Revolución Rusa / La llegada de Lenin a Rusia /Opinión. Cuando haya libertad no habrá Estado. Apuntes sobre El Estado y la Revolución de Lenin

Revolución Rusa. La llegada de Lenin a Rusia

Resumen Latinoamericano / Grigoy Zinoniev / 16 de abril de 2017

El 16 de abril de 1917, hace cien años, (3 de abril según el antiguo calendario ruso), un grupo de revolucionarios rusos exiliados, encabezados por VI Lenin, regresó a su tierra natal. El viaje – en un ‘tren sellado’ (es decir, con algo equivalente a la inmunidad diplomática)-, a través de una Alemania agotada por la guerra y de Escandinavia, no estuvo exento de riesgos y llegaría finalmente a la estación de Finlandia en San Petersburgo (desde 1914, eslavizado su nombre, Petrogrado). Dado que Europa seguía siendo un teatro de guerra, fue necesario un acuerdo entre los socialdemócratas revolucionarios rusos y el alto mando alemán, que acordó garantizar su paso a través de Alemania con la esperanza de desestabilizar a su enemigo en el este.Uno de los mediadores fue el comunista suizo, Fritz Platten (1883-1942), que también hizo parte del viaje con los exiliados con el fin de garantizar el acuerdo. Tras la muerte de Lenin en 1924, ‘Fritz el rojo’ editó un libro de ensayos y memorias en idioma alemán sobre estos eventos ( Die Reise durch Deutschland im Lenines plombierten Wagen ). Un grupo de dirigentes comunistas, incluyendo Radek 1 y Zinoviev, hicieron el viaje con Lenin.Zinoviev fue uno de los aliados más cercanos de Lenin en el exilio y los dos colaboraron en una amplia gama de artículos, folletos y tesis, entre otras cosas, en respuesta al colapso político de la Segunda Internacional tras el estallido de la Primera Guerra Mundial La recepción entusiasta de los exiliados que regresaban a San Petersburgo se convirtió en testimonio de la revolución anti-zarista y un presagio de la estaba por llegar. De hecho, el papel crucial desempeñado por Lenin tras su regreso hizo que su viaje en tren desde Suiza fuese uno de esos momentos fundamentales de la historia.

Sin embargo, el viaje se convirtió en causa inmediata de controversia. Varios mencheviques, como Plejánov, se unieron a las acusaciones de la prensa burguesa, denunciando a Lenin y sus camaradas como “espías alemanes”. También hubo acusaciones de haberse vendido al oro alemán. Y, por supuesto, no sólo viajaron bolcheviques en el tren.

El acuerdo con Alemania no implicaba ningún sacrificio político o silencio. Se suponía que los exiliados agitarían en Rusia para la liberación de un número similar de prisioneros austro-alemanes. Nada más. En todo caso, Lenin y los bolcheviques intensificaron sus críticas al imperialismo alemán. Y, por su parte, el alto mando alemán tenía importantes dudas sobre su decisión de permitir el paso seguro de los exiliados rusos. En cuanto al oro alemán, los bolcheviques no aceptaron nada. Este es el relato de Grigory Zinoviev, ‘La llegada de Lenin a Rusia’2, que he traducido recientemente al inglés Ben Lewis:

El autor de estas líneas escuchó la noticia del estallido de la revolución de febrero en Berna. En ese momento, Vladimir Ilich vivía en Zurich. Recuerdo que me fui a casa desde la biblioteca sin sospechar nada. De repente me di cuenta de un gran malestar en la calle. Una edición especial de un periódico se vendía a toda prisa con el titular: ‘Revolución en Rusia’.

La cabeza me daba vueltas en el sol de primavera. Corrí a casa con el periódico, impreso en tinta que todavía no estaba seca. Tan pronto como llegué a casa me encontré con un telegrama de Vladimir Ilich, que me pidió que fuera a Zurich “inmediatamente”.

¿Esperaba Vladimir Ilich una solución tan rápida? Los que hojeen nuestros escritos de ese período (impresos en Contra la corriente 3 ) verán la pasión con la que Vladimir Ilich llamaba a la Revolución Rusa y la forma en que la esperaba. Pero nadie había contado con una solución tan rápida. La noticia fue inesperada.

¡El zarismo había caído! El hielo se había roto. La masacre imperialista había recibido el primer golpe.  Se había despejado uno de los obstáculos más importantes en el camino de la revolución socialista. Los sueños de generaciones enteras de revolucionarios rusos, finalmente, se habían convertido en realidad.

Recuerdo un paseo, que duró varias horas, con Vladimir Ilich por las calles de Zurich, que se inundaron con sol de primavera. Vladimir Ilich y yo caminábamos sin rumbo fijo; nos encontrábamos a la sombra de los acontecimientos que se desarrollaban rápidamente. Elaboramos todo tipo de planes, mientras esperábamos a la entrada de la redacción de la Neue Zeitung Züricher nuevos telegramas y nuestras especulaciones se apoyaban en piezas fragmentarias de noticias e información. Pero apenas habían transcurrido unas cuantas horas y no fuimos capaces de contenernos.

Teníamos que ir a Rusia. ¿Qué podríamos hacer para salir de aquí lo más pronto posible? Esa era la idea fuerza que dominaba cualquier otro pensamiento. Vladimir Ilich, que habían sentido la tormenta que se avecinaba, había estado particularmente angustiado en los últimos meses. Era casi como si le faltase el aire para respirar. Todo le empujaba a trabajar, a luchar, pero en ‘agujero’ suizo no tenía otra opción que sentarse en las bibliotecas. Recuerdo la ‘envidia’ (si, envidia, no puedo encontrar ninguna otra expresión de este sentimiento) con la que contemplábamos a los socialdemócratas suizos que, de una manera u otra, vivían entre sus trabajadores y se integraban en el movimiento obrero de su país. Pero estábamos separados de Rusia como nunca antes. Anhelamos la lengua rusa y el aire ruso. En aquel entonces, Vladimir Ilich casi me recordaba a un león atrapado en una jaula.

Teníamos que ir. Cada minuto era crucial. Pero, ¿cómo íbamos a llegar a Rusia? La masacre imperialista había alcanzado su cenit. Las pasiones chauvinistas hacían estragos con todas sus fuerzas. En Suiza estábamos aislados de todos los estados involucrados en la guerra. Todos los caminos estaban prohibidos, todas las rutas bloqueadas. Al principio no éramos conscientes. Pero después de unas horas se hizo evidente que se interponían grandes obstáculos y que no sería fácil atravesarlos. Pensamos varias rutas, enviamos una serie de telegramas: era obvio que estábamos atrapados y que era imposible llegar a Rusia. Vladimir Ilich elaboró varios planes, cada uno de los cuales resultó menos factible que el anterior: volar a Rusia en avión (nos faltaban unas cuantas cosas: un avión, los medios necesarios, el permiso de las autoridades, etc.); viajar a través de Suecia usando pasaportes de sordomudos (porque no hablábamos una palabra de sueco); negociar nuestro viaje a Rusia a cambio de la liberación de prisioneros de guerra alemanes; viajar a través de Londres, etc. Hubo varias conferencias de exiliados (con mencheviques, socialrevolucionarios y otros) que trataron de cómo conseguir la amnistía y de pudieran viajar a Rusia todos los que quisieran hacerlo. Vladimir Ilich no asistió a estas conferencias, pero me envió, sin abrigar ninguna esperanza en cuanto al resultado.

Cuando se hizo evidente que no conseguiríamos salir de Suiza – al menos no en pocos días – Vladimir Ilich volvió a concentrarse en sus ‘Cartas desde lejos‘. 4 Nuestro pequeño grupo comenzó un intenso trabajo para determinar nuestra línea en la revolución que acababa de comenzar. Los escritos de Vladimir Ilyich de ese período son suficientemente conocidos. Recuerdo un debate en Zúrich, en una pequeña taberna obrera y otra en el piso de Vladimir Ilich, sobre si debíamos exigir el derrocamiento del gobierno de Lvov. 5 Varios ‘izquierdistas’ 6 de entonces insistían que los bolcheviques debían defender ya esa consigna. Vladimir Ilich estaba completamente en contra. Nuestra tarea, dijo, era educar con paciencia y perseverancia, decirle a la gente toda la verdad, pero al mismo tiempo entender que necesitábamos ganar a la mayoría del proletariado revolucionario, etc.

Salida

Se había decidido. No teníamos otra opción. Viajaríamos a través de Alemania. Pasase lo que pasase, era evidente que Vladimir Ilich debía estar en Petrogrado tan pronto como fuera posible. Cuando se mencionó por primera vez esta idea, provocó – como era de esperar – una tormenta de indignación entre los mencheviques, los socialrevolucionarios y de hecho entre todos los exiliados no bolcheviques en Suiza. Incluso hubo algunas dudas entre los bolcheviques. Esta reacción fue, de hecho, comprensible: los riesgos implícitos no eran insignificantes.

Recuerdo cómo, cuando subíamos al tren en la estación de Zurich, que salía para la frontera suiza, un pequeño grupo de mencheviques organizó una especie de manifestación hostil contra Vladimir Lenin. A las 11 am- literalmente, unos minutos antes de que el tren partiera – un muy agitado Riazánov 7 llamó aparte al autor de estas líneas y le dijo: “Vladimir Ilich se ha dejado llevar y no esta teniendo en cuenta los peligros. Es usted demasiado flemático: ¿no se da cuenta de que es una locura? Convenza a Vladimir Ilich de que debe abandonar su plan de viajar a través de Alemania”. Pero después de unas semanas, Mártov 8 y otros mencheviques se vieron obligados a embarcarse también en  la ‘locura’ de ese viaje.

… Habíamos partido. Recuerdo la macabra impresión de un país muerto cuando viajamos a través de Alemania. Berlín, que vimos a través de las ventanillas del tren, parecía un cementerio.

El estado de excitación en el que todos nos encontrábamos de alguna manera abolió nuestra percepción del espacio y el tiempo. Un vago recuerdo de Estocolmo ha quedado en mi mente. Nos movimos mecánicamente a través de las calles y compramos mecánicamente las cosas necesarias para mejorar la higiene de Vladimir Ilich y de los demás. Preguntamos cuando saldría el próximo tren para Torneo – había casi cada 30 minutos. Nuestra imagen de los acontecimientos en Rusia era todavía muy difusa en Estocolmo. Ya no había ninguna duda sobre el equívoco papel jugado por Kerenski.9 Pero ¿que estaba haciendo el sóviet? ¿Se habían aposentado Chkeidze 10 y cia ya en el Soviet? ¿A quién apoyaba la mayoría de los trabajadores? ¿Qué posición había adoptado la organización bolchevique? Todo ello era aun muy poco claro.

Torneo: recuerdo que era de noche. Viajamos en trineos sobre los golfos congelados. Había dos personas en cada trineo. La tensión alcanzó su cenit. Los camaradas más vivaces de entre los jóvenes (como Usievich, 11 que ahora está muerto) estaban inusualmente nerviosos. Pronto veríamos los primeros soldados revolucionarios rusos. Ilich permanecía extremadamente tranquilo. Le interesaba especialmente lo que estaba ocurriendo en Petersburgo. Viajando a través de los golfos congelados, miraba con curiosidad en la distancia. Como si sus ojos ya pudieran ver lo que estaba sucediendo en el país revolucionario a 1.500 kilómetros frente a nosotros.

Rusia

Ya estábamos en el lado ruso de la frontera (la actual frontera entre Finlandia y Suecia). Los camaradas más jóvenes se abalanzaron hacia los soldados de frontera rusos (había probablemente sólo 20 a 30) y entablaron conversación para averiguar lo que estaba sucediendo. Vladimir Ilich se hizo con unos periódicos rusos.  Había números sueltos de la Pravda de Petersburgo. Vladimir Ilich devoró las columnas y luego levantó las manos en forma de reproche: había leído la noticia de que se había descubierto que Malinovsky 12 en realidad era un espía.

A Vladimir Ilich le preocuparon varios artículos de los primeros ejemplares de Pravda, que no eran del todo irreprochables desde el punto de vista del internacionalismo. ¿Era cierto? ¿No estaba el punto de vista internacionalista lo suficientemente claro? Lucharíamos contra esto y pronto se corregiría la línea del periódico.

Nos encontramos estonces por primera vez con los ‘lugartenientes de Kerensky’, los demócratas revolucionarios. Después nos cruzamos con soldados revolucionarios rusos, que Vladimir Ilich calificó de “concienzudos defensores de la patria”, a los que teníamos que “educar con paciencia”. Siguiendo las órdenes de las autoridades, un grupo de soldados nos acompañó a la capital. Llegamos al tren.

Vladimir Ilich tanteó a estos soldados; hablaron de la patria, de la guerra y de la nueva Rusia. La conocida especial capacidad de Vladimir Ilich de acercarse a los trabajadores y los campesinos permitió que en poco tiempo se estableciera una excelente relación de camaradería con los soldados. Las discusiones continuaron durante toda la noche sin interrupción. Los soldados, los “defensores de la patria”, insistieron en que ellos tenían razón. La primera cosa que Vladimir Ilich concluyó de este intercambio fue que la ideología de la ‘defensa de la patria’ seguía siendo una fuerza poderosa. Con el fin de luchar contra ella necesitábamos una terca rigidez, pero también paciencia y astucia en como dirigirnos a las masas.

Todos estábamos convencidos de que seríamos detenidos por Miliukov 13 y Lvov a nuestra llegada a Petersburgo; Vladimir Ilich era el más convencido de que ocurriría y preparó a todo el grupo de camaradas que viajábamos con él para esta eventualidad. Para mayor seguridad, incluso hicimos  que todos los que viajaban con nosotros firmasen declaraciones oficiales, declarando que estaban dispuestos a ir a la cárcel y que defenderían la decisión de viajar a través de Alemania ante cualquier tribunal. Cuanto más nos acercábamos a Bjeloostrov, más nos emocionábamos. Pero al llegar allí fuimos recibidos por las autoridades con la suficiente cortesía. Uno de los oficiales de Kerensky, que tenían el cargo de comandante de Beloostrov, incluso dio el parte a Vladimir Ilich.

En Beloostrov fuimos recibidos por nuestros amigos más cercanos – entre ellos Kamenev, Stalin y muchos otros. 14 En un estrecho y oscuro vagón de tercera clase, iluminado únicamente por una vela, tuvimos el primer intercambio de opiniones.

Vladimir Ilich bombardeó a los camaradas con preguntas.

“¿Vamos a ser arrestados en Petersburgo?”

Los camaradas que habían viajado para reunirse con nosotros no nos proporcionaron una respuesta específica y se limitaron a sonreír furtivamente. En el camino, en una de las estaciones cercanas a Sestrorezk, cientos de proletarios recibieron a Vladimir Ilich con la calidez que habían reservado sólo para él. Lo llevaron en hombros y dio su primer breve discurso de bienvenida.

Un triunfo

La plataforma de la estación de Finlandia en Petersburgo. Ya era de noche. Sólo entonces entendimos las sonrisas furtivas de nuestros amigos. Lo que esperaba a Vladimir Ilich no era la prisión, sino un triunfo. La estación y la plaza de en frente se inundaron de la luz de los faros. En la plataforma había una larga columna de guardias de honor de todas las armas y servicios. La plataforma, la plaza y las calles adyacentes estaban llenas de decenas de miles de trabajadores que con entusiasmo daban la bienvenida a su dirigente. Sonó ‘La Internacional’. Decenas de miles de obreros y soldados contenían a penas la emoción.

En unos pocos segundos  Vladimir Ilich se ‘adaptó’ a la nueva situación. En la llamada Cámara Imperial fue recibido por Chkeidze y una delegación plenaria del Sóviet. El viejo zorro de Chkeidze dio la bienvenida a Lenin en nombre de la ‘democracia revolucionaria’ y expresó ‘su esperanza’, etc. Sin pestañear, Lenin respondió a Chkeidze con un breve discurso que, desde la primera palabra hasta la última, fue una bofetada en la cara a la ‘democracia revolucionaria’. Su discurso terminó con las palabras: “¡Viva la revolución socialista”.

En este momento una enorme masa de gente se abalanzó hacia nosotros. Mi primera impresión fue que éramos como un corcho en esa enorme ola. Vladimir Ilich fue levantado en el aire y colocado en la parte superior de un tanque y de esa manera hizo su primera visita a la capital revolucionaria, entre densas filas de obreros y soldados, cuyo entusiasmo no tenía límites. Dio discursos cortos y lanzó las consignas de la revolución socialista a la multitud.

Una hora más tarde llegamos al palacio Kshesinskaia, donde estaba esperándonos casi la totalidad del partido bolchevique. Los discursos de los camaradas duraron hasta el amanecer y Vladimir Ilich les respondió con el discurso final. Temprano por la mañana, casi al amanecer, nos separamos unos de otros y aspiramos el aire hogareño de Petersburgo. Vladimir Ilich estaba fresco y feliz. Tenía buenas palabras para todos. Se acordó de todos y que volvería a verlos a todos mañana, cuando comenzase la nueva tarea.

Caras felices por todas partes. El líder ha llegado. Todos ellos miraban a Vladimir Ilich con una alegría sin límites, entusiasmo y amor y él tomó nota de este hecho.

Vladimir Ilich estaba en Rusia, en la Rusia revolucionaria, después de largos años de exilio. La primero de una serie de revoluciones había comenzado. La Rusia revolucionaria por fin tenía un verdadero líder. Un nuevo capítulo en la historia de la revolución internacional comenzaba.

Notas de Ben Lewis:

1. El ensayo de Radek, traducido al inglés por Ian Birchall, se puede leer en Marxist Internet Archive: www.marxists.org/archive/radek/1924/xx/train.htm .

2. Traducido de Fritz Platten (ed) Die Reise durch Deutschland im Lenines plombierten Wagen Berlín 1924, pp88-95. Mi agradecimiento a Lawrence Parker por la digitalización de esta publicación bastante rara

3. Una colección de artículos, en coautoría con Lenin, en el exilio en 1916, que criticaban la política de socialpatriotismo ( ‘defensa de la patria’) de los partidos socialistas europeos.

4. Cinco cartas enviadas a Rusia por Lenin para su publicación en el periódico bolchevique Pravda en marzo de 1917, el último de los cuales fue escrito poco antes de su partida. Se pueden consultar en: http://www.ceip.org.ar/Cartas-desde-lejos

5. príncipe Georgy Lvov (1861-1925) fue jefe del gobierno provisional en 1917 tras la abdicación de Nicolás II. Lvov Ocupó este cargo hasta julio de 1917, cuando dio paso a Kerenski.

6. Esto es presumiblemente una referencia a la fracción bolchevique que publicaba Kommunist , dirigida por Nikolai Bukharin. La fracción no se formó hasta 1918, sin embargo, por lo que no está claro si Zinoviev se refiere a otro grupo en el exilio o hace una’ lectura retrospectiva’ de los desarrollos fraccionales posteriores.

7. David Riazanov Borísovich (1870-1938) fue un intelectual menchevique ruso y archivero que fundó el Instituto Marx-Engels. Fue purgado en el Gran Terror de finales de 1930.

8. Julius Martov (1873-1923) fue un líder menchevique ruso que también se encontraba en el exilio suizo durante el estallido de la revolución en Rusia. Volvió a Rusia desde Suiza en mayo de 1917.

9. Alexander Kerensky (1881-1970) ocupó los cargos de ministro de Justicia y luego ministro de la Guerra en el gobierno provisional y era a la vez vicepresidente del Soviet de Petrogrado.

10. Nikolay Chkeidze (1864-1926) fue un menchevique georgiano que fue presidente del comité ejecutivo del Soviet de Petrogrado.

11. Grigorii Aleksándrovich Usievich (1890-1918) fue miembro del partido bolchevique desde 1907 y en 1917 se convirtió en diputado bolchevique en la Duma municipal.

12. Roman Vatslavovich Malinovsky (1876-1918) fue un miembro del comité central bolchevique y parlamentario de la Duma que estaba a sueldo de la policía secreta zarista.

13. Pavel Milyukov (1859-1943) fue un dirigente del Partido liberal Demócrata Constitucional (Cadet), que fue ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno provisional.

14. La descripción de Zinoviev de estos dos líderes bolcheviques no exiliados puede ser o no reflejo de su posición en las luchas fraccionales del Partido bolchevique en ese momento.

Grigory Zinoviev, (1883-1936), seudónimo revolucionario de Hirsch Apfelbaum, nació en la ciudad ucraniana de Kírovohrad, en una familia de granjeros judíos. En 1901 se afilió al POSDR y fue miembro desde 1903 de su fracción bolchevique. Participó en la Revolución de 1905 en San Petersburgo, exiliándose posteriormente hasta la Revolución de Febrero de 1917. Uno de los colaboradores más cercanos de Lenin, tras el triunfo de la Revolución de Octubre, sin embargo, encabezó junto con Kamenev la oposición en el Comité Central bolchevique a Lenin y Trotsky en noviembre de 1917. Fue presidente de la Comintern y principal dirigente bolchevique en San Petersburgo tras el traslado de la capital a Moscú en 1918. Tras la muerte de Lenin en 1924, encabezó un duro debate con Trotsky sobre las “Lecciones de Octubre”. Un año más tarde rompería su alianza con Stalin como consecuencia de su balance negativo de la “Nueva Política Económica” y en 1926 perdería su mayoría en la organización de Leningrado (nuevo nombre desde 1924 de San Petersburgo). En 1926, junto con Kamenev, se alió con la Oposición de Izquierdas de Trotsky para formar la Oposición Unificada contra Stalin, siendo expulsados del Partido Comunista en noviembre de 1927. Tras su capitulación política, junto a Kamenev, ante Stalin en 1928, fue finalmente purgado, juzgado y ejecutado tras los Procesos de Moscú, en agosto de 1936.

Fuente: http://weeklyworker.co.uk/worker/1149/lenins-arrival-in-russia/

Traducción:G. Buster

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Opinión. Cuando haya libertad no habrá Estado. Apuntes sobre El Estado y la Revolución de Lenin

Resumen Latinoamericano / José Babiano / 16 de abril de 2017

Durante agosto y septiembre de 1917 Lenin redactó El estado y la revolución (EyR, en adelante). Según aclaraba en el prefacio a la primera edición, su propósito era abordar la cuestión del Estado desde un punto de vista político y teórico. La discusión, en confrontación con las ideas de Karl Kautsky, los socioaldemócratas rusos y los anarquistas, se planteaba en el contexto de la Gran Guerra y en vísperas de la Revolución de Octubre. De hecho, el folleto quedó inconcluso debido a que la propia revolución «interrumpió» a Lenin, como él mismo dijo.Más allá de las pretensiones de su autor, EyR representa una síntesis de la hoja de ruta hacia la sociedad comunista al mismo tiempo que dibuja algunas de las características fundamentales de esa sociedad futura. Por esta razón puede leerse como un texto perteneciente a la tradición utópica occidental. En este sentido, EyR comparte elementos con esa clase de literatura. De entrada, la sociedad comunista que se atisba en el folleto de Lenin es una sociedad igualitaria y de la abundancia. Abundancia e igualdad constituirán frecuentemente características de las sociedades imaginadas a partir de las primeras utopías populares medievales. EyR, responde asimismo a la tradición marxista de crítica radical del capitalismo y al mismo tiempo representa la imagen de un deseo. Desde este punto de vista entroncaría igualmente con la tradición utópica. En efecto, pues tanto la crítica severa del mundo en el que fue concebida como la expresión de un deseo aparecen continuamente en la historia de las utopías (Morton, 1970; Claeys, 2011; Mumford, 2013).

Por otro lado, la utopía leninista que aquí nos ocupa, se halla fuertemente vinculada a la realidad histórica del momento, al menos en tres ámbitos. En primer lugar, en lo que respecta a la ya mencionada crítica del capitalismo –como sucedía en la Utopía de Moro, que contenía una fuerte crítica social (Claeys, 2011: 70)-. En segundo lugar, en la medida en que aparece como un instrumento de polémica con ideas y sujetos políticos contemporáneos. En tercer lugar, porque expresa tareas políticas de esa coyuntura, como es la toma revolucionaria del poder. A pesar de que a menudo la utopía es definida como un no lugar o un mero sueño, esta relación de EyR con el orden existente, también le situaría en la tradición de los textos utópicos (Mannheim, 2004; Morton, 1970).

Ahora bien, tanto Lenin como los padres fundadores del marxismo, se negaron a describir de una manera pormenorizada el comunismo, al modo en que las grandes utopías han sido descritas por Moro, Campanella u otros autores utópicos. Más aún, el contexto en el que fue redactado EyR y las razones por las que fue interrumpida su redacción, nos indican que, al igual que el resto de los escritos de Lenin, no se trataba de un texto «contemplativo» (Colletti, 1976: 141). El mismo Lenin señaló en este mismo sentido en EyR:

No somos utópicos. No “soñamos” en cómo podrá prescindirse de golpe de todo gobierno, de toda subordinación; estos sueños anarquistas, basados en la incomprensión de las tareas de la dictadura del proletariado, son ajenos al marxismo y, de hecho, sólo sirven para aplazar la revolución socialista hasta el momento en que los hombres sean distintos (Lenin, 1976: 48 [1917]) [entre comillas y cursivas en el original].

Y añadía un poco más adelante:

Marx dedujo a lo largo de toda la historia del socialismo y de las luchas políticas que el Estado deberá desaparecer y que la forma transitoria para su desaparición (la forma de transición del Estado al no Estado) será el “proletariado organizado como clase dominante”. Pero Marx no se proponía descubrir las formas políticas de este futuro (Lenin, 1976: 53) [entre comillas y cursivas en el original].

Sin embargo, como ha señalado Jameson (2000: 75), «El intento de alcanzar un sistema radicalmente diferente libera la imaginación y la fantasía utópica de un modo radicalmente diferente del nuestro, un modo que incluye diferentes tipos de posibilidades narrativas». Asimismo las ideas leninistas de EyR encajan en el concepto de utopía en la medida en que ésta constituye una variación entre un pasado ideal, un presente ideal y un futuro ideal. En el bien entendido que «cada uno de ellos puede ser mítico e imaginario o tener una base real en la historia» (Claeys, 2011: 7). En Lenin –como en Marx y en Engels- ese pasado ideal era el comunismo primitivo, una sociedad en la que todavía no había surgido el Estado pero muy atrasada, obviamente. Engels (1975) se refirió a este estadio de la civilización en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Igualmente, en EyR, Lenin (1976: 110) hace referencia a la «democracia “primitiva”» (entrecomillado en el original) para señalar que muchos de sus rasgos revivirán en el socialismo. Por otro lado, resulta obvio que el futuro constituye un imaginario ideal en el EyR, mientras que el presente se sitúa en el análisis marxista del capitalismo.

El análisis del capitalismo apareció repetidas veces y con diferente alcance en las obras de Marx y Engels. Engels lo expuso de forma resumida en una obra que escribió 1877, aunque fue difundida en fechas posteriores en francés, inglés y alemán. Se trataba de un folleto en el que negaba que sus ideas y las de su camarada y amigo, Kart Marx tuvieran un carácter utópico. Engels presentaba asimismo el primer socialismo de Owen, Saint Simon y Fourier como una suerte de continuación del pensamiento ilustrado francés del siglo XVIII, en la medida en que pretendían «instaurar el reino de la razón y de la justicia eterna» (Engels, 1975 [1877]: 120-121). Las promesas de la Ilustración fueron defraudadas tras la Revolución Francesa, por lo que Engels llamaba la «corrupción del Directorio», así como por el posterior despotismo napoleónico, las guerras de conquista y el antagonismo entre pobres y ricos. De manera que a comienzos del siglo XIX en un contexto de primera difusión de la industrialización capitalista:

Tratábase […] de descubrir un sistema nuevo y más perfecto de orden social, para implantarlo en la sociedad desde fuera por medio de la propaganda y, a ser posible, con el ejemplo, mediante experimentos que sirviesen de modelo. Estos nuevos sistemas sociales nacían condenados a moverse en el reino de la utopía; cuanto más detallados y minuciosos fueran, más tenían que degenerar en puras fantasías (Engels, 1975: 123).

Engels desechaba estos proyectos emancipatorios precisamente por su condición de utópicos. Bien es cierto que, pese a que siempre se ha dicho que él mismo y el propio Marx trataron a los socialistas utópicos con desdén, en esta ocasión no realizaba una crítica ácida y severa, en el estilo con el que tantas veces se prodigó. Por el contrario, valoraba positivamente las obras de los socialistas utópicos en tanto que primeros socialistas. Alababa así las ideas de Saint Simón. Subrayaba el hecho de que Fourier fuese el primero en señalar que «el grado de emancipación de la mujer en una sociedad es el barómetro natural por el que se mide la emancipación general». Elogiaba, por fin, a Owen como activista y reformador, además de considerar su experimento de New Lanark (Engels, 1975: 124- 131). Sin embargo, colocaba a todos ellos en el pasado y reivindicaba una nueva propuesta de socialismo que, formulada junto a Marx, permitiría conquistar la emancipación de la clase obrera. Esta nueva propuesta, señalaba Engels, no era ya de carácter utópico, sino científico[1].

Dado que el socialismo utópico no acertaba a explicar el capitalismo ni a destruirlo ideológicamente, se trataba de que el socialismo llegase a ser una ciencia. Esto había sido posible gracias a dos descubrimientos que Engels atribuía a Marx: la concepción materialista de la historia y, en segundo lugar, «el secreto de la producción capitalista, mediante la plusvalía» (Engels, 1975: 139) [cursivas en el original][2]. A continuación Engels exponía la historia del desarrollo capitalista, sus contradicciones y sus crisis de carácter cíclico. Crisis que hacían superflua a una parte de la población obrera –el ejército de reserva-, pero que cada vez hacían asimismo superflua la presencia de los capitalistas. Y esto abría la posibilidad de un nuevo horizonte emancipatorio.

En EyR Lenin repasaba y reivindicaba aquellos trabajos en los que Marx y Engels dibujaron lo que podemos considerar el camino hacia el comunismo y el propio comunismo como objetivo final. Además de diversa correspondencia y prefacios a ediciones posteriores de varios trabajos, citaba una serie de textos publicados a lo largo de más de cuarenta años, entre 1847 y 1891[3]. Estos textos se habían concebido en gran parte con ocasión de las oleadas revolucionarias europeas de 1848 y 1871. De hecho, para lo que aquí importa, fue la Comuna de París la fuente principal de inspiración; en primer lugar para Marx y más tarde para el propio Lenin, como vamos a ver de manera inmediata.

Efectivamente, entre julio de 1870 y junio del año siguiente, Marx redactó tres manifiestos para la I Internacional. En los dos primeros la AIT tomaba posición ante la Guerra Franco-Prusiana y en el tercero ante la Guerra Civil en Francia[4]. En este último se hacía un análisis pormenorizado (y elogioso) de la Comuna de París que concluía con la siguiente frase: «El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad» (Marx, 1975: 568). Algunos de los pasajes de La Guerra Civil en Francia constituyen materiales esenciales en la formulación de lo que podríamos llamar la narrativa utópica de Marx y Lenin.

En primer lugar Marx definió la Comuna como «la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo». La Comuna, admitía, quiso abolir la propiedad (Marx, 1975: 546). En segundo lugar, se reivindicaban una serie de medidas tomadas por los comunards que afectaban al propio Estado y que anunciaban una forma política nueva:

[…] el primer decreto de la Comuna fue para suprimir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado.

La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal […]. Eran responsables y revocables en todo momento.

La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo […] la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que desempeñaban cargos públicos debían desempeñarlos con salarios de obreros […] los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios mismos (Marx, 1975: 542).

Un poco más adelante aclaraba que «Al igual que los demás funcionarios públicos, los magistrados y los jueces habían de ser funcionaros electivos, responsables y revocables» También señalaba que al eliminar las dos grandes fuentes principales de gasto –el ejército y la burocracia estatal-, la Comuna había logrado hacer realidad «ese tópico de todas las revoluciones burguesas que es el “gobierno barato”». Más aún, según añadía, el salario más alto equivalía a la quinta parte del salario mínimo del secretario de un consejo escolar de Londres de la época (Marx, 1975: 543-548).

Lenin se detuvo en La Guerra civil en Francia con bastante detalle en EyR (Lenin, 1976: 38-53). Pero antes de seguir nuestro análisis, permítasenos una observación al margen: algunos de los elementos sustanciales, traídos a colación por Marx y posteriormente por Lenin a propósito de la Comuna de París han reaparecido, 140 años después, en los discursos políticos que han emergido en España a partir del movimiento del 15M. Es el caso de las peticiones de la revocabilidad de los cargos públicos, de la limitación de sus salarios y del control ciudadano (originariamente, obrero) de su actuación.

Volvamos a Lenin. Aunque EyR bebe en exclusiva de Marx y Engels, como venimos diciendo continuamente, no hay que olvidar que el contexto revolucionario en el que se gestó dio lugar a una literatura utópica rusa, asimismo de carácter revolucionario. Esta literatura surge a partir de la Revolución de 1905, en un marco de creatividad de la vanguardia rusa. Concluiría en torno a 1927, alrededor del giro postrevolucionario de aquél año, a las puertas de la colectivización forzosa. Muchos de sus elementos son compartidos con el proyecto de emancipación comunista.

El inicio de la narrativa utópica revolucionaria estuvo representado por Aleksandt Kuprin con El brindis, un relato breve de 1906. En este canto a los revolucionarios de 1905, Kuprin narraba los horrores de principios del siglo XX y apostaba por la tecnología para resolver los problemas en el futuro. El papel central de la tecnología no sólo será recurrente en este tipo de literatura y en la vanguardia artística rusa revolucionaria (Anemone, 2011; Dobrenko, 2011: 23-28). También aparece en el bolchevismo y, por supuesto en Lenin, como una palanca emancipatoria fundamental para la humanidad. De hecho, Jameson ha señalado al respecto que «en una sociedad de clases, la ciencia y la Utopía tienen que funcionar siempre, simultáneamente, como una ideología» (Jameson: 2000, 76).

En 1908, Bogdánov, un revolucionario profesional, publicó «la primera utopía bolchevique», La estrella roja. Se trataba de un relato más minucioso desde el punto de vista descriptivo que El brindis, si bien vaticinaba igualmente que la sociedad futura estaría basada en le tecnología. Asimismo sentaría sus bases «en la organización racional y eficiente de la mano de obra y de la industria y en la igualdad plena de todas las personas» (Anemone, 2011: 244). Es decir, además de en la fe en la ciencia y tecnología, la utopía de Bogdánov se sustentaba sobre el igualitarismo y sobre la radicalización de la racionalidad ilustrada.

La primera obra de carácter utópico después de Octubre sería Misterio bufo, una obra dramática de Mayakoski, de 1918. En ella mostraba con una cruda ironía el viejo mundo del capitalismo y presentaba la victoria de los bolcheviques como la apertura de una senda hacia un futuro de igualdad y armonía, hacia el paraíso de los trabajadores. En Mayakoski, como en el resto de la literatura soviética aparecerá, según avancen los años veinte, la crítica y la decepción por el rumbo emprendido por la revolución. De este modo, diez años después de Octubre publicó La chinche, en la que aparece explícita esta crítica. Sin embargo, en el segundo acto de esta misma obra dibujaría un mundo futuro perfecto en el que la revolución habría triunfado (Anemone, 2011: 245).

Casi al mismo tiempo que La chinche, Andrei Platónov escribió la utopía campesina Chevengur (1927-1928), que no se llegó a publicar en su versión completa y en ruso hasta 1988. Chevengur es una utopía de tipo arcaico, de un tono muy diferente a las que hemos citado hasta ahora y en la que la violencia juega un papel esencial, al igual que sucede en la noción leninista del comunismo. Mejor dicho, en la ruta hacia él. En la utopía de Platónov:

Con una narración propia del cuento de hadas, Sasha y otros personajes se ponen a la búsqueda de esa misteriosa cosa que les falta, como la flor azul, y que lleva el nombre de “socialismo”. Sueñan con alcanzarla sin poder siquiera imaginarse como será, de un modo muy parecido a como, en el discurso utópico mismo, hay un problema de representación en el propio contenido y estructura (Jameson, 2000: 89).

Asimismo en Chevengur, la violencia y el sufrimiento son precondiciones de la utopía misma (Jameson, 2000: 80).

Obviamente, EyR no pertenece en sentido estricto a esta tradición literaria. Pero resultan evidentes los lazos intelectuales y políticos entre la vanguardia rusa –incluida su narrativa utópica- y el bolchevismo, en la medida en que ambos comparten la idea de construir un hombre nuevo (Žižek, 2009: 38). Igualmente, compartieron un contexto caracterizado por su hibridismo. Es decir, un contexto en el que por un lado operan las consecuencias desastrosas de la Gran Guerra y de la Guerra Civil, en términos de devastación económica y social. Pero al mismo tiempo, la revolución representa un gran shock para las mentalidades, mezcla de esperanza y desconcierto, hiperexcitación y ansiedad. Los acontecimientos se suceden a una velocidad en la que su asimilación resulta difícil –la revolución «interrumpió» a Lenin escribiendo EyR-. Surgen así un nuevo lenguaje, nuevos símbolos y una nueva iconografía en una explosión de creatividad (Ferré, 2011; Figes & Kolonitskii, 2001). En suma, se trata de un contexto de grandes energías utópicas, en el que las posibilidades del periodo resultan «formalmente casi ilimitadas» (Jameson, 2000: 77).

En EyR el comunismo aparece en forma de bosquejo en una serie de párrafos:

Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente la resistencia de los capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas, cuando no haya clases (es decir, cuando no existan diferencias entre los miembros de la sociedad por su relación hacia los medios sociales de producción) sólo entonces “desaparecerá el Estado y podrá hablarse de libertad”. Sólo entonces será posible y se hará realidad una democracia verdaderamente completa, una democracia que no implique, en efecto, ninguna restricción. Y sólo entonces comenzará a extinguirse la democracia, por la sencilla razón de que los hombres, liberados de la esclavitud capitalista, de los innumerables horrores, bestialidades, absurdos y vilezas de la explotación capitalista, se habituarán poco a poco a observar las reglas elementales de convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles de años en todos los preceptos, a observarlas sin violencia, sin coacción, sin subordinación, sin ese aparato especial de coacción que se llama estado (Lenin, 1976: 84).

No habrá, por lo tanto, clases sociales ni estado en el comunismo. Entonces aparecerá la más completa democracia que a su vez se extinguirá. Porque los hombres se acostumbrarían «poco a poco a observar las reglas elementales de convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles de años en todos los preceptos». Una previsión que no tiene en cuenta que el cambio social también altera las citadas «reglas elementales de convivencia».

Un poco más adelante Lenin proclama que «cuando haya libertad no habrá estado» y añade que la base económica de la extinción de éste implicará un desarrollo tal del comunismo que supondrá la disolución de la diferencia entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Será entonces cuando se pondrá en práctica la famosa regla «De cada cual según su capacidad. A cada cual según su necesidad». Esta idea, como ha señalado della Volpe (1978: 57-58 et passim) remitiría, a través de Marx, a la noción de libertad igualitaria de Rousseau, que implica el derecho de toda persona al reconocimiento social de sus aptitudes personales. No por casualidad, della Volpe abre su ensayo con estas palabras de Rousseau: «yo creía que estar dotado de talento era el más seguro de los recursos contra la miseria» (ibídem: 40).

Sin embargo, el hilo que une al filósofo ginebrino con Marx cuenta con algunas fibras más. Roussseau en el Discurso sobe la Desigualdad viene a indicar que en la apropiación privada se halla el origen de la opresión, la violencia, el Derecho y el Estado. En esto coinciden ambos. Ahora bien, para volver al orden natural, Rousseau defiende la vuelta al estado civil, mediante el pacto social, transformando la usurpación en propiedad, a través de la ley, expresión de la voluntad popular. Alternativamente, Marx y con él Lenin en EyR plantean su abolición (Precht, 1969).

Por otro lado, ni el modo, ni el plazo –en todo caso prolongado- en el que se llegará al comunismo son conocidos para el autor de EyR (Lenin, 1976: 90-91). Es esa indeterminación la que es esgrimida para escindir el comunismo de la utopía. De hecho, un poco más adelante aclara que «nadie ha prometido “implantar” el comunismo, ni siquiera ha pensado en ello, pues, en general, es imposible “implantarla” [o, sic]» (Lenin, 1976: 92 [entre comillas en el original]).

Sin embargo, en EyR, además de esbozar brevemente la sociedad comunista se señala el camino hacía ella. Y si bien, tal y como hemos visto, el final de esa ruta es temporalmente indeterminado, Lenin se expresa con toda claridad respecto a que el Estado burgués no será conquistado para ocuparlo –aquí reside la gran diatriba con Kautsky en EyR-, sino para demolerlo. La clase obrera ha de romper, destruir la máquina del Estado burgués y, citando a Marx, Lenin añade que la transición del capitalismo al comunismo puede tomar diversas formas, si bien la esencia de todas será la dictadura del proletariado (Lenin, 1976: 31-33). Como ha señalado Colletti (1976: 136) al comentar EyR: «Para Lenin, la revolución socialista debe destruir la máquina del viejo Estado para poder eliminar «la diferencia entre gobernantes y gobernados» [cursivas en el original].

La destrucción del Estado burgués colocaría a EyR, frente a Kautsky, en la tradición utópica: «Sólo se designarán con el nombre de utopías aquellas orientaciones que trascienden la realidad cuando, al pasar al plano de la práctica, tienden a destruir, ya sea parcial o completamente, el orden de cosas existente en determinada época» (Mannheim: 2004: 229). Basta señalar un ejemplo en este sentido: Williams Morris, que aparece referenciado en las historias del pensamiento utópico (Claeys, 2011; Morton, 1970), traza un camino hacia la sociedad ideal en su Noticias de ninguna parte que exige el derrocamiento violento del capitalismo (Morris, 2011).

Por otro lado, no hay en EyR una distinción conceptual clara sobre la fase previa al comunismo, pues a lo largo del folleto se habla indistintamente de socialismo y de dictadura del proletariado. A veces, incluso aparece la expresión «primera fase del comunismo». Todos estos conceptos aparecen de manera intercambiable. Ahora bien, en todo caso la dictadura del proletariado queda definida como «la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores» (Lenin, 1976: 83). Se funda sobre la violencia, análogamente a como el Estado burgués y la ley se fundan y se preservan mediante la violencia (Benjamin, 2009: 42-48).

La dictadura del proletariado, por lo tanto, «implica una serie de restricciones impuestas a la libertad de los opresores, de los explotadores». Sin embargo, «A la par [supone una] enorme ampliación de la democracia, que se convierte por primera vez en democracia para los pobres, en democracia para el pueblo, y no en democracia para los ricos» (Lenin, 1976: 83-84). E insiste:

Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la fuerza, o sea, exclusión de la democracia para los explotadores, para los opresores del pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en la transición del capitalismo al comunismo (Lenin, 1976: 84).

No hay contradicción, por lo tanto, entre ambas proposiciones: democracia para la mayoría, represión para la minoría de explotadores. Más aún, Lenin añade que la represión de la mayoría sobre la minoría será una tarea sencilla, sin apenas aparato especial de represión, casi sin Estado, con «la simple organización de las masas armadas» (Lenin, 1976: 85 [cursivas en el original]). Desde este punto de vista, EyR representa el escrito más libertario de Lenin.

Lenin se refiere asimismo a la democracia a partir de una crítica radical del parlamento y de la democracia liberal, porque entiende que son antidemocráticos, debido a su naturaleza burguesa. Dicho de otro modo, debido a que son artefactos políticos propios de un Estado concebido para la dominación de la mayoría de la sociedad, razón por la que hay que derribarlo. Frente a ellos, defiende la democracia de los consejos, inspirada en la Comuna, que se rige por mecanismos como el mandato imperativo y la revocabilidad permanente de los representados (Colletti, 1976: 139).

En la transición al comunismo los medios de producción dejan de ser propiedad privada, pasando a pertenecer a la sociedad, que no al Estado. De manera que, aún quedando residuos del pasado, la «explotación del hombre por el hombre» ya no existe. A partir de la socialización de los medios de producción, Lenin suscita una discusión en torno al Derecho en el socialismo y en el comunismo. Plantea, en efecto, que al abolir la propiedad privada en el socialismo, el derecho burgués ya no existe. Pero, por otro lado, todavía permanece en la medida en que continúa como regulador de la distribución del producto y del trabajo entre los individuos. El trabajo, como se ve, ocupa un espacio central para Lenin, tanto en su idea del comunismo como a lo largo del camino que hay que recorrer para alcanzarlo ¿Por qué permanece el Derecho burgués? Porque se asigna todavía igual cantidad de producto a hombres que no son iguales a cambio de una cantidad de trabajo asimismo desigual. Lo que significa que en la primera fase hacia la sociedad comunista «De lo que se trata es de que todos [los ciudadanos] trabajen por igual, observando bien la medida del trabajo y de que ganen equitativamente» (Lenin, 1976, 95).

Esta pervivencia del Derecho burgués sería para Lenin -y también para Marx, al que cita- un defecto. Un defecto inevitable en la primera fase del comunismo –es decir, el socialismo-, pues:

Sin caer en la utopía, no se puede pensar que, al derrocar al capitalismo, los hombres aprenderán a trabajar inmediatamente para la sociedad sin sujetarse a ninguna norma de derecho (Lenin, 1976: 89 [cursivas en el original]).

Por esta razón, una vez que se ha expropiado a los capitalistas, que a su vez pasarán bajo el control de los obreros, el Estado y la sociedad ejercerán un riguroso control sobre las medidas de consumo y de trabajo. Pero ese control, aclara Lenin, ya no estará a cargo de un Estado de burócratas, sino del «Estado de los obreros armados» (Lenin, 1976: 92 [cursivas en el original]). De este modo, tras la ya citada expropiación, que se toma como premisa, en la primera etapa hacia el comunismo, tanto los capitalistas como los burócratas serán sustituidos por los obreros y el pueblo armado en el control de la producción y de la distribución. A continuación, «todos los ciudadanos se convierten en empleados a sueldo del estado, que no es otra cosa que los obreros armados» (Lenin, 1976: 95).

En un párrafo un poco más adelante, Lenin indica el momento crucial en el que el camino del socialismo desemboca en el comunismo:

A partir del momento en que todos los miembros de la sociedad, o por lo menos la inmensa mayoría de ellos, hayan aprendido a dirigir por si mismos el Estado, hayan tomado este asunto en sus propias manos, hayan “puesto a punto” el control sobre la insignificante minoría de capitalistas, sobre los señoritos que quieren seguir conservando sus hábitos capitalistas y sobre los obreros profundamente corrompidos por el capitalismo; a partir de este momento comenzará a desaparecer la necesidad de toda administración en general. Cuanto más completa sea la democracia más cercano estará el momento en que deje de ser necesaria. Cuanto más democrático sea el “Estado”, constituido por los obreros armados y que “no será ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra”, más rápidamente comenzará a extinguirse todo Estado (Lenin, 1976: 96).

Y concluye que «entonces quedarán abiertas de par en par las puertas para pasar de la primera fase de la sociedad comunista a su fase superior y, a la vez, a la extinción completa del Estado» (Lenin, 1976: 97).

Aunque en EyR no aparece explícitamente, tanto para Marx y Engels como para Lenin, el comunismo es una utopía global. Colletti (1976: 141-142) ha insistido en la idea leninista del socialismo como un proceso internacional y ha recordado la creencia de Marx de que el comunismo no podría existir como «fenómeno local».

*****

Durante décadas, a lo largo del siglo XX, el comunismo representó para millones de personas una esperanza universal de emancipación. Desde ese punto de vista conservó su dimensión utópica. Ahora bien, en la Unión Soviética –y luego, en los estados satélites- el leninismo se convirtió en la religión política de un Estado totalitario, de un régimen criminal y de barbarie. Algunos historiadores han planteado que el Estado totalitario germinó en la utopía (Caeys, 2011: 175), que «la perversión estaba implícita en el sistema desde el comienzo» (Figes, 1996: 722-723) o bien que emergió debido a la «debilidad política de la teoría marxista» (Álvarez Junco, 2015). En este sentido, el régimen soviético sería la encarnación de una idea, un régimen «ideocrático». Pero de ese modo deshistoriamos dicho régimen y obviamos que fue el resultado de un proceso político, social y económico.

Este análisis deshistoriado e ideocrático no es ajeno al uso del vocablo «totalitarismo» para definir el régimen soviético, lo que a su vez permite una comparación con el nazismo. Evidentemente, existe una concatenación de elementos comparativos: partido único, dictador absoluto, monopolio de los medios de comunicación, campos de concentración, terror, violencia extrema y masiva. Pero, dejando a un lado que la violencia extrema no es un fenómeno específico del totalitarismo –como pone de manifiesto el colonialismo o los genocidios del siglo XX, desde Armenia a Ruanda-, este en tanto que categoría analítica ofrece un valor descriptivo. Ahora bien, presenta importantes debilidades a la hora de explicar el origen, la evolución y los objetivos de cada uno de los regímenes comparados (Traverso, 2001: 158).

De hecho, al mismo tiempo que se establecen una serie de elementos descriptivos comunes, existen una serie de pares que diferencian el nazismo y el stalinismo, convirtiendo a este en un régimen específico. En primer lugar, uno y otro mantienen una relación distinta con la modernidad. El nazismo se basó en un nacionalismo biológico y racial, mientras que el stalinismo lo hizo sobre una filosofía universalista, emancipadora y humanista. El primero se fundó sobre el capitalismo, con el apoyo de las élites industriales y financieras a las que nunca puso en cuestión. El segundo lo hizo en el colectivismo a partir de una revolución. El terror mismo tuvo significados diferentes, pues el exterminio como fin que caracterizó al régimen nazi no existió en la Rusia soviética. Las víctimas nazis eran, por excelencia, los no arios, mientras que la URSS desató la violencia contra los ciudadanos soviéticos. Las propias formas de violencia nazi no se inspiraron en el comunismo soviético, sino más bien en una larga tradición occidental que va desde el colonialismo a la brutalidad de la Gran Guerra (Traverso, 2001: 154).

El bolchevismo surgió dentro de la tradición socialdemócrata, cuya cultura política compartió hasta 1914 y no siempre fue una corriente monolítica. Ni siquiera el «terror rojo», surgido de la guerra civil y de un escenario de violencia generalizada que no fue escogido por los bolcheviques, tiene el mismo significado que la violencia stalinista posterior, ejercida en un régimen estable y pacificado. No había un plan inicial en este sentido, sino más bien un rumbo político errático que recurrió a la violencia hasta encumbrar el terror como forma permanente de ejercicio del poder (Traverso, 2001: 158-159).

En un discurso con motivo del tercer aniversario de la Revolución de Octubre; es decir, mucho antes de ser purgado, Trotsky reconoció que las cosas no estaban saliendo como inicialmente había previsto:

Nos lanzamos a esta lucha con magníficos ideales, con magnífico entusiasmo, y a muchas personas les parecía que la tierra prometida de la fraternidad comunista, el florecimiento no sólo de la vida material sino de la espiritual, estaba mucho más cerca de lo que en realidad ha resultado… La tierra prometida –el nuevo reino de la justicia, la libertad, el contento y la elevación cultural- estaba tan próxima que podía tocarse… Si hace tres años se nos hubiese dado la oportunidad de ver el futuro, no habríamos creído a nuestros ojos. No habríamos creído que tres años después de la revolución proletaria la vida en esta tierra nos sería tan dura… (citado en Žižek, 2009: 9).

En ese mismo año de 1920, tras la guerra, la devastación y la catástrofe económica más absoluta, los bolcheviques decidieron seguir adelante sobre la base de un impulso utópico. Quizás la única posibilidad de sobrevivir al periodo de la guerra civil, a la desintegración social, al hambre y al frío fuese a través de la movilización de «locas energías utópicas» (Žižek, 2009: 35). La catástrofe entonces fue leída en clave milenarista, como la oportunidad de construir un mundo nuevo. Se trata, ante la adversidad suprema, de volver a un tipo de respuesta análoga a la expresada en EyR.

No obstante, los bolcheviques ya habían disuelto la Asamblea Constituyente en enero de 1918 –una medida que criticó de inmediato Rosa Luxemburgo (1918)-. Luego surgió la militarización del trabajo, como respuesta al bloqueo. En el X Congreso del PC bolchevique –en marzo de 1921- quedaron prohibidas las fracciones como instrumento para el debate democrático de manera provisional. Sin embargo, la medida se cronificó. A finales de esa década tuvo lugar la colectivización forzosa. En 1937 Stalin puso en marcha los Procesos de Moscú. Son sólo algunos hitos, pero marcan un trayecto histórico entre EyR y el gulag. Un trayecto que es necesario explorar. A menos que nos baste con sumarnos al relato normativo hegemónico, más ligado a la propaganda que a la investigación histórica.


Referencias

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Notas:


[1] Bien es cierto que Marx no se consideraba a sí mismo un científico (Munck, 2017: 47).

[2] Aunque Marx no llegaría afirmar que hubiera descubierto la ley del desarrollo de la historia humana, como le atribuía Engels (cfr. Munck, 2017 28-29)

[3] Sin contar las aludidas cartas y los mencionados prólogos, se trata de una lista amplia: Marx: Misería de la filosofía (1847); Marx y Engels: El Manifiesto Comunista (1848); Marx: El 18 Brumario de Luís Bonaparte (1852); Marx: La Guerra Civil en Francia (1871); Engels: Contribución al problema de la vivienda (1872); Marx: El Indiferentismo político (1873); Engels: De la autoridad (1873); Marx: Crítica al programa de Gotha (1875); Engels: El anti-Düring (1878); Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1885); Engels: Contribución a la crítica del proyecto del programa socialdemócrata (1891).

[4] Estos tres manifiestos aparecen agrupados como una obra de Marx (1975: 491-571) con el único título de La guerra civil en Francia.

José Babiano. doctor en Historia Contemporánea y director del Área de Historia, Archivo y Biblioteca de la Fundación 1.º de ayo. Es especialista en historia del trabajo y de las migraciones, así como en sus fuentes documentales y en su tratamiento. Ha escrito numerosas publicaciones sobre el movimiento obrero español y forma parte del equipo del Centro de Documentación de las Migraciones.

Fuente: www.sinpermiso.info, 16 de abril 2017

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