Guatemala: Muertes por desnutrición aguda suben 79 por ciento/ ¿Tejidolatría y falolatría indígena?

Por Andrea Orozco/ Resumen Latinoamericano/ 25 de julio 2018

Los casos de desnutrición aguda aumentan en el país, sobre todo en Alta Verapaz.

(Foto: Hemeroteca PL)

En Alta Verapaz se concentra la mitad de casos de niños fallecidos este año, cuando históricamente esas cifras se daban en Huehuetenango y San Marcos.

Hasta el 26 de mayo último, el Ministerio de Salud había registrado la muerte de 25 niños menores de 5 años por desnutrición aguda, un 79 por ciento más de casos en relación con el mismo período del 2017, cuando la cantidad fue de 14.

Los registros, además, indican que casi la mitad de las muertes ocurrieron en Alta Verapaz, departamento que, si bien figuró en años anteriores por el registro de niños fallecidos, ahora concentra casi la mitad de las víctimas (11).

Entre el 2014 y el 2017 Huehuetenango y San Marcos fueron los departamentos que compartían la mitad de muertes de niños, según los registros en la página del Sistema de Información Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Siinsan).

Los municipios de Alta Verapaz que registran muertes de menores con desnutrición aguda son Panzós, con cuatro casos; Tucurú, con dos; y San Pedro Carchá, Chisec, Fray Bartolomé de las Casas, San Cristóbal Verapaz y Santa Catalina La Tinta, con un caso cada uno.

Otros departamentos afectados con este tipo de muertes son San Marcos y Huehuetenango, con cinco casos cada uno; y Chiquimula, Sacatepéquez, Jalapa e Izabal, con un caso cada uno.

De los niños fallecidos, el 84 por ciento (21) tenían menos de 2 años de edad, y son parte del grupo que debe ser atendido por el programa Ventana de los Mil Días. De ellos, 15 murieron entre enero y febrero últimos.

Un choque séptico, es decir, una infección generalizada, fue la causa de muerte de 14 de los menores con desnutrición aguda, y cuatro de las 25 víctimas fallecieron en su casa.

Prensa Libre consultó a la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Sesán) sobre las razones del incremento en las muertes y el factor que hace que Alta Verapaz tenga más decesos por desnutrición aguda, pero el Departamento de Comunicación Social informó que la consulta debía hacerse al Ministerio de Salud, que recolecta los datos.

El jefe de la Sesán, Juan Carlos Carías, no respondió a las llamadas efectuadas a su teléfono celular.

Por su parte, el ministro de Salud, Carlos Soto, respondió que se hacen los análisis y que será el próximo lunes cuando tengan un panorama sobre lo que ocurre.

Los datos del Siinsan también indican que hasta el 16 de junio se habían detectado cinco mil 966 menores de 5 años con desnutrición aguda.

Problemas de registro

Andrea Aldana, defensora del Derecho a la Alimentación de la Procuraduría de los Derechos Humanos, afirma que los datos reportados por Salud solo reflejan a los niños que llegan a los servicios, como centros y puestos de salud y hospitales, pero no a quienes no reciben asistencia, por lo que es necesario hacer barridos nutricionales.

“Salud debe fortalecer su estrategia de primer nivel de atención. Toda esa población no se registra”, indicó la defensora.

La profesional advirtió de que esta falta de información afecta los registros de la cartera, los cuales deberían ser lo más exactos posible, para que otras entidades, coordinadas por la Sesán, puedan trabajar para que disminuyan los casos.

Noemí Racancoj, quien representó a las entidades sociales en el Consejo de Seguridad Alimentaria y Nutricional y es activista en asuntos de seguridad alimentaria, afirmó que el problema tiene que ver también con el cambio, en algunos departamentos, de los delegados de la Secretaría.

La activista señaló las diferencias entre Totonicapán, San Marcos y Quetzaltenango, de donde tiene información de primera mano y cuyo tratamiento de la desnutrición aguda es distinto.

En Totonicapán, refirió, no hubo cambio de delegado y el trabajo con la comunidad es muy activo, se hacen visitas al domicilio para peso y talla y se da consejería en el idioma materno, contrario a lo que ocurre en los departamentos del occidente, donde no hay acciones que den resultados.

Infografía Prensa Libre: Marco Flores
Infografía Prensa Libre: Marco Flores

Baja dudosa

Los datos del Siinsan demuestran, al comparar las cifras con la misma fecha de años anteriores, que entre el 2015 y 2016 hubo un repunte en los registros de niños con desnutrición aguda, sobrepasando los seis mil casos.

En el 2016, año en que comenzó la administración de Jimmy Morales, el dato fue de seis mil 275  menores de 5 años con desnutrición aguda, pero para el 2017 la cantidad se redujo a cinco mil 675, y este año van cinco mil 283; sin embargo, según Aldana y Racancoj, no hay acciones gubernamentales que hagan suponer que la baja obedece a una estrategia.

Muestra de esto, dijo Aldana, es la debilidad en el registro de Salud, las dificultades para que el Ministerio de Agricultura entregue raciones de alimentos a familias con riesgo de inseguridad alimentaria y que el Ministerio de Desarrollo Social tuvo la más baja ejecución el año pasado y  ha mostrado problemas en la entrega de los programas sociales.

Racancoj señaló que, además, en los servicios de salud no hay abastecimiento de alimento terapéutico listo para el consumo (ATLC), con el cual se recupera a los niños con desnutrición aguda, y dijo que tampoco se da acompañamiento a las familias de los menores en  riesgo.

Datos de Hambre Cero fueron cuestionados

Durante el gobierno del Partido Patriota se impulsó el Pacto Hambre Cero, con el cual se pretendía reducir la desnutrición crónica en 10 por ciento durante toda la administración.

En el 2013, el Gobierno anunció una reducción del 1.7 por ciento en la desnutrición crónica y lo atribuyó al trabajo del Pacto Hambre Cero; sin embargo, al analizar las encuestas que servían de base para ese logro se encontró que la reducción ocurrió en niños mayores de 2 años y que no habían sido atendidos por el programa.

Por el contrario, se incrementó el porcentaje de niños con desnutrición crónica cubiertos por la Ventana de los Mil Días, bajo el Pacto Hambre Cero. En su informe de tercer año de gobierno, el entonces presidente Otto Pérez Molina destacó esa reducción en la desnutrición crónica, así como la baja de 26 por ciento en la mortalidad infantil y que la desnutrición aguda se redujo en 15%; no obstante, sectores indican que no hubo acciones que justificaran esas bajas.

fuente: Contrapunto

Guatemala: ¿Tejidolatría y falolatría indígena?

Por Ollantay Itzamná, Resumen Latinoamericano, 25 julio 2018

Entendemos por tejidolatría a la cuasi idolatrización de los tejidos o atuendos. Al grado de condenar casi a una muerte civil a todos cuantos se atrevan a “profanar” o criticar el origen de dichos tejidos. Incluso al grado de reificar el uso o no de la vestimenta como la razón ontológica del ser o no indígena.

Por falolatría entendemos a la idolatrización de insignias de poder con forma fálica. Como si a través del contacto o manipulación de dichos palos o bastones el mundo divino comunicase su sapiencia y poder a los humanos (caso, Moisés bíblico).

En ambos casos, el cuestionamiento a la sociogénesis, al devenir histórico y a la carga ideológica de dichos objetos culturales son implacablemente repelidos y censurados por los centinelas culturalistas. Rayando incluso en fundamentalismos.

La falolatría y tejidolatría construyen una moral culturalista entre nosotros indígenas. Muy similar a la moral sexual cristiana. Se permite todo tipo de violaciones de derechos, menos la afrenta al tejido o al bastón ancestral.

En consecuencia, tenemos hermanas y hermanos con exóticos “indumentarias indígenas”, crecientes legiones de ancestrales bastón en mano, adornando con su presencia lujosos salones de eventos comerciales o turísticos, pero silentes y ausentes ante el sangriento saqueo permanente que ocasiona el sistema neoliberal y los estados criollos en nuestros países.

Quienes disputan al voraz sistema neoliberal, desde los territorios y desde las calles, no son necesariamente las autoridades ancestrales, mucho menos las resignicadoras de los trajes típicos. Somos indígenas y campesinos, sin cooperación internacional, sin atuendos, ni bastones, que forjamos fecundas resistencias creativas. Exigiendo y ejerciendo derechos políticos, más allá del culturalismo de los derechos indumentarios.

Los actuales trajes típicos indígenas, no son exclusivos, ni milenarios. Tampoco el bastón

Sea por desgana mental o la comodidad que brinda el folclorismo multicultural, muchos indígenas asumimos que los policromáticos tejidos que usamos son “herencias milenarias, expresión de la resistencia y mística de nuestros abuelos/as”. Eso no es verdad.

El bagaje simbólico y material de nuestros pueblos, es producto del encuentro o desencuentro entre pueblos (somos interculturales). Y la invasión y Colonia europea tienen su impronta.

En el caso de los tejidos, tanto en sus diseños y colores, son producto de la invasión y colonización. Nuestros abuelos tenían ropa, y bien elaborada, pero el colorido y diseño que aún persiste, de manera compartida, en todos los pueblos indígenas de Abya Yala, es la huella de la Colonia. Nos guste o no.

Ud. observe en simultáneo la indumentaria mapuche, quechua, aymara, quichua, maya, azteca, etc., verá que aparte de lo coloridos que son, los diseños son similares. Los dibujos y trazos en los tejidos son los mismos. En este momento, en la ciudad de Xela, Guatemala, se elaboran cortes (traje para mujeres) con técnica y estilo quichua ecuatoriano, y las mayas los compran como tejido maya, por la moda.

Ud. observe las polleras, sus pliegues, que usan las aymaras del antiplano andino, y compare con los cortes (faldas) que usan mayas poqhonchís y q’echís en Guatemala. Son los mismos diseños. Ni qué decir de los pochos que usamos indígenas de México, Perú y Bolivia. Los mismos. Cambian la tonalidad de colores.

Lo más demoledor para cuantos creen que somos portadores de exclusivos trajes milenarios es cuando uno observa, con vista antropológica, las monografías del cineasta español Luis Buñuel, a inicios del pasado siglo. En especial el documental titulado Las Hurdes, pueblos empobrecidos del norte de España[1]. Allí están los vestigios europeos más próximos de los pochos que usamos los indígenas en América Latina. Allí están los vestigios de los actuales estilos de la gestión corporal de nuestras madres y hermanas indígenas.

O veamos ornamentos rituales católicos como el sobrepelliz que usan los monaguillos y el atuendo ceremonial del pueblo maya q’anjobal, son casi calco y copia uno del otro. ¿Por qué será?

Con el bastón de mando ancestral, resignificado y visibilizado, en las dos últimas décadas, en Guatemala, por la cooperación internacional, ocurre algo similar. Existían autoridades en nuestros pueblos con insignias de poder. Pero, los invasores, para someter a nuestros pueblos nombraron capataces indígenas para vigilar a los nuestros, y les entregaron el bastón de mando, como insignia de poder casi real. Desde entonces, los “cabeza de capules” (así los denominan las crónicas de la época) se constituyeron en autoridades indígenas, bastón en mano, al servicio del poder colonial. Y, en los últimos años, sobre las olas del turismo exótico, se ha convertido en la ancestral insignia del poder. Poder, ¿al servicio de quién?

¿Por qué Guatemala tiene tantos trajes e idiomas diferentes?

A diferencia de América del Sur, en la actual Centro América, durante la Colonia española, se constituyeron pueblos indios (reducciones indígenas bajo el mando civil colonial). Y según registros de Martínez Peláez, en la Provincia de Guatemala fue el único lugar donde funcionaron óptimamente dichas reducciones. Habla de más 520 pueblos indios.

En dichas reducción, nuestros abuelos/as subsistían en un cautiverio, con un feroz sistema de control/vigilancia para evitar fuga de la mano de obra indígena disponible. La fuga o el cambio de residencia de indígenas era brutalmente castigado.

Los emisarios de la Corona, ante la imposibilidad de controlar los cuerpos (fenotipos) y movimientos de los indígenas, promovieron e impusieron vestimentas propias para cada pueblo, tipo uniforme. Era la única manera de diferenciar a los mayas, e identificar a todo desobediente fugitivo fuera de su reducción.

Los actuales trajes indígenas surgieron como chip para la verificación-control-castigo contra nuestros abuelos

Los pueblos indios funcionaron en Guatemala durante la Colonia gracias a que en los cautiverios indígenas se promovieron idiomas, trajes y otros símbolos propios para cada pueblo. Diferentes entre sí. La vestimenta propia de cada pueblo fue utilizada como herramienta de subyugación y delación del indígena en fuga.

En la época Colonial muchos de nuestros abuelos hubiesen deseado quitarse ese chip de control y monitoreo, pero no pudieron hacerlo porque el mercado de ropa no era “libre”.

De un tiempo a esta parte, esos símbolos materiales, despreciados por siglos, toma relevancia en un mundo obsesivo por el exotismo indígena. Y, entonces, intereses oscuros distraen o desmovilizan las luchas emancipatorias de nuestros pueblos entreteniéndonos en culturalismo, sin ninguna proyección política.

Incluso hermanas y hermanos, con discursos indigenistas, trajeados y varas en manos, incluso con títulos universitarios, nos dicen que a lo máximo que debemos aspirar es a defender y proteger la intangibilidad de nuestra indumentaria y la simbolización de nuestros falos. Mientras tanto, los estados criollos neoliberales nos saquean todo por todas partes. Y nuestros centinelas de trajes y varas, silentes o ausentes.

Por Ollantay Itzamná, Resumen Latinoamericano, 25 julio 2018

Entendemos por tejidolatría a la cuasi idolatrización de los tejidos o atuendos. Al grado de condenar casi a una muerte civil a todos cuantos se atrevan a “profanar” o criticar el origen de dichos tejidos. Incluso al grado de reificar el uso o no de la vestimenta como la razón ontológica del ser o no indígena.

Por falolatría entendemos a la idolatrización de insignias de poder con forma fálica. Como si a través del contacto o manipulación de dichos palos o bastones el mundo divino comunicase su sapiencia y poder a los humanos (caso, Moisés bíblico).

En ambos casos, el cuestionamiento a la sociogénesis, al devenir histórico y a la carga ideológica de dichos objetos culturales son implacablemente repelidos y censurados por los centinelas culturalistas. Rayando incluso en fundamentalismos.

La falolatría y tejidolatría construyen una moral culturalista entre nosotros indígenas. Muy similar a la moral sexual cristiana. Se permite todo tipo de violaciones de derechos, menos la afrenta al tejido o al bastón ancestral.

En consecuencia, tenemos hermanas y hermanos con exóticos “indumentarias indígenas”, crecientes legiones de ancestrales bastón en mano, adornando con su presencia lujosos salones de eventos comerciales o turísticos, pero silentes y ausentes ante el sangriento saqueo permanente que ocasiona el sistema neoliberal y los estados criollos en nuestros países.

Quienes disputan al voraz sistema neoliberal, desde los territorios y desde las calles, no son necesariamente las autoridades ancestrales, mucho menos las resignicadoras de los trajes típicos. Somos indígenas y campesinos, sin cooperación internacional, sin atuendos, ni bastones, que forjamos fecundas resistencias creativas. Exigiendo y ejerciendo derechos políticos, más allá del culturalismo de los derechos indumentarios.

Los actuales trajes típicos indígenas, no son exclusivos, ni milenarios. Tampoco el bastón

Sea por desgana mental o la comodidad que brinda el folclorismo multicultural, muchos indígenas asumimos que los policromáticos tejidos que usamos son “herencias milenarias, expresión de la resistencia y mística de nuestros abuelos/as”. Eso no es verdad.

El bagaje simbólico y material de nuestros pueblos, es producto del encuentro o desencuentro entre pueblos (somos interculturales). Y la invasión y Colonia europea tienen su impronta.

En el caso de los tejidos, tanto en sus diseños y colores, son producto de la invasión y colonización. Nuestros abuelos tenían ropa, y bien elaborada, pero el colorido y diseño que aún persiste, de manera compartida, en todos los pueblos indígenas de Abya Yala, es la huella de la Colonia. Nos guste o no.

Ud. observe en simultáneo la indumentaria mapuche, quechua, aymara, quichua, maya, azteca, etc., verá que aparte de lo coloridos que son, los diseños son similares. Los dibujos y trazos en los tejidos son los mismos. En este momento, en la ciudad de Xela, Guatemala, se elaboran cortes (traje para mujeres) con técnica y estilo quichua ecuatoriano, y las mayas los compran como tejido maya, por la moda.

Ud. observe las polleras, sus pliegues, que usan las aymaras del antiplano andino, y compare con los cortes (faldas) que usan mayas poqhonchís y q’echís en Guatemala. Son los mismos diseños. Ni qué decir de los pochos que usamos indígenas de México, Perú y Bolivia. Los mismos. Cambian la tonalidad de colores.

Lo más demoledor para cuantos creen que somos portadores de exclusivos trajes milenarios es cuando uno observa, con vista antropológica, las monografías del cineasta español Luis Buñuel, a inicios del pasado siglo. En especial el documental titulado Las Hurdes, pueblos empobrecidos del norte de España[1]. Allí están los vestigios europeos más próximos de los pochos que usamos los indígenas en América Latina. Allí están los vestigios de los actuales estilos de la gestión corporal de nuestras madres y hermanas indígenas.

O veamos ornamentos rituales católicos como el sobrepelliz que usan los monaguillos y el atuendo ceremonial del pueblo maya q’anjobal, son casi calco y copia uno del otro. ¿Por qué será?

Con el bastón de mando ancestral, resignificado y visibilizado, en las dos últimas décadas, en Guatemala, por la cooperación internacional, ocurre algo similar. Existían autoridades en nuestros pueblos con insignias de poder. Pero, los invasores, para someter a nuestros pueblos nombraron capataces indígenas para vigilar a los nuestros, y les entregaron el bastón de mando, como insignia de poder casi real. Desde entonces, los “cabeza de capules” (así los denominan las crónicas de la época) se constituyeron en autoridades indígenas, bastón en mano, al servicio del poder colonial. Y, en los últimos años, sobre las olas del turismo exótico, se ha convertido en la ancestral insignia del poder. Poder, ¿al servicio de quién?

¿Por qué Guatemala tiene tantos trajes e idiomas diferentes?

A diferencia de América del Sur, en la actual Centro América, durante la Colonia española, se constituyeron pueblos indios (reducciones indígenas bajo el mando civil colonial). Y según registros de Martínez Peláez, en la Provincia de Guatemala fue el único lugar donde funcionaron óptimamente dichas reducciones. Habla de más 520 pueblos indios.

En dichas reducción, nuestros abuelos/as subsistían en un cautiverio, con un feroz sistema de control/vigilancia para evitar fuga de la mano de obra indígena disponible. La fuga o el cambio de residencia de indígenas era brutalmente castigado.

Los emisarios de la Corona, ante la imposibilidad de controlar los cuerpos (fenotipos) y movimientos de los indígenas, promovieron e impusieron vestimentas propias para cada pueblo, tipo uniforme. Era la única manera de diferenciar a los mayas, e identificar a todo desobediente fugitivo fuera de su reducción.

Los actuales trajes indígenas surgieron como chip para la verificación-control-castigo contra nuestros abuelos

Los pueblos indios funcionaron en Guatemala durante la Colonia gracias a que en los cautiverios indígenas se promovieron idiomas, trajes y otros símbolos propios para cada pueblo. Diferentes entre sí. La vestimenta propia de cada pueblo fue utilizada como herramienta de subyugación y delación del indígena en fuga.

En la época Colonial muchos de nuestros abuelos hubiesen deseado quitarse ese chip de control y monitoreo, pero no pudieron hacerlo porque el mercado de ropa no era “libre”.

De un tiempo a esta parte, esos símbolos materiales, despreciados por siglos, toma relevancia en un mundo obsesivo por el exotismo indígena. Y, entonces, intereses oscuros distraen o desmovilizan las luchas emancipatorias de nuestros pueblos entreteniéndonos en culturalismo, sin ninguna proyección política.

Incluso hermanas y hermanos, con discursos indigenistas, trajeados y varas en manos, incluso con títulos universitarios, nos dicen que a lo máximo que debemos aspirar es a defender y proteger la intangibilidad de nuestra indumentaria y la simbolización de nuestros falos. Mientras tanto, los estados criollos neoliberales nos saquean todo por todas partes. Y nuestros centinelas de trajes y varas, silentes o ausentes.

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