Latinoamérica /Manuela Sáenz: La Libertadora feminista

23 nov. CI.- Manuela Sáenz fue una de las mujeres que jugó un papel fundamental en la lucha de independencia contra España. Espía, organizadora y poderosa conspiradora incentivo la organización rebelde contra el poder monárquico español. Hizo parte del Estado Mayor del Ejército Libertador de Bolívar y peleó junto a Antonio de Sucre en Ayacucho, siendo la única mujer que pasaría a la historia como heroína de esta batalla.

Nació en 1795 en Quito, ciudad en la que los grandes salones que acogían a la aristocracia e imponían un modelo de vida europeo en una realidad completamente distinta a las ciudades del viejo continente, lo que sustentaría, de algún modo, las continuas discrepancias entre patriotas y realistas.

Fue hija natural de Simón Sáenz, comerciante español y realista, y de María Joaquina de Aizpuru, de linaje español y que tomaría partido por los rebeldes, lo que conlleva una gran influencia para Manuela.

Desde muy joven entró en contacto con una serie de acontecimientos que animaron su interés por la política. En 1809 la aristocracia criolla ya estaba conspirando contra el poder de la corona española, lo que resultó en una serie de revueltas cada vez más sangrientas y, en este sentido, fue partidaria del movimiento revolucionario y ayudó a Manuela Cañizares para que los revolucionarios se reunieron de forma clandestina en su casa.

Por causa de las propias revueltas, Manuelita se ausentó de la ciudad para refugiarse junto a su madre en la hacienda de Catahuango en la que tuvo alguna participación llevando y trayendo mensajes en medio de los afanes independentistas. Allí se convirtió en una excelente amazona, mientras su madre le enseñaba a comportarse en sociedad y a manejar las artes del buen vestir, el bordado y la repostería. Tiempo después ambas regresaron a Quito, y Manuelita ingresó, con 17 años al convento de monjas de Santa Catalina.

No obstante, su ímpetu rebelde la llevó a abandonar la clausura del convento. Aprendió a leer y a escribir en una época en la que ese aprendizaje estaba determinado para los hombres. A los 19 años la obligaron contraer matrimonio con James Thorne, un médico de cuarenta años que comerciaba con su padre y al que nunca llegó a amar.

En 1819, los limeños comenzaban a conspirar y Manuelita se convirtió en una de las activistas principales. Las reuniones se realizaban en su casa y las disfrazaba de fiestas; actuaba de espía y pasaba información. Participó en las negociaciones con el batallón de Numancia, y en 1822, una vez liberado Perú, fue condecorada “Caballeresa del sol, al patriotismo de las más sensibles”.
Manuelita y el Libertador

Con la excusa de acompañar a su padre, Manuelita marchó hacia Quito para colaborar activamente con las fuerzas libertadoras: llevaba y traía información, curaba a los enfermos y donaba víveres para los soldados. El 16 de junio de 1822, Simón Bolívar entró triunfalmente en la ciudad y, después de un cruce de miradas, fueron presentados en un baile en homenaje al Libertador.

A partir de entonces mantuvieron una relación sentimental en la que Manuelita participó activamente en la consolidación de la independencia del Ecuador, tanto fue su compromiso que le regaló un uniforme, el cual utilizó en varios momentos en especial a la hora de sofocar algún levantamiento. La muerte de su padre la motivó a regresar a Lima.

Fue nombrada por Bolívar miembro del Estado Mayor del Ejército Libertador y peleó junto a Antonio de Sucre en Ayacucho, siendo la única mujer que pasaría a la historia como heroína de esta batalla. Una vez aprobada la Constitución para las nuevas naciones, marchó a Bogotá junto al Libertador.

Manuelita militaba activamente en el partido bolivariano y se encargaba de llevar los archivos del Libertador. Durante el día se vestía de soldado y, junto a sus fieles sirvientas, se dedicaba a patrullar la zona. Cuidaba las espaldas de Bolívar. El 25 de septiembre de 1828, gracias a su intuición, lo salvó de un atentado dirigido, al parecer, por Francisco de Paula Santander, enfrentándose a los conspiradores mientras su protegido huía por la ventana; a raíz de este acontecimiento Bolívar le dijo: “Eres la Libertadora del Libertador”. Solía organizar en su casa representaciones en las que era habitual la burla hacia los enemigos del de la República; la “quema de Santander” era una de las actuaciones preferidas.

En 1830, Bolívar tuvo que refugiarse en Santa Marta, lugar en el que murió siete meses después. Tras conocer la muerte de su amado, Manuelita, decidió suicidarse. Se dirigió a Guaduas, donde se hizo morder por una víbora, y fue salvada por los habitantes del lugar. Después de esto, y como respuesta a las continuas calumnias en su contra, escribió La Torre de Babel (1830), motivo por el cual se le emitió una orden de prisión y fue encerrada en la cárcel de mujeres. Su padre logró conseguir un indulto y fue obligada al exilio, así que se desplazó hasta Jamaica.

Manuela volvió al Ecuador en 1835. El presidente Vicente Rocafuerte, ante la noticia de su llegada, determinó su destierro y volvió a Jamaica donde se radicó en el puerto de Paita, donde subsistió elaborando dulces, tejidos y bordados para la venta, ya que las rentas por el arrendamiento de su hacienda de Catahuango, en Quito, no le eran enviadas. Fue muy importante para la gente de Puerto Paita, al punto de tener la potestad de bautizar a los niños y las niñas con la condición de que se llamarán Simón o Simona.

Contrajo difteria y murió por las complicaciones de esta enfermedad el 23 de noviembre de 1856. Su cuerpo fue sepultado en una fosa común del cementerio local y todas sus posesiones, para evitar el contagio, fueron incineradas, incluidas una parte importante de las cartas de amor de Bolívar y documentos de la Gran Colombia que aún mantenía bajo su custodia. Manuela entregó a O’Leary gran parte de documentos para elaborar la voluminosa biografía sobre Bolívar, de quien Manuela dijo: “Vivo adoré a Bolívar, muerto lo venero”.

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