Chile / Cultura / Violencia contra la Mujer: Ella Teje

Resumen Latinoamericano / Daniel Pizarro, Politika / 15 de junio de 2017

A las cuatro de la mañana, ella teje.
Cuando dan las cuatro y no puede dormir, se sienta a tejer en el comedor, a la luz de la lámpara azul.
Ella teje desde siempre, desde que sus hijas y el marido pueden recordar. Teje en vez de dormir.
Sus hijas, ya mayores, nunca se lo han preguntado. Tampoco el marido. Ella teje, decimos, en silencio.
Podría estar tejiendo una bufanda kilométrica, con un motivo que se repite una y otra vez, un patrón.
O podría ser Penélope y destejer noche tras noche lo tejido.
Pero, al menos yo, no sé lo que teje.

Ella es una entre cinco hermanos, lo sé, y la madre la golpeaba desde niña.
Sólo a ella, de los cinco, la despertaban con un palo en las piernas o la espalda.
Un palo a cualquier hora, no sólo para levantarse al colegio.
Un palo, por ejemplo, a las cuatro de la mañana.
Su madre le tiraba las cosas por la cabeza.
Los remedios, por ejemplo; la comida, por ejemplo.

Como a ella le pegaban con un palo, su padre la envió a casa de una tía donde no iban a pegarle más. Donde había un tío que medía un metro noventa.
Y como al tío grande le gustó la sobrina, se lo hizo saber durante cinco años de todas las formas posibles en que un cuerpo puede imponerse sobre otro cuerpo.

(El papel aguanta cualquier cosa, menos la realidad)

Pues no hay cómo entrarle a la realidad; desde el papel, decimos.
Pero bueno.
Ella de joven se cortó el pelo como un hombre, a los tijeretazos; se vistió con ropa ancha para que su cuerpo se hiciera invisible.

Yo sé que un día le contó todo al marido y éste no pudo volver a tocarla por miedo a hacerle más daño.
Ella siguió tejiendo.
Hasta que otro día, lo sé, él tuvo un sueño con ella. Soñó que iba a buscarla a la casa de la tía, en el sur, y que iba y venía por el campo sin poder encontrarla, hasta que por fin reconocía la casa de madera que jamás había visto, tomaba a su mujer y la sacaba de allí.
Entonces fue capaz de tocarla de nuevo.

Si ahora el marido se levanta por las noches y la encuentra bajo la lámpara azul del comedor, la mira unos momentos desde lejos sin interrumpir el trabajo de los palillos, y ya no se pregunta qué teje, y ya no intenta adivinar la forma que va cayendo poco a poco sobre el regazo de su mujer.

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