Intelectuales

Por Alejandro Mantilla Q.* / Resumen Latinoamericano / Colombia Informa / 2 de agosto de 2015 – Una foto. Tres hombres lanzan piedras. En el centro aparece un hombre mayor, ronda los cincuenta años, usa gafas de sol y una gorra. Una foto. Un hombre mayor lanza una piedra contra un rival que no aparece en la imagen. Una foto. Palestina. La Intifada. El intelectual y crítico literario Edward Said está en medio de la muchedumbre lanzándole rocas al ejército israelí. Una foto. Una piedra. Un intelectual.

Para un gran número de casos, el significado de una palabra es su uso en el lenguaje; hoy se le llama “intelectual” a quien se dedica al cultivo de las ciencias o las artes. Ese reconfortante uso oculta un origen menos halagador: la palabra “intelectual” nació como un insulto. En 1894 el militar francés Alfred Dreyfus fue juzgado por espionaje y luego recluído en la prisión de la Isla del Diablo; sus partidarios aseguraron que las acusaciones eran falsas y que el verdadero trasfondo de la persecución era el antisemitismo de los sectores más conservadores que no soportaban ver a un judío como alto oficial. Fue en ese contexto que Emile Zola, el más recordado defensor de Dreyfus, publicó su célebre Yo acuso, y también fue entonces cuando los antidreyfusianos lanzaron todo su arsenal contra los intelectuales. Fueron los antisemitas, los partidarios del orden, los defensores de una detención arbitraria, quienes acuñaron ese insulto; quienes “pensaban que estaban defendiendo del nihilismo a una sociedad orgánica, armoniosa y ordenada, y empleaban esa palabra contra aquellos a los que consideraban enfermos, introspectivos, desleales y perturbados”, como escribió con maestría Christopher Hitchens.

Edward Said, ese enfermo, introspectivo, desleal y perturbado, arrojó rocas contra un ejército que lleva más de medio siglo oprimiendo al pueblo palestino con la excusa de defender una presunta sociedad orgánica, armoniosa y ordenada. Fue el propio Said quien afirmó que: “El espíritu de oposición representa para mí un valor superior a la acomodación, porque la aventura, el interés y el reto de la vida intelectual van ligados al rechazo del statu quo en un momento en que la lucha en favor de los grupos marginados y en situación de desventaja parece serles tan poco favorable”. Aunque se dedique al cultivo de las ciencias o las artes, la ocupación genuina del intelectual consiste en lanzar rocas, materiales o metafóricas, buscando agrietar un orden oprobioso. Las mujeres y los hombres que asumen esa tarea suelen encontrarse en una situación de evidente desventaja, pues solo cuentan con la justificación de sus razones para enfrentar a poderes que tienden a superarlos.

En una sociedad democrática, la deslealtad razonada del intelectual es comprendida como un gesto de oposición que solo puede ser contrarrestado con razones; en una sociedad autoritaria el intelectual es un promotor de deslealtad que merece ser castigado, incluso penalmente. Hoy, cuando se desarrolla una creciente persecución a movimientos sociales como el Congreso de los Pueblos y la Marcha Patriótica, vale la pena recordar ciertas actuaciones de la justicia colombiana. Cuando fue detenido arbitrariamente Francisco Toloza, integrante de Marcha Patriótica, una fiscal anti-terrorismo afirmó: “Usted no empuñó las armas, su aporte son las ideas, eso lo hace muy peligroso”. Hace unos días, en el marco del proceso contra algunos integrantes del Congreso de los Pueblos acusados de apoyar una protesta universitaria, la encargada de impartir justicia afirmó: “No estamos frente a cualquier actuación, son profesionales, estudiantes universitarios con un nivel educativo y cultural, por lo que se pide un mayor grado de exigencia para respetar la ley, no por sus ideales diferentes sino que a todos los colombianos se les pide mantener un respeto”. Encontramos a fiscales que no temen decir que pensar es peligroso y merece castigo, o a jueces que consideran como agravante tener estudios universitarios.

Llama la atención que una juez con tantas dificultades para formar un argumento consistente, afirme que los acusados no son perseguidos por sus ideas, pero que sus actividades profesionales son un aliciente para justificar un castigo más severo. Lo que no menciona la juez, es que tales actividades profesionales consisten, precisamente, en ejercer las labores propias de un intelectual. Paola Salgado es una reconocida abogada feminista; Sergio Segura es un periodista que se ocupa de cubrir noticias sobre movimientos sociales; Daniel Jiménez es un agrónomo que puso su saber al servicio del movimiento campesino. El mentado “nivel educativo y cultural” del que habla la juez, es un disimulado anuncio de la penalización de las actividades de intelectuales críticos con el orden actual.

Tales actitudes crecen en un contexto donde crecen los ataques contra intelectuales en diversos espacios, y donde muchos claman por penalizar nuevos delitos de opinión. El profesor Miguel Ángel Beltrán fue detenido nuevamente.  La senadora Paloma Valencia y la representante María Fernanda Cabal hicieron graves señalamientos contra César Jérez y el sacerdote Javier Giraldo en recientes debates parlamentarios. El abogado conservador Guillermo Rodríguez sostuvo en un debate televisado que tener libros de Camilo Torres podría mostrar algún tipo de nexo con el Ejército de Liberación Nacional -ELN-. En suma, se criminaliza la defensa de los derechos humanos, la pertenencia al movimiento campesino, e incluso la lectura y la escritura de libros.

El término “intelectual” nació como un insulto hacia aquellos que denunciaron la captura amañada de un oficial inocente. Hoy vemos capturas amañadas de los intelectuales, esos enfermos, introspectivos, desleales y perturbados que con sus rocas atacan a una sociedad que se pretende orgánica, armoniosa y ordenada, pero cuyo caos real oculta un despotismo escandaloso que criminaliza el pensamiento de sus mejores hombres y mujeres.

A pesar de las jueces que no saben de lógica, de los fiscales dispuestos a penalizar el pensamiento o de los políticos orgullosos de exhibir su propia ignorancia, las rocas seguirán siendo arrojadas y agrietarán los muros de la infamia que nos acecha.

* Alejandro Mantilla Q. es integrante del Comité Ejecutivo de Poder y Unidad Popular -PUP-, organización que hace parte del Polo Democrático Alternativo -PDA- y el Congreso de los Pueblos.

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