Irán: Seis misiles y cuatro enemigos

Omar Rafael García Lazo / Resumen Latinoamericano / Al Mayadeen / 28 de junio de 2017 – La guerra que se libra en Siria debe ser vista en dos perspectivas fundamentales: una global y otra regional, y ambas están intrínsecamente conectadas.

FOTO: Estados Unidos vs Rusia. Tomada de Google.

Desde el punto de vista global, en Siria se dirime la eterna porfía entre Rusia y EE.UU., pues no es un secreto para nadie que Washington busca con el derrocamiento de Bashar Al Assad ir contra Irán, lo que significaría la apertura de un corredor estratégico en el vientre del Oso ruso. Por eso Siria se ha convertido en una línea roja que Moscú ha mantenido a toda costa. En el plano regional, en medio de esta porfía, se dirimen también intereses regionales. Arabia Saudita, Irán, Turquía, Siria e Israel son los otros protagonistas, y cada uno de ellos tienen sus aliados en la zona, igualmente con sus intereses particulares. Desde el triunfo de la Revolución Islámica de Irán en 1979, Arabia Saudita identificó a Teherán como su principal enemigo, por encima, incluso, de Israel. Este ha sido uno de los tantos puntos coincidentes entre Riad y Washington. Por distintos motivos, ambos han actuado durante décadas con el fin de acabar con el proyecto islámico persa. La invasión a Iraq en el 2003 buscaba terminar con otra piedra que molestaba las botas monárquicas sauditas, pero también las de Washington. Pero Saddam cometió el peor de los errores: confiar en los estadounidenses dos veces. Primero cuando se le ocurrió atacar a Irán, después cuando pretendió anexarse a Kuwait. Creyó que sus hermanos árabes lo secundarían y que en la Casa Blanca mirarían hacia un lado. Bien se lo aclaró Fidel Castro: “Lo esencial en este instante es evitar la intervención imperialista con el pretexto de defender la paz y la soberanía de un pequeño país del área. Tal precedente sería funesto tanto para Iraq como para el resto del Tercer Mundo”. Pero Saddam no comprendió a Fidel, ni supo evitar la guerra ni la posterior invasión. En Iraq no hubo vencedores, aunque sí una víctima: el pueblo, que hoy sigue sufriendo. Ni EE.UU. pudo estabilizar el país, ni Arabia Saudita, una vez más impávida ante un crimen contra un “hermano árabe”, pudo lograr una influencia determinante en Iraq. Sin embargo, todavía se recuerda la visita del presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad a la Zona Verde de Bagdad en marzo de 2008, ante la vista de 150 000 soldados estadounidenses. Iraq, desorbitado, buscaba su horizonte. Siria, aliada de Irán, se convirtió entonces en el nuevo objetivo de EE.UU. y los Saúd. Indignante fueron las posturas de los gobiernos de la zona en la Liga Árabe. Todo estaba definido y se consumó la traición. Damasco fue aislada política y económicamente por aquellos que hablan su mismo idioma, pero priorizan intereses. Y junto a EE.UU. y Arabia Saudita, países como Reino Unido, Francia e Israel, le hicieron la guerra a Siria utilizando como punta de lanza a hordas de terroristas mercenarios que se pasearon por el desierto, conduciendo cientos de vehículos artillados sin que un satélite estadounidense pudiera localizarlos.

De giros, reacciones y misiles

La visita de Trump a Riad

La visita de Trump a Riad
La actual correlación de fuerzas militares en el terreno es favorable a Bashar Al Assad y sus aliados. La liberación del territorio sirio avanza, aunque todavía existe fuerte resistencia terrorista en determinados puntos gracias a la cobertura de la “coalición internacional” liderada por EE.UU., que obstaculiza la ofensiva oficial; a lo que se suma el respaldo material y financiero que desde las monarquías árabes le llega a los distintos grupos terroristas. Pero el giro en el teatro de operaciones ha impactado en el tablero político. El frente monárquico se debilita tras la presumible decisión de Catar de salirse de una guerra que parece estar definida a favor de Siria, Irán y Rusia. Doha, que se caracteriza por el trapecismo político, no parece estar dispuesta a cargar con una derrota o con una escalada del conflicto, más cuando todos los actores reconocen que EE.UU. no repetirá el error de Iraq, mucho menos ante el grado de involucramiento de Rusia e Irán en la guerra. En consecuencia, Washington intenta cargar sobre los hombros de las petro-monarquías el costo y el peso de la guerra contra Irán y Siria. Ante el “desprendimiento” catarí, los Saúd montaron en cólera divina y hasta el Memorial del Ayatollah Ruhollah Musavi y el Parlamento iraní sintieron la furia materializada en sendos bombazos que causaron 17 muertos. El mensaje fue alto y claro, más cuando el mundo conoce el celoso y eficiente servicio de seguridad iraní. Todo ocurrió después de la visita del empresario presidente, Donald Trump, a dos de sus mejores amigos en la zona: Riad y Tel Aviv. Con los primeros firmó una “Declaración Conjunta de Visión Estratégica” y acuerdos por valor de 280000 millones de dólares de ellos más de 100 000 millones para compra de armas estadounidenses. Con los segundos dejó claro el olvido al que están condenados los palestinos. Y a ambos les reiteró la oratoria antiiraní. Trump quizás no trazó las nuevas líneas hacia la zona, pero sus asesores sí. Y en Damasco, Teherán y Moscú lo saben… y en Doha también. Por eso, después de los atentados en Teherán y de la muerte de un pescador debido a disparos de un guardacostas saudita contra una embarcación civil iraní, la respuesta era de esperar. Seis misiles tierra-tierra de mediano alcance y alta precisión, de fabricación nacional, fueron lanzados desde territorio iraní contra bases de grupos terroristas en el oriente de Siria, justamente en los márgenes del Éufrates. El lanzamiento, además de constituir una respuesta iraní a los atentados, como ha repetido la prensa internacional, es un mensaje dirigido a cuatro destinatarios. El primero de ellos es EE.UU. Los misiles le confirman a Washington lo que siempre han intentado impedir con sanciones y bloqueo tecnológico: el desarrollo balístico de Irán. Si los Tomahawk estadounidenses entran definitivamente en escena, cosa que parece no ocurrirá, la respuesta está a la vista y no será solamente en idioma ruso. Para Arabia Saudita, cuyo ejército carece de la experiencia combativa del iraní, como lo demuestra su impotente conducta criminal en Yemen, los misiles cayeron como mosca en la sopa, pues más allá del músculo político mostrado, Teherán no dejó dudas sobre su determinación política de no abandonar a Siria. En Israel el mensaje fue descifrado tal vez como pocos, pues siempre han sentido en Irán el verdadero contrapeso en la región. No en balde, Tel Aviv ha respaldado con recursos de inteligencia y apoyo logístico las operaciones contra Siria y se esfuerza por recuperar el terreno perdido con Obama. Y el cuarto destinatario son los grupos terroristas que ya conocen el fierro iraní y sobre ellos ha caído el componente en pólvora de todos estos mensajes. Si la resistencia del Ejército oficial sirio creó las bases para un vuelco de la guerra, giro que llegó con la incursión de la aviación rusa, probablemente estemos, con el lanzamiento de los misiles iraníes y la crisis catarí, en el preámbulo de un nuevo momento de una guerra cada vez más internacional y cuya solución política puede estar en el horizonte.

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