¿Dónde se localiza el conocimiento?

Resumen Latinoamericano / 24 de julio de 2018 / Gustavo Duch

Para Maruja Salas

Maruja, antropóloga, recorre desde su Perú todo el mundo para apoyar procesos de fortalecimiento campesino. Es habitual que organice encuentros y talleres donde pone en práctica un sinfín de dinámicas que ella maneja muy bien. Una de las que más le gusta – se transparentaba en sus ojos cuando me lo contaba- tiene algo de encantamiento. A todas las personas participantes les pide que cierren los ojos y que señalen el lugar de su cuerpo donde creen que tienen localizado el conocimiento. Sin ver a las demás, la gran mayoría señala la zona de la cabeza pero siempre hay algunas excepciones, como ella misma me explica:

La excepción más habitual, cuando no señalan la zona del cerebro, es señalar el corazón. Quienes sitúan ahí el conocimiento explican que la sabiduría primero nace de una intuición, de un presentimiento que, solo después de convencerte o enamorarte, sube hasta el cerebro y ahí, simplemente, se le da forma cognitiva. Explicaciones así me las han dado incluso campesinos de la Selva Negra, ¡en Alemania! ¡contra todo pronóstico!

Otra vez, en el pueblo costero de Garachico, Tenerife, en un encuentro de agricultura de bancales, una de las participantes que cultiva verduras a 1000 metros en la ladera del Teide, dibujó el conocimiento justo en el entrecejo, porque todo lo que conozco me genera preocupación, me hace enfadar”. Nos lo contaba, con mucha severidad, ciertamente.

También, en la temporada que pasamos en China, recuerdo como una mujer nos señaló su útero, pues el conocimiento nos lo dieron nuestros ancestros y ahí se guarda, de generación en generación”.

Y así enumeraba rincones y escondites donde las personas dicen que ubican el conocimiento: las yemas de los dedos, el estómago, los oídos e incluso en la médula de la osamenta.

Y cuando haces esta dinámica, le pregunté yo, ¿qué lugar del cuerpo señalas tu, Maruja?

Y en una acrobática postura, con tremenda agilidad, hace dos torsiones para señalarme sendas plantas de los pies. Se ríe pero habla muy en serio. “Detecto con total claridad que es aquí donde se localiza mi conocimiento. A través de esta piel ya gastada y endurecida estoy en contacto con la tierra, y es ella que me impregna toda de saber”.

Tal vez por ello, Maruja, no deja de caminar.

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