Haití: esclavitud y capitalismo, la historia de una lucha permanente

Mario Betteo Barberis* / Resumen Latinoamericano/ 18 de agosto 2017 .-

Publicamos una reseña del libro “La oscuridad y las luces. Capitalismo, cultura y revolución” de Eduardo Grüner (Edhasa Bs. As.2010). El 22 de agosto será un nuevo aniversario de la revuelta de esclavos de 1791 que inauguró la revolución en Haití y su posterior declaración de la Independencia en 1804. Justamente el libro trata del entrelazamiento entre capitalismo y esclavitud en el caso haitiano.

Es imposible pensar la expansión del capitalismo, dice Eduardo Grüner, sin analizar a la esclavitud como una institución decisiva en su desarrollo, como una red de compraventa de seres humanos que intensificó la relación de tres continentes: Europa, América y África. Y mientras esta circulación de capital y trabajo se extendía, en 1791 se iniciaba en la isla de Santo Domingo un movimiento revolucionario que culminaría con la promulgación de la constitución de Haití en 1804. Dicha revolución, la cual nació en el seno de la población esclava de la isla, depuso al gobierno francés que la ocupaba y ubicando -de manera un tanto irónica y arriesgada- al “negro” como color de todos sus habitantes, dando por tierra, en un gesto inédito, al eurocentrismo blanco dominante en América.

Eduardo Grüner en su libro se ocupa extensamente de estudiar, con un dispositivo metodológico muy depurado, y una bibliografía que es de por sí una biblioteca completa, la manera en que capitalismo y esclavitud están engarzados, demostrando con sus luces y sus sombras, que no habría sido posible el uno sin el otro. Para ello Grüner hace de la historia de la revolución de Haití un “caso”, en la medida en que va paso a paso escuchando y leyendo en las líneas de la historia, la literatura, la economía política de la época, el andamiaje que hizo posible tal “figura de excepción” frente a los ejemplos que se suscitaron con las siguientes revoluciones e independencias americanas.

Su aventura de sociólogo comienza por el lado oscuro, es decir, de cómo este acontecimiento haitiano fue “olvidado, desconocido, reprimido” entre la intelectualidad y los políticos europeos, habiéndolo puesto en una “caja negra”, aislándolo de las inquietudes imperantes en su momento en Europa. Una suerte de maquinaria de olvido pareció haberse puesto en marcha en ese continente pero no tan así en los territorios de América tal como lo demuestran los documentos de la época, ya que la gesta haitiana incluso apoyó económicamente al movimiento de Bolívar. La “colonialidad del saber” habría producido, a la manera de un agujero negro (metáfora actual), un desconocimiento de aquel hecho inaudito e imposible, como si el imperio rechazara desde sus órganos más ideológicos, el ruido atronador que provocaba esa rebelión para la conciencia civil europea. Grüner, por su parte y con una insistencia ejemplar, no deja que nos olvidemos fácilmente de que en aquel entonces las islas del Caribe eran las joyas productivas más preciadas de Francia, España, Holanda y Gran Bretaña. Y que la enorme producción de mercancías elaboradas (azúcar, tabaco, café, cacao, etc.) estaban sostenidas mayoritariamente por el trabajo esclavo proveniente de África que era explotado en las islas del Caribe.

El sistema-mundo moderno no hubiese existido como tal sin el rol de la esclavitud en el proceso de acumulación de capital a escala mundial. La lógica del desarrollo “desigual y combinado”, la conflictiva relación irresoluble entre el “universal abstracto” (en este caso representado por los idearios de la revolución francesa, y aquellos conceptos que parecen no tener determinaciones históricas concretas, vaciados de objeto) y el “particular concreto”, en este caso la revolución haitiana, le dan un marco a Grüner como para tensar la cuerda del análisis y poner a la luz ciertos elementos estructurales que dan pie para explicar no sólo el pasado sino el presente. El pasado es una construcción retórica y al mismo tiempo organizada por intereses de clase que se encarnan en nombre de autores, y que en tanto relato de historia, sufre la pérdida de realidad necesaria para dicho relato, al hacer desaparecer ciertas tensiones, problemas, conflictos y relaciones de poder que amarran aún a ese pasado con el presente.

Dicho en otros términos, la esclavización moderna fue parte del proceso de proletariziación mundial, no en cuanto condición jurídica de los esclavos (un proletario es un “hombre libre”), pero si en cuanto a la función que el esclavo cumplió en ese proceso de expansión/acumulación y que básicamente fue el de la explotación de la fuerza de trabajo proletaria; la producción de un excedente de valor ilimitado que permitiera una ilimitada expansión del sistema mundo en formación.

El concepto burgués de “libertad” que no deja de estar en la boca de todos a la hora de defender los derechos y los deberes, es un concepto sin objeto, es decir, que se sostiene en base a su representación de un valor universal (ese es el nombre de otro gran problema, es decir ¿cómo se determina y se define un valor?) y quedó encumbrado como tal, coronado si se quiere,en el momento que se lo ató irremediablemente al principio de la “propiedad privada”. Grüner se pregunta si la gran empresa de la esclavitud mundializada no coincidió, en la modernidad, con la emergencia de los más sublimes ideales de libertad individual, de democracia política y de progreso social. Conjuntamente a esto, no debemos olvidar que toda la teoría marxista acerca de la plusvalía, solamente se puede desarrollar en una sociedad donde el “trabajador sea libre de vender su fuerza de trabajo”. “Sin libertad no hay explotación a la manera capitalista”, es una paradoja que el libro sugiere y abre a discusión.

Grüner nos recuerda que la esclavitud nunca fue un modo de producción independiente, sino que se desarrolló como una formación social tanto en un sistema de producción específico (el romano por ejemplo) o como en el occidental cristiano y que a partir de la revolución francesa, con el comienzo del industrialismo europeo, formó parte fundamental del modo de producción capitalista. Pero entonces, ¿qué diferencia a un esclavo antiguo de uno moderno? ¿Qué hace que un proletario, un obrero de una fábrica no sea considerado esclavo ni por él ni por su patrón? Uno de los elementos que explicaría lo anterior es la aparición del contrato de trabajo. El pasaje de la explotación de la fuerza de trabajo por la criba de la ley, le da a la sociedad un semblante de libertad que esconde tras ese velo, la agresividad fundadora de esa relación contractual.

Dice Grüner: “La esclavitud es lo impensable que permite pensar el pensamiento que la excluye”. Se nos suele enseñar al esclavismo como algo perimido, como si fuese una anécdota del pasado, una fábula cuasi mitológica ilustrada por el “negro”, el látigo y las cadenas, pero al mismo tiempo se lo tolera como si fuese una enfermedad social. Nos estamos refiriendo a la trata de “blancas” (sic), la compra y venta de bebés para adopción, el comercio de órganos y células, el transporte de inmigrantes ilegales, el “mercado de pases” de jugadores, etc, etc. Bajo el sistema económico político capitalista, todos seguimos siendo de alguna manera: o esclavos o esclavistas.

Dejaremos para otra ocasión, lo sabemos, muchos puntos del libro a la sombra, como son la relación del racismo con todo lo anterior, esa suerte de “cromopatología social”; la definición que nos plantea el autor acerca del sujeto moderno dividido contra sí mismo, separándose del sujeto pleno cartesiano y del sujeto diseminado, fragmentado; el enorme problema planteado por Grüner , que considera a la revolución haitiana como una “figura de excepción” (ya que si fuera así, confirmaría como regla a todas las otras experiencias revolucionarias subsidiarias del ideario burgués: la revolución de Haití tendría la función de límite, de borde y que le daría existencia a la modernidad); el carácter “paternalista” de la figura del conductor de dicha revolución, esto y mucho más se puede deducir del respetuoso trabajo que se tomó Grüner de hacer visible parte de lo invisible.

Coincidimos con el autor en que una revolución nace siempre prematura. Que nunca están dadas las condiciones ideales para su nacimiento, pero… en el caso de la revolución de Haití, si algo nos enseña a los lectores del presente, es que sin los medios de producción, o las vías para saber hacer con el control del sistema de producción, se corre el riesgo de que el éxito histórico al poco tiempo sea absorbido por el entorno, en esa desigual reparto de poder generalizado y suceda lo que ha sucedido con el Haití del siglo XX y XXI. Dice Rene Depestes, un lúcido intelectual haitiano de hoy que “la negritud se puso de pie por primera vez, (refiriéndose a la revolución de 1804) pero también fue para indigenizar, hacer uso lamentablemente de los peores métodos de las plantaciones esclavistas”. Cito a Grüner: “Pero más allá de su fracaso histórico, su verdadero triunfo es la tremenda lección que nos deja: la historia es una lucha permanente y una parte sustantiva de esa lucha pasa por la igualmente permanente interrogación crítica a que debemos someter las concepciones de la historia que nos suenan tan “naturales” como para hacernos olvidar que ellas son, también, un testimonio de los vencedores de la historia”.

La heroica independencia de Haití bien vale un libro como el de Eduardo Grüner.

*Psicoanalista y escritor

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