Chile / Opinión. Un remedio infalible para la corrupción

Luis Casado, Politika / Resumen Latinoamericano / 12 de marzo de 2017

Un muy provinciano orgullo de país tercermundista, alejado de todo y de todos, lleva la prensa chilena a destacar, cada vez que ello es posible –y cuando no también–, los logros y hazañas nacionales. De ahí que cada día las portadas de los diarios capitalinos exhiban, entusiastas, los rankings en los que Chile es primero, raramente segundo y jamás tercero.

De ese modo nos enteramos que somos nº1 en improbables categorías, creadas muy a propósito para no correr el riesgo de vernos superados por los países del “mal barrio” en que al tatita dios se le ocurrió situarnos. Entre ellas: los incendios masivos, el consumo de bebidas azucaradas, la obesidad y el maltrato infantil, el consumo de alcohol y tabaco, el acoso a los asalariados, la desigualdad entre ricos y ‘clases medias’, la construcción de puentes fallidos y, porqué no decirlo, la corrupción, aunque mi amigo Horacio insista en que, comparados con Argentina, no calificamos.

Como quiera que sea, la cuestión reside en cómo eliminar la corrupción. La dificultad de ponerle fin al desmadre de sobornos, cohechos, prevaricaciones, desfalcos, incurias, estafas, malversaciones, concusiones, perjurios, colusiones y otras delicadezas muy en boga, hace pensar que los doce trabajos de Hércules eran pan comido.

Afortunadamente, Julien Dray, un político francés, puede socorrernos. Si no lo conoces, te cuento algunas de sus hazañas. Por lo pronto es asesor de François Hollande, el fallado, fallido y follado presidente de Francia, amén de Concejal del Gobierno Regional de l’Île-de-France.

Ex trotskista como buena parte de los dirigentes del PS francés, su adhesión al socialismo galo tuvo mucho que ver con sus posibilidades de carrera política. La involución de Julien le llevó a la derecha del PS francés, que en materia de derechización no recibe lecciones de nadie.

Cercano a las organizaciones estudiantiles, en los años 1980 Julien contribuyó a fundar SOS-Racismo, una asociación anti-racista. Allí, sus compañeros descubrieron que al buen Julien le gustan las gafas de lujo, los relojes pulsera de marca, las lapiceras caras, los porta-documentos finos y las motos. Lo suyo es una pasión desmedida a tal punto que un ‘compañero’ lo calificó de “maníaco”.

En el año 1999 Julien Dray fue investigado por la compra de un reloj de 250 mil francos (38 mil euros de hoy), de los cuales pagó 150 mil en plata líquida. También fue inculpado en el caso de la MNEF –Mutual de Estudiantes de Francia–, que bajo el control de organizaciones trotskistas se transformó en la SQM de dirigentes que más tarde se hicieron famosos: Manuel Valls, Primer Ministro de Hollande y fallido candidato a la presidencia de Francia, Jean-Christophe Cambadélis, Primer Secretario del PSF, Jean-Marie Le Guen, Secretario de Estado responsable de Relaciones con el Parlamento, Harlem Désir, Primer Secretario del PSF y Secretario de Estado encargado de Asuntos Europeos, Dominique Strauss-Kahn, ministro de Hacienda de Lionel Jospin, Director-gerente del FMI y delincuente notorio, para nombrar sólo a algunos.

Una muy oportuna Ley de Amnistía dejó a todo el mundo más blanco que una paloma y libres de llegar donde llegaron, es decir al gobierno de Francia y la dirección del FMI.

Aparte su enfermiza afición a los objetos de lujo pagados con dinero ajeno, Julian Dray adolece de otro defecto innato. Si le das la mano, constatas que es como estrecharle un tentáculo a un pulpo: fláccidas y húmedas, Julien a les mains moites… La sensación es tan desagradable que, como hice yo, corres a lavarte las manos.

En estos días, François Fillon, candidato presidencial de la derecha, una suerte de encarnación de los 10 Mandamientos, vio desmoronarse su calidad de favorito al descubrirse que durante doce años le había pagado –con plata del Parlamento– generosos salarios a su esposa y a sus hijos, sin que estos dieran golpe.

El ‘caso’ perturbó la campaña presidencial de tal manera que en lugar de debates sobre temas esenciales asistimos a un verdadero culebrón tragicómico. Luego se supo que el mismo Fillon había recibido un préstamo de decenas de miles de euros sin declararlo como manda la ley, amén de un regalo de 48 mil 500 euros en trajes de lujo. En la ausencia de un plan B, la derecha se vio obligada a confirmar una candidatura que vio hundirse su popularidad en las encuestas.

El daño provocado en la opinión pública fue tan espantoso que Julian Dray, el hombre de los relojes de oro, saltó a la arena a dar consejos para derrotar la corrupción, proponiendo una solución radical.

“Seamos serios, declaró, si queremos resolver el problema de la corrupción, un diputado necesita 9 mil euros mensuales”, en vez de los pinches € 5.362,92 que recibe hoy (3 millones 700 mil pesos).

En la radio Europe 1 Julien aseguró: “François Fillon es víctima de un sistema instaurado hace años en el Parlamento, y que consiste en remunerar o acordarle complementos de remuneración a los parlamentarios a través de sus colaboradores”.

El buen Julien explica su brillante idea: “Cuando hayamos hecho eso, podremos ofrecerles a los parlamentarios una remuneración de 9 mil euros netos más 3 mil euros de gastos de representación.” (8 millones 400 mil pesos).

El semanario Le Point, que dista mucho de ser el vocero de la humildad franciscana, señala: “Hay que decir que con tal aumento, los parlamentarios estarían muy alejados de las condiciones de vida de los franceses que se supone representan. Si creemos las cifras del INSEE (instituto de estadísticas), ganarían más que el 99% de sus conciudadanos.”

Ya ves, un diputado –o senador– debiese ganar lo que ganan quienes les eligen, vivir en las condiciones que vive la inmensa mayoría de sus electores, o sea con no más de 350 a 400 lucas…

Mientras tanto, el buen Julien Dray, consejero del presidente de la República Francesa, estima que subir el salario mínimo es puro populismo. Y no se dio el trabajo de verificar que en Chile, en donde diputados y senadores ganan más de los 12 mil euros que él propone, la corrupción galopa.

Cuando te digo que no hemos inventado nada…

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