetración de la ideología burguesa es tal que mucha gente interpreta la complejidad objetiva de las contradicciones sociales desde el subjetivismo del individualismo metodológico, achacando a personas aisladas los errores o los aciertos. Pienso que, como iremos viendo, este sector crítico y autocrítico fue acertando en lo decisivo y errando en lo accesorio.

¿Qué valoración harías de estos años de deriva ideológica en la Izquierda Abertzale? ¿Piensas que aún se puede variar el rumbo ideológico de la Izquierda Abertzale?

Debemos precisar lo suficiente en qué consiste esa deriva porque la respuesta a las dos preguntas, y a casi toda la entrevista, depende de ello. Empezaremos por la superficie del problema, por sus expresiones ideológicas, para profundizar luego en algunas de sus causas sociales. Exceptuando documentos específicos, desde finales de los años 90 o lo máximo desde la ilegalización de Batasuna en 2002, pese a esfuerzos puntuales, se fue debilitando paulatinamente el contenido concreto de izquierda radical, insistiéndose más en un nacionalismo con contenido social duro, pero no tanto como para no ser asumible por las nuevas expresiones de los llamados «nuevos sujetos». Tengamos en cuenta que entonces triunfaban las modas postmodernas, que se aseguraba que por fin el marxismo había muerto para no resucitar nunca, que lo mismo le sucedía a la lucha de clases suplantada por la «acción ciudadana» movilizada pacíficamente para instaurar otro «demos», que todo esto y más surgía de la nueva «economía inmaterial» o «economía de la inteligencia» o «capitalismo cognitivo» que ya no funcionaba en base a la plusvalía sino a las rentas de los «emprendedores», que el imperialismo era cosa del pasado y que ahora era el momento de la «gobernanza mundial», etc. Un ejemplo del clima de deriva teórica lo tenemos en que en un libro cuasi-oficial sobre el medio siglo de existencia de ETA, publicado en 2007, se cuela de rondón a pie de página una versión muy parcial y engañosa sobre la «crisis del proletariado como sujeto histórico».

La deriva ideológica y teórica penetraba de múltiples modos porque la lucha en su contra se había ido apagando antes incluso de los años dorados de las burbujas en los que aumentaba la deuda popular mientras se desoía a quienes advertían que se aproximaba una crisis pavorosa. Sobre este fondo social objetivo de cambio de fase capitalista –desindustrialización relativa, terciarización, financiarización, etc.–, al que volveremos, proliferaban las modas post y la irrupción de una casta intelectual y universitaria sin ningún contacto con la lucha de clases que fascinó con su verborrea, acelerando la confusión y el desconcierto. En la respuesta a la siguiente pregunta nos extenderemos más en detalle sobre el impacto particular de estos cambios, concretamente sobre los actuales sectores críticos con la «nueva estrategia».

Ahora debemos aclarar que la deriva ideológica no afectaba exclusivamente a la Izquierda Abertzale. Debemos decir incluso que esta resistió bastante más tiempo que otras fuerzas. Recordemos el famoso «desencanto» de los años 80 en el Estado que se ahondó todavía más después de la enorme huelga general del Estado español de 1988 que fue el canto del cisne de la oleada de lucha de clases iniciada dos décadas antes. Por ejemplo, el desplome absoluto del eurocomunismo y la minorización o extinción del archipiélago de pequeñas organizaciones de izquierda revolucionaria que ya habían entrado en agonía en los años 80, recibiendo la estocada con la implosión de la URSS y el triunfalismo imperialista consiguiente. Tenemos el caso de EIA-Euskadiko Ezkerra, por citar otro ejemplo surgido de ETA, que empezó a descomponerse mucho antes. No debemos menospreciar nuestros méritos porque se mantuvieron contra viento y marea mucho más que en otras izquierdas y en condiciones mucho más duras. Nunca debemos olvidar que el retroceso generalizado de otras fuerzas precedió al nuestro, lo que también ayudó a desmoralizar a unos y a justificar que otros dijeran que el único camino posible era abandonar el radicalismo. Más aun considerando la impresionante represión que se abatía sobre la Izquierda Abertzale, que no era solo de brutalidad física sino de sofisticada contrainsurgencia que se iba perfeccionando desde el inicial plan ZEN del primer gobierno del PSOE en 1982. La llegada del PP al gobierno amplía la contrainsurgencia más allá de lo que había hecho el PSOE, teniendo a su favor precisamente los efectos alienadores de las nuevas formas de explotación capitalista que se ya se habían impuesto definitivamente en a mediados de los años 90.

Como hemos dicho, la causa de fondo de la deriva ideológica era, en síntesis, el cambio de fase en el capitalismo. Simplificándolo mucho, del keynesiano y Taylor-fordista durante la época de los Treinta Gloriosos –de 1945 a 1975–, y de los diez o quince siguientes de paulatino dominio de la financiarización y del capital ficticio, hasta su definitiva instauración estructural sobre todo en la composición interna de las clases sociales en lucha, en las dinámicas sociopolíticas, culturales, etc., es decir, en las nuevas realidades que influyen en los pueblos desde dentro de sus decisivas contradicciones internas. Sin este trasfondo no entenderíamos nada del desplome de las izquierdas correspondientes a la fase periclitada, ni de la pérdida de fuerza de la socialdemocracia y del surgimiento en su interior se sectores reformistas-duros, ni de los cambios en la lucha de clases entre una polarización de izquierdas y su contraria polarización de extrema derecha, neofascistas y fascistas, etc., ni mucho menos las subcrisis y crisis parciales cada vez más duras que confluyeron, en su sinergia, en la tercera Gran Depresión de 2007 aún vigente pese a sus altibajos.

Bajo estas presiones extremas, la dirección de la Izquierda Abertzale de entonces estaba más preocupada por resolver los agudos problemas de acción política ilegalizada sobre los derechos nacionales y sobre la inhumana situación carcelaria, que, a la vez, dar una respuesta a la crisis apoyando e impulsando decididamente la lucha de clases. Esto segundo sí se hizo parcialmente en las huelgas socioeconómicas nacionales y parciales de 2009 y después, que demostraron la fuerza obrera y popular que mantenía, pero no se elaboró una alternativa estratégica basada en las tendencias fuertes de las contradicciones del capitalismo. De este modo se inició una separación interna que terminaría rompiendo la unidad dialéctica del concepto clave de «liberación nacional de clase» que fue una de las decisivas aportaciones de ETA, negada por las tres grandes escisiones de ETA berri-MC, ETAVI-LCR y ETA(pm)-Euskadiko Ezkerra.

La liberación nacional de clase significa que, si hay acuerdos con la pequeña burguesía nacionalista, deben ser tácticos, supeditados a la estrategia que dirige el avance al Estado Socialista Vasco. Y sobre todo significa que la unidad y lucha de contrarios de clase determina las identidades sociales en la nación vasca, como en toda nación en el modo de producción capitalista. Un momento significativo por lo irreversible de la deriva fue el abandono de la alternativa KAS en 1995 para abrir la vía de la Alternativa Democrática : de forma imperceptible se empezaba a legitimar la ideología democraticista burguesa, aunque se mantenían formalmente algunas de las consignas históricas. Una vez que se acepta el democraticismo burgués, su nuevo contenido interclasista termina desplazando del todo la lucha nacional de clase.

La «nueva estrategia» rechaza la objetividad de la lucha de clases dentro de la nación vasca planteando una estrategia muy parecida a las de la «reconciliación nacional», «unión nacional», «frente amplio de gobierno», etc., en las que también se aceptaban algunas formas de luchas obreras y populares siempre que estuvieran sujetas a la prevalencia de la «unión sagrada». El Nuevo Estatuto negociado entre EH Bildu y el PNV es un ejemplo, pese a nacer muerto. Hasta ahora, el Estatuto vascongado y la Foralidad navarra han servido para enriquecer a la burguesía empobreciendo al pueblo, según la teoría de la depauperación, y el capitalismo financiero-especulativo la agranda y agrandará aún más.

El concepto de lucha de liberación nacional de clase va indisolublemente unido al de Euskal Herria como «marco autónomo de lucha de clases». Si se rechaza uno, más pronto que tarde se rechaza el otro, y viceversa. La prioridad dada al parlamentarismo y al acuerdo con la burguesía autonomista y con otras fuerzas interclasistas y estatalistas que quisieran sumarse implica la supeditación del pueblo trabajador a tales pactos. Ello exige que indefectiblemente el marco vasco de lucha de clases quede supeditado a la política internacional «progresista» para reformar las instituciones imperialistas sin citar jamás el concepto maldito de «revolución». Así, el marco autónomo vasco de lucha de clases, imprescindible entre otras cosas para explicar y defender el «marco vasco de relaciones laborales», se difumina hasta desaparecer en la política internacional del abertzalismo oficial: parlamentarismo absoluto en Madrid y en la Unión Europea, alianza electoral con ERC y BNG, felicitaciones a Obama y Trump, apoyo a la «paz» en Colombia, loar al Frente Amplio uruguayo, etcétera.

Las transformaciones profundas en el capitalismo mundial se expresaban entonces en el creciente ataque de la patronal y de su Estado, con el apoyo de la patronal vasco-española, contra el marco vasco de relaciones laborales que garantizaba que el retroceso de las condiciones de vida y trabajo fuera menor aquí que en otros pueblos. En la medida en que se defendía y se defiende ese marco laboral vasco se demuestra la necesidad de sostener en la práctica diaria el marco autónomo de lucha de clases y a la vez la lucha nacional de clase del pueblo trabajador. Constituyen una totalidad inconciliable con el capital financiero-especulativo que exige ciegamente la indefensión absoluta de los pueblos. Este antagonismo fue endureciéndose y extendiéndose desde los años 80 hasta llegar al paroxismo en 2007, cuando dio un salto aún más salvaje en la destrucción de toda resistencia.

Y cuando más urgente era ofrecer al pueblo trabajador y a la militancia una explicación sólida de lo que sucedía, muy en especial desde la Gran Depresión de 2007, no se hizo, o se hizo poco, mal y tarde. La militancia y el pueblo trabajador en su conjunto vio cómo en muy pocos años –del optimismo cegato de Zapatero en 2008 a la catástrofe desde 2010– se esfumaba en la nada la mitología del capitalismo bueno, volviendo la realidad cruda que se había endurecido en el subsuelo social y en la inconsciencia alienada. Una fuerza revolucionaria se mide, entre otras cosas, por su capacidad de marcar línea sobre todo cuando se inician las crisis estructurales porque es en ellas cuando afloran las inseguridades, dudas y debilidades de las clases explotadas, cuando resurgen los autoritarismos y hasta los fascismos según los casos, y cuando la burguesía hace esfuerzos titánicos por crear su propia dirección política que le saque del atolladero.

Pese a todas sus dificultades, ETA, tanto como movimiento amplio como organización, lo logró en los años 70. Aquí debemos insistir en que en ese amplio movimiento también actuaban otras organizaciones salidas de las ETA escindidas y del poderoso movimiento autoorganizado en su rica y diversa complejidad que se expresaba en el conjunto de la clase obrera de aquellos años sin olvidarnos de las izquierdas de origen estatal, en sectores de la pequeña burguesía y muy escasos de la mediana burguesía, que tenía en el pueblo trabajador su fuerza más organizada. El mérito no fue exclusivo de ETA-organización, aunque fuera determinante en ciertos momentos decisivos.

El grueso de las izquierdas y reformismos duros que de algún modo impulsaron aquellas prácticas de masas desaparecían pulverizadas por las nuevas formas del capital y por los cambios internacionales. Precisamente esto hacía que se multiplicase la responsabilidad de la Izquierda Abertzale como la única fuerza de masas populares existente, para dar una alternativa revolucionaria a la crisis. La solución ofrecida fue la «nueva estrategia». Lo primero que saltaba a la vista en los documentos oficiales sobre el «cambio de estrategia» era la desaparición de todo rigor teórico en comparación a los debates habidos incluso bajo la dictadura, en la clandestinidad.

El contraste era de tal magnitud que, para ocultarlo o justificarlo en el peor de los casos, se recurrió a una forma del llamado neo lenguaje que permitía que el famoso debate de «cambio de estrategia» se realizase en el vacío de las grandes palabras huecas, sin soporte crítico sobre la realidad objetiva existente. Dejando de lado muchos de los métodos que escoraron el debate hacia un lado, lo cierto es que los documentos oficiales eran insustanciales y con una terminología deudora de las modas ideológicas del momento.

La deriva consistió por tanto en el deslizamiento rápido desde el anticapitalismo de Herri Batasuna, su defensa del derecho a la resistencia y a la independencia, para concluir en el interclasismo de EH Bildu. Se partía de una tradición de lucha sustentada en parámetros cuando mínimo anticapitalistas y socialistas en la IV Asamblea de ETA, con los sustanciales avances del socialismo revolucionario y del marxismo tal cual se habían podido elaborar en la época de la V Asamblea, más los cruciales añadidos posteriores elaborados gracias al fragor de los debates con el Frente Obrero, con ETA (p-m), con los Comandos Autónomos, etc. Se ha terminado con las felicitaciones de EH Bildu a Donald Trump –precedida en el tiempo con la felicitación a Obama– y con su firma en una Declaración del Congreso español loando a las fuerzas represivas, por ejemplo. Los impactos de esta evolución en las bases son conocidos. Se han reforzado con el abandono de la forma-movimiento y con la aparición del partido dirigente, que algunos denominan partido-movimiento para intentar cuadrar el círculo.

El argumento central aducido para justificar el giro a la «nueva estrategia» decía que el Estado había logrado anular la eficacia de la interrelación de todas las formas de lucha para ampliar la conciencia independentista, la autoorganización popular y el avance electoral abertzale, y que por tanto había que cambiar de rumbo echando por la borda lo que hiciera falta, lo que impidiese la «normalización democrática», la «conquista de la paz». Se trataba, en suma de «sacar el conflicto de las calles para llevarlo al parlamento».

Obviamente, sigue sin haber garantías democráticas verdaderas para analizar en público este argumento en su totalidad. Sin embargo, tras varios años, los hechos cantan: el independentismo retrocede o cuando menos, se estanca; la autoorganización popular justo empieza a reponerse, pero fuera de la oficialidad abertzale; y con respecto al voto abertzale habrá que esperar a los resultados de las diferentes elecciones futuras porque nunca hay que fiarse se los sondeos y el subjetivismo a favor o en contra de EH Bildu condiciona muchos las opiniones al respecto.

Hay una intensa campaña de ideologización que explica que, en una escala de opción política de izquierda a derecha dividida en 10 casillas, EH Bildu ocupa las tres casillas de la izquierda –1, 2 y 3–; que el voto español y autonomista ocupa las tres casillas de la derecha –8, 9 y 10–, y que el voto a ganar está en el medio –4, 5, 6 y 7–, con varios matices del centro. Se trata de ganar votos en 4 y 5, tal vez en 6, aunque se pierdan algunos en 1 y tal vez en 2. No podemos hacer ahora una crítica de la mercado-tecnia electoral, ni de la sociología en la que pretende legitimarse, ni tampoco en las cesiones políticas que tiene que hacer el abertzalismo oficial para ganar centristas. El mercado del voto suele ser rentable en muchas circunstancias y por eso no sería sorprendente que EH Bildu lograse sumar más votos de las casillas 4 y 5, y tal vez de 6, que los que perdiese en las casillas 1 y 2. Pero el debate no radica en la cantidad de votos de centro que se «compren» o que se logren de «prestado» y que luego habría que devolver, sino en su hipotética calidad política para aguantar el endurecimiento de la lucha de liberación nacional de clase.

Desde mediados del siglo XIX se ha debatido en la izquierda y el reformismo sobre la política parlamentario-electoral más efectiva según qué objetivos, con cuatro líneas generales:

  1. ninguna elección ni parlamentarismo sirven para cambiar el mundo, luego no hay que votar nunca;
  2. algunas elecciones sirven para acumular fuerzas siempre que estén supeditadas a la lucha de clases en la calle, que es la que dirige y garantiza el avance de la liberación, luego hay que votar selectivamente para fortalecer la lucha de clases;
  3. todas las elecciones sirven para avanzar siempre que la lucha de clases esté supeditada a la acumulación de votos, luego hay que votar siempre pero evitando que la lucha de clases desborde al «juego parlamentario» que es el decisivo; y
  4. todas las elecciones sirven para avanzar siempre que se paralice la lucha de clases porque espanta votos del centro, luego hay que votar siempre pero sin lucha de clases.

Hasta la «nueva estrategia» la Izquierda Abertzale se posicionaba por la segunda vía, la revolucionaria a nuestro entender, pero ahora se ha lanzado al parlamentarismo absoluto mezclando posiciones de la tercera y cuarta vía según las circunstancias.

Teniendo en cuenta todo lo visto, pienso que es imposible que el conjunto de la Izquierda Abertzale abandone esta estrategia que es de larga duración, tanta como sea necesaria para construir un bloque histórico capaz de integrar a amplios sectores de la pequeña y mediana burguesía autonomista y regionalista, incluso de sectores circundantes a Podemos y a esas franjas que se dicen «progresistas», «europeístas», «pacifistas» y que en modo alguno cuestionan la opresión nacional ni el capitalismo, sino que solo quieren suprimir lo «malo» quedándose con lo «bueno».

Esta estrategia exige la colaboración de Sortu, que debe justificarla, preparar la militancia para reforzar EH Bildu, amoldar sus ideas particulares al nivel medio del reformismo de EH Bildu, silenciar las posibles dudas o críticas internas que alguna militancia de base pueda tener, argumentar porqué hay que arrinconar y marginar a los colectivos independentistas y socialistas, etc., que han tomado otro camino que piensan más efectivo para esos mismos objetivos, al menos en su enunciación formal.

No niego que existan en Sortu militantes que se definan comunistas, o marxistas; tampoco niego que actos de EH Bildu que van de algún modo contra la identidad nacional de clase del MLNV en su historia sienten mal en sectores de Sortu y/o de LAB, Ernai-Aitzina, etc. Pero en la medida en la que han asumido esa vía de largo, de muy largo recorrido, no tienen más remedio que ceder en lo sustantivo, aunque mantengan e incluso recuperen algunos eslóganes anteriores. Pero más temprano que tarde deberán enfrentarse a los hechos: cuando se endurezcan aún más las opresiones, se agudizarán los límites insuperables del parlamentarismo español en Hego Euskal Herria, como ha ocurrido ya con el choque entre EH Bildu y el PNV sobre los presupuestos para 2019 y las ayudas sociales. A pesar de que EH Bildu ha cedido hasta más allá de lo imaginable, al final se ha encontrado al borde del precipicio y se ha echado para atrás. A otro nivel tenemos las tensiones que generan los gaztetxes dentro de EH Bildu y entre sus aliados; en fin, abundan los ejemplos que muestran cómo las alianzas electoralistas e interclasistas son más temprano que tarde incompatibles con la liberación nacional de clase.

En realidad, el problema para estos militantes es más grave porque justo han cedido ante el reformismo –aunque sigan sintiéndose revolucionarios– cuando era urgente satisfacer la necesidad perentoria de (re)crear una estrategia apta para luchar contra las nuevas formas de opresión surgidas desde finales del siglo XX y asentadas ya estructuralmente ahora mismo. Una de tantas expresiones de la nueva realidad es la sobreexplotación, empobrecimiento y precarización creciente del pueblo trabajador mientras que, por el lado contrario, se enriquece la burguesía.

Es un cambio de fase en el capitalismo, como iremos viendo, que solo puede ser combatido no volviendo al reformismo del siglo XIX, adaptándolo, sino abriendo nuevos frentes de ataque del pueblo trabajador contra el capitalismo actual y su forma de opresión nacional. Es decir, el debate estratégico que debiera haber hecho el MLNV desde al menos 2007 es el de cómo desarrollar el independentismo socialista en las nuevas formas y contenidos que ha adquirido el marco autónomo de lucha de clases en Euskal Herria. No lo ha hecho porque ha quedado anclada en las ideas anteriores al cambio de fase, ideas atadas al capitalismo keynesiano y a las ideologías que hemos citado arriba. Atrapada la cabeza en los cepos mentales es imposible comprender los cambios en el marco autónomo vasco de lucha de clases: uno de tantos ejemplos es el abismo que se ha abierto entre los sectores conscientes de la juventud trabajadora y EH Bildu.

En este tiempo, sin embargo, no se ha materializado un nuevo colectivo, movimiento o partido que reme en la dirección de recuperar las señas de identidad de la IA… ¿A qué piensas que es debida esta orfandad organizativa?

Las lecciones históricas requieren tiempo para que sean asimiladas como tales, y sin ellas es imposible o extremadamente difícil abrir una nueva vía de avance. Hemos dicho que el capitalismo, siendo el mismo, ha cambiado desde finales del siglo XX de fase en la forma de acumulación, lo que implica que también lo ha hecho en la forma de producción y reproducción. Son cambios que afectan a la totalidad social a escala mundial. Pero hay más, esta nueva fase no ha logrado abrir una onda larga expansiva, sino que ha ido bajando en diente de sierra poco a poco, de crisis parcial en crisis parcial tras rebotes puntuales, hasta estallar en 2007 en la tercera Gran Depresión que vuelve a agravarse.

Debemos partir de esta realidad para comprender las dificultades que debe superar la reorganización de la militancia vieja y nueva, adulta y joven, que no ha aceptado la «nueva estrategia». La orfandad teórica sostenida desde finales de los años 90 ha hecho que la militancia crítica adulta esté bastante desbordada por la profundidad de los cambios capitalistas, aunque su espíritu crítico le debe facilitar salir antes del bache. La militancia crítica joven lo tiene más fácil porque ya malvive en un contexto que día a día le demuestra que no tiene futuro humano si no lo revoluciona, lo que le lleva a chocar con los dogmas reformistas del tipo que sean : o cede y muere en vida degenerando en un instrumento pasivo del capital, o lucha autoorganizándose en poder juvenil con la correspondiente e imprescindible teoría revolucionaria que, al menos, explique cinco procesos.

Uno, las teorías ancladas en el «marxismo soviético» se habían agotado desde hacía tiempo. Además, el eurocomunismo entró en barrena cuando el capital lanzó su ofensiva mundial mal llamada neoliberalismo y muchos burócratas del partido se plegaron a las órdenes para mantener sus salarios. Luego le siguieron las versiones trotskistas, maoístas y demás que se sostenían en la medida en que sobreviviese la URSS y en que China Popular no iniciase su giro al «capitalismo controlado por el Partido», que ni siquiera al socialismo de mercado. A la vez, los grandes sindicatos se corporativizaron, sus burocracias se aferraron a los puestos seguros, solo empezaron luchas defensivas del llamado «obrero masa» mientras que se desentendía de las opresiones del llamado «obrero social» de la «fábrica difusa», por usar esta terminología. Era el final de una larga fase de interpretación euroccidental de las luchas mundiales habidas hasta los años 70, interpretación realizada desde despachos de partidos y sindicatos, desde aulas y cátedras universitarias, desde medios de prensa ya casi controlada o ya controlada por la industria político-mediática… una casta intelectual muy alejada de las verdaderas condiciones de vida y trabajo de las clases explotadas que ya recibían los golpes cada vez más duros del ataque burgués.

Dos, simultáneamente a este derrumbe de la izquierda obsoleta se producía una intensa campaña propagandística a favor de todas las formas del individualismo burgués, un ataque frontal a los valores de solidaridad colectiva y de apoyo mutuo. El ataque al Estado llamado del «bienestar» (sic) se intensificó desde esos momentos en varios frentes: uno bastante efectivo en la despolitización de la izquierda radical fue «demostrar» a lo Foucault que había desaparecido la centralidad estratégica que realiza el Estado como la forma política del capital y que solo existían redes de micro poderes bastante separados entre sí. Otro bastante efectivo fue el de la supuesta «sociedad post industrial» así como la «muerte del proletariado», en un marco social más amplio en el que las modas postmodernistas, postmarxistas, etc., se reforzaban con el reformismo de los «significantes vacíos» de Laclau. Por no extendernos, la demagogia negrista sobre que el imperialismo había dejado de existir…

Tres y sobre todo, la ofensiva ideológica parecía estar confirmada por la imagen triunfalista con la que el imperialismo ocultaba la realidad. Mientras que las crisis financieras, industriales y/o de servicios no financieras se sucedían una tras otras, la gigantesca manipulación mediática, el desplome y descrédito creciente del reformismo, el efecto alienante del dinero fácil de los créditos bajos, de las grandes y rápidas ganancias especulativas de alto riesgo… ocultaban la sobreexplotación, el endeudamiento de las clases trabajadoras, la reducción del salario diferido en forma de pensiones, servicios públicos, etc. La primera advertencia seria de que algo no marchaba en el triunfalismo imperialista militarizado fue el súbito hundimiento de las bolsas de octubre de 1987, al poco tiempo de iniciarse la contraofensiva del capital a comienzos de los años 80. La clase obrera industrial clásica fue vencida y los pueblos que se resistían al expolio atacados con saña. Pero estas victorias del capital ocultaban su creciente debilidad interna demostrada en el Viernes Negro de octubre de 1987 y las cada vez más frecuentes, graves e interrelacionadas crisis que le siguieron hasta 2007. Sin embargo, la engañosa creencia de invulnerabilidad burguesa había quedado sólidamente establecida cuando sectores de la Izquierda Abertzale empezaron a decir que había que cambiar de estrategia porque la vieja había fracasado. No eran los únicos que se creyeron esa mentira: también se la tragaron los grandes bancos y corporaciones, la FED, el Banco Central Europeo, el Banco de Basilea, el FMI, el Banco Mundial, la OMC… y la casta de economistas e intelectuales del sistema.

Cuatro, debemos también tener en cuenta que los cambios de fase capitalista son largos y muy convulsos con ritmos desiguales pero combinados a la larga. Junto a los cambios socioeconómicos y sociopolíticos se produjeron transformaciones en las dinámicas de las clases sociales, en la jerarquía y tensiones interimperialistas, en el interior de los países y Estados con largas luchas de clases, etcétera. Estas contradicciones en el tránsito a la nueva fase del capital enmarcan las diferencias y similitudes de las negociaciones entre las grandes guerrillas –no los grupitos medio desarmados– y el imperialismo en varios continentes. Hablamos en plural de guerrillas urbanas, rurales o mixtas, y de imperialismo en singular porque no hay otra forma de explicarlo, aunque no podamos desarrollar aquí ese argumento obvio por demás. Contraviniendo todo rigor lógico se ha intentado argumentar la necesidad de la «nueva estrategia» mediante una abstracción y generalización abusivas de esas negociaciones con el imperialismo. Semejante método de reducción al absurdo de la dialéctica de la historia también debilita y mucho la capacidad de comprensión por la militancia de lo que realmente es el imperialismo, con efectos negativos sobre el futuro de Euskal Herria.

Y cinco, las diversas formas de devastación psicopolítica causada por lo anterior más el propio proceso del «cambio de estrategia». Nunca debemos olvidar que la conciencia política media se sustenta en mayor o menor grado sobre fuerzas inconscientes y subconscientes, sobre afinidades emocionales y culturales; fuerzas que tienen un contenido político no consciente. Por un lado, el ataque capitalista ha golpeado muy duramente la psicología de masas de la fase keynesiana, reviviendo los miedos y dependencias que impulsan los autoritarismos y neofascismos, la violencia patriarcal, el racismo, etc. Por otro lado, la mundialización de la ley del valor ha agravado las opresiones nacionales clásicas y creado otras nuevas –la opresión de Estados y pueblos formalmente independientes pero saqueados por el capital financiero-especulativo– hasta extremos solo imaginados por la reducida minoría marxista. Además, las presiones sutiles o descaradas contra los sectores críticos por parte del abertzalismo oficial –las ha habido y las hay– también afectan al magma de dependencias y relaciones afectivas, psicopolíticas, que tienen mucha influencia en la vida cotidiana. Esto explica en parte que bastantes bases y franjas simpatizantes hayan abandonado parcial o totalmente la política organizada manteniendo su voto y, cada vez menos, su participación en movilizaciones de masas. Es una respuesta emocionalmente defensiva para evitar conflictos psicopolíticos sobre todo en la cotidianeidad interpersonal precisamente en una sociedad burguesa extremadamente virulenta y agresiva contra el universo de lo afectivo, porque necesita mercantilizarlo y volverlo reaccionario.

Básicamente, estas son las razones principales por las que los sectores críticos se han encontrado con dificultades para autoorganizarse en su proyecto de reactivar los contenidos revolucionarios del independentismo en la actual fase capitalista. Avanzar en esa autoorganización exige interiorizar esos cambios en todos los sentidos.

¿Piensas que existen mimbres en forma de cuadros, militantes jóvenes que podrían asumir esa tarea?

Sí existen; algunos de ellos se fueron formando desde hace varios años y otros más recientemente. Pero también existen militantes adultos que han aprendido mucho sobre formas de autoorganización, de contrapoder, de resistir a la contrainsurgencia y hasta vencerla en batallas parciales, pero de gran transcendencia… Una parte del pueblo trabajador tiene aún un saber revolucionario acumulado que se resiste a morir bajo las promesas parlamentarias y se resiste por la sencilla razón de que día a día ve que esas promesas son desmentidas por las crecientes injusticias. La juventud crítica cometería un error estratégico si despreciase la militancia conjunta con estas y estos militantes. Aun así, la juventud debe aprender por sí misma.

Constatar esta realidad es solo una parte de la respuesta porque quedan otras dos, al menos. La tercera parte será respondida en la siguiente pregunta que me haces.

Mucha juventud intuye que le han arrancado los «derechos» de sus padres, que se los han arrancado en la práctica, aunque siguen escritos aún sobre el papel. Una parte más reducida es consciente de ello y lo argumenta con una seriedad teórica admirable. El problema al que se enfrentan a la hora de ampliar sus redes es múltiple: carencia de medios y locales, presiones en contra del poder adulto y sobre todo en la universidad y en la precarización del trabajo asalariado… presiones que golpean con especial contundencia a la juventud femenina.

Pero, y ahora entramos en la segunda parte de la respuesta, este sector concienciado puede extenderse si sabe trabajar, si profundiza y amplía la autoorganización y los espacios de contrapoder en todos los sentidos, no solo en los gaztetxes, que son imprescindibles pero que no deben ser los únicos. Más aún, en determinadas situaciones en las que al poder y al reformismo les interese ofrecer una imagen de tolerancia, los gaztetxes pueden terminar siendo un gueto más o menos permitido por el sistema siempre que no intente extender su proyecto revolucionario a la calle, siempre que no se conecte sólidamente o lo haga de manera puntual, con otras reivindicaciones populares, euskaltzales, feministas, ecologistas, etc. Pero antes de fundirse con otras luchas exteriores al gaztetxe, la juventud ha de conocer qué le depara la nueva fase capitalista. Veremos solo cinco de las novedades más importantes:

Una, ya es sabida, la juventud vive y vivirá peor que sus aitas, con menos derechos y libertades, con más explotación e inseguridad vivencial. Dos, la institución familiar correspondiente a la fase keynesiana y Taylor-fordista no puede resolver por ella misma los problemas de la juventud actual, por lo que el problema que se presenta al poder adulto es cada vez más político de alienación y disciplinarización especialmente contra las jóvenes. Tres, es la primera vez en la historia capitalista de Euskal Herria en la que la juventud trabajadora se enfrenta al dilema creciente de emigrar económicamente o malvivir en la penuria de malos salarios, etc., lo que plantea problemas nuevos en todos los sentidos. Cuatro, el abismo que separa a la juventud concienciada con el sistema político-sindical reformista adulto se acrecienta y agrava objetivamente porque los esquemas mentales de estas fuerzas son los de la fase capitalista periclitada. Y cinco, se multiplican las presiones contra los sentimientos vascos y su conciencia nacional de clase porque el poder tremendo que va desarrollando el capital financiero-especulativo se refuerza con la nueva ideología ultra reaccionaria y cosmopolita –«ciudadano del mundo» y su lex mercatoria en el sentido de los tiburones bursátiles de los mercados financieros desregulados, de la «banca en la sombra», etc.–, lo que unido a lo anterior está creando una problemática nacional-juvenil incomprensible para el poder adulto, problemática que abarcará con sus contradicciones a la totalidad social cuando esta juventud se haga adulta.

Sin referencia organizativa, la potencialidad revolucionaria del pueblo trabajador vasco se podría definitivamente perder… históricamente ha habido casos como el PCE… ¿Se debería dar ya el paso de crear organización, de crear movimiento… o partido?

Esta pregunta es decisiva, así que debemos responderla sin prisas aclarando varias cosas: los servicios que ha cumplido y cumple el PCE al capitalismo español son los que explican su desplome a pesar del fascinante heroísmo de su militancia. Al menos, desde mayor de 1937 el PCE asumió la defensa del nacionalismo de la llamada «burguesía democrática» española, reforzada luego en 1956 con la «reconciliación nacional» y en 1977–1978 con la Constitución. Esta sumisión práctica es la que le ha hundido, su estalinismo y su eurocomunismo eran justificaciones ideológicas para explicar su sumisión al capital y al nacionalismo imperialista español. A la vez es la que ha impedido que surgieran verdaderas izquierdas revolucionarias, excepción hecha de colectivos que admiramos.

Mucho más aleccionadora es la putrefacción de EIA-Euskadiko-Ezkerra tanto por surgir de ETA como por las fuertes resistencias internas que intentaron evitar la debacle y lograron reconducir gran parte de su militancia a la izquierda pero eso se logró fundamentalmente a que seguía existiendo la «otra» ETA, la militar o de V Asamblea y el conjunto del movimiento de liberación. El caso de Auzolan, como imposible salida intermedia, es un ejemplo de ello. Por el lado radicalmente antagónico al PCE y a EIA-EE, tenemos otros referentes de lucha armada y política como los Comandos Autónomos, Iraultza e Iparretarrak. En otro nivel más «bajo» tenemos la impresionante práctica de formas de resistencia, de denuncia y protesta, de huelgas de todo tipo, de creación de movimientos populares y de colectivos para casi todos los problemas creados por la burguesía o para todos, de autodefensa en todas sus formas incluidas las de destrucción de propiedades burguesas, pero sin atacar a la vida humana. En la larga historia de las varias organizaciones de la Izquierda Abertzale en su sentido amplio y abarcado, y también en el restringido a sus siglas oficiales sucesivamente ilegalizadas, se ha producido una lista extensa de textos de diversa valía, pensados y debatidos en condiciones represivas y de asfixia política.

He comparado el reformismo más descarado con varias expresiones de la praxis revolucionaria en su generalidad para mostrar que el potencial emancipador que se sigue expresado en muchas luchas y que late en otras más tiene una impresionante «universidad popular» en la que aprender determinadas constantes que se reiteran en su esencia y que deben ser adaptadas a las nuevas realidades, mientras que simultáneamente estudiamos problemas nuevos, inexistentes hace treinta años. Ninguna referencia organizativa puede crearse sin esta dialéctica entre lo permanente, lo viejo y lo nuevo porque no es solamente teórica sino también vivencial, de experiencia vivida, de necesidades y deseos volcados en la militancia pasada y presente, con proyecciones al futuro, y frustrados más o menos por el giro desconcertante de la «nueva estrategia».

En base a lo que he expuesto con mucha rapidez, podemos decir que ya de entrada existen experiencias básicas. Una de ellas y fundamental es que la creación de nuevas organizaciones o colectivos es, además de un derecho incuestionable, también una constante que se repite en los momentos de crisis profunda. Con la estabilización definitiva del franquismo a comienzos de los años 50, se produjo la crisis de estrategia de los partidos que esperaban la intervención aliada después de 1945. Fue en ese momento cuando se creó Ekin enfrentándose al PNV. Coincidiendo con la crisis de la autarquía y el Plan de Estabilización de 1959 y la nueva oleada de luchas en 1961, se creó ETA. La aparición de nuevas organizaciones –ETA berri-MC y ETAVI-LCR– se produjo en plena crisis mundial iniciada a finales de los años 60. En este clima generalizado, en 1971 se crea Iparretarrak rompiendo con el viejo pacifismo. La aparición deLA IA y luego de ETA (p-m) y ETA (m) durante la crisis socioeconómica y política del franquismo. Los debates internos en el independentismo, las ambigüedades de la Alternativa KAS, las escisiones en ETA (p-m) por la deriva reformista de su dirección, la continuidad de la crisis del capitalismo y las luchas autónomas, hacen que surjan los Comandos Autónomos y poco después aparece la organización Iraultza que critica a las demás que no prestasen suficiente atención a las reivindicaciones obreras y populares.

No citamos a la mayoría de las organizaciones, solo a las más conocidas, porque es suficiente para ver que la vivacidad de la izquierda vasca en su sentido amplio se ha sostenido también en los aportes de críticas y de experiencias realizadas por nuevas organizaciones que se han ido creando o escindiendo de otras en los momentos de crisis. La misma historia de ETA en general muestra cómo las direcciones terminaban aceptando e integrando parte de críticas realizadas por las nuevas organizaciones surgidas o escindidas de ella, excepción hecha como es lógico de las cuestiones estratégicas esenciales para los objetivos históricos irrenunciables. La dialéctica del conocimiento explica perfectamente por qué se asumían planteamientos novedosos de otras organizaciones, excepto en las cuestiones de identidad de objetivos irrenunciables y de sus correspondientes estrategias.

Este mismo análisis podríamos extenderlo a las consecuencias para la izquierda mundial de las dos grandes depresiones anteriores, viendo cómo a grandes rasgos y dentro del desarrollo desigual y combinado, esas crisis y las oleadas de luchas que se propiciaron con el estallido de las contradicciones, facilitaron la creación de organizaciones nuevas o que se escindieron de otras ya anquilosadas. Lo que ocurre en la depresión actual es que ahora el capital debe enfrentarse a problemas nuevos, que no existían ni a comienzos ni a mediados del siglo XX, y que añaden dificultades cada vez mayores a los ya de por sí crecientes frenos internos a la acumulación de capital. El debate sobre los límites del capitalismo surgió antes del marxismo, intensificándose cada vez que la salida de una crisis se hacía a costa de echar el balón hacia adelante a patada limpia, es decir por la guerra y/o por otras formas de violencia, posponiendo para un futuro el estallido de nuevas crisis más devastadoras. Esta es la lección histórica incuestionable. Y ahora, y de forma cada vez más alarmante desde 2007, se está intensificando aquel debate iniciado con la economía política clásica, liberal, colonialista y premarxista.

La hecatombe de 2007 también hizo que surgieran organizaciones nuevas o a partir de grupos anteriores: en el Estado español tenemos a Podemos, Ciudadanos, Vox, multitud de colectivos de izquierda en barrios y pueblos, etc.; en las naciones oprimidas otro tanto. La socialdemocracia clásica, el laborismo y el partido demócrata yanqui, por centrarnos en ellos, sufrieron y sufren tensiones con sus alas reformistas duras. Incluso la «derecha civilizada» alemana, británica, francesa, por no hablar de la extrema derecha sufre presiones por sus derechas «más derechas». Recientemente tenemos en los chalecos amarillos franceses un ejemplo de libro : el salto en la compleja lucha de clases con la entrada en escena de fracciones de la clase obrera dormidas hasta ahora, que demuestran un dominio excelente de las intercomunicación horizontal y autoorganizada superando las limitaciones de las célebres «mareas» en el Estado español.

También tenemos otras luchas obreras y populares en Europa silenciadas por la prensa, o que no tienen más remedio que citar como la irrupción de la mujer trabajadora, del pensionado, de la juventud, de los movimientos populares de consumidores, las reivindicaciones de la polisexualidad, colectivos antirracistas, de apoyo mutuo, de libertad de expresión, de lucha internacionalista, de cultura crítica, socioecología y de calidad de vida, etc. Semejante policromía recuerda la exquisitez analítica de Lenin en el ¿Qué hacer?, o de Rosa Luxemburg cuando pulverizaba a quienes decían que la lucha de clases estaba desapareciendo, o la precisión quirúrgica de Mao sobre las clases sociales en China… Uno de los peores efectos que sobre la militancia abertzale ha tenido la socialdemocratización ha sido el desprecio engreído de la teoría marxista en general y en este caso en concreto de la organización.

Pues bien, esta aparente «vuelta» –nunca se fue– de la lucha de clases y a la vez de los neofascismos y fascismos, como su unidad de contrarios, solo se explica mediante la dialéctica entre la espontaneidad y las pequeñas organizaciones de izquierda que siempre resisten mal que bien, con dificultades, en el interior de la clase trabajadora en los períodos de relativa calma. Esta dialéctica se acelera durante las crisis fortaleciendo con frecuencia a las organizaciones revolucionarias que han sabido aguantar en las largas sequías si es que no cometen errores de sectarismo, dirigismo, etc. Durante las sequías sociales es vital no solo conservar la memoria de lucha y resistencia, la dignidad, sino también es vital seguir desarrollando la teoría porque siempre se deben extraer lecciones de la realidad en movimiento, sobre todo cuando parece que ese movimiento no existe, se ha paralizado y se ha impuesto la quietud, la «normalidad democrática».

Pongamos un ejemplo del valor de la teoría: en un debate reciente salió a colación el papel de la sociología como instrumento del capital, además de sus propias limitaciones para comprender los cambios cualitativos y súbitos. Se hablaba de las manipulaciones sociológicas del PNV-EITB como la del informe de finales de 2017 sobre la supuesta despolitización de la sociedad vasca, precisamente cuando se estaba viviendo una recuperación de las luchas como se vería a los pocos meses. Lo significativo fue que esa supuesta despolitización fue aceptada como verdadera por Naiz-Gara, que encima quiso hacernos creer que daba la razón a un vocero de EH Bildu que había dicho lo mismo poco antes. Una suficiente preparación teórica y sobre todo una vivencia interna en el malestar social creciente, hubiera bastado para descubrir la tramposa manipulación alienadora del PNV-EITB, pero las y los lectores de Naiz-Gara no tuvieron a su disposición una crítica teóricamente rigurosa de las limitaciones inherentes a la sociología y de su función política.

Este ejemplo, que podemos extenderlo al ridículo total de la sociología y de la casta política francesa para siquiera intuir la irrupción de los chalecos amarillos que también se movilizan en Euskal Herria, nos abre la puerta para entrar definitivamente al tema, en donde también se ha repetido la constante según la cual durante las crisis tienden a crearse o escindirse nuevas organizaciones. Dejando intentos fugaces que no llegaron siquiera a tener nombre, terminaron apareciendo colectivos como IBIL, el movimiento popular Amnistia Ta Askatasuna… mientras que otros movimientos populares, colectivos y personas reconocían cada vez más su distanciamiento con respecto al abertzalismo oficial. La decisión de suprimir la gran autonomía de la llamada «cuarta pata», los movimientos populares, encorajinó el choque ya de por sí duro. Los movimientos populares pasarían a ser simples correas de transmisión perdiendo su histórica autonomía que fue uno de los secretos de la gran fuerza de masas del MLNV. Quedarían solo «tres patas»: sindicato, organización juvenil y partido. Ya ha surgido la reflexión sobre si rápida o lentamente, al final el partido terminará dirigiendo al sindicato y a la organización juvenil.

Visto lo visto, es por tanto muy comprensible que se aceleren las dinámicas que, según se comenta, pueden ir confluyendo en una corriente más amplia que temprano o tarde se autoorganice por su cuenta dentro de la izquierda abertzale en su sentido amplio. Hablando un poco hegelianamente, se diría que su existencia correspondería a una especie de «ley histórica» confirmadas situaciones similares. Desde esta perspectiva hay que decir que su aparición, de producirse, no sería negativa para el conjunto de la lucha de liberación nacional de clase, aclararía posturas, sacaría a la luz debates que ahora se mantienen entre silencios y serviría para movilizar fuerzas ahora desilusionadas, que permanecen en la pasividad. Nadie, ninguna organización, puede negar el derecho a crear algo nuevo, y sería un error garrafal intentar destruirlo con trucos sucios.

Yo no soy nadie para decir cuándo tiene que surgir ese colectivo y menos cómo debe hacerlo. Los dirigismos mesiánicos han fracasado siempre.

En estos años de orfandad organizativa se han podido dar casos de «iluminados», organizaciones estatales que han ido a Euskal Herria «a pescar» o incluso sinvergüenzas políticos que han creado «chiringuitos» arrogándose la historia del MLNV… si no se crea organización… ¿Piensas que este tipo de «fenómenos» podría consolidarse?

Personalmente veo incorrecto que izquierdas que se sienten españolas y que creen que la única forma organizativa posible es la sometida al centralismo estatal, tengan o busquen implantación en las naciones oprimidas por su propio Estado. Pienso que es una ceguera absoluta no haber comprendido aún las terribles lecciones del fracaso de la URSS estalinizada a la hora de resolver el agudo problema del nacionalismo imperialista gran-ruso. A pesar del triunfalismo oficial sobre la resolución de los llamados «problemas nacionales», rápidamente se demostró que el fortalecimiento de nacionalismo gran-ruso era necesario para estabilizar el poder de la burocracia y que este fue uno de los detonantes de la implosión de la URSS. Es ilógico mantener contra viento y marea tesis organizativas en lo territorial después de casi 102 años del inicio de la revolución bolchevique que en los primeros años resolvió magistralmente este asunto, pero fue desbordada luego por el renacer del nacionalismo gran-ruso. Es dogmático y suicida para esa izquierda querer trasladar mecánicamente la experiencia en sí misma contradictoria de un imperio tan diferente a las naciones oprimidas por el Estado español, en otra fase capitalista, con una estructura de clases diferente, con medios de comunicación en tiempo real que no existían entonces…

Por lo que yo sé, la mayoría de las izquierdas revolucionarias españolas asumen y defienden el derecho de autodeterminación, aunque son menos las que militan activamente en favor de la independencia socialista de las naciones oprimidas por su Estado. Pero también existen, por un lado, colectivos que dicen claramente que ahora no hay que movilizarse por la independencia, que hay que esperar a que adquiera más fuerza, que hay que esperar a ver si se refuerza o se debilita, para decidir entonces qué postura tomar. Ven la independencia como una reivindicación más de un sector de la población, un frente de lucha táctico sin valor estratégico en el que se debe incidir según las circunstancias puntuales. Creen que lo decisivo es la lucha unitaria en el Estado nacionalmente opresor, la conquista de la República española como vía para resolver problemas secundarios como el de los derechos nacionales. No comprenden la dialéctica del desarrollo desigual y combinado que ahora es, como mínimo, a escala europea; no entienden qué es eso de lucha nacional de clase ni tampoco qué es el marco autónomo de lucha de clases. No comprenden porqué la lucha de clases en Euskal Herria tiene particularidades y singularidades que no existen ni en España ni en Francia.

Por otro lado, existe por ahora una reducida corriente nacionalista de izquierdas que sostiene que los «separatismos» son reaccionarios, que el Estado socialista español ha de ser centralizado. No hablo de las diversas familias del reformismo de Izquierda Unida, del Partido Comunista de España, etc., sino de grupos que se definen comunistas. Tenemos que establecer con todos ellos relaciones fraternales de debate riguroso sobre el socialismo y el comunismo y la estrategia adecuada haciendo especial hincapié en el imperialismo y las opresiones nacionales, y en el Estado como forma política del capital.

Existen condiciones sociales que facilitan que sectores de la juventud trabajadora acepten los argumentos sobre la prioridad de la revolución en el Estado, porque no encuentran argumentos en la Izquierda Abertzale en su conjunto. Aunque en Sortu y en Ernai-Aitzina se aprecia muy recientemente un intento de recuperar cierta imagen y contenido socialista, tenemos que tener en cuenta las ataduras que han aceptado con respecto a EH Bildu arriba comentadas, lo que les frena casi en seco a la hora de explicar el marco autónomo vasco de lucha de clases, la lucha de nacional de clase, la dialéctica entre clase obrera y pueblo trabajador, el papel clave del movimiento popular, la autoorganización del poder juvenil en gaztetxes, etcétera. Lo tienen aún peor: no se puede explicar lo que no se practica porque la mejor pedagogía es el ejemplo. Si surge esa organización de izquierda abertzale, sin duda ese será uno de sus campos de acumulación de fuerzas independentistas.

Además de esto, sí pueden existir intereses para apropiarse de la tradición y de los logros incuestionables de la Izquierda Abertzale, desvirtuándolos. No sería la primera vez. De hecho, esa especie de «robo» ha sido y sigue siendo un hábito en muchas izquierdas europeas que han intentado apropiarse en su provecho de la heroicidad de las guerras revolucionarias de liberación nacional en el mal llamado Tercer Mundo. La adoración casi fetichista de Che, de Mao, de Ho Chi Minh, de Cabral, de Marighella, de Sankara, de Marulanda, de Sendic, y cada vez más de revolucionarias decisivas, etcétera, ha servido para tapar las enormes incapacidades de grupúsculos que, para colmo, se creen en el derecho de dictar órdenes a otros pueblos que sí luchan. Para algunos de estos grupos sería una baza manipular la historia del MLNV para usarla como aval.

Argala, Txabi Etxebarrieta, la V Asamblea… ese tesoro ideológico… ¿No crees que sin referencialidad organizativa pueda perderse o caer en manos de los citados en la anterior pregunta?

Cabe esa posibilidad, pero hay otros dos problemas realmente graves, a saber: que ese tesoro se pierda definitivamente, o peor, que sea tan edulcorado, tan descafeinado, tan purgado de su fuerza revolucionaria, de su atractivo ético y de su potencial de futuro que al final sirva para justificar un reformismo que se legitime en figuras mitificadas, vaciadas de sí mismas. Los tres peligros son ciertos. El primero de ellos, el que tú planteas, es el más fácil de evitar mediante una permanente discusión teórica con esas izquierdas. El segundo, borrarlo definitivamente, es la obsesión del capital, y está directamente relacionado con lo visto al principio sobre conseguir que la supuesta «derrota policial» sea en realidad la extirpación de las raíces sociales que hacen de ETA un fenómeno activo políticamente en la memoria popular, aunque ya no exista como organización. Una parte de la llamada «batalla por el relato», que en sí es una dura batalla política, busca simplemente destruir todo «relato» que no cuadre con el nacionalismo español más reaccionario.

La tercera y última es la más peligrosa y a la vez las más fácil porque no se intenta acabar con toda la historia de sesenta años, sino lo que se busca en realidad es acabar con los contenidos que siguen siendo válidos en el presente y lo serán en el futuro. Se individualiza a algunos militantes especialmente apreciados, se les aísla y descontextualiza, se rompe la relación interna entre sus ideas y proyectos políticos con los que entonces existían de modo que no hay apenas posibilidad de contrate y se «demuestra» después que el presente ha cambiado cualitativamente, que ya no es la misma sociedad vasca que entonces existía. De este modo, pueden ponerse imágenes de Argala, por ejemplo, en algún periódico incluso con una frase suya que siga impactando emocionalmente, pero se le ha quitado la estrategia de largo alcance, y los objetivos por los que luchó pueden ser difuminados hasta volverlos irreconocibles.

En los dos peligros últimos están presentes diversos «relatos»: estamos frente a un mercadillo de cuentacuentos que coinciden en que el pueblo ignore el contenido político socialista y comunista de ETA al menos desde su IV Asamblea. Paseemos por el supermercado de las ideologías en general y de los «relatos» sobre ETA y podremos quedarnos con el que más nos guste, y cuando nos cansemos de él lo cambiaremos por otro, y por otro…

Una última pregunta… En la reciente feria del libro de Durango el colectivo Boltxe ha presentado un libro que lleva tu firma junto a la de Josemari Lorenzo Espinosa acerca de nacionalismo revolucionario vasco con una portada que no deja lugar a dudas… háblanos del libro y de lo que habéis tratado de trasmitir.

El libro es una continuación y extensión del primero –ETA. La historia no se rinde– y pretende desarrollar cuestiones importantes que en el primero no tenían cabida, además la editorial Boltxe ha añadido un Apéndice escrito por Jon Iurrebaso. En mi caso particular sigo el proceso de las dos escisiones más fundamentales, la de la Oficina Política en 1966 – 1967 y la de la Dirección en el interior en 1970. Intento mostrar cómo se fueron creando las primeras bases de lo que algunos definimos como «marxismo vasco» precisamente durante aquellos años decisivos. Luego vendrían otras discusiones y escisiones, seguidas parcialmente en la Introducción al primer libro, tenían contenidos diferentes porque ya se había asentado una visión común muy diferente a la de ETA berri-MC y ETAVI-LCR.

En realidad, una de las causas de estas dos escisiones ya estaba presente en 1964, año de la IV Asamblea en la que ETA asume un socialismo algo borroso en muchas cosas, pero con un principio interno que explica lo sucedido hasta hoy: en ese año, en un documento de la organización se afirma que lucha por algo inconcebible para el resto de fuerzas políticas: la independencia de un pueblo que quiere construir el socialismo en el centro de Europa. Si lo analizamos bien, toda lucha dirigida a la supresión de la propiedad privada en cualquiera de sus formas, es sentida como inconcebible, como inimaginable por el poseedor de esa propiedad que ha sido arrancada a la comunidad, al pueblo. Euskal Herria es propiedad privada del capital financiero-especulativo, no es propietaria de sí misma como nación trabajadora explotada. Su independencia y la desmercantilización de la lengua y cultura vasca, es decir, su supervivencia, solo será real en la medida en que exista un poder obrero y popular que dirija la recuperación de la propiedad colectiva. Un ejemplo de todo lo que hemos visto, es que ahora este objetivo histórico que sintetiza en y para Euskal Herria la historia de la humanidad explotada, también es visto como inconcebible por sectores de la Izquierda Abertzale.

Bueno, Iñaki, gracias por el tiempo dedicado, por tus respuestas… y seguimos todas y todos en la pelea… eskerrik asko!

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