Chile (Una metáfora de actualidad del sistema político). Disquisiciones idiomáticas sobre mi familia, mi avión y mi oxígeno

Guisela Parra, Politika / Resumen Latinoamericano / 24 de marzo de 2017

Nunca había recordado tanto como ahora a mi profe de español instrumental. A ella debo el recuerdo de varios datos curiosos sobre la lengua castellana; pero uno de los que más llamó mi atención entonces, nunca olvidé, y en este viaje me ha dado vueltas en la cabeza como mosca en la cecina, es el participio irregular del verbo torcer: tuerto.

Hoy regreso a mi casa después de vivir un largo texto lleno de verbos patológicamente irregulares en oraciones complejas de todos los tipos: yuxtapuestas, copulativas, adversativas, causales, concesivas…; con enumeración incluida o sin ella; con complemento indirecto y directo; con y sin vocativo, oración subordinada o complemento circunstancial; con muchos elementos intercalados. Hoy, al pensar en esos verbos con tantos sujetos, a veces sin siquiera predicado, esa peculiaridad idiomática tiene más sentido que nunca para mí. Sobre todo, porque de ahí desprendo una forma verbal que desde que llegué al aeropuerto parece polilla alrededor de una ampolleta encendida: el participio irregular –de irregularidad enfermiza– del verbo retorcer, retuerto.

A primera vista, esta extraordinaria forma verbal parece no tener ninguna relación con instrucciones de seguridad ni de ningún tipo. Por supuesto, cómo podría haber alguna relación, si estoy hablando de una forma no personal de los verbos torcer y retorcer; no de su modo imperativo: tuerce tú, retuerza usted, retorzamos nosotros, etc. Además, se sabe que si un verbo tiene un participio regular y otro irregular, este último se usa como adjetivo. Bueno, en este caso puede usarse, indistintamente, en función adjetiva o sustantiva: podemos referirnos a alguien con esta característica como el fulano tuerto o como el tuerto. Incluso podemos hablar de Fulano, el tuerto.

Por otra parte, eso de que este participio no se pueda relacionar con instrucciones es sólo una apariencia superficial, ya que si se lo examina a fondo, está totalmente vinculado al instructivo que da la azafata en un avión, en la parte ésa de “máscaras de oxígeno caerán automáticamente…” Si ponemos la debida atención –generalmente una no presta mucha atención a un instructivo que conoce de memoria, calco sintáctico incluido, pero en fin…–, notaremos una indicación de suma importancia, fundamental, diría yo, en la que sí se usa el modo imperativo, después del potencial (creo que ahora lo llaman condicional, como en inglés).

Esta parte del discurso no me la sé de memoria; pero una paráfrasis sirve igual: si viaja con alguien que requiera ayuda, póngase la máscara propia primero, y después ayude al desvalido con la suya. Es una parte esencial en las instrucciones para la seguridad aeronáutica de los estimados pasajeros y, por lo demás, no puede ser más sensata y lógica: mal podría yo ayudarle a alguien con su oxígeno si no aseguro antes mi propia respiración. O sea, cómo voy a hacer respirar a otro viajero si yo no respiro, o si respiro algo que no sea oxígeno. Es de Perogrullo: si no logro sobrevivir, no puedo ayudar a nadie a vivir.

Este viaje me ha enseñado algo más fundamental que todo lo que aprendí en las clases de español instrumental: tratar de ayudarle al tuerto o al retuerto con su oxígeno no tiene ningún sentido, porque es inútil. Más aun, supongamos que en el avión donde viajo van varios tuertos, y manoteando, más encima. Entonces no sólo será inútil; sino que se tornará riesgoso, porque entre tanto manotazo es bien probable que alguno alcance mi máscara y me quite el oxígeno.

Podemos concluir, entonces, que si los manotazos del retuerto que tienes cerca amenazan con arrancarte o ensuciarte la fuente del oxígeno, más vale que te ocupes en afirmártela bien y al retuerto lo dejes ahí no más.

Y quién sabe, tal vez logre encajarse solito la suya. Y hasta es posible que se salve.

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