Chile. Por qué Piñera no firmó el Pacto Mundial de la ONU sobre migración

Resumen Latinoamericano / 11 de diciembre de 2018 / Paul Walder, Politika

El modelo chileno no puede suscribirse en un orden liberal global. No comparte sus principios ni sus fines. Así como sus gobiernos estuvieron aislados de los procesos de integración latinoamericana de las pasadas décadas, hoy inicia un aislamiento del mundo y se estrella con la globalización y el multilateralismo.

Al neoliberalismo chileno le queda poco de liberalismo. Retorna a sus orígenes, a sus fuentes y, de forma especial, a sus instaladores y sostenedores. El paso transicional de dictadura a democracia queda atascado en un régimen presidencial de rasgos autoritarios, un parlamento retórico de alto costo que refrenda documentos y un Estado oligárquico. Ha sido así desde el inicio de la transición y hoy, con la derecha y las grandes corporaciones al mando, profundiza sus desvíos.

La instalación del modelo neoliberal durante la dictadura de Pinochet se hizo sobre la base de la represión y la violencia. Un modelo de libre mercado bajo un régimen dictatorial escapa a cualquier denominación liberal: sin Poder Legislativo, con todas autoridades designadas y con la población amenazada por el terrorismo de Estado, Chile tuvo una de las más despiadadas dictaduras de Latinoamérica. Control completo de la población a través de los aparatos de seguridad y una libertad plena entregada al poder económico. Si durante la transición el país tuvo un relajo en normas relativas a los ciudadanos, no así en el núcleo de la institucionalidad económica, que hoy tiende a regresar a sus orígenes. Hablemos de libre mercado, o de un post liberalismo.

El rechazo del gobierno de Sebastián Piñera a firmar el Pacto Mundial de la ONU por la migración (que han firmado 164 estados de los 193 miembros) es una expresión más del espíritu que ha modelado el Estado chileno. Autoritarismo, control y sobre todo un enfermizo nacionalismo. Las élites privilegiadas, todas al amparo de las grandes corporaciones, entienden al país tal como lo hicieron las oligarquías durante toda la república. Como una gran hacienda bajo sus propias leyes. Hace poco más de un mes, este mismo gobierno se restó a la suscripción del acuerdo ambiental de Escazú, levantando una imbricada retórica para liberar a las grandes empresas mineras y extractivas de normas en defensa del medio ambiente y de residentes de los territorios afectados.

El modelo chileno no puede suscribirse en un orden liberal global. No comparte sus principios ni sus fines. Así como sus gobiernos estuvieron aislados de los procesos de integración latinoamericana de las pasadas décadas, hoy inicia un aislamiento del mundo y se estrella con la globalización y el multilateralismo. El único canal que mantiene abierto desde sus orígenes es la libertad comercial y los flujos de capital expresado en los múltiples de acuerdos de libre comercio. Libertad para el tránsito de bienes, servicios y capitales, pero barreras a la circulación de personas y trabajadores.

El multilaterarismo no solo es el tráfico de mercancías. Es, en teoría, también la cooperación y la integración internacional. La soberanía se ejerce no desde las pasiones o el resbaladizo sentido común, sino mediante el diálogo internacional. El Pacto Mundial sobre la migración, que defendieron países muy afectados por este fenómeno como Alemania y Canadá, toma en cuenta la condición de casi 300 millones de personas en el planeta y la tragedia presente de migrantes y refugiados que mueren cada día huyendo de la miseria, las mafias y regímenes opresivos. Antonio Guterres, el secretario general de la ONU, alertó en Marrakech que desde el 2000 han muerto más de 60 mil personas en este trance humanitario.

Quienes en el mundo se opusieron al Pacto Mundial sobre la Migración han sido los regímenes nacionalistas y xenófobos, muchos con rasgos fascistas. Solo un puñado de países, entre los que está Chile y República Dominicana entre los latinoamericanos, se restaron al acuerdo, en tanto un grupo similar pidió más tiempo para observar detalles. Estados Unidos de Trump, sin sorprender a nadie, se retiró del pacto el año pasado y aprovechó estos días para volver a maldecirlo.

Chile se ha alineado en silencio y con un torcido discurso político con los populismos, la xenofobia y el racismo que campea por todos los continentes, comenzando por América del Norte y Europa. Se protege y se aísla de aquellos acuerdos internacionales y regionales que avanzan en el respeto de los derechos humanos, de los pueblos originarios y la protección laboral y ambiental pero extiende y profundiza todos esos que favorezcan el comercio y el extractivismo. En suma, expresa en su política internacional el pensamiento y los intereses del gran capital y las élite favorecida.

Como ya es habitual, la negativa chilena a la suscripción del pacto ha sido una simple omisión, una ausencia y un silencio. Una decisión tomada desde la presidencia sin mayor discusión que la deriva de Piñera hacia las posturas más reaccionarias de su coalición. Por semanas, las redes sociales se inundaron de videos y mensajes contrarios a la firma del acuerdo, campaña que estuvo organizada y financiada desde los grupos de extrema derecha, como Acción Republicana de José Antonio Kast y el Movimiento Social Patriota, colectividad oscura sin líderes identificables. La decisión de Piñera, sin ninguna argumentación de peso y con fuertes rasgos autoritarios, fue comunicada y defendida entre pobres balbuceos de subsecretarios y ministros. Que la migración no es un derecho humano, que la soberanía nacional, que la Corte Internacional de Justicia de La Haya y otros engendros de última hora.

Si por estas latitudes la política la rige la opinión pública modelada por los medios de comunicación y las redes sociales, la escena mundial tampoco es muy clara y brillante. La globalización, levantada hacia finales del siglo pasado, ha creado riqueza como nunca en la historia económica a costa del empobrecimiento de millones de personas que viven de su trabajo, en tanto ha dejado a otros sin fuente laboral. El movimiento de los chaquetas amarillas en Francia es síntoma y reacción a la globalización neoliberal, pero también lo es la emergencia de todo tipo de nacionalismos y regímenes filo fascistas mediante discursos del miedo y del odio. En esta perturbación política tan mundial como lo ha sido la misma globalización, tal vez el peor destino para la humanidad, y también para las otras especies animales y el ambiente en general, será aquella fusión entre capitalismo desregulado y autoritarismos populistas.

Chile se hunde nuevamente bajo el doble peso.

 

You must be logged in to post a comment Login